miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cofres y cajones

En unas páginas preciosas, Bachelard dice que cofres y cajones concentran un rico poder simbólico. Ellos abren la puerta a nuestra imaginación sobre la intimidad ajena:

 "Nunca llegamos al fondo del cofrecillo. ¿Cómo explicar mejor la infinitud de la dimensión íntima? A veces, un mueble amorosamente labrado tiene perspectivas interiores modificadas sin cesar por el ensueño. Una casa está oculta en un cofrecillo (...) Habrá siempre más cosas en un cofrecillo cerrado que en un cofre abierto. La comprobación es la muerte de las imágenes. Imaginar siempre será más grande que vivir" (G. Bachelard: Poética del espacio)

Quizá por eso los niños andan huroneando en los cajones de sus padres. Intuyen que allá, al fondo de los armarios, se encuentran las noticias que no conocen, ni conocerán, de los seres a los que les deben la vida. Pues las vidas de los padres siempre esconden secretos impenetrables para el hijo y la infancia siempre será la edad del asombro ante los misterios familiares.

4 comentarios:

  1. Al leerte vuelvo a mi infancia y me veo hurgando en cajitas de mis hermanas mayores (ellas también inspeccionaban las mías).
    Todo nos parecía un tesoro cuando atacábamos el territorio de los mayores, en concreto lo que descubríamos de la juventud de mis padres en los cajones de su armario, sus fotos dedicadas, un pañuelo de flores...

    Creo que ahora, al recordarlo, me sigue pareciendo misterioso y maravilloso.
    Gracias por esta entrada

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  2. Es notable la curiosidad de los niños que, en efecto, es extensible a sus propios hermanos (con efectos nefastos para la convivencia familiar en estos casos, como tengo oportunidad de comprobar en mi casa todos los días, cuando tengo que hacer de árbitro de peleas entre mis hijos pequeños)...

    Gracias a ti , Mery, por tus últimos comentarios.Un abrazo.

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  3. Bonito y muy sugerente. Me recuerda, aunque parezca que no tiene mucho que ver, una anécdota que cuenta Alberto Manguel.
    Se le rompe una estantería de la biblioteca (se supone que en su mansión en Francia), y dentro del estante roto, en un hueco hecho ad hoc descubre un papelillo enrollado en el que el carpintero que hizo la estantería, relata brevemente cómo se cortó un dedo haciendo ese mismo estante. ¿Magia, exorcismo o maravilla natural? Precioso en cualquier caso. Creo recordar que A.M. no pudo averiguar más, ya que el carpintero en cuestión -que había trabajado para él durante años- ya había fallecido, y a su hijo -también carpintero- el hecho le pareció igual de misterioso. La verdad es que yo nunca he sido nada curioso de los demás. Ni de niño. No toco las cosas de nadie. Nunca. Tal vez por eso ese rebuscar en lo íntimo de otros me resulta tan extraño y fascinante. En fin.
    Un abrazo,

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  4. Es una anécdota preciosa. A mí me sucedió algo parecido, en cierta forma, en una librería de Buenos Aires. Era un sótano lleno de libros viejos y, de pronto, abrí uno y salió volando una hojita. La recogí del suelo y me encontré con un recorte de periódico con dos sonetos de un poeta argentino Enrique Banchs. Me lo guardé en el bolsillo y , luego, cuando pregunté a algún experto en este poeta, me dijo que los poemas eran desconocidos...

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