Van creciendo. Los chicos van creciendo.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Hace unos años pasábamos las noches con el oído avizor a la espera de algún berrido infantil en medio de la oscuridad. Así aprendí a aprovechar el tiempo con un bulto humano de entre cuatro y seis kilos a la espalda. Aunque, para ser justos, el número Cuatro nunca nos dio una mala noche. Menos mal que luego vino el número Cinco con sus nocturnas infecciones de orina y ahí sí tuve oportunidad de leer muchísimo y ver películas raras a las cuatro de la madrugada. O de descubrir la poesía de Mario Quintana. Un alumno brasileño me la regaló (son muy regaladores estos brasileños) y una noche, por azar, la abrí y no pude parar.
Tuve también otras historias interminables. Recuerdo ahora La fiesta del chivo con un bebé en brazos, ya dormido (el bebé, no yo) o El viajero sobre la tierra de Julien Green, con el sol asomándose por la ventana a las seis de la mañana, que no sé si sería un sol real o alguno salido de mi lectura fantástica.
El mayor cumple ya dieciocho años. A éste, mejor no me lo cargo a la espalda. Qué pena.
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viernes, 14 de enero de 2011
martes, 23 de noviembre de 2010
La luz del corazón llevo por guía
Salgo de la cama y ando a tientas por la habitación en medio de la noche. Juego a ser ciego sin serlo. Conozco el número de pasos que me llevan hasta la salida. Los cuento uno a uno, abro la puerta y palpo las paredes del pasillo hasta el interruptor. Pero esta vez no lo enciendo.
Prosigo el juego y bajo las escaleras con cuidado. No hay problema; recorro el salón, la cocina, los baños. Entonces doy la vuelta. Subo las escaleras, mientras repaso la forma de los peldaños con los pies. Ahora ingreso en otra habitación con las manos por delante. Me siento frente a algo que imagino que es la mesa. Tanteo el aparato. Doy al botón de encendido. Y me pongo a teclear estas palabras que van saliendo una a una, desde lo oscuro y al azar.
Prosigo el juego y bajo las escaleras con cuidado. No hay problema; recorro el salón, la cocina, los baños. Entonces doy la vuelta. Subo las escaleras, mientras repaso la forma de los peldaños con los pies. Ahora ingreso en otra habitación con las manos por delante. Me siento frente a algo que imagino que es la mesa. Tanteo el aparato. Doy al botón de encendido. Y me pongo a teclear estas palabras que van saliendo una a una, desde lo oscuro y al azar.
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