Como todas las mañanas de domingo de los últimos treinta y siete años, don Epilobio Calvo se despierta para hacer un zumo de naranja a su señora. Le gusta madrugar y desayunar tranquilito en la cocina. Mientras exprime las frutas, descubre a Victoria Beckham que lo está mirando con ojos de pantera. A don Epilobio casi le da un soponcio pero es cierto: allí está, la mismísima Victoria, en medio de la cocina, en apretadísimo traje de baño y con un látigo en la mano. Antes de que los dos digan nada, la tía hace chasquear el látigo contra el piso.
-Pero oiga, oiga, ¿qué hace usted?, salga de aquí o llamo a la policía, dice don Epilobio que no sabe inglés.
Ni caso. La intrusa no le entiende porque, abriendo mucho sus ojos de felina, vuelve a dar otro latigazo y se le acerca muy despacio. Epilobio se va arrimando a la pared y, sin darle la espalda, sale pitando hacia la puerta. A Victoria de pronto no le importa, porque se empieza a beber el zumo.
Hecho una pena de los nervios, Epi llama de inmediato al 092.
-¡Policía! Hay una chica en mi casa que me está amenazando con un látigo!
-¿Cómo dice que se llama?
-Epilobio Calvo, para servirle.
-No, la chica.
-¡Yo qué sé! ¿Y qué importa! Vengan rápido, parece peligrosa. Es una loca, seguro.
-Tranquilo. Está usted soñando. Lo mejor que puede hacer es volverse a la cama y dejar de soñar. Ella no está.
-¿Qué dice? No estoy loco, le digo...
-Ella no está ya. Hágame caso: somos la policía y lo sabemos todo.
Epi cuelga el teléfono. ¿Y si es verdad? ¿Y si estuviera soñando? ¿Pero qué intenciones tendría la chica? Se asoma a la cocina y ya no está. Ni rastro. Ha sido un sueño, seguro. Vuelve al dormitorio y se mete en la cama. Estoy soñando, se dice. A su lado está durmiendo su señora. ¿Y la policia también sería parte del sueño? Da igual. Está soñando. Poco a poco se duerme.
Aguanta una hora en la cama hasta que se reanima. Ya no se acuerda de nada. Como todas las mañanas de domingo de los últimos treinta y siete años, don Epilobio Calvo se despierta para hacer un zumo de naranja a su señora. Le gusta madrugar...
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jueves, 6 de febrero de 2014
martes, 19 de noviembre de 2013
El taxista
El taxista de Madrid con licencia número 31247363GH abrió su tableta y leyó:
-¿Quieres saber el día de tu muerte?
Aprovechando el ratito de descanso, le dio a "Aceptar":
- Morirás hoy a las 9.30 horas de la mañana.
-Pues sí que estamos buenos, se dijo Domingo Domínguez, que así se llamaba el taxista. Y se bajó una aplicación del juego "Grand Theft Auto".
Estaba rematando virtualmente a un traficante de drogas cuando le distrajo un golpe en la ventanilla trasera.
-¿Me lleva a Nuevos Ministerios?, le preguntó la voz del cliente.
Domingo echó a rodar en Atocha, atravesó Recoletos, saludó al dios Neptuno y se embaló ya cerca de Colón. Como el otro estaba encerrado en un silencio fúnebre, volvió a pensar en la misión interrumpida en el juego. Tenía que acabar de romperle la cabeza al traficante, recoger la mercancía en el almacén y esperar a su contacto en...Pero, de pronto, el cliente dijo como un heraldo de la muerte:
-Está usted llegando tarde. Acelere, acelere, hombre, que así no llegará a tiempo.
-Qué prisas tiene usted.
-Eso es cosa suya, que es el profesional.
Vaya tío tan desagradable, pensó Domingo, pero le metió más caña al coche. Empezó a lloviznar. A la altura de Gregorio Marañón la camioneta le entró por la izquierda como una puñalada. El taxista sólo alcanzó a decir "Joder" y frenó con desesperación. Luego vino el silencio.
Domingo abrió los ojos y trató de ubicar al pasajero, que se había hecho humo. Se palpó la frente y comenzaron a sonar las bocinas a su alrededor. Eran las 9,31 de la mañana.
-¿Quieres saber el día de tu muerte?
Aprovechando el ratito de descanso, le dio a "Aceptar":
- Morirás hoy a las 9.30 horas de la mañana.
-Pues sí que estamos buenos, se dijo Domingo Domínguez, que así se llamaba el taxista. Y se bajó una aplicación del juego "Grand Theft Auto".
Estaba rematando virtualmente a un traficante de drogas cuando le distrajo un golpe en la ventanilla trasera.
-¿Me lleva a Nuevos Ministerios?, le preguntó la voz del cliente.
Domingo echó a rodar en Atocha, atravesó Recoletos, saludó al dios Neptuno y se embaló ya cerca de Colón. Como el otro estaba encerrado en un silencio fúnebre, volvió a pensar en la misión interrumpida en el juego. Tenía que acabar de romperle la cabeza al traficante, recoger la mercancía en el almacén y esperar a su contacto en...Pero, de pronto, el cliente dijo como un heraldo de la muerte:
-Está usted llegando tarde. Acelere, acelere, hombre, que así no llegará a tiempo.
-Qué prisas tiene usted.
-Eso es cosa suya, que es el profesional.
Vaya tío tan desagradable, pensó Domingo, pero le metió más caña al coche. Empezó a lloviznar. A la altura de Gregorio Marañón la camioneta le entró por la izquierda como una puñalada. El taxista sólo alcanzó a decir "Joder" y frenó con desesperación. Luego vino el silencio.
Domingo abrió los ojos y trató de ubicar al pasajero, que se había hecho humo. Se palpó la frente y comenzaron a sonar las bocinas a su alrededor. Eran las 9,31 de la mañana.
jueves, 7 de noviembre de 2013
La falsa leyenda de San Virila
Según la piadosa leyenda de San Virila, el monje sube desde el monasterio de Leyre (Navarra) hasta una escarpada fuente, escondida entre los tilos y serbales de la sierra. Tras la caminata agotadora se sienta a escuchar bajo los árboles el dulce trinar de un pajarito. Extasiado por la belleza del momento, Virila ingresa en un trance tan profundo que acaba por quedarse dormido. Son cosas que pasan. Después el monje desciende hasta el monasterio, pero lo encuentra cambiado. Ya no están las mismas piedras: el estilo tosco del románico primitivo ha cambiado a un gótico irreconocible. Llama a la puerta. Le abre un desconocido. Pronto acude toda una comitiva de frailes que rodean a Virila sin que éste entienda nada. ¿Dónde están sus antiguos compañeros, Sisebuto, Gundemaro, Ramiro? Entonces, uno de los religiosos, el que se dice abad, le pregunta por su nombre. Después se va corriendo a los archivos del monasterio y vuelve con unos librotes bajo el brazo. Según consta en los papelajos, Virila habría sido un fraile que vivió en el monasterio... trescientos años atrás. Esto había sido el tiempo prodigioso en que el santo se quedó en éxtasis mientras elevaba su alma a Dios a través del pajarito.
Sin embargo, esta leyenda es un cuento. Aparte de que se registran milagros parecidos por toda la Europa medieval, hoy en día no se sostiene un milagro así. No hay quien se lo crea. Mucho más interesante es imaginar otra opción. Supongamos que Virila se quedó dormido durante trescientos años, que bajó a su monasterio y que no le llamaron la atención ni las piedras, porque no habían cambiado, ni los habitantes del monasterio, que seguían siendo los mismos. Fray Sisebuto, su mejor amigo, le estaba esperando inquieto porque Virila llevaba demasiado tiempo fuera y era peligroso en aquellos siglos pasar la noche a la intemperie. Fray Gundemaro tocó la campana para cenar y Fray Ramiro bendijo los alimentos. Todos comieron sopas de pan con tocino y se fueron a la cama después de haber rezado las Completas. Virila se durmió entre los ronquidos de la comunidad, bajo el techo del monasterio y las estrellas, que son portavoces del cielo.
Pues sí: habían pasado trescientos años, pero nadie se había dado cuenta. Nadie cambió. Ni Virila ni el resto de sus compañeros. El prodigio se hizo en medio de ellos sin que ninguno se diera cuenta. Así son los verdaderos milagros.
viernes, 4 de octubre de 2013
Noticias del Reino de los Efímeros
...Nación sin disputa la más extraña de que yo tenga noticia, los Efímeros que viven en los arenales infinitos de Galang, construyen ciudades en pocas semanas y las llenan de bazares tan numerosos que no se halla otra cosa dentro de sus murallas. De las tribus nómadas del norte, el oeste, el este y el sur concurren como hormigas los hombres y las mujeres a las callejuelas de la nueva ciudad. El viajero efímero viene a caminar entre las tiendas y a comprar toda clase de mercaderías: amuletos de agua helada, idolillos de sal endurecida, mantas cosidas con finísima arena... Como es natural, estos tesoros, nada más comprarlos, se disuelven, se esfuman, se espolvorean, por lo que el entretenimiento principal está en desprenderse de ellos e ingresar en otra tienda para seguir comprando.
A las pocas semanas, la riada de personas y camellos empieza a descender de número. Los clientes se aburren, los bazares se vacían y de la ciudad sólo quedan ruinas abandonadas al infatigable sol. Compradores y vendedores emigran en busca de nuevos mercados.
Al borde de las ciudades y los campamentos, suele discurrir un piadoso río. Dicen los sabios efímeros (algunos hay) que la mejor imagen del mundo está en esos ríos y que todo ser humano debiera bañarse al menos dos veces en la vida en uno de ellos. Pero aquellas gentes tienen siempre tanta prisa en comprar novedades que sólo tienen ojos para pisotear el arroyo con las patas de su camellos.
Viven entre espejismos. Les fascina el reverbero del sol en una fuente y dicen que ese es su dios, uno y múltiple, pues dura un instante. Los hombres se intercambian sus mujeres, y viceversa. Se ha dado el caso de que este comercio no sea sólo carnal: algunos príncipes efímeros afirman estar viviendo con varias mujeres fantasmas a la vez.
Carecen de gobiernos constituidos, iglesias, familia o cualquier otra sociedad que suene a perdurable. En esto se asemejan a los lagartos fugaces que habitan junto a ellos los incontables desiertos de Galang.
Cuando llega el momento de la muerte, la tribu abandona al futuro cadáver en la duna más próxima. Ha de morirse en soledad para evitar la tristeza de los demás. Esto se tiene por un acto de generosidad. Según las creencias efímeras, los cuerpos ya muertos se elevan por los aires y se alejan del mundo tan leves como leve ha sido su vida entera.
(Herodoto: Historias, Libro XII)
A las pocas semanas, la riada de personas y camellos empieza a descender de número. Los clientes se aburren, los bazares se vacían y de la ciudad sólo quedan ruinas abandonadas al infatigable sol. Compradores y vendedores emigran en busca de nuevos mercados.
Al borde de las ciudades y los campamentos, suele discurrir un piadoso río. Dicen los sabios efímeros (algunos hay) que la mejor imagen del mundo está en esos ríos y que todo ser humano debiera bañarse al menos dos veces en la vida en uno de ellos. Pero aquellas gentes tienen siempre tanta prisa en comprar novedades que sólo tienen ojos para pisotear el arroyo con las patas de su camellos.
Viven entre espejismos. Les fascina el reverbero del sol en una fuente y dicen que ese es su dios, uno y múltiple, pues dura un instante. Los hombres se intercambian sus mujeres, y viceversa. Se ha dado el caso de que este comercio no sea sólo carnal: algunos príncipes efímeros afirman estar viviendo con varias mujeres fantasmas a la vez.
Carecen de gobiernos constituidos, iglesias, familia o cualquier otra sociedad que suene a perdurable. En esto se asemejan a los lagartos fugaces que habitan junto a ellos los incontables desiertos de Galang.
Cuando llega el momento de la muerte, la tribu abandona al futuro cadáver en la duna más próxima. Ha de morirse en soledad para evitar la tristeza de los demás. Esto se tiene por un acto de generosidad. Según las creencias efímeras, los cuerpos ya muertos se elevan por los aires y se alejan del mundo tan leves como leve ha sido su vida entera.
(Herodoto: Historias, Libro XII)
domingo, 8 de septiembre de 2013
Foto de familia
Desde atrás me llamaron mi madre y mis hermanas.
-Claudia, ven, que nos vamos a hacer una foto todas juntas.
Me volví y allí estaban, haciéndome señas delante de los árboles. Se las distinguía muy bien a pesar de la distancia y de que la tarde estaba cayendo.
-Ahora no, por favor, dejadme un rato más.
Pero ellas siguieron llamándome. En la fiesta cada vez quedaba menos gente y alrededor los camareros estaban recogiendo sombrillas y retirando los cubiertos. Me dí cuenta de que mis amigos ya no estaban. Pronto hasta mis últimos seres queridos me iban a dejar sola. No todo el mundo llega a los 98 años.
-Claudia, Claudia, ya es suficiente. Vamos a la foto.
A mí las fotos como que me traen recuerdos de muertos. ¿Para qué hacérsela entonces? ¿Y con mi madre y mis hermanas? Qué pesadas.
-Venga, hija, que sólo faltas tú.
Me sentía cada vez más cansada y sola. Y la fiesta algún día se iba a terminar del todo.Y la voz de mi familia que me llamaba para reunirme con ellas. Allí, al otro lado del río. Así que, por fin, dije:
-Voy.
-Claudia, ven, que nos vamos a hacer una foto todas juntas.
Me volví y allí estaban, haciéndome señas delante de los árboles. Se las distinguía muy bien a pesar de la distancia y de que la tarde estaba cayendo.
-Ahora no, por favor, dejadme un rato más.
Pero ellas siguieron llamándome. En la fiesta cada vez quedaba menos gente y alrededor los camareros estaban recogiendo sombrillas y retirando los cubiertos. Me dí cuenta de que mis amigos ya no estaban. Pronto hasta mis últimos seres queridos me iban a dejar sola. No todo el mundo llega a los 98 años.
-Claudia, Claudia, ya es suficiente. Vamos a la foto.
A mí las fotos como que me traen recuerdos de muertos. ¿Para qué hacérsela entonces? ¿Y con mi madre y mis hermanas? Qué pesadas.
-Venga, hija, que sólo faltas tú.
Me sentía cada vez más cansada y sola. Y la fiesta algún día se iba a terminar del todo.Y la voz de mi familia que me llamaba para reunirme con ellas. Allí, al otro lado del río. Así que, por fin, dije:
-Voy.
lunes, 26 de agosto de 2013
Sacrificio
El hombre ha hecho en nosotras maravillas. ¿Quién podía imaginar que viajaríamos por el aire metidas en tubos de acero? Pero es así: hemos sido llevadas desde un lugar lejano y sólo esperamos nuestro destino que es también nuestro sacrificio. Pronto se abrirá la puerta. Pronto el hombre elegirá.
Sonará el tapón y se hará la luz. Pronto, muy pronto, unos dedos gigantescos extraerán a una de entre todas nosotras -¡la elegida!- y se la llevarán hasta ese misterio que no conocemos: la boca final.
Sonará el tapón y se hará la luz. Pronto, muy pronto, unos dedos gigantescos extraerán a una de entre todas nosotras -¡la elegida!- y se la llevarán hasta ese misterio que no conocemos: la boca final.
miércoles, 21 de agosto de 2013
Ciudad de insomnio
Otra vez te cuesta conciliar el sueño. Y otra vez recurres al truco de cada noche: contarte a ti mismo una historia a la espera de que todo se vaya borrando, las imágenes que tú mismo has creado se alejen y termines por perder la conciencia. En la oscuridad de este cuento imaginas una ciudad hermosa y arruinada. Ya estás caminando por una de sus calles a plena luz del día. El cielo se ve claro y sin nubes. Desde el río a tu derecha te llega una brisa húmeda que pone euforia a la mañana. Sigues adelante. Al llegar a la primera esquina tienes dos opciones para continuar la historia: o te sientas a tomar una Coca-cola en la terraza de enfrente, o sigues adelante perseguido por alguien, tal vez un criminal. Eliges la segunda posibilidad.
Ahora el Otro entra en escena. Lo sientes cada vez más cerca y apresuras la marcha entre un montón de gente que ha empezado a salir por puertas y esquinas. De pronto llegas a una plaza inmensa y desierta. Entre los árboles pelados-seguramente es una mañana soleada de invierno-, se divisan algunos edificios colosales, quizá unos palacios modernistas. No hay donde esconderse y vuelves a plantearte dos alternativas. Opción A: esperar al Otro y enfrentarte con él. Opción B: tomar esa calle lateral con la ilusión de despistarlo. Te vuelves cobarde y eliges la B.
Ya te encuentras metido en un laberinto de callejuelas que atraviesas a otra prisa. Extrañamente la gente sigue desaparecida de la ciudad. Sólo estáis el asesino y tú. Ves unos cubos de basura y piensas qué fácil sería esconderse ahí. Y qué fácil también que el Otro se diera cuenta, abriera la tapa y te matase como a una rata. Descartada esta solución por peligrosa, encuentras una bifurcación y te decides por la calle de la izquierda.
Pero cuando estás dentro, ves que no tiene salida y que al fondo hay algo así como una tienda de antigüedades. No te queda otra solución que entrar. Unos viejos con lentes están leyendo en atriles gigantes. Se escucha un cuarteto de cuerda. El sonido, un poco apolillado, viene de un cassette que reposa en la mesa del dueño. Al final, enmarcado en un decorado de estanterías de maderas nobles y pilastras, divisas un enorme libro abierto. Buscando una solución a tu angustia, te echas sobre él y en la página que se ofrece a tu vista descubres el plano de la ciudad que has estado recorriendo. Empiezas a repasar con el dedo tu itinerario de sueño. Suena una campanilla: el Otro ha abierto la puerta. Pronto, no hay tiempo que perder. Por un momento piensas si no es el insomnio quien te persigue. Pero tú ya estás desvaneciéndote, mirando el mapa te entra definitivamente el sueño, ya las imágenes se borran, ya estás perdiendo la conciencia y por ahí, por ahí te escapas.
Ahora el Otro entra en escena. Lo sientes cada vez más cerca y apresuras la marcha entre un montón de gente que ha empezado a salir por puertas y esquinas. De pronto llegas a una plaza inmensa y desierta. Entre los árboles pelados-seguramente es una mañana soleada de invierno-, se divisan algunos edificios colosales, quizá unos palacios modernistas. No hay donde esconderse y vuelves a plantearte dos alternativas. Opción A: esperar al Otro y enfrentarte con él. Opción B: tomar esa calle lateral con la ilusión de despistarlo. Te vuelves cobarde y eliges la B.
Ya te encuentras metido en un laberinto de callejuelas que atraviesas a otra prisa. Extrañamente la gente sigue desaparecida de la ciudad. Sólo estáis el asesino y tú. Ves unos cubos de basura y piensas qué fácil sería esconderse ahí. Y qué fácil también que el Otro se diera cuenta, abriera la tapa y te matase como a una rata. Descartada esta solución por peligrosa, encuentras una bifurcación y te decides por la calle de la izquierda.
Pero cuando estás dentro, ves que no tiene salida y que al fondo hay algo así como una tienda de antigüedades. No te queda otra solución que entrar. Unos viejos con lentes están leyendo en atriles gigantes. Se escucha un cuarteto de cuerda. El sonido, un poco apolillado, viene de un cassette que reposa en la mesa del dueño. Al final, enmarcado en un decorado de estanterías de maderas nobles y pilastras, divisas un enorme libro abierto. Buscando una solución a tu angustia, te echas sobre él y en la página que se ofrece a tu vista descubres el plano de la ciudad que has estado recorriendo. Empiezas a repasar con el dedo tu itinerario de sueño. Suena una campanilla: el Otro ha abierto la puerta. Pronto, no hay tiempo que perder. Por un momento piensas si no es el insomnio quien te persigue. Pero tú ya estás desvaneciéndote, mirando el mapa te entra definitivamente el sueño, ya las imágenes se borran, ya estás perdiendo la conciencia y por ahí, por ahí te escapas.
lunes, 12 de agosto de 2013
Meteorito
Los primeros fragmentos del planeta Tierra llegaron hace un año a nuestro planeta. Aunque los científicos están todavía examinando los restos de papel incrustados en el meteorito, al parecer, ya se puede llegar a ciertas conclusiones sobre la gente que habitó aquel lejano rincón de la galaxia. Estos textos son astillas de una raza desaparecida que conocemos tan sólo en una mínima parte. Algunos de ellos ofrecen detalles realmente sorprendentes, por no decir, extraordinarios. Sabemos, por ejemplo, que utilizaban nuestro mismo sistema de signos, pero lo más conmovedor de todo es que empleaban un único idioma, el español. Coincidencia increíble con nuestra propia civilización que dejó atrás el problema de la torre de Babel hace ya muchos milenios.
Pero aquí se acaban los paralelismos. Por lo que nos dejan leer los trozos de papel, milagrosamente salvados a través del viaje interestelar, ellos eran mejores que nosotros. Los habitantes de la Tierra se caracterizaban por ser gentes amables y civilizadas, dedicadas al cultivo de las artes y las letras, amantes de la belleza y de lo inútil. Es lo que se deduce de los fragmentos encontrados, el primero de los cuales comienza así: "En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme..."
Pero aquí se acaban los paralelismos. Por lo que nos dejan leer los trozos de papel, milagrosamente salvados a través del viaje interestelar, ellos eran mejores que nosotros. Los habitantes de la Tierra se caracterizaban por ser gentes amables y civilizadas, dedicadas al cultivo de las artes y las letras, amantes de la belleza y de lo inútil. Es lo que se deduce de los fragmentos encontrados, el primero de los cuales comienza así: "En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme..."
lunes, 22 de julio de 2013
Vértigo
De este mundo nadie sale vivo. Claro que si no les gusta esta verdad implacable, siempre nos quedará a todos la montaña rusa. Desde que la montaron en el pueblo, no para de subirse gente. Al principio sólo veíamos a los jóvenes haciendo cola. Cosas de chavales, decíamos los más viejos. Pero luego empezó la locura con personas de todas las edades y de otros pueblos, y aquellos autobuses que decían que venían hasta del extranjero. Para contener a las multitudes, la empresa rebajó los precios y ofreció descuentos a los jubilados. Una atracción infinita no tiene límites a la hora de facilitar la diversión a todos: a los enfermos del corazón se les dispensó gratis una pastilla para el colesterol.
Hasta ahora miles de hombres y mujeres, pequeños y grandes, se enganchan a los vagones apretados como langostinos. Se les ve contentísimos ¿Quién les impide disfrutar de unas cuantas subiditas hasta llegar a la experiencia final? Ahora bien, si la conclusión del viaje es lo mejor, también es justo decir que la estructura de la montaña rusa vale la pena por sí misma. Primero, un subidón de doscientos metros con su correspondiente descenso, luego cuatro cimas y caídas de altura creciente hasta llegar a los ochocientos metros; después tres loopings y un tirabuzón. Impresiona contemplar las reacciones de las víctimas. Cómo gritan. Cómo se ríen. Qué bien se lo pasan.
Pero, ya digo, lo mejor viene con la sorpresa final. Aunque en realidad no es ninguna sorpresa, pero la gente se lo toma como si tal. Después del tirabuzón, los vagones ascienden a toda velocidad y, justo al llegar a los mil metros, la vía se corta, se corta y todos salen despedidos por el aire.
Las carcajadas se escuchan a kilómetros de distancia.
Hasta ahora miles de hombres y mujeres, pequeños y grandes, se enganchan a los vagones apretados como langostinos. Se les ve contentísimos ¿Quién les impide disfrutar de unas cuantas subiditas hasta llegar a la experiencia final? Ahora bien, si la conclusión del viaje es lo mejor, también es justo decir que la estructura de la montaña rusa vale la pena por sí misma. Primero, un subidón de doscientos metros con su correspondiente descenso, luego cuatro cimas y caídas de altura creciente hasta llegar a los ochocientos metros; después tres loopings y un tirabuzón. Impresiona contemplar las reacciones de las víctimas. Cómo gritan. Cómo se ríen. Qué bien se lo pasan.
Pero, ya digo, lo mejor viene con la sorpresa final. Aunque en realidad no es ninguna sorpresa, pero la gente se lo toma como si tal. Después del tirabuzón, los vagones ascienden a toda velocidad y, justo al llegar a los mil metros, la vía se corta, se corta y todos salen despedidos por el aire.
Las carcajadas se escuchan a kilómetros de distancia.
viernes, 14 de junio de 2013
Fábulas de Salarrué
Un escritor secreto, pero extraordinario, es Salvador Salazar Arrué, más conocido como Salarrué. Quiso la suerte que naciera en un país pequeño dentro de Hispanoamérica. Si hubiera nacido en México o Argentina, quién sabe si lo estaríamos poniendo al lado de un Rulfo o de un Cortázar. Es mucha, y variadísima, la obra de Salarrué. Y una parte de ella anda esperando que la desempolven de alguna revista o periódico salvadoreño de la época. Mi amigo Carlos Cañas ha rescatado un puñado de fábulas. Si pensamos en la fecha de composición de lo que me ha mandado, 1927, nos daremos cuenta de la modernidad de Salarrué. Escojo, en fin, estas tres fábulas o micro-relatos:
LA SOMBRA DEL CIPRÉS
-Vas a decirme -dijo el ciprés a su sombra-, ¿por qué huyes y tratas siempre de que el Sol no te vea?
Y contestó la sombra:
-Pero... ¿quién es el Sol?..
LOS DOS ESPEJOS
Dijo el espejo al espejo:
-No sé por qué nuestra señora nos mira tanto; hay días en que permanece horas en la contemplación de alguno de nosotros; ¿somos tan bellos?
Y descendió de su atril para mirar de frente a su compañero. Luego añadió:
-¿Es en verdad que soy bello?
-Eres simple y sórdido y no tienes color alguno que te agracie- dijo aquel al contemplarse en su colega.
-Así eres tú- repuso con sinceridad el primero, y volvió a su atril.
CINEGÉTICA
Oculto entre las nieblas de la noche, el Sol disparó su dardo de oro, y vimos cómo el Mar rodaba revolcándose en la arena.
LA SOMBRA DEL CIPRÉS
-Vas a decirme -dijo el ciprés a su sombra-, ¿por qué huyes y tratas siempre de que el Sol no te vea?
Y contestó la sombra:
-Pero... ¿quién es el Sol?..
LOS DOS ESPEJOS
Dijo el espejo al espejo:
-No sé por qué nuestra señora nos mira tanto; hay días en que permanece horas en la contemplación de alguno de nosotros; ¿somos tan bellos?
Y descendió de su atril para mirar de frente a su compañero. Luego añadió:
-¿Es en verdad que soy bello?
-Eres simple y sórdido y no tienes color alguno que te agracie- dijo aquel al contemplarse en su colega.
-Así eres tú- repuso con sinceridad el primero, y volvió a su atril.
CINEGÉTICA
Oculto entre las nieblas de la noche, el Sol disparó su dardo de oro, y vimos cómo el Mar rodaba revolcándose en la arena.
miércoles, 20 de febrero de 2013
Un microrrelato pirata
1718. Ron, agotado. Nuestra tripulación, un poco sobria. Una maldita confusión entre nosotros. Síntomas de motín. Todo el mundo habla de separarse. Yo pongo todo mi ingenio en cazar botín. (Despues.) Hemos saqueado un barco con un gran cargamento de licor a bordo. La tripulación ha entrado en calor. Están borrachos. Las cosas han vuelto a la calma.
(de Edward Teach, alias Barbanegra, Diario de a bordo, tomado de Phillip Gosse: Historia de la piratería, Madrid, Espasa Calpe, 1958, vol. 2, p. 67).
jueves, 13 de diciembre de 2012
Apocalipsis (maya o no maya)
En el día después del Fin del Mundo, ella abrió los ojos incrédula.
A su alrededor, un silencio helado. Tras la ventana, los pájaros mudos. El sol, imperturbable, deslumbraba y nadie daba señales de estar vivo.
El también se despertó y, acurrucándose junto a ella, le dijo:
-Ven, vamos a destruirlo todo de nuevo, amor mío.
A su alrededor, un silencio helado. Tras la ventana, los pájaros mudos. El sol, imperturbable, deslumbraba y nadie daba señales de estar vivo.
El también se despertó y, acurrucándose junto a ella, le dijo:
-Ven, vamos a destruirlo todo de nuevo, amor mío.
miércoles, 5 de diciembre de 2012
Narcisoteca
Una amiga y colega me contaba que tenía su narcisoteca particular donde guardaba cuánta cosa se escribía sobre ella. Hoy en día las agencias de calidad nos han pedido que pongamos todos una narcisoteca en nuestra vida. Y como uno no se resiste a las poderosas agencias y al no menos poderoso ego, he aquí (y aquí y aquí) algunas bitácoras de referencia en donde han seleccionado mis microrrelatos.
Y para colmo, esta reseña de Enrique G-M.
Y para colmo, esta reseña de Enrique G-M.
jueves, 4 de octubre de 2012
Mínima mitológica
En la editorial de Del centro editores apareció hace unos meses el libro de relatos Mínima mitológica de Rosalba Campra. Selecciono dos microrrelatos de este libro tan exquisito como la editorial que lo acoge.
DECIR NO
Asterión descubre, escrito en el libro que todo laberinto custodia, que para salir del laberinto basta negarlo, y que en el laberinto mismo está la negación.
Entonces empieza a borrar. Borra la A, la B, la E, la I, la L, la R, la T.
Quedan dos letras. Incrédulo, musita la palabra que han formado. El eco le devuelve un fragor de derrumbe.
Ya sin muros que lo resguarden, en torno a él ve la inmensa redondez de la pampa o, en otras versiones, la repetición igualmente sin salida del damero que dibujan los rascacielos.
ORFEO
Habíamos visto la manga de langostas crecer en nubarrones desde el horizonte y nos preparamos en los sembrados para defenderlos. Ellas, sin embargo, pasaron sobre nuestras cabezas sin hacernos caso. Con un murmullo de arrobo se posaron en el patio y fueron entrando en hileras reverentes a la sala de música, donde estaba mi madre tocando el arpa.
Afuera los helicópteros llenos de DDT se encabritaban en vano y la ropa más nutritiva se secaba en la soga. Qué frustración estar ahí esperando, mudas las sartenes con que nos aprestábamos a ensordecerlas. Las langostas son voraces, pero de temperamento y oído delicados.
Salieron sólo cuando mi madre termino por morirse de hambre y encierro. Para ese entonces, cansados de esperarlas, nos habíamos ido a un pueblo más al norte. Volvimos varias semanas después a recoger la platería y unos huesitos, lo único que habían dejado.
DECIR NO
Asterión descubre, escrito en el libro que todo laberinto custodia, que para salir del laberinto basta negarlo, y que en el laberinto mismo está la negación.
Entonces empieza a borrar. Borra la A, la B, la E, la I, la L, la R, la T.
Quedan dos letras. Incrédulo, musita la palabra que han formado. El eco le devuelve un fragor de derrumbe.
Ya sin muros que lo resguarden, en torno a él ve la inmensa redondez de la pampa o, en otras versiones, la repetición igualmente sin salida del damero que dibujan los rascacielos.
ORFEO
Habíamos visto la manga de langostas crecer en nubarrones desde el horizonte y nos preparamos en los sembrados para defenderlos. Ellas, sin embargo, pasaron sobre nuestras cabezas sin hacernos caso. Con un murmullo de arrobo se posaron en el patio y fueron entrando en hileras reverentes a la sala de música, donde estaba mi madre tocando el arpa.
Afuera los helicópteros llenos de DDT se encabritaban en vano y la ropa más nutritiva se secaba en la soga. Qué frustración estar ahí esperando, mudas las sartenes con que nos aprestábamos a ensordecerlas. Las langostas son voraces, pero de temperamento y oído delicados.
Salieron sólo cuando mi madre termino por morirse de hambre y encierro. Para ese entonces, cansados de esperarlas, nos habíamos ido a un pueblo más al norte. Volvimos varias semanas después a recoger la platería y unos huesitos, lo único que habían dejado.
miércoles, 3 de octubre de 2012
Don Quijote, cap. 7, primera parte (actualizado)
Aquella noche [quemó y abrasó] escondió [el ama] el padre [cuantos
libros] cuantas Wii, Nintendos y Plays Station había en [el corral y]
en toda la casa, y tales debieron de [arder] desaparecer que merecían
guardarse en perpetuos archivos; [mas no lo permitió su suerte y la pereza
del escrutiñador], y, aunque no todos los niños estaban enviciados, así se
cumplió el refrán en ellos de que pagan a las veces justos por pecadores.
Uno de los remedios que [el cura y el barbero] los padres dieron por
entonces para el mal de [su amigo] sus hijos fue que les [murasen
y tapiasen] cerrasen en un armario bajo llave [el aposento de los
libros] el televisor, porque cuando se levantasen no lo hallasen—quizá
quitando la causa cesaría el efeto—, y que dijesen que [un encantador]
Iron man se [los] había llevado los juegos, [y el aposento] y el
televisor y todo; y así fue hecho con mucha presteza. De allí a dos días, se
levantó [don Quijote] uno de los hijos más abducidos por la pantalla, y
lo primero que hizo fue ir a [ver sus libros] jugar con las maquinitas;
y como no hallaba [el aposento] el televisor donde le había dejado,
andaba de una en otra parte buscándole. Llegaban adonde solía [tener la
puerta] estar, y tentaba el mueble con las manos, y volvía y revolvía los
ojos por todo, sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza preguntó a [su
ama] su madre que hacia qué parte estaba [el aposento de sus libros]
el televisor, los juegos, la consola y toda la pesca. [El ama] La madre,
que ya estaba bien advertida de lo que había de responder, le dijo:
—¿Qué [aposento] tele o qué [nada] puñetas buscas [vuestra
merced]? Ya no hay [aposento ni libros] jueguecitos con los que
perder el tiempo en esta casa, porque todo se lo llevó el mesmo diablo.
—No era diablo —replicó [la sobrina] el padre—, sino [un
encantador] Iron man que vino sobre una nube una noche, después del día que
[vuestra merced] de aquí [se partió] te fuiste al cole, y, apeándose
de [una sierpe] una moto voladora en que venía montado, entró en el
aposento, y no sé lo que se hizo dentro, que a cabo de [poca pieza] poco
rato salió volando por el tejado y dejó la casa llena de humo; y cuando
acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos [libro ni aposento alguno]
ni uno de esos p… juegos vuestros: solo se nos acuerda muy bien a mí y [al
ama] tu madre que al tiempo del partirse aquel [mal viejo] súper héroe
dijo en altas voces que por enemistad secreta que tenía al dueño de [aquellos
libros y aposento] aquellos juegos dejaba hecho el daño en aquella casa que
después se vería. Dijo también que se llamaba [«el sabio Muñatón»] el
sabio Monjamón.
—[«Frestón»] «Pokemón» diría —dijo [don Quijote] el niño.
—No sé respondió [el ama] la madre— si se llamaba [«Frestón»] «Pokemón» o [«Fritón»] «Pokomón»; sólo sé que acababa en -ón el nombre.
—No sé respondió [
miércoles, 19 de septiembre de 2012
Teoría y crítica del microrrelato
Acaba de salir un libro sobre el microrrelato coordinado por la Profesora Ana Calvo Revilla y yo mismo: son catorce estudios sobre uno de los temas de moda en la literatura actual. Y de paso, aquí me hacen una entrevista.
lunes, 11 de junio de 2012
Eros o Thanatos
-Mejor hablemos de sexo y no de
la muerte, dijo él, excitándose.
-Es lo mismo, contestó la Misteriosa, después de
atravesar la pared. Y yéndose hacia él, lo abrazó desesperada.
jueves, 17 de mayo de 2012
Lo bueno, si breve, no siempre es bueno
Es curiosa la moda de los microrrelatos. Hace años era un género menospreciado y acabado en nada, y hoy te encuentras con infinidad de páginas y blogs dedicados al tema, donde se exaltan la precisión, la síntesis, la genialidad de resumir unas cuantas ideas en un texto, a ser posible, cuanto más corto mejor. Además, hay concursos de microrrelatos por todas partes. Hasta los colegios de abogados tienen uno.
La verdad es que la brevedad
siempre viene bien. Le vienen bien, por ejemplo, a los escritores que no quieren
trabajar mucho, a los lectores perezosos y a los críticos que se dejan guiar.
Pero lo breve no siempre es buenísimo. Pongo un ejemplo gigantesco: el famoso “Dinosaurio”
de Monterroso, que tantos infatigables lectores tiene:
Cuando despertó, el dinosaurio
todavía estaba allí.
La gente asegura que esta frase
da para tres o cuatro mil interpretaciones diferentes. Por desgracia, a mí, sólo se me
ocurren tres o cuatro, la más interesante de las cuales (esas borrosas fronteras entre sueño y realidad) ya la había previsto Chuang
Tzu hace más de dos mil años con su minicuento de la mariposa:
Chuang Tzu soñó que era una
mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una
mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.
Monterroso imaginó una frase ingeniosa, pero el chino lo hizo mejor, creo. Por supuesto, hay microrrelatos espléndidos y brevísimos que encierran esa misteriosa emoción que nos empuja a pensar tiempo después en ellos. A mí, el "Cuento de horror" de Juan José Arreola me sigue pareciendo una maravilla escalofriante, quizá porque no se acaba de explicar del todo:
La mujer que amé se ha convertido en fantasma.
Yo soy el lugar de las apariciones.
Los buenos microrrelatos siempre producen misterio y sorpresa: por eso son tan difíciles. Ahora bien, no es menos cierto
que también podemos leer textos brevísimos -la mayoría- en donde las omisiones son tan
obvias que se reconocen enseguida y no añaden mucho más, no se abren a un
juego más amplio. Dice un microrrelato anónimo:
“Se me pasó la noche volando.
Firmado: Supermán”.
Quizás una primera lectura
sorprenda o divierta. Sin embargo, el ocultamiento de la perspectiva se
desvela completamente en la segunda frase (ya sabemos que Superman es quien habla) y este hallazgo no deja de
ser un chiste. Y como todos los chistes, deja de tener gracia al repetirse unas
cuantas veces. La buena literatura aguanta mejor.
Algunos hacen hincapié en unas dimensiones
reducidas exponencialmente para asentar el criterio sine qua non del microrrelato, pero quizá deberíamos relativizar el valor estético de la
brevedad por sí misma. A la pregunta tópica de cuál es el relato más corto del
mundo, se puede oponer la respuesta de si este relato pigmeo funcionaría, o no,
como un buen texto literario. Pongo un ejemplo breve, ma non troppo, de Rosalba Campra:
LA LIBERTAD
Podrás ir caminando por el filo de la sombra hasta la parte alta de la ciudad. Nadie te dirá: por ahí no se pasa. Encontrarás entornada la verja de esa casa que te ensanchaba los ojos de deseo cuando eras chico. Ningún guardia te cerrará el camino, ni te prohibirá caminar sobre los macizos de anémonas hasta el estanque, entrar en los salones enguirnaldados sin que nadie te anuncie. Marcarás con caramelos tus itinerarios por las plazas, elegirás en la biblioteca central los manuscritos más ricamente iluminados para recortar las figuras, y nadie llamará a la policía, ni siquiera cuando en las farmacias te pongas a volcar uno a uno los tubos de píldoras fosforescentes que se desparramarán hasta la calle con un alboroto de perlas desenhebradas, o cuando busques en el negocio del anticuario, donde todo fue siempre demasiado caro, los más rotundos sillones coloniales, los espejos de azogue deslucido, y te los lleves sin pedir permiso. Ningún empleado del correo protestará porque te has puesto a abrir las cartas –a veces de amor– dirigidas a otros, o a usar los telegramas para hacer avioncitos que terminan por amontonarse en el mismo rincón. Ningún camarero te impedirá descorchar todas las botellas de los vinos añejos, y probar apenas un sorbo de cada una, sentado a la terraza frente al mar. Inútilmente esperando que la mujer más hermosa de la ciudad, que una mujer, que alguien, baje a sentarse contigo, y te acompañe después al teatro donde nadie te exigirá la entrada ni tratará de imponerte buenas maneras cuando te arrellanes en el palco presidencial frente al escenario vacío. Ese es el lado malo, ya te habrás dado cuenta, de ser el único sobreviviente.
Aquí el protagonista se permite las licencias que no pudo
disfrutar de niño: penetra en la mansión, alfombra de caramelos las calles de
la ciudad, entra en restaurantes y oficinas de correos misteriosamente vacíos,
etc. El enigma acerca de por qué no hay ningún obstáculo a los deseos
infantiles del personaje preside todo el desarrollo. Uno tras otro se acumulan
detalles en la acción antes de que se desencadene la revelación final. Toda esta acumulación
de detalles revela poco afán por una síntesis elevada a la máxima potencia,
pero a cambio contribuye a generar una atmósfera “realista” que traiga mayor
interés al final. Respecto a este, hay que decir que el escamoteo de una
información central (¿por qué tanta libertad?) en la historia es un
procedimiento común en gran cantidad de microrrelatos. La persistente omisión
de un dato explicativo favorecería la sorpresa que tantos comentaristas
ponderan como uno de los principales ingredientes del género. En este caso, el
hecho decisivo –el protagonista como único sobreviviente de un Apocalipsis
mundial– acaba desvelándose en la última frase. Hasta aquí, la estructura no es
original en sí misma, no se aleja del patrón de tantos relatos breves o
brevísimos. No se distingue demasiado del microrrelato de Supermán….
Si “La
libertad” no tuviera otro aliciente narrativo, podría decirse que, cuando se
eliminase la sorpresa y se descubriera el dato oculto del sobreviviente, el
texto agotaría sus posibilidades. Por suerte no es así. Esta historia fantástica necesitaba expandirse para que el efecto del final, una vez conocido, no
vacíase de interés la relectura. Esta expansión se concreta en esa enumeración de
detalles que reafirman el valor sugerente de la palabra. Ahí están todos esos
juegos infantiles con los que el protagonista sueña: los telegramas hechos
avioncitos de papel, los recortables de manuscritos iluminados, el descorche de
los vinos añejos, los tubos de píldoras rodando como perlas desenhebradas. En fin, que si no fuera por todos estos detalles, si la imaginación no se extraviara con todas estas imágenes, el relato se quedaría un esquemita más o menos ocurrente, una ocurrencia sepultada como tantos otros pequeñísimos compañeros narrativos en el rincón del vago.
viernes, 4 de mayo de 2012
Cuento de horror
Me preguntas qué tenemos que ver tú y yo con todos esos monstruos que bailan a nuestro alrededor. Por qué no los vemos en los espejos. Por qué miran con la boca abierta. Por qué gritan. Por qué.
Me preguntas y te digo: no tengas miedo. Ven, acércate y mírame. Reclina tu cabeza en mi cuello. Yo ya no soy como tú.
Me preguntas y te digo: no tengas miedo. Ven, acércate y mírame. Reclina tu cabeza en mi cuello. Yo ya no soy como tú.
viernes, 30 de marzo de 2012
Proteo
Estaba sentado junto a la chimenea cuando llegó mi hermano. Me dio de comer y de beber. Pensé que él también estaba triste: se le veía afectado.
Para descansar de tantos cambios, me limpié de leche los bigotes y me fui a dormir. Soñé que volvía a ser un niño.
Para descansar de tantos cambios, me limpié de leche los bigotes y me fui a dormir. Soñé que volvía a ser un niño.
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