lunes, 26 de noviembre de 2012

Ribeyro y el blog

Las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro: ahora que releo el libro, cada prosa apátrida se me aparece como una entrada maravillosa de ese blog encuadernado que Ribeyro compuso sin darse cuenta, anticipándose a un ¿género? ¿formato? que nunca alcanzó a ver en vida. Un ejemplo entre los doscientos que tiene el libro:


Por la misma vereda desierta por donde yo camino, un hombre viene hacia mí, a unos cien metros de distancia. La vereda es ancha, de modo que hay sitio de más para que pasemos sin tocarnos. pero a medida que el hombre se acerca, la especie de radar que todos llevamos dentro se descompone, tanto el hombre como yo vacilamos, zigzagueamos, tratamos de evitarnos, pero con tanta torpeza que no hacemos sino precipitarnos hacia una inminente colisión. Ésta finalmente no se produce, pues faltando unos centímetros logramos frenar, cara contra cara. Y durante una fracción de segundo, antes de proseguir nuestra marcha, cruzamos una fulminante mirada de odio.


Esto es casi un microrrelato originado en la vida cotidiana. Pero también encontramos otras cosas, siempre escritas con una naturalidad admirable que conduce de pronto a una observación iluminadora. Como aquí:


Habituados a la ciudad, ignoramos, hombres de esta época, todas las formas de la naturaleza Somos incapaces de reconocer un árbol, una planta, una flor. Nuestros abuelos, por pobres que fuesen, tuvieron siempre un jardín o una huerta y aprendieron sin esfuerzo los nombres de la vegetación. Ahora, en departamentos y hoteles, no vemos sino flores pintadas, naturalezas muertas, plantas de macetas que parecen sembradas por peluqueros.


Uno piensa si estos textos no son maestros involuntarios de una escritura que intentamos algunos con el blog. Pero detrás de la dicción de Ribeyro están sus lecturas múltiples de diarios, aforismos, memorias. O sea, lo de siempre: que para escribir bien hay que leer a los clásicos.









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