jueves, 27 de mayo de 2010

Vísperas de viaje

Vísperas de viaje: haces la maleta y el armario se queda con la boca abierta.

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Te lanzan un elogio y te sabe dulce como un caramelo. Pero tener el caramelo mucho tiempo en la boca, acaba estragando el gusto. Además, es malo para los dientes.


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A vueltas con la tristeza y su efecto rebote. Como ocurre con los enfermos de depresión y los antidepresivos, las canciones tristes nos devuelven la alegría.



miércoles, 26 de mayo de 2010

Conversaciones de adultos

De golpe, nada más terminar el huevo frito con patatas, L. nos preguntó muy serio cómo se reproducían los elefantes. Su hermano menor, T. , se quedó desconcertado y preguntó a su vez qué significaba "reproducir". Menos mal que estaban allí los experimentados once años de N., quien respondió que se reproducían de la misma manera que las gallinas, o sea, que en lugar de que viene el gallo y ¡plaf!, viene un elefante macho y, ¡pumba!, se sube encima. Y yo, mientras su madre contenía la risa y retiraba los platos, daba gracias a Dios de que no estuviesen los hermanos mayores y nos estropeasen una conversación de naturalidad tan adulta.

lunes, 24 de mayo de 2010

Cementerio en Colonia


He tenido la oportunidad de estar en cementerios hermosos y aristocráticos (la Recoleta de Buenos Aires o el de Zagreb) y en otros humildes, pero de mucho mérito (en México, como cuento aquí). En Alemania he visto el de Colonia. Estábamos a finales de abril y toda la vida explotaba en colores: rododendros, tulipanes, jacintos, prímulas o narcisos reinaban en las tumbas alfombradas de plantas o amuralladas por pequeños setos. La ciudad de los muertos imitaba a la de los vivos. Así como las calles y plazas alemanas conviven con bosques y ríos en romántica armonía, a mí me tocaron días en que la primavera triunfaba ocultando lápidas y monumentos, señales rotundas de la muerte. Entre el desorden aparente, de pronto, nos encontramos con un centenar de lápidas alienadas en orden de formación: eran los soldados de la localidad caídos en la del 14 o en la del 39. La guerra iguala todas las muertes.
Mi paseo debió de durar cerca de una hora. Divagaba yo pensando que acaso los alemanes tengan una relación mucho menos trágica con su propio fin, algo así como la consecuencia natural de un proceso que ellos interpretan con la misma aceptación con que ven sucederse los ciclos de la vida. Todo invitaba a la serenidad: las escasas palabras que podían leerse en algún panteón sólo hablaban de consuelo y uno sentía la rápida superstición de que acaso los difuntos estuviesen allí mismo descansando de manera confortable. En medio de un sendero sombreado de árboles pasaba fugaz una ardilla. Así de medio feliz me encontraba, hasta que dí con una tumba diminuta de un niño de diez años. Sus familiares habían dejado un molinillo de colores, el dibujito de un oso y un helicóptero de madera. Soplaba una brisa leve. El molinillo y las aspas del juguete giraban a toda velocidad como un símbolo de que, cerca o lejos, el pequeño Martin jugaba eternamente. Me alejé del lugar con una tristeza enorme.

sábado, 22 de mayo de 2010

Cuotas

De pronto compruebo que los cuatro autores que estoy leyendo son mujeres (Muriel Spark, Isak Dinesen, Rosa Sala Rose y Rocío Arana). Quizá el hecho en sí no me hubiera llamado la atención en otro tiempo, pero las opiniones dominantes siempre me han pesado si me pongo a divagar. Hoy se valoran las cuotas femeninas como un signo de excelencia para todo.
A mí, en cambio, me salen otras reflexiones para explicarme la proporción: una, que las mujeres escriben más y se editan más obras de ellas que antes, por lo que la posibilidades de leer libros escritos por ellas es matemáticamente superior; dos, que, a la hora de elegir, me importa un pimiento morrón el sexo (sí, el sexo, no el género) de los autores, porque llevo varias días sin darme cuenta de nada; y tres, que en literatura uno encuentra -o descubre- palabras, mundos, ideas o historias que eran suyos en las obras de otros, en este caso, mujeres. Por lo que hay otras cosas en el cielo y la tierra de la literatura que ni tú, querida Bibiana, ni tu feminismo pueden comprender.

jueves, 20 de mayo de 2010

Karaoke

Estamos, queridos teleespectadores, en las fiestas de Orejillas del Sordete y una multitud se concentra en torno a la carpa donde va a comenzar el concurso de karaoke. La presentadora –lomito al aire, piercing en la lengua y el ombligo- incita a los fieles a que alguno se presente al escenario. De repente surge un animoso concursante de cara sonrosada y pelos levantados. ¿Cómo te llamas?, le pregunta. Jonathan, contesta todavía inseguro. Muy bien, Jonathan, ¡es tu turno!, y suena una ranchera que al principio le extraña, porque él esperaba otra cosa, pero enseguida le toma el aire a la canción. Lo malo es que, en cuanto ha empezado a cantar eso de “Me gustas mucho”, la música se para y atacan los golpes de un “rap” espasmódico. Je, je, unas risitas de desconcierto, y Jonathan empieza a resbalar por el suelo. En cuanto se levanta, bruscamente la canción cambia: ahora es el tango “Volver”. No importa: el cantante se acomoda la pechera y compone un gesto chulesco y porteño. Pero veinte segundos son nada: de repente, el ritmo vuelve a acelerarse y ahora viene una rumba zumbona que la gente jalea entre los meneos imprevistos del protagonista. Unos instantes más tarde, otro silencio mínimo y enseguida llega la penúltima canción del verano con sus horteradas de rigor. Al candidato a la fama le empiezan a temblar las piernas y se le ve alguna lagrimita en el ojo derecho. Sabe que la canción volverá a cambiar en cinco segundos y tendrá que improvisar otro paso de baile y otro ritmo cada vez más frenético. Pero los aplausos son tan fuertes que él tiene que seguir, seguir, seguir bailando eternamente una música ajena, mientras le parece ver que sus sandalias se han transformado en unas zapatillas de color rojo.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Notas de viaje





Tras la ventanilla del tren que me lleva a Hamburgo, los árboles morados y el crepúsculo, como una pintura incesante de Friedrich.

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En el aeropuerto, a la espera de embarcar para España, empiezo a escuchar retazos de diálogos en el idioma patrio:
-La carretera que va de León al pueblo la arregló Zapatero. ¡Para que luego digan que no ha hecho nada Zapatero!
El alemán, poco a poco, lo voy entendiendo; el español, en cambio, creo que lo comprendo menos.

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Al llegar a Pamplona, me recoge mi mujer en coche y, a la segunda rotonda, un espabilado nos adelanta por donde menos se le espera.
-¡Pero qué burro, qué bestia!, grito de golpe, pero mi mujer no dice ni mú.
Sólo dos días después, cuando vamos todos en coche, vuelvo a quejarme y toda la familia me replica unánime:
-¡Qué pesado estás con Alemania para arriba, Alemania para abajo! Si tanto te gusta, te vuelves ya.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Cómo caigo de pie una vez más

En cuanto llegué a Münster, me aconsejaron que me hiciese una tarjeta de descuento para viajes en tren. Viajar por tren en Alemania es una empresa cara, así que pensé que sería de provecho ir a la estación de ferrocarril para solicitar la ayuda.
El funcionario tenía un inglés casi tan inexistente como mi alemán. Me hizo firmar ("hier!") un papel con mis datos personales, mi dirección en Münster y otras zarandajas más. De pronto sacó una cámara de fotos y el destello me dio en la cara. A la salida fui repasando el resguardo que me entregó y llegué a descifrar poco a poco que la validez de ese papel era de dos meses hasta que me entregaran el carné definitivo. Entonces fue cuando me dí cuenta de que, con el desconcierto, me había equivocado al escribir el número de mi calle. Había puesto "Hüfferstrasse 8", donde debía haber escrito 68.
A veces cuando hacemos mal las cosas por inadvertencia, tendemos a empeorarlas si nos da vergüenza el arreglo. Pasaron los días y yo ya había renunciado a mi tarjeta, cohibido ante la dificultad de hacer comprender mi despiste ante la implacable burocracia germana, que amenaza con multas a quien se salta cualquier regla.
-No te preocupes, me dijo un amigo experimentado.- Seguro que se las arreglan para hacértela llegar.
Mi amigo tiene confianza ciega en la eficacia alemana; yo, que soy algo providencialista, lo fié todo a lo que viniera. Así las cosas, me tocó hacer algo más fácil y grato que sacar carnés en Alemania; a saber, explicar la obra de Borges ante un público de alumnos interesados. Ese día debíamos analizar el cuento "La lotería de Babilonia", que habla del papel que juega el azar en el universo o, como prefiero pensar, del misterio que se esconde en los acontecimientos de toda nuestra vida.
A la salida, una alumna se me acercó con un sobre y me preguntó, rubia y sonriente:
-Perdone, yo vivo en esta casa -Hüfferstrasse, 8- y he recibido esta carta a su nombre...

martes, 11 de mayo de 2010

Cumpleaños

Un clásico del blog: la celebración de aniversarios. El mío no será menos que el de otros. Hace un año andaba yo tonteando con la idea de hacer uno hasta que se me ocurrió preguntarle a AnaCó cómo era su experiencia con el blog. El tono de convicción con que dijo "Maravillosa" me terminó de convencer. Mi primera entrada es de ese mismo día: el 11 de mayo de 2009.
Al principio, por supuesto, hice trampas. Tenía -y sigo teniendo- un buen puñado de microrrelatos inéditos y los fui metiendo cuando me sentía perezoso (o sea, muchas veces). Luego fui encontrando el gusto a ir escribiendo en la cuerda floja y se me fue soltando la mano: la primera habilidad que aprendí y con la que sigo aprendiendo.
Y todavía conocí algo más: un número de comentaristas de lujo que le han dado vida al blog a lo largo de este tiempo: Álvaro, Mauricio, Juan Ignacio, Enrique, María, Gonzalo, Ana Có, Melusina, Aquilino, Juan Antonio, Ángel, alegre opinador, Fernando, ragtime, Víctor González, Antonio y tantos otros. Muchas gracias a todos.

lunes, 10 de mayo de 2010

Un libro leve

Uno, en principio, es partidario del humor en la poesía. Si un poema me hace sonreír supongo que ha conseguido hacerme ver el lado tantas veces risible de la vida. Empiezo así porque el otro día cayó en mis manos Un libro levemente odioso del salvadoreño Roque Dalton. Dalton es un poeta cómico de destino trágico: murió ejecutado por sus propios compañeros de guerrilla en 1975. Un año después apareció una novela memorialística suya de título estremecedor: Pobrecito poeta que era yo.

Pero, a lo que iba... con estos precedentes abro Un libro levemente odioso y me encuentro con estas líneas totalmente serias:"¿Para qué debe servir/ la poesía revolucionaria?/ ¿Para hacer poetas/ o para hacer la revolución?". Como el poeta no encuentra una respuesta clara, las páginas que siguen se dedican a arrear contra la poesía como ejercicio solemne, como acto literario puro. El gran tema de Dalton tiene que ver directamente con el acto mismo de poetizar, al que ridiculiza una y otra vez cuando se ríe de la solemnidad de la poesía hermética o de las intenciones metafísicas de otros. Nada inspira mejor su sarcasmo que la figura mitificada del poeta: “No hay que dejarse engañar por su laúd./ El tipo bebe y mea como un armario/ considerad como un áspid su tarjeta de visita/ no aceptéis sus flores/ seguro que las vomitó/ en cuanto toque el timbre/ enviad a sus habitaciones a las niñas/ a los adolescentes y a las cucharillas de plata”. Sin embargo, tanta antipoesía no deja de despedir un tufo literario. Dalton habla una y otra vez de su condición de poeta –a veces se ridiculiza a sí mismo sin piedad-, pero, en su propio ensañamiento, está ya delatando cuánto le importa su situación como escritor y cuánto debe a ciertas estéticas que entronizan la transgresión desde posiciones netamente elitistas. Así, el poema con que abre el libro:

Nuestra poesía es más puta que nuestra democracia

Con sus párpados puede corromper a la juventud...

A estas alturas estas comparaciones prostibularias infunden poco asombro sobre todo cuando se refieren a la propia poesía. Octavio Paz lo había hecho ya en “Las palabras” (dales la vuelta, cógelas del rabo/(chillen, putas), etc.) y también Óscar Hahn ha sentido la misma tentación (La puta madre de mi poesía/ la frígida, la virgen, la caliente, etc.). Qué cosas más raras se les ocurren a algunos poetas. Ciertamente, Dalton, frente a los otros dos autores citados, es mucho más radical en su desacralización del lenguaje hasta el punto de que afirma una y otra vez su desconfianza en la necesidad de que exista una poesía para el tiempo y la sociedad que le ha tocado vivir. Una y otra vez arremete contra su oficio, que es una erizante broma nada más/ emboscada flagrante/ puta poesía para simular. El problema de este planteamiento reside no tanto en criticar si el vaciado implacable al que somete Dalton a sus palabras es o no poético, sino en determinar si ha valido la pena el resultado final. Vayamos, por ejemplo, al texto titulado “Qué le dijo el movimiento comunista internacional a Gramsci”:

No tengo edad,

no tengo edaaaad

para amarte...

Y se acabó. Así, en frío, no parece muy genial; mejor dicho: suena a tremenda tontería. Para ser justos, el ingenio de Dalton sale mejor parado en otras ocasiones, aunque es una mueca sarcástica a la que se le notan ya las arrugas. A veces sus poemas se parecen a un chiste (malo) de Mafalda, por ese cruce de esnobismo y falsa ingenuidad, que tiene mucho de pose de gauche divine. Por el libro (no odioso, pero sí leve) desfilan Bach, el Llanero solitario, Freud, Perry Mason, Mao Tse Tung, Guillermo Tell, Richard Nixon, Debussy, la Dama de las camelias...

En fin. Habrá un tipo de lectores que seguirán creyendo que la comicidad y las inquietudes de Dalton son absolutamente decisivas (para qué sirve la poesía si no coopera con la revolución, etc. , etc.). Y habrá otros que pensarán que ya se le ha pasado de fecha. Me cuento entre los últimos.

viernes, 7 de mayo de 2010

Dos tropezones















Münster es una ciudad amabilísima de pasear en primavera. Los pájaros cantan, las nubes se levantan y, si yo no tuviera la costumbre de mirar hacia abajo cuando camino, no me hubiera tropezado con esta pequeña losa que me sirvió para practicar alemán en los días siguientes: "Aquí vivió Julitta Krause, nacida en 1931, deportada a Auschwitz en 1943, muerta el 22-3-1943". Tenía doce años, pues.
El mismo día proseguí mi apacible paseo hasta la catedral, majestuoso edificio románico con dos torres imponentes que no sirvieron de nada durante los bombardeos de la segunda guerra mundial. Por suerte, una cuidadosa restauración ha permitido, a pesar de los costurones, seguir admirándola a ratos. Justo antes de entrar en ella, me di un golpe con esta otra piedra colocada en el muro principal :



O sea: "Piedra de la catedral de Coventry, destruida el 14 de noviembre de 1940. Perdonaos los unos a los otros como Dios en Cristo os ha perdonado".

jueves, 6 de mayo de 2010

Tan lejos y tan cerca

Ayer, nada más volver de Alemania y pisar el glorioso suelo patrio, es decir, la T 4, hice dos llamadas: una a casa y otra, a un amigo. Siempre me gusta llamar a un amigo antes y después de viajar. En este caso le tocó a Manuel F. Nuestra amistad sobrevive al tiempo, porque nos conocemos desde hace treinta y tantos años, pero sobre todo al espacio, que siempre nos ha separado.
Para empezar, yo nací en Cádiz y él, en Jerez, y ya está casi todo dicho. Además, aunque estudiamos en el mismo colegio, lo hicimos en clases diferentes. Hay una edad en la que un pasillo entre dos aulas puede representar cien kilómetros de distancia. Algo semejante ocurrió en la universidad y, más aún, en nuestros destinos profesionales: él se fue a su existencia itinerante y yo me quedé en la mía, más bien sedentaria. Nuestras formas de conducirnos por el espacio también nos alejan. Él suele moverse a una velocidad atómica, aunque vaya a retocarse las gafas, y yo, cuando trabajo un rato, tiendo a quedarme con la mente en blanco, como las planchas después de funcionar más de diez minutos.
Y sin embargo, todavía recuerdo conversaciones únicas con Manuel atravesando las calles de Bremen, tomando un café apresurado en un Vips o paseando al borde de las murallas de Pamplona. Conversaciones en las que te das cuenta de que sólo vas a escuchar ciertas cosas una vez en tu vida.
Hace tres semanas le llamé, porque sabía que él había vivido en aquella ciudad a donde yo viajaba:
-Manolo, me voy a Münster.
-Ah, pues yo estoy en Cuba.
Por el bien de nuestras cuentas corrientes cortamos bien rapidito. Pero ayer volví a llamarle:
-¿Ahora dónde estás, en Cuba o en Sri Lanka?
-No, estoy esperando a embarcar en Barajas.
Estaba a cien metros de donde me encontraba. Fui hasta allá, hablamos un rato y nos dimos un abrazo de despedida. Sabíamos que la amistad vence al espacio.


lunes, 3 de mayo de 2010

La hechizada

Los hombres.
Llegaban a mi isla gruñendo como patanes y contándose chistes verdes hasta revolcarse de risa. Sucios, peludos, malolientes. Yo los espiaba oculta entre la maleza hasta que acababan de aprovisionarse - un par de ovejas, agua, fruta- y se volvían a sus naves y sus viajes. Sólo así volvía la paz a mi vida. En cierta ocasión uno de ellos me descubrió agazapada tras unos matorrales. Debió de creerme asustada y eso seguramente le excitó. Trató de ganarme, y yo, con una palabra mágica, le otorgué el mayor de los favores a los que podía aspirar un hombre como él: lo convertí en cerdo, o sea, le concedí su verdadera identidad.
Circe me llaman, le dije, y sin prestar oídos a sus gruñidos, salí de la espesura y, con otro abracadabra, encochiné al resto de sus compañeros.
Aunque improvisada, no fue mala idea. De pastorcita de ovejas pasé a cuidadora de cerdos. En las fiestas más señaladas sacrificaba al más gordo y de sus jamones me alimentaba durante semanas.
Pero mi historia, por desgracia, no acaba bien. Vivía yo tranquila en medio de la isla, con sus atardeceres, sus bosques de encinas y mi piara que se renovaba cada cierto tiempo, cuando apareció otro hombre. No tenía mal aspecto y sus modales eran otros. Cuando salí a su encuentro, enmudecí y él comenzó a hablar. Temblando que su magia era superior a la mía. Me reclamó y yo no me pude negar. En los días siguientes, se estableció en mi casa y sucedió algo extraño: su hechizo me permitía hablar. Él me hablaba y luego escuchaba. Nunca había imaginado algo parecido. Dejé de pensar en mis ovejas y en mis cerdos. Sólo pensaba en sus palabras como conjuros que me hacían sentir indefensa y feliz.
Pero un día me levanté furiosa, presa del miedo: ¿qué sería de todo mi mundo si él seguía aquí? ¿Y mi paz, mi soledad, mis atardeceres? ¿A dónde me iba a llevar tanta locura? Vete, vete cuanto antes de aquí, le dije. No recuerdo bien después lo que pasó. Me veo gritándole en la playa mientras él, con los ojos rencorosos, empujaba la barca hacia la orilla, acompañado, por cierto, de unos cuantos cerdos a los que, por complacerle yo había devuelto a su condición humana días antes.
No por qué sigo hechizada después de tantos años. A veces pierdo la mirada en la última línea del mar en busca de Ulises. Todavía me gustaría sentir sus palabras misteriosas dentro de , pero no puedo, porque escapé de él cuando me quedé aquí para siempre, sola en mi isla de silencio.