En el día después del Fin del Mundo, ella abrió los ojos incrédula.
A su alrededor, un silencio helado. Tras la ventana, los pájaros mudos. El sol, imperturbable, deslumbraba y nadie daba señales de estar vivo.
El también se despertó y, acurrucándose junto a ella, le dijo:
-Ven, vamos a destruirlo todo de nuevo, amor mío.
jueves, 13 de diciembre de 2012
martes, 11 de diciembre de 2012
¿Se va a acabar la cultura? Tres apostillas a Vargas Llosa
Hace ocho años Mario Vargas Llosa pronunciaba en Pamplona la
conferencia inaugural de las universidades navarras de verano. Quienes
disfrutamos en aquel entonces de su elocuencia, recibimos de paso una defensa
brillante del fenómeno recién descubierto de la globalización. El futuro premio
Nobel afirmaba con entusiasmo su confianza en Internet, cuya fuerza imparable
mejoraría sin duda a la nueva sociedad del conocimiento del siglo XXI.
Los desenfrenados avances de las nuevas tecnologías agitan
nuestros modos de analizar la realidad. En La civilización del espectáculo Vargas Llosa le mete
cuatro tiros a sus argumentos de ayer por la tarde y arroja al mercado su
ensayo más sombrío. No la falta algo de razón: hoy muchos proclaman el fin de la cultura tal y como la hemos concebido hasta ahora. El mundo se ha vuelto muy frívolo hoy en día, denuncia el Nobel. De
todas formas, aun reconociendo mi simpatía por su tesis, la lectura de su libro
me ha hecho pensar un poco más, y me quedo, al menos, con tres “peros” al último
ensayo de Vargas Llosa.
1) El autor es un hijo de la Ilustración y, desde su punto
de vista, tiene toda la razón al alarmarse: los modos con que la modernidad
entronizó la cultura dan muestras palpables de agotamiento. Pero quizás sus
lamentos ante esa agonía se olviden de que, como toda maravillosa construcción
humana, esa cultura de la que habla Vargas Llosa no ha existido siempre así. Más
aún: la noción de cultura que se derrumba ante el dolor y la estupefacción de
tantos (entre los que me incluyo), es un invento con fecha de inicio y
previsible caducidad. La creación de los museos, los conciertos de música
clásica o la institucionalización de la literatura son inventos del siglo XIX. Pero
la cultura en sí no es un concepto cultural, no tiene una fecha de caducidad. A
pesar de Internet, la gente seguirá amando, odiando, soñando, jugando,
riéndose, cansándose, teniendo hijos, admirando a sus amigos, triunfando o
fracasando en el trabajo y, sobre todo, muriendo y preguntándose por su propia
muerte y la de sus seres queridos. Cuando todas estas cosas sucedan, el individuo
se seguirá inventando a sí mismo y la cultura vivirá bajo otras formas y
ropajes.
2) “Sólo el necio/ confunde / valor y precio”, escribía
Antonio Machado. Pero Vargas Llosa se equivoca al creer que la pseudocultura
aplasta todo lo que lleva su paso gracias al valor que le otorgan los mercados.
No: los productos culturales (o pseudoculturales) no se mueven exclusivamente por
motivos económicos. En realidad, es el gratis total que atraviesa la Red lo que
permite la masiva difusión de una ganga a disposición del planeta. Ese es otro
de los peligros que teme la cultura letrada en la que todos nos hemos criado y
que asusta con razón a los creadores insertados en un sistema (editoriales,
empresas musicales y artísticas) que surgió y se consolidó hace dos siglos.
3) Una última objeción: Vargas Llosa cae en el juego de quienes
denuncia. La alta cultura se acaba, porque - sostiene- va perdiendo adeptos en
la pelea por el consumo del ocio frente a la competencia de las redes sociales,
la música banal, el cine de Bollywood o el incesante vagabundeo por los vídeos
de la Red. No le falta razón en que esta batalla está perdida, pero es que
siempre se ha perdido. Durante siglos la cultura fue patromonio de unas élites que no se inquietaron demasiado por difundirla entre las masas. Ni siquiera sus creadores eran vistos como seres excepcionales capaces de dar con las claves para entender el mundo en el que vivían. Bach
era un sirviente del príncipe de turno, Rafael adulaba a sus mecenas, Shakespeare
llevaba una vida oscura en Londres entre granujas y otros actores de mal vivir.
Nunca Santo Tomás de Aquino creyó que su metafísica fuera a transformar
socialmente el mundo en que vivía, ni Descartes aspiró a cargos políticos
gracias al prestigio de sus escritos. En el fondo, Vargas Llosa se lamenta de
que a los intelectuales no se les haga el mismo caso que cuando era joven. Es
que entonces todavía se creía en el mito moderno de la cultura. Qué le vamos a
hacer... Esa consideración excelsa del hombre de letras, el intelectual comprometido
política y socialmente con la realidad de su tiempo, eso sí que es una
fabricación que no tiene más de ciento cincuenta años.
miércoles, 5 de diciembre de 2012
Narcisoteca
Una amiga y colega me contaba que tenía su narcisoteca particular donde guardaba cuánta cosa se escribía sobre ella. Hoy en día las agencias de calidad nos han pedido que pongamos todos una narcisoteca en nuestra vida. Y como uno no se resiste a las poderosas agencias y al no menos poderoso ego, he aquí (y aquí y aquí) algunas bitácoras de referencia en donde han seleccionado mis microrrelatos.
Y para colmo, esta reseña de Enrique G-M.
Y para colmo, esta reseña de Enrique G-M.
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