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domingo, 3 de abril de 2011

Lo que piensan los ingleses de los españoles



Es entretenido leer las sagas de aventuras náuticas en tiempos de Nelson. En la primera novela de la serie de Patrick O, Brian (sobre la que se inspira la película Master and Commander), una corbeta inglesa sorprende a un barco español muy superior y lo captura. Poco antes de la batalla el capitán Jack Aubrey pronuncia las siguientes palabras:

-Lo bueno de luchar contra los españoles, señor Ellis, dijo Jack con una sonrisa que iluminó su grave rostro y sus ojos grandes y redondos, no es que son cobardes, puesto que no lo son, sino el hecho de que nunca, nunca, están preparados. (Patrick O, Brian, Capitán de mar y guerra, Barcelona, Edhasa, 2004, p. 361).

En otra serie clásica, la escrita por C.S. Forester, los ingleses vuelven a dar estopa a los españoles, esta vez en la isla de Santo Domingo. Un día antes de la batalla, el protagonista, el teniente Hornblower, habla con sus superiores y aconseja atacar cuanto antes:

Creo que esta noche sería el mejor momento, señor. Los españoles nos han visto salir con el rabo entre las piernas, es decir, creen que hemos salido así. (...) Seguramente están orgullosos de sí mismos. Ya sabe usted cómo son, señor. Lo último que esperan es un ataque por otro flanco, por tierra y al alba. (C.S. Forester, El teniente de navío Hornblower, Barcelona, Edhasa, 2006, p. 143).

Vale: estas novelas, méritos literarios aparte (que los tienen), son muy chauvinistas. Pero, ¿no hay algo de verdad en lo que dicen estos piratas vestidos con casaca? ¿No será que perdimos las batallas militares del pasado por imprevisores y soberbios... y que ahora nos sucede los mismo con las batallas económicas?

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Nacionalismos

Esta cita de Canetti:

Hay que tomarse el trabajo de definir lo específicamente propio en el caso de cada nación. Hay que mantenerse al margen, sin someterse a ninguna, pero interesándose sincera y profundamente por todas. Hay que dejar que cada una de ellas florezca espiritualmente en uno mismo, como si de verdad estuviéramos condenados a pertenecerle durante buena parte de nuestra vida. Pero no hay que pertenecer a ninguna hasta el punto de quedar sometido a ella a costa de todas las restantes.

Son las palabras de un judío errante, con muchas patrias dentro de sí: el sefardí, el búlgaro, el alemán, el austriaco, el inglés... y el israelita, por supuesto. Todo eso era Elias Canetti (su apellido venía del español Cañete). No es el caso de la mayoría de nosotros, pero no estaría mal como antídoto por si de vez en cuando nos asalta la tentación nacionalista.

martes, 8 de septiembre de 2009

Superioridad de los idiomas

"El idioma gallego hace más fácil lo difícil", me decía este verano un intelectual galleguista. Y el hombre continuaba:
-¿Por qué decir "siempre" si se puede decir "sempre"? ¿O "cuatro" si aquí tenemos "catro"? El gallego es más directo y respetó más lo que viene del latín. El castellano, lo malo que tiene es que ha cambiado mucho todo, y eso por no hablar del francés o del italiano.
Tengo un carácter más bien secundario y me llevó tiempo reaccionar a la boutade. Creo que entonces le dije que por esa regla de tres lo mejor sería que todos siguiésemos hablando en latín, la lengua sencilla de Horacio. Ahora, pasado un tiempo, sé que podía haberle contestado con sus mismos argumentos: ¿por qué en gallego se dice "mais" y no "más", o "ámbolos" en lugar de "ambos"?. Pero da igual lo que yo piense: las lenguas -el gallego, el castellano, todas- no son mejores ni peores; son sus hablantes quienes las ennoblecen o las estupidizan con sus palabras.

sábado, 29 de agosto de 2009

El carácter español

A lo mejor alguien pensó ayer que España me parecía el mejor país del mundo. No es así, por cierto. El peruano Ribeyro, a quien cité también ayer, vivió en nuestro país un tiempo y dejó en su diario constancia de ciertos aspectos del carácter español, que, como todo, tiene su lado bueno y su lado malo. Él, aquí, fue más bien crítico: Analizar el carácter español desde esta perspectiva: ausencia del necesario componente de duda. Pueblo de creyentes o de ateos. Es imposible hacerlos cambiar una opinión errada mediante un razonamiento. La verdad para ellos no viene desde fuera sino desde dentro: por un fenómeno de iluminación anterior.
Esto está escrito hace cincuenta años, en pleno franquismo. Tengo mis dudas acerca de si hemos cambiado tanto (aunque si tengo dudas, ya no soy español, según Ribeyro...).

viernes, 28 de agosto de 2009

El mejor país del mundo

¿A dónde te irías a vivir si tuvieras mucho, pero muchísimo dinero? En esto andábamos hablando con Pilar y Juan, y ellos propusieron Londres para todo el año y una isla griega para las vacaciones. Supongo que estarán muy bien las dos propuestas, porque nuestros amigos saben de lo que hablan, pero no conozco Londres y la isla debería tener un buen servicio de bomberos, por si los fueguitos veraniegos. Para poder opinar tendría que haber viajado más. Si lo considero fríamente, tal vez elegiría Bruselas, una ciudad cómoda y aburrida. Tiene un clima espantoso, pero a cambio es tranquila y posee un excelente nivel de vida y una buena oferta cultural. Si pongo el corazón, me quedaría con cualquier rincón de Italia -el país más bello-, Argentina -el que más satisfacciones me ha dado-, o Portugal -donde la gente es más educada. Está claro, sin embargo, que estos países son, por su forma de ser, de lo más cercano a España, así que parece que no tengo demasiadas ganas en cambiar de lugar.
Cuando uno es joven, cree que si cambia de aires, su suerte se transformará. En el fondo piensa con firmeza e ingenuidad que sus problemas se deben al decorado y curiosamente no cae en la cuenta de que a lo mejor todos sus males están dentro y no fuera de uno. Ahora que releo el diario de Julio Ramón Ribeyro noto con cierta ternura cómo sale del Perú hacia Europa esperando que sus frustraciones desaparezcan al llegar al anhelado París. Nada de eso, por supuesto. Entre los veinte y los treinta y tantos años va dando tumbos por Francia, España, Alemania o Bélgica hasta que sienta la cabeza en París... y no por eso deja de quejarse. Quizá suceda que los seres humanos tendemos a mirar toda nuestra vida en horizontal, creyendo que un movimiento a lo largo de este eje transformará nuestra posición. Pero la ciencia nos enseña que hay otro eje de coordenadas, el vertical, y por mucho que nos movamos a ras de suelo, no nos habremos movido de forma absoluta. Leopoldo Marechal lo vio muy bien cuando, en una carta a un amigo desde Europa, le escribió: "Con el paso del tiempo, amigo Horacio, he descubierto que de París al cielo hay la misma distancia de que de Buenos Aires al cielo".

viernes, 5 de junio de 2009

Sentir los colores

El otro día mi hijo de diez años volvió a casa con una camiseta nueva. Se la habían regalado, a él y a todos sus compañeros, por ser el último día de clases de tenis. Estaba radiante el chaval con su camiseta color verde hierba.
-Un poco vasca la camiseta, ¿no?, comentó uno de los mayores.
Era verdad. Mis hijos se han dado cuenta de que, cada vez que juegan al fútbol contra alguna ikastola de por aquí, sus rivales lucen el color verde, a veces acompañado del rojo. Como vivimos en Navarra, que no pertenece a la Comunidad autónoma vasca, la gente está acostumbrada, desde la infancia, a identificar ciertos códigos invisibles para la gente de fuera. El verde recuerda a la ikurriña y, quizás, a los prados de la amatxo euskaldún, las ovejicas que pastan en el campo y adornan ciertos coches del lugar. A lo mejor el regalito no era tan ingenuo, sobre todo porque el ayuntamiento que financia las clases de mi hijo está gobernado por una agrupación supuestamente independiente. Esto en Navarra también necesita descodificarse: son nacionalistas vascos mal disfrazados.
Para ser justos, nunca los colores son neutrales. Sirven para unir o desunir, para que la gente se adhiera en torno a una determinada tonalidad, o le parezca abominable. No estoy hablando de fútbol sino de nacionalismo, aunque las dos actividades a veces se confundan. Para seguir con las camisetas, basta recordar las negras que portaban los seguidores de Mussolini. A Hitler también le pirraban los colorines, sobre todo el amarillo para el pelo y el azul para los ojos. Walter Benjamin escribió que el fascismo era sobre todo una cuestión de estética. Lo diría tal vez no sólo por ser judío, sino también porque se sabía feo y bajito.
Sin recurrir a ejemplos siniestros como los anteriores, uno viaja por ahí y se da cuenta de que hay colores para cada lugar. En Holanda todo es naranja, por ejemplo, y no pasa nada. Al cruzar el Atlántico, en Argentina, siempre me ha llamado la atención que el celeste se encuentre por todos lados, desde la banda que circunda un plato de sopa hasta el color de una cajita de fósforos. No sé si los argentinos son conscientes. Quizá es todo tan cotidiano que sólo es visible para alguien que viene de fuera. Ahora bien, si emprendemos el viaje de regreso a España, no estoy seguro de si vamos a encontrar tanto el colorín colorado y el gualda (mira que es rebuscado el adjetivo) en la vida cotidiana. Si acaso, está (cómo no) en la camiseta del equipo nacional de fútbol. A la selección los periodistas le llaman ahora "la roja", pero, como es una moda de los últimos años y éstos coinciden con el gobierno de Zapatero, actual ministro de deportes, no sé muy bien qué pensar.

sábado, 30 de mayo de 2009

Lecciones de historia de España

Leído en El 19 de marzo y el 2 de mayo (tercer Episodio nacional de Pérez Galdós):
Al protagonista, Gabriel Araceli, lo han enchufado en un puesto funcionarial de intérprete de lenguas. El único idioma que se supone que conoce es el latín, utilísimo para las relaciones internacionales, como se sabe. Lo malo es que no tiene ni idea de latín ni de nada. Para colmo, coincide la situación con el motín de Aranjuez. Godoy, el todopoderoso y corrupto Príncipe de la Paz, que es quien le ha colocado, acaba de caer de su pedestal. Entonces, el licenciado Lobo, enemigo personal de Araceli, aprovecha para sacar tajada del asunto y suelta a continuación estas lindezas:
Este joven parece que sabe latín y compuso un poema en versos latinos; y algunos de los alcahuetones que lo leyeron fueron con el cuento al Príncipe, diciéndole que mi niño era un portento de sabiduría. ¡Mentiras y más mentiras! Ya se ve: cuando en la secretaría de Estado recibieron el volante se escandalizaron, porque ya había caído el Príncipe de la Paz, y aquellos eminentes repúblicos, después de poner en la calle a Moratín, esperaron a que se presentara este prodigio, si no, para colocarle, para verle al menos. Pero yo ando tras el objeto de que coloquen allí a un primo mío que sabe tres lenguas: el valenciano, el gallego y el castellano.