sábado, 29 de junio de 2013

La escritura generosa

Los escritores, y no digamos los poetas, tienen fama de soberbios. Sin negar que campea mucho ególatra en el mundo, me parece que en esta mala imagen han colaborado, (además de Neruda, Huidobro, Hugo, etc.), algunos prejuicios. Hacer uso de la imaginación y de la memoria personal no implica volverse la persona más vanidosa del mundo.
Bien mirado, quizá el afán por escribir no se explica por una sobreactuación del yo, sino por su virtud contraria, que es la generosidad."Lo que se guarda se pierde, lo que se da no se tiene", dice Muñoz Rojas refiriéndose a la escritura, aunque tal vez sirva esta frase para cualquier talento que posea uno en esta vida... Esa ocurrencia que llega mientras se espera el semáforo en rojo, o aquellas imágenes del sueño recién terminado a primera hora de la mañana, se pierden fácilmente si no se escriben. Si te las guardas, por pereza o por vanidad, se olvidan para siempre ¿Y para qué, mejor dicho, para quién guardarlas? se preguntará uno. Para el lector y nadie más. Por eso la escritura es generosa, y por eso cuesta tanto.

jueves, 20 de junio de 2013

Canadá: apuntes



Cuando llegué a la una de la madrugada a Victoria, el taxista me preguntó si yo venía al congreso de Humanidades. Qué taxistas más cultos tienen aquí, pensé. Luego me enteré de que a los canadienses se les ha ocurrido organizar todos los congresos universitarios del país sobre Filosofía, Historia, Literatura, etc. en una misma ciudad y en los mismos días del año. Es una manera, me explicaron, de dar visibilidad a las Humanidades y de que la gente en Canadá conozca la existencia de este tipo de investigación académica. Pude comprobarlo en las noticias de la prensa en aquellos días. De pronto el principal periódico del país titulaba: "Oh, the Humanities!", y los taxistas hindúes te preguntaban de qué habías venido a hablar. Por el campus de la universidad de Victoria no sólo te cruzabas con estudiantes y ciervos por los caminos, sino con académicos de todas partes del mundo. También había que tener cuidado de no meterse en el aperitivo de otro congreso: nos equivocamos de mesa y nos echaron unos húngaros de bastante mal café.

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La única excursión que hicimos a los alrededores nos mostró la grandeza de los bosques y montañas en la isla de Cuadra y Vancouver. Si me piden que elija un momento de mi viaje, me quedo con el que tuvimos al bajar a una playa.
Era la desembocadura de un río. Una pareja de adolescentes se encontraba practicando un rito ancestral. El había sentido la llamada de la piedra y se exhibía tirando guijarros al agua con entusiasmo. Ella se hacía la distraída mirando al cielo con la esperanza de que el macho pasara a la segunda parte del plan. Cuando nos vieron, salieron de estampida. Los dejamos irse y, mientras nos reíamos, fuimos dejando atrás un paisaje de inmensos árboles y retamas. Por fin nos quedamos frente a las aguas del estrecho de Juan de Fuca. Al fondo se veían las montañas. Aquello era tan grandioso que nuestro grupo se dispersó buscando la soledad. La charla de amigos se interrumpió de golpe. Todos queríamos estar solos en aquel pedazo íntimo del fin del mundo.



Alguien más debió de pensar lo mismo. Mientras paseaba entre las piedras de la orilla, eché la vista atrás, hacia el bosque. En medio de aquellos árboles, que eran como pilares de una catedral, divisamos una casa plantada entre las ramas. Debía de estar por lo menos a quince metros del suelo. Camuflada entre el ramaje, era imposible descubrirla si te acercabas al bosque. Sólo era posible divisarla desde la orilla. ¿Quién pudo hacer aquello? ¿Cómo llegó hasta arriba? ¿Quién viviría allá?

lunes, 17 de junio de 2013

Intemperie

Hoy he decidido resucitar mi blog de Lector consentido con una reseña de una lectura reciente. Demasiado angustiosa para leerla de un tirón, pero imposible dejarla. Intemperie de Jesús Carrasco me parece uno de los pocos libros imprescindibles que he leído de la narrativa española reciente.

viernes, 14 de junio de 2013

Fábulas de Salarrué

Un escritor secreto, pero extraordinario, es Salvador Salazar Arrué, más conocido como Salarrué. Quiso la suerte que naciera en un país pequeño dentro de Hispanoamérica. Si hubiera nacido en México o Argentina, quién sabe si lo estaríamos poniendo al lado de un Rulfo o de un Cortázar. Es mucha, y variadísima, la obra de Salarrué. Y una parte de ella anda esperando que la desempolven de alguna revista o periódico salvadoreño de la época. Mi amigo Carlos Cañas ha rescatado un puñado de fábulas. Si pensamos en la fecha de composición de lo que me ha mandado, 1927, nos daremos cuenta de la modernidad de Salarrué. Escojo, en fin, estas tres fábulas o micro-relatos:



LA SOMBRA DEL CIPRÉS 

-Vas a decirme -dijo el ciprés a su sombra-, ¿por qué huyes y tratas siempre de que el Sol no te vea?
Y contestó la sombra:
-Pero... ¿quién es el Sol?.. 


LOS DOS ESPEJOS

Dijo el espejo al espejo:
-No sé por qué nuestra señora nos mira tanto; hay días en que permanece horas en la contemplación de alguno de nosotros; ¿somos tan bellos?
Y descendió de su atril para mirar de frente a su compañero. Luego añadió:
-¿Es en verdad que soy bello?
-Eres simple y sórdido y no tienes color alguno que te agracie- dijo aquel al contemplarse en su colega.
-Así eres tú- repuso con sinceridad el primero, y volvió a su atril.


CINEGÉTICA

Oculto entre las nieblas de la noche, el Sol disparó su dardo de oro, y vimos cómo el Mar rodaba revolcándose en la arena.




jueves, 13 de junio de 2013

Último viaje

El último viaje del curso fue al extremo occidente: anduve de conferencias por Victoria, una bonita ciudad canadiense que está un saltito más allá de Vancouver. En Barajas pensé hacer un regalo a mis amigos de Canadá y me metí en un delikatessen de productos del país.
-¡Ay, qué bien, es usted español!, exclamó aliviada la chica de la tienda.
Me salió una respuesta ridícula:
-Eso no se elige, es un destino.
-Sí, claro -la chica me perdonó la literatura-, pero no sabe usted lo que es estar hablando inglés desde las nueve de la mañana.
-¿No le entran pasajeros españoles a comprar?
-Nadie, nadie, es tremendo.
Por un momento hice un alto para escuchar alrededor. Sólo un susurro de abejas que sonaba o, lo que es lo mismo,  la gente no gritaba al hablar. Con la crisis la T4 se ha convertido en un aeropuerto íntimo, incluso agradable: el personal de Iberia, como la chica de la tienda, se ha vuelto amabilísimo. Te cuentan su vida y se desviven por contarte entre sus clientes. Será el aprecio por el trabajo que les queda, me digo, pero no sabría decir si mi explicación es cínica o comprensiva. En cualquier caso, es triste.
Por fin llamaron a embarcar. El vuelo fue en la compañía de moda, British Airways. Tras una escala en Londres, el avión enrumbó hacia el norte. Mientras nos arrojaban una muestra representativa de la prestigiosa cocina inglesa, cruzamos Islandia entre nubes. Siempre tuve un deseo infantil de ver esa isla fría y exótica, pero esta vez no pudo ser.
A cambio, el sol que no brillaba en España salió a la altura de Groenlandia. Normalmente nos emocionan las cosas que tienen que ver con nosotros mismos, con un destello de la realidad que resuena en nuestro interior. Groenlandia impresiona por lo contrario: es lo menos humano que haya visto nunca. Es la absoluta nada. Por eso sobrecoge y fascina.





La mirada se pierde en ese infierno de hielo interminable durante horas.




Después, poco a poco, la ventanilla volvió a nublarse y, pasado el rato, como en un pase de magia, aparecieron las montañas rocosas del Canadá, uno de los paisajes más hermosos de la Tierra. El avión terminó arrojándose hacia la bahía de Vancouver y pisé América del Norte por primera vez.

miércoles, 12 de junio de 2013

Birretes

Junio, en la universidad, es tiempo de birretes. Cada año imponen a los nuevos doctores esos gorritos en un acto académico de gran pompa y circunstancia. Tengo delante un marco de plata con dos fotografías de hace mucho tiempo. Se hicieron en el aula magna con un intervalo de dos años entre una y otra. En la imagen de encima estoy muy serio inclinando todo el cuerpo, mientras el Rector de aquella, como diría mi suegra, me ajusta el birrete con cuidado profesional. Ese doctorando que era yo ha calculado bien lo que le espera. Su gesto es como fue su tesis doctoral: perfecto y anodino.
En la foto de abajo está mi mujer, en la misma situación que yo, pero dos años después. Se le está cayendo el gorro de la cabeza y sube una mano para evitar el accidente en medio del aula magna. Le brillan los ojos y tiene una sonrisa preciosa. Seguramente el birrete le trastabillea porque Alejandro Llano, el nuevo Rector, la felicita sacudiéndole la mano con sus dos manos. También él sonríe: se le nota que está contentísimo porque aprieta mucho la boca. Al fondo un borroso Leonardo Polo, otro maestro suyo, aplaude con manos de cíclope.
Ahora me parece que estamos M. y yo como un símbolo de otras cosas a lo largo de nuestra vida. No hay un detalle incómodo en mi foto: todo encaja demasiado bien.  En cambio, en la imagen de ella todo está menos premeditado y a punto de descacharrarse. Pero el corazón del espectador se va detrás de la protagonista.