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martes, 18 de septiembre de 2012

Viaje a Perú

Hacía catorce años que no estaba en Perú. El país, en general, ha cambiado para muy bien. De aquel primer viaje tengo recuerdos en donde se confunden muchas cosas agradables con otras que no lo eran tanto; los atascos mastodónticos en Lima, las ruinas tras el huracán del Niño en Piura, y, sobre todo, la miseria que llegaba hasta la misma entrada del aeropuerto. 
Y ya que hablo del aeropuerto viejo (nada que ver con el actual), me acuerdo bien de mi primera llegada: aquellos pasillos con sueño y, al fondo, el control con los policías cabreados por estar trabajando a las tres de la madrugada. Tenía yo delante un buen número de gringos a los que estaban obligando a abrir las maletas y sacando hasta el último calzoncillo. Comprobé, desde lejos, que entre los inquisidores había hombres y mujeres. Ellas suelen ser más responsables y, por tanto, más temibles, así que imploré a todos los santos que no fuera una señora la que me pidiese abrir la maleta. Me tocó la que tenía cara de sargento de la Guardia Civil.
Implacable, me señaló la maleta, llena de todo. Suspiré resignado y la cremallera empezó a abrirse hasta que saltó el libro que había estado leyendo en el viaje. La señorita miró ceñuda hacia abajo y, de pronto, su cara se transformó. En la portada se leía "Los hijos del Cid. Andrés Trapiello":
-¡Literatuuuura!
Así, con mucho acento en la "u" y con una sonrisa enorme, triunfal.A mí me dio entonces una vergüenza absurda ante las preguntas de la sargento transformada en inocente alumna de secundaria:
-¿Es usted profesor de literatura? ¿Viene usted a dar conferencias? ¿ A alguna universidad de nuestro país?
Yo respondía en voz baja que sí a todo, porque la experiencia me ha enseñado que con la policía conviene ser muy educado. Lo que no me habían enseñado es que los policías admirasen a los profesores de literatura, esos pobres diablos. Y ella prosiguió, cada vez más simpática:
-Pero qué suerte, qué suerte! (tono exultante) ¡Qué profesión tan maravillosa!...  yo hubiera querido estudiar eso y escribir, pero (vergonzosa), al final, no pudo ser... Qué bien hace usted... pero, por favor, pase, pase, pase...
Cerré la maleta a toda velocidad y salí casi corriendo del control de la aduana. Ese día la vida me gustaba mucho más. 

martes, 19 de abril de 2011

Poemas marianos

En estos días vengo releyendo a ciertos poetas españoles de los ochenta y de pronto caigo en la cuenta de que algunos de los más destacados han merodeado en torno a un tema tan piadoso como el de la Virgen María. Y me resulta llamativo porque no creo que se hayan escrito demasiadas composiciones memorables sobre este asunto en la literatura castellana. La mayor parte de la poesía mariana tradicional es demasiado retórica para el gusto de hoy, con mucha trompetería, celajes falsos y querubines de pastel.
En cuanto a los poetas contemporáneos, no me referiré a Miguel d'Ors, quien sí ha trabajado el tema, como cabría esperar. Hablo, en cambio, de Luis Alberto de Cuenca, que dedica varios poemas a María, como este casi litúrgico "Himno a la Virgen del Carmen":


Madre y hermana nuestra, reina de los espacios
infinitos, asombro del Carmelo, doncella
luminosa, permite que este canto celebre,
lleno de amor, la luz con que enciendes el mundo...


Julio Martínez Mesanza parece muy consciente de que su fe es minoritaria y, en versos de semejante sabor latinizante a los de Cuenca, reclama la asistencia de María frente a las amenazas de su propio orgullo y de un mundo ateo, como reza el rotundo final de este poema, "Santa Dei genitrix":

Virgen llena de gracia, impera siempre.
Dulce abogada, quita de mis ojos
el velo del orgullo y de mis labios
las palabras que para nada sirven.
no puedo enumerar lo que desprecio
y aún me son gratas demasiadas cosas.
Pero diré que hay una infame estirpe
que deja sin valor nuestro lenguaje:
Su libertad es libertad de usura,
su paz es el escudo del injusto
y su progreso es un deporte ateo.

Otro poema interesante es “Virgen del Camino”, de Andrés Trapiello, sobre todo por el hecho de presentar de forma más conflictiva la relación con la intercesión mariana. Al principio se muestra un escenario invernal y desapacible, correlato objetivo del yo poético. Los techos de la casa son altos, las ventanas cierran mal y la ventisca se cuela inclemente hasta la cama donde intenta descansar el poeta. En medio del desamparo de la noche, éste trata de esbozar unas oraciones a la Virgen, a pesar de que reconoce no creer en esas palabras gastadas, impropias –se dice a sí mismo- de un adulto (“Eres un hombre ya, no crees hace mucho / que el destino obedezca a unas leyes/ divinas”). Sin embargo, poco a poco, las oraciones le transportan a una infancia rural, a la educación católica recibida entre frailes que recomendaban la devoción a la Virgen del Camino: “La Virgen del Camino/ guiará vuestros pasos donde quiera que estéis:/ No dejéis de rezarle y el camino /no será tan difícil. Será para vosotros/linterna en alta mar o un noche de luna”. El consuelo recibido en aquella oración de infancia vuelve a su edad adulta. Y el poeta termina recitando aquellas palabras

como si fueran
el óbolo que habrá de franquearme 
los portales del manto hospitalario
que  unos llamaron Tiempo
y otros llamaron Nada


Es notable que uno de los poemas marianos más bellos que conozco lo haya escrito un agnóstico. Por cierto, estos versos los recitó Trapiello con emocionada voz en el Aula Magna de la Universidad de Navarra. Sabía bien donde se encontraba y lo ovacionaron al terminar. Curiosamente esta anécdota no la cuenta en su diario, tal vez porque uno no puede consignarlo todo, ni siquiera lo que pasa de verdad. 
En cualquier caso, estas pequeñas coincidencias me hacen pensar, al margen de la sinceridad o fingimiento de cada uno, en el hecho de que, para la época en que se están escribiendo estos poemas, la cultura oficial en España ha dejado de ser católica para ir encaminándose con paso seguro hacia el laicismo anticlerical. ¿No será por un deseo de resistencia independiente lo que encamina a estos poetas a elegir un tema tan, pero tan tradicional? Quién sabe. La poesía, por no estar tan sujeta a las leyes del mercado ni de la ideología dominante, es el reino de la libertad.