miércoles, 13 de abril de 2011

Desairados autores de culto

Ricardo Piglia ha recibido el premio de la crítica española por su novela Blanco nocturno. No estoy calificado para opinar sobre el libro porque -problemas de la edad- no me alcanzaron las fuerzas para seguir después de la página 9. Pero creo que ya me he hecho una idea sobre Piglia tras haber leído Respiración artificial dos veces, La ciudad ausente, Plata quemada, los ensayos y sus cuentos reescritos una y otra vez. 
Lo mismo me sucede con otro gurú de la narrativa argentina de los años ochenta del siglo pasado, César Aira, muy promocionado en estas tierras con la etiqueta de "autor de culto". No conozco sus sesenta novelas finísimas (en tamaño), pero me parece que tampoco podría concluir ya ninguna después de haberme tragado El congreso, El llanto, Cómo me hice monja, La liebre, Ema la cautiva y alguna más cuyo nombre no quiero recordar.
Con ciertos libros y ciertos autores sucede algo curioso. Son mucho más interesantes como objeto de estudio que como fuente de placer estético. En cierta ocasión elogié sinceramente a una colega que había presentado en un congreso una muy inteligente ponencia sobre una novela de Aira. "Has conseguido que Aira parezca más profundo de lo que es", le dije. "Pero, ¿cómo?, ¡¡¿No te gusta Aira?!!", me replicó abriendo mucho los ojos. Borges hubiera podido responder por mí: "Ah, las vanguardias, que las supersticiosas academias veneran..."
No hay que creer demasiado en las virtudes literarias de los best sellers, pero tal vez no sea menos útil desconfiar de aquellos libros que, menos empeñados en el capital económico, están buscando obtener un crédito literario a otra costa. El hecho de que un autor se consagre con algo tan intangible como la etiqueta de autor de culto no quiere decir que realmente sea valioso. A fin de cuentas, la crítica también comercia con vanidades. Lo notable en el caso de los libros de Aira es que sus defensores aceptan de buena gana su estilo desaliñado, su vaciedad humana y las limitaciones de su presunta comicidad. Para que nadie se llame a engaño en el caso de César Aira, le dejaremos la palabra para que él mismo explique por qué defiende la chapuza en su literatura. "Descubrí que si uno hace las cosas bien, todo puede determinarse demasiado pronto; al menos, pueden determinarse las ganas de seguir", declara en una entrevista. Qué curioso: a mí me pasa exactamente al revés. Cuando una novela me hace disfrutar por su buen estilo, tengo ganas de continuar con ella. En otra conversación con Matías Néspolo, Aira comenta el estúpido final de su novela La liebre, en donde el protagonista descubre en una hora que la mujer del cacique indio que lo acoge es su madre, que otra muchacha es su novia que él creía difunta, que un amigo suyo es su hermano,  que una india embarazada es su hija y que los hijos gemelos que la india va a tener son sus nietos:


 "Fue la única manera que encontré de acabar la historia sin abusar de otro fin del mundo. Ahí hay una cierta irresponsabilidad, está como un costado de juego, casi infantil que me lo han reprochado, y con mucha razón. Porque hay gente, que, con todo derecho, se toma la literatura en serio. Yo no estoy en contra, simplemente, les pido que me dejen hacer la mía. Porque dentro de todo, yo no le hago mal a nadie" (el subrayado es mío)


No, desde luego, no hace daño a nadie, salvo ese pequeño malestar en el bolsillo del que lo compra y no  gusta de jueguitos irresponsables y mal escritos. Pero la literatura, por mucho que la posmodernidad debilísima se empeñe en decir lo contrario, es un juego, cierto, pero un juego que va en serio.

4 comentarios:

  1. No he leído nada de ninguno de los dos. Es lo malo de hacerte un plan de lecturas por orden cronológico: aun voy por el siglo XVII. ¡Demonios!
    Un abrazo,

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  2. Bueno, yo estoy al revés: mi plan va cada vez más del XX para atrás...

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  3. Aira recibió un don y después se dio cuenta de que la estupidez vendía más que la belleza. Es como un Charlie Sheen de la literatura, cae bien por "auténtico". Cuando pase de moda Sheen y ser auténtico, ya veremos.

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  4. Muy oportuno tu comentario, Mae. Es verdad que recibió el don, como muy bien dices, porque recuerdo el comienzo prometedor de Ema la cautiva. Me parece que muchas veces se malogran en sus novelas planteamientos originales por culpa de algo que no sé si llamrlo desidia, indolencia o qué.

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