Adán y Eva se acercaron por primera vez en su vida a un estanque. Ella, más curiosa, vio en el agua dos caras, una extraña y otra que ya conocía, la de él:
-¡Mira, eres tú!, gritó.
Adán, sorprendido, inclinó la cabeza, repitió la operación visual y contestó:
-¡No, mujer, eres tú!
Así, en aquella primera tarde del mundo, nuestros antepasados descubrieron tres cosas muy importantes:
se fijaron en el rostro del ser amado,
se preguntaron por quienes eran ellos mismos
y empezaron a discutir.