domingo, 6 de octubre de 2013

Homenaje a Juanjo García Noblejas

Ayer fue el homenaje a Juanjo García Noblejas. Y fui. Poco a poco todos aquellos que eran mis maestros en los años de estudiante van recibiendo homenajes, lo cual es un motivo de alegría y de reflexión. Carpe diem, me digo. Ellos lo aprovecharon.
Aunque todos los que hablaron dieron a su modo en la diana, ninguno de los que estábamos allí, creo, podía prever que Juanjo, en su turno de agradecimientos, terminase no hablando de sí mismo, ni de quienes le precedieron, ni de quienes allí estábamos. En un golpe retórico maestro, acabó pidiendo un recuerdo para un antiguo alumno secuestrado y herido en Siria. Además de un toque de elegancia humana muy suyo, fue otra muestra anticonvencional de cómo siempre se ha tomado la vida académica. Para quien, como yo, se ha formado en una Facultad y una disciplina tradicionales, el desenfado intelectual de Juanjo siempre fue un reto y una constante fuente de sugerencias (aquella frase mítica suya en el tribunal de una tesis doctoral: "esta tesis es como los cutos: de ella se aprovecha todo").
También me atrevo a decir que eché en falta en todos aquellos que hablaron de su pensamiento un punto fundamental: la ironía. Juanjo siempre se ha tomado a guasa el lenguaje académico, quizá porque no podía esperarse otra cosa de alguien tan polivalente. Jordi Gasull recordó una clase en la que Juanjo se dedicó a explicar las propiedades de la pera y sus distintas modalidades. Nunca fui alumno suyo ni estuve en aquella clase, pero sospecho que algo tendría que ver el concepto aristotélico de peras (límite) y su chistosa coincidencia con el castellano. Todo podía ser motivo de sorna simpática para él, hasta su amado Aristóteles. La ironía no está reñida con el fervor, como explica Zagaiewsky. En nuestro mundo posmoderno ya no podemos ser solemnes como antaño: necesitamos reírnos cada cierto tiempo. Pero eso no significa que la ironía nos lleve muy lejos. Está bien para un momentito, pero luego necesitamos víveres más fuertes. Nadie quiere a un bufón cuando se está muriendo de sed en un desierto. Por eso el humor de Juanjo busca un sano relativismo, pero en absoluto es relativista. Su pensamiento, envuelto en una desconcertante capa de ironía, siempre ha apuntado a cosas muy serias. Cuestión de retórica, como le gustaría decir a él mismo.

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