martes, 12 de junio de 2012

Dos vistazos a las Cortes de Cádiz

En El Cádiz de las Cortes de Ramón Solís, ese maravilloso ensayo histórico, se cuentan muchos pormenores del asedio francés. Como se sabe, Cádiz resistió dos años al estilo de la aldea gala de Astérix, gracias a su posición geográfica. La artillería napoleónica, situada al otro lado de la bahía, rara vez alcanzaba con sus disparos a la ciudad y, cuando llegaba, las mechas se habían apagado y las bombas no explotaban.
Por las mañanas la gente observaba el correr del viento. Si tocaba Levante era más fácil que les cayera alguna bomba. Las campanas de los conventos avisaban al pueblo de los disparos. Desde sus torres se veía el fogonazo a lo lejos y, mientras el proyectil atravesaba la bahía, se daba el toque de rebato. Todo muy casero. Un famoso vigía fue Fray José Fernández, novicio de San Francisco, que se lo pasaba en grande con su nuevo oficio. Cuando los disparos franceses caían al agua, dice un cronista que Fray José hacía un gesto que "con poca razón, si con universal consentimiento, pasa por obsceno, aunque su nombre suena a cosa de sastrería".
El 25 de agosto de 1812 los franceses, hartos de hacer el ridículo, levantaron el sitio. Al principio, el pueblo gaditano saltó de alegría, pero después (¿síndrome de Estocolmo o locura de Obélix?) empezaron a echar de menos a los enemigos. Lo que dice Alcalá Galiano no tiene desperdicio:
"¡Rara condición la del hombre! El vernos libres del sitio no trajo consigo toda la alegría propia de tan fausto acontecimiento. A quienes se han acostumbrado a la agitación, parecen la paz y la tranquilidad cosa fastidiosa. Así que, a los pocos día de levantado el sitio, vueltas las gentes a sus comodidades acostumbradas, era frecuente decir: "¡Gracias a Dios que nos vemos libres de franceses y de bombas. pero hay que confesar que la vida ahora es algo pesada y que en los últimos apuros del sitio era muy divertida. Casi hace falta oír sonar una campana que sirva de anunciar la venida de una bomba".



(En este grabado italiano de la época se aprecia, creo que a pesar de la poca definición, a la gente bailando en las calles mientras los cañones franceses se hartan de lanzar bombazos)

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La otra curiosidad de hoy es quizás apócrifa, no lo sé. En conmemoración del primer centenario de la Constitución, se levantó en la Plaza de España un colosal monumento que todos los gaditanos conocemos bien. Una fuente bien informada (vamos a llamarla P.) me reveló hace tiempo el misterio de libro que remata la cúspide. Desde abajo sólo podemos divisar un volumen abierto con caracteres unciales. Lo lógico es suponer que allí estarán escritos algunos artículos de la famosa constitución. Sin embargo, P. me aseguraba  que lo único que allí se leía, en medio de algunos signos indescifrables, no era otra cosa que ... "Viva la República". Se basaba, decía, en unas fotografías que había realizado con teleobjetivo desde un edificio cercano. Yo ni quito ni pongo rey, pero, si fuera cierto, qué divertido pensar en la cara del escultor tallando su humorada ahí en lo alto, sin que nadie lo notase. Y todavía más curioso imaginar qué hicieron los maestros restauradores actuales cuando tuvieron que limpiar el monumento con motivo de los fastos del bicentenario.


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