"La palabra perro no muerde": ya no me acuerdo si es un dicho popular o se le ocurrió la frase a algún lingüista preocupado en cómo explicar que no hay relación natural entre el significado y las cosas significadas. Pero todos, alguna vez, hemos creído que las palabras sí muerden. Recuerdo a aquel buen señor, ya pasadito de edad y sabiduría, que aseguraba muy serio:
-Mira, el idioma inglés será muy importante y hay que aprenderlo, pero está mal pensado. En cambio, el español, no. Porque. a ver, por ejemplo, la palabra "puerta", ¿cómo se dice en inglés?
-Door.
-Pues eso. Tú dices "Door" y no piensas en ninguna puerta, en cambio, dices "Puerta" y ya la estás viendo en tu cabeza, con su manilla y su dintel, todo. El español está mejor pensado que el inglés.
Alguno se sonreirá, pero aquel señor no dejaba de tener su razones: él "veía" las puertas con una palabra en el único idioma que conocía. Las palabras no sólo ven o abren puertas: muerden, saben, huelen y, como la música, cantan.
Y, sin ir más lejos, ahora, en estos días, parece como si todas las lenguas se hubieran puesto de acuerdo para nombrar delicadamente a nuestra primavera: "Spring", "Printemps", "Frühling"...
sábado, 30 de abril de 2011
viernes, 29 de abril de 2011
En breve
En la noche el silencio es un regalo del mundo; el ruido lo pone uno mismo.
Círculos de poetas: sociedades de socorros mutuos.
Nadar a crawl: temperamento ofensivo; nadar a braza: temperamento defensivo.
Círculos de poetas: sociedades de socorros mutuos.
Nadar a crawl: temperamento ofensivo; nadar a braza: temperamento defensivo.
jueves, 28 de abril de 2011
Fina García Marruz, premio Reina Sofía
Una buena noticia después de la muerte de Gonzalo Rojas: la cubana Fina García Marruz ha obtenido el premio Reina Sofía de poesía iberoamericana. En España la editorial Pretextos sacó hace meses una bella antología de su obra, tan injustamente desconocida. De ella hice una reseña que se puede ver aquí mismo: a tiro de click.
miércoles, 27 de abril de 2011
Gonzalo Rojas
Anteayer murió Gonzalo Rojas, quizá el último poeta con vocación de grande en un país -Chile- de enormes poetas. En un manual que me encargaron hace tiempo, escribí de forma objetiva sobre él. Pero en este blog uno dice lo que piensa de una manera más relajada y tengo que confesar que su obra nunca me despertó demasiado entusiasmo. Durante mucho tiempo me resultó algo irregular, una suma de fogonazos brillantes ("¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida o la luz terrible de la muerte?") y versos innecesarios o banales. Pero quizá es culpa mia por no saber leerlo bien. En descargo de Rojas vaya este poema suyo que me gustó mucho en su día y que ahora parece oportuno:
MATERIA DE TESTAMENTO
A mi padre, como corresponde, de Coquimbo a Lebu, todo el mar,
a mi madre la rotación de la Tierra,
al asma de Abraham Pizarro, aunque no se entienda, un tren de humo,
a don Héctor el apellido May que le robaron,
a Débora su mujer el tercero dia de las rosas,
a mis 5 hermanas la resurrección de las estrellas,
a Vallejo que no llega, la mesa puesta con un solo servicio,
a mi hermano Jacinto, el mejor de los conciertos,
al Torreón del Renegado, donde no estoy nunca, Dios,
a mi infancia, ese potro colorado,
a la adolescencia, el abismo,
a Juan Rojas, un pez pescado en el remolino con su paciencia de santo,
a las mariposas los alerzales del sur,
a Hilda, l'amour fou, y ella está ahí durmiendo,
a Rodrigo Tomás, mi primogénito el número áureo del coraje y el alumbramiento,
a Concepción un espejo roto,
a Gonzalo hijo el salto alto de la Poesía por encima de mi cabeza,
a Catalina y Valentina las bodas con hermosura y espero que me inviten,
a Valparaíso esa lágrima,
a mi Alonso de 12 años el nuevo automóvil siglo XXI listo para el vuelo,
a Santiago de Chile con sus 5 millones la mitología que le falta,
al año 73 la mierda,
al que calla y por lo visto otorga el Premio Nacional,
al exilio un par de zapatos sucios y un traje baleado,
a la nieve manchada con nuestra sangre otro Nüremberg,
a los desaparecidos la grandeza de haber sido hombres en el suplicio y haber muerto cantando,
al Lago Choshuenco la copa púrpura de sus aguas,
a las 300 a la vez, el riesgo,
a las adivinas, su esbeltez,
a la calle 42 de New York el paraíso,
a Wall Street un dólar cincuenta,
a la torrencialidad de estos días, nada,
a los vecinos con ese perro que no me deja dormir, ninguna cosa,
a los 200 mineros de El Orito a quienes enseñé a leer en el silabario de Heráclito, el encantamiento,
a Apollinaire el infinito que le dejó Huidobro,
al surrealismo, él mismo,
a Buñuel el papel de rey que se sabía de memoria,
a la enumeración caótica el hastío,
a la Muerte un crucifijo grande de latón.
MATERIA DE TESTAMENTO
A mi padre, como corresponde, de Coquimbo a Lebu, todo el mar,
a mi madre la rotación de la Tierra,
al asma de Abraham Pizarro, aunque no se entienda, un tren de humo,
a don Héctor el apellido May que le robaron,
a Débora su mujer el tercero dia de las rosas,
a mis 5 hermanas la resurrección de las estrellas,
a Vallejo que no llega, la mesa puesta con un solo servicio,
a mi hermano Jacinto, el mejor de los conciertos,
al Torreón del Renegado, donde no estoy nunca, Dios,
a mi infancia, ese potro colorado,
a la adolescencia, el abismo,
a Juan Rojas, un pez pescado en el remolino con su paciencia de santo,
a las mariposas los alerzales del sur,
a Hilda, l'amour fou, y ella está ahí durmiendo,
a Rodrigo Tomás, mi primogénito el número áureo del coraje y el alumbramiento,
a Concepción un espejo roto,
a Gonzalo hijo el salto alto de la Poesía por encima de mi cabeza,
a Catalina y Valentina las bodas con hermosura y espero que me inviten,
a Valparaíso esa lágrima,
a mi Alonso de 12 años el nuevo automóvil siglo XXI listo para el vuelo,
a Santiago de Chile con sus 5 millones la mitología que le falta,
al año 73 la mierda,
al que calla y por lo visto otorga el Premio Nacional,
al exilio un par de zapatos sucios y un traje baleado,
a la nieve manchada con nuestra sangre otro Nüremberg,
a los desaparecidos la grandeza de haber sido hombres en el suplicio y haber muerto cantando,
al Lago Choshuenco la copa púrpura de sus aguas,
a las 300 a la vez, el riesgo,
a las adivinas, su esbeltez,
a la calle 42 de New York el paraíso,
a Wall Street un dólar cincuenta,
a la torrencialidad de estos días, nada,
a los vecinos con ese perro que no me deja dormir, ninguna cosa,
a los 200 mineros de El Orito a quienes enseñé a leer en el silabario de Heráclito, el encantamiento,
a Apollinaire el infinito que le dejó Huidobro,
al surrealismo, él mismo,
a Buñuel el papel de rey que se sabía de memoria,
a la enumeración caótica el hastío,
a la Muerte un crucifijo grande de latón.
martes, 19 de abril de 2011
Poemas marianos
En estos días vengo releyendo a ciertos poetas españoles de los ochenta y de pronto caigo en la cuenta de que algunos de los más destacados han merodeado en torno a un tema tan piadoso como el de la Virgen María. Y me resulta llamativo porque no creo que se hayan escrito demasiadas composiciones memorables sobre este asunto en la literatura castellana. La mayor parte de la poesía mariana tradicional es demasiado retórica para el gusto de hoy, con mucha trompetería, celajes falsos y querubines de pastel.
En cuanto a los poetas contemporáneos, no me referiré a Miguel d'Ors, quien sí ha trabajado el tema, como cabría esperar. Hablo, en cambio, de Luis Alberto de Cuenca, que dedica varios poemas a María, como este casi litúrgico "Himno a la Virgen del Carmen":
Madre y hermana nuestra, reina de los espacios
infinitos, asombro del Carmelo, doncella
luminosa, permite que este canto celebre,
lleno de amor, la luz con que enciendes el mundo...
Julio Martínez Mesanza parece muy consciente de que su fe es minoritaria y, en versos de semejante sabor latinizante a los de Cuenca, reclama la asistencia de María frente a las amenazas de su propio orgullo y de un mundo ateo, como reza el rotundo final de este poema, "Santa Dei genitrix":
En cuanto a los poetas contemporáneos, no me referiré a Miguel d'Ors, quien sí ha trabajado el tema, como cabría esperar. Hablo, en cambio, de Luis Alberto de Cuenca, que dedica varios poemas a María, como este casi litúrgico "Himno a la Virgen del Carmen":
Madre y hermana nuestra, reina de los espacios
infinitos, asombro del Carmelo, doncella
luminosa, permite que este canto celebre,
lleno de amor, la luz con que enciendes el mundo...
Julio Martínez Mesanza parece muy consciente de que su fe es minoritaria y, en versos de semejante sabor latinizante a los de Cuenca, reclama la asistencia de María frente a las amenazas de su propio orgullo y de un mundo ateo, como reza el rotundo final de este poema, "Santa Dei genitrix":
Virgen llena de gracia, impera siempre.
Dulce abogada, quita de mis ojos
el velo del orgullo y de mis labios
las palabras que para nada sirven.
no puedo enumerar lo que desprecio
y aún me son gratas demasiadas cosas.
Pero diré que hay una infame estirpe
que deja sin valor nuestro lenguaje:
Su libertad es libertad de usura,
su paz es el escudo del injusto
Otro poema interesante es “Virgen del Camino”, de Andrés Trapiello, sobre todo por el hecho de presentar de forma más conflictiva la relación con la intercesión mariana. Al principio se muestra un escenario invernal y desapacible, correlato objetivo del yo poético. Los techos de la casa son altos, las ventanas cierran mal y la ventisca se cuela inclemente hasta la cama donde intenta descansar el poeta. En medio del desamparo de la noche, éste trata de esbozar unas oraciones a la Virgen, a pesar de que reconoce no creer en esas palabras gastadas, impropias –se dice a sí mismo- de un adulto (“Eres un hombre ya, no crees hace mucho / que el destino obedezca a unas leyes/ divinas”). Sin embargo, poco a poco, las oraciones le transportan a una infancia rural, a la educación católica recibida entre frailes que recomendaban la devoción a la Virgen del Camino: “La Virgen del Camino/ guiará vuestros pasos donde quiera que estéis:/ No dejéis de rezarle y el camino /no será tan difícil. Será para vosotros/linterna en alta mar o un noche de luna”. El consuelo recibido en aquella oración de infancia vuelve a su edad adulta. Y el poeta termina recitando aquellas palabras
como si fueran
el óbolo que habrá de franquearme
los portales del manto hospitalario
que unos llamaron Tiempo
y otros llamaron Nada.
Es notable que uno de los poemas marianos más bellos que conozco lo haya escrito un agnóstico. Por cierto, estos versos los recitó Trapiello con emocionada voz en el Aula Magna de la Universidad de Navarra. Sabía bien donde se encontraba y lo ovacionaron al terminar. Curiosamente esta anécdota no la cuenta en su diario, tal vez porque uno no puede consignarlo todo, ni siquiera lo que pasa de verdad.
como si fueran
el óbolo que habrá de franquearme
los portales del manto hospitalario
que unos llamaron Tiempo
y otros llamaron Nada.
Es notable que uno de los poemas marianos más bellos que conozco lo haya escrito un agnóstico. Por cierto, estos versos los recitó Trapiello con emocionada voz en el Aula Magna de la Universidad de Navarra. Sabía bien donde se encontraba y lo ovacionaron al terminar. Curiosamente esta anécdota no la cuenta en su diario, tal vez porque uno no puede consignarlo todo, ni siquiera lo que pasa de verdad.
En cualquier caso, estas pequeñas coincidencias me hacen pensar, al margen de la sinceridad o fingimiento de cada uno, en el hecho de que, para la época en que se están escribiendo estos poemas, la cultura oficial en España ha dejado de ser católica para ir encaminándose con paso seguro hacia el laicismo anticlerical. ¿No será por un deseo de resistencia independiente lo que encamina a estos poetas a elegir un tema tan, pero tan tradicional? Quién sabe. La poesía, por no estar tan sujeta a las leyes del mercado ni de la ideología dominante, es el reino de la libertad.
domingo, 17 de abril de 2011
Cuatro clásicos en un mes
Toda la prensa lo está aireando: no nos podemos perder los cuatro clásicos en un mes. Humildemente propongo que, en lugar de los Barça-Madrid, puedan ser, por ejemplo, Don Quijote, Hamlet, Crimen y castigo y la poesía de San Juan de la Cruz. O una alternativa más moderna: Casablanca, Centauros del desierto, El ladrón de bicicletas y Ciudadano Kane. Pero, bueno, hay muchos otros clásicos por ahí. La cosa sería buscarlos y que la gente los conociera. A lo mejor nuestro país empezaba a recuperarse en junio.
miércoles, 13 de abril de 2011
Desairados autores de culto
Ricardo Piglia ha recibido el premio de la crítica española por su novela Blanco nocturno. No estoy calificado para opinar sobre el libro porque -problemas de la edad- no me alcanzaron las fuerzas para seguir después de la página 9. Pero creo que ya me he hecho una idea sobre Piglia tras haber leído Respiración artificial dos veces, La ciudad ausente, Plata quemada, los ensayos y sus cuentos reescritos una y otra vez.
Lo mismo me sucede con otro gurú de la narrativa argentina de los años ochenta del siglo pasado, César Aira, muy promocionado en estas tierras con la etiqueta de "autor de culto". No conozco sus sesenta novelas finísimas (en tamaño), pero me parece que tampoco podría concluir ya ninguna después de haberme tragado El congreso, El llanto, Cómo me hice monja, La liebre, Ema la cautiva y alguna más cuyo nombre no quiero recordar.
Con ciertos libros y ciertos autores sucede algo curioso. Son mucho más interesantes como objeto de estudio que como fuente de placer estético. En cierta ocasión elogié sinceramente a una colega que había presentado en un congreso una muy inteligente ponencia sobre una novela de Aira. "Has conseguido que Aira parezca más profundo de lo que es", le dije. "Pero, ¿cómo?, ¡¡¿No te gusta Aira?!!", me replicó abriendo mucho los ojos. Borges hubiera podido responder por mí: "Ah, las vanguardias, que las supersticiosas academias veneran..."
No hay que creer demasiado en las virtudes literarias de los best sellers, pero tal vez no sea menos útil desconfiar de aquellos libros que, menos empeñados en el capital económico, están buscando obtener un crédito literario a otra costa. El hecho de que un autor se consagre con algo tan intangible como la etiqueta de autor de culto no quiere decir que realmente sea valioso. A fin de cuentas, la crítica también comercia con vanidades. Lo notable en el caso de los libros de Aira es que sus defensores aceptan de buena gana su estilo desaliñado, su vaciedad humana y las limitaciones de su presunta comicidad. Para que nadie se llame a engaño en el caso de César Aira, le dejaremos la palabra para que él mismo explique por qué defiende la chapuza en su literatura. "Descubrí que si uno hace las cosas bien, todo puede determinarse demasiado pronto; al menos, pueden determinarse las ganas de seguir", declara en una entrevista. Qué curioso: a mí me pasa exactamente al revés. Cuando una novela me hace disfrutar por su buen estilo, tengo ganas de continuar con ella. En otra conversación con Matías Néspolo, Aira comenta el estúpido final de su novela La liebre, en donde el protagonista descubre en una hora que la mujer del cacique indio que lo acoge es su madre, que otra muchacha es su novia que él creía difunta, que un amigo suyo es su hermano, que una india embarazada es su hija y que los hijos gemelos que la india va a tener son sus nietos:
"Fue la única manera que encontré de acabar la historia sin abusar de otro fin del mundo. Ahí hay una cierta irresponsabilidad, está como un costado de juego, casi infantil que me lo han reprochado, y con mucha razón. Porque hay gente, que, con todo derecho, se toma la literatura en serio. Yo no estoy en contra, simplemente, les pido que me dejen hacer la mía. Porque dentro de todo, yo no le hago mal a nadie" (el subrayado es mío)
No, desde luego, no hace daño a nadie, salvo ese pequeño malestar en el bolsillo del que lo compra y no gusta de jueguitos irresponsables y mal escritos. Pero la literatura, por mucho que la posmodernidad debilísima se empeñe en decir lo contrario, es un juego, cierto, pero un juego que va en serio.
martes, 12 de abril de 2011
Historia de un piropo
La coquetería, a veces, da sorpresas. Por la mañana Marina ha ido al trabajo un poco más tarde por culpa de unos recados y no ha tenido más remedio que dejar el coche en las últimas filas del parking de Derecho, cerca de las obras del nuevo edificio. En cuanto sale del auto, escucha cerca de ella un silbidito, algo así como un "pss", "pss". Los obreros, han sido los obreros, piensa. De inmediato hace una ronda visual por el aparcamiento para localizar al pájaro: sin resultado. Ya está olvidando el incidente cuando vuelve a sonar el silbo amoroso. Nueva investigación, ahora entre los coches próximos. Nada: el admirador continúa escondido. Marina, que es mujer responsable, decide pensar en su despacho y en las cinco horas de trabajo que la esperan, así que camina resuelta hacia delante. Pero justo en ese momento, a sus espaldas, otra vez susurra el "pss", "pss", implacablemente sincronizado. Se vuelve rapidísima y entonces, sí, ahora sí, descubre al culpable: la máquina excavadora que está dando marcha atrás en la obra de enfrente. Para mí y para otros oyentes de la anécdota, la conclusión está clarísima: ¡hasta las máquinas le echan piropos!
lunes, 11 de abril de 2011
El ropero, los viejos y la muerte
En el admirable cuento de Julio R. Ribeyro "El ropero, los viejos y la muerte" se describe un vasto armario, en donde el padre de familia guarda algo más que pertenencias como ese abrigo inglés que nunca se puso o una treintena de libros escogidos. Más al fondo del mueble, muy adentro, se encuentra un cajón cerrado con llave que ningún hijo llegó a saber nunca que contuvo: "tal vez esos papeles y fotos que uno arrastra desde la juventud y que no destruye por el temor de perder parte de una vida que, en realidad, ya está perdida".
Así, los niños del cuento, como los de la vida real, juegan a fisgar en el armario, depósito de la intimidad del padre. Tratan de conocer a aquel que les dio la vida descifrando las huellas de un pasado que se les ha vedado porque el tiempo del padre empezó a rodar antes que el suyo. Vano empeño: visitar una y otra vez un pasado que es nuestro y que al mismo tiempo no lo es.
Así, los niños del cuento, como los de la vida real, juegan a fisgar en el armario, depósito de la intimidad del padre. Tratan de conocer a aquel que les dio la vida descifrando las huellas de un pasado que se les ha vedado porque el tiempo del padre empezó a rodar antes que el suyo. Vano empeño: visitar una y otra vez un pasado que es nuestro y que al mismo tiempo no lo es.
Examen de conciencia
Hay personas que, después de largos exámenes de conciencia, llegan a la firme conclusión de que siempre tienen razón. Qué dura prueba para su humildad.
viernes, 8 de abril de 2011
La serpiente se muerde la cola
¿Por qué los escritores pierden tanto tiempo escribiendo sobre lo que les sucede cuando escriben? ¿Están vacíos? ¿No tienen otra cosa en la que pensar? Tras hacerse estas preguntas, el autor, inquieto, dio los penúltimos retoques a su cuento y escribió en la pantalla: FIN.
martes, 5 de abril de 2011
Tiempo
“¡Ya estamos aquí, ya estamos aquí!”, anuncian los segundos del primer minuto de vida. “¡Largo, largo, que ahora llegamos!”, les gritan los segundos del segundo minuto. “¡Ahora nos toca a nosotros, a nosotros!”, canturrean los del tercero. Y así continúa apareciendo más y más gente, en medio de un escándalo descomunal, hasta que se escucha de pronto una Voz:
-¡Fuera todos de aquí!
Y se impone el Silencio para siempre.
domingo, 3 de abril de 2011
Lo que piensan los ingleses de los españoles
Es entretenido leer las sagas de aventuras náuticas en tiempos de Nelson. En la primera novela de la serie de Patrick O, Brian (sobre la que se inspira la película Master and Commander), una corbeta inglesa sorprende a un barco español muy superior y lo captura. Poco antes de la batalla el capitán Jack Aubrey pronuncia las siguientes palabras:
-Lo bueno de luchar contra los españoles, señor Ellis, dijo Jack con una sonrisa que iluminó su grave rostro y sus ojos grandes y redondos, no es que son cobardes, puesto que no lo son, sino el hecho de que nunca, nunca, están preparados. (Patrick O, Brian, Capitán de mar y guerra, Barcelona, Edhasa, 2004, p. 361).
En otra serie clásica, la escrita por C.S. Forester, los ingleses vuelven a dar estopa a los españoles, esta vez en la isla de Santo Domingo. Un día antes de la batalla, el protagonista, el teniente Hornblower, habla con sus superiores y aconseja atacar cuanto antes:
Creo que esta noche sería el mejor momento, señor. Los españoles nos han visto salir con el rabo entre las piernas, es decir, creen que hemos salido así. (...) Seguramente están orgullosos de sí mismos. Ya sabe usted cómo son, señor. Lo último que esperan es un ataque por otro flanco, por tierra y al alba. (C.S. Forester, El teniente de navío Hornblower, Barcelona, Edhasa, 2006, p. 143).
Vale: estas novelas, méritos literarios aparte (que los tienen), son muy chauvinistas. Pero, ¿no hay algo de verdad en lo que dicen estos piratas vestidos con casaca? ¿No será que perdimos las batallas militares del pasado por imprevisores y soberbios... y que ahora nos sucede los mismo con las batallas económicas?
sábado, 2 de abril de 2011
De la Z a la A
Suelta Zapatero que ha tomado la "decisión firme" (sic) de no perder nunca en unas elecciones. Las gentes de su partido le apoyan, porque todos ellos tienen decisiones parecidas. "¡Hemos ganado! ¡Hemos ganado!" (resic) proclama Camps , y continúa eufórico y mitinero: "Gracias a vosotros, al esfuerzo de los militantes del Partido Popular hemos conseguido", etc. Vaya tropa esta oposición. Yo diría que si ha habido alguien que se ha esforzado en desacreditar al presidente de gobierno ha sido el propio Z. Y que no canten victoria los del PP porque quizá su futuro rival no sea tan inútil como el anterior: luchará a la desesperada y a muerte.
Autoestima
Dicen Léataud, Gómez Dávila y otros que se escribe para vivir de nuevo, para vivir dos veces. Soy una persona olvidadiza. Escribiré este pequeño suceso, pues, para recordarlo. Ayer, a la salida de una clase dirigida a estudiantes de colegios que piensan entrar en la universidad el próximo año, se me acerca sonriente una chica desconocida y me dice:
-Quiero darle las gracias. Hace cinco años yo estaba en una clase de usted y a la salida le pedí que me recomendara dos libros. Usted me dijo que leyera Middlemarch y El jardín de los Finzi Contini. Y me sirvieron de mucho: me encantaron. Muchas gracias.
Llevaba yo a cuestas varias malas noches y una jaqueca a prueba de tres ibuprofenos seguidos. Esas palabras no me curaron, pero me dieron una lección de agradecimiento por su parte y un baño de vanidad por la mía.
A última hora, todavía empapado por el remojón de autoestima, lo suelto en casa y M. se me abalanza:
-¡Pero si El jardín de los Finzi Contini te lo recomendé yo!
Última lección: los éxitos son compartidos.
-Quiero darle las gracias. Hace cinco años yo estaba en una clase de usted y a la salida le pedí que me recomendara dos libros. Usted me dijo que leyera Middlemarch y El jardín de los Finzi Contini. Y me sirvieron de mucho: me encantaron. Muchas gracias.
Llevaba yo a cuestas varias malas noches y una jaqueca a prueba de tres ibuprofenos seguidos. Esas palabras no me curaron, pero me dieron una lección de agradecimiento por su parte y un baño de vanidad por la mía.
A última hora, todavía empapado por el remojón de autoestima, lo suelto en casa y M. se me abalanza:
-¡Pero si El jardín de los Finzi Contini te lo recomendé yo!
Última lección: los éxitos son compartidos.
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