jueves, 2 de mayo de 2013

Hong Kong, segunda escala

Después de la calma provinciana de Macao, Hong Kong es una locura de siete millones de habitantes metidos en rascacielos de todo tipo: elegantísimos como los que se reflejan en el agua desde el Sky Line, o cutres y casi soviéticos, como los que se exhiben en el extrarradio o en el mismo centro de Kowloon. 



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Para entender la expresión "lujo asiático" me meto en el Hall del Hotel Peninsula. Me recibe una música tan elegante y los mármoles relucen de tal manera que me dan ganas de salir corriendo, no vayan a aparecer unos guardas de seguridad y me echen por chusma. Pero lo que más aturde es la atmósfera perfumada: el hotel entero huele a Chanel. Todo parece calculado para el disfrute de los sentidos: vista, oído, olfato. Me cuentan que en el urinario masculino del piso 50 hay una inmensa pared de cristal para que puedas contemplar la bahía mientras estás en plena faena. Me siento tan intimidado que no consigo enterarme de cómo subir y comprobarlo. Pero todo va en la misma línea de los sentidos físicos, supongo.  


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En el Ladie´s Market todos se apretujan en busca de una compra barata-barata, pero, como la dieta es sanísima, no hay ningún gordo entre los chinos, lo que facilita las cosas. Y nunca se tropiezan, muestra no sé si de enorme habilidad o de increíble civismo, o de las dos cosas al mismo tiempo.

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Advierto que las distancias entre nuestro mundo y el de los orientales, tienen que ver con los tabúes que manejamos unos y otros. Según ellos, los occidentales somos tremendamente sucios porque no nos descalzamos al llegar a casa y quizá no les falta razón. En la China continental es habitual que la gente escupa en cualquier ocasión, pero afortunadamente el paso de los ingleses en Hong Kong impuso prohibiciones severísimas en este punto. Eso sí, es habitual que la gente coma por la calle a todas horas y cualquier tipo de plato, cuando en España nos comeríamos un helado.
Por lo demás Hong Kong es una ciudad muy limpia: hay letreros que advierten de que los pasamanos de las escalera automáticas se desinfectan cada tres horas, los botones de los ascensores cada una... Delante de mí, una chica muy guapa pasea a su perrito que acaba de levantar la pata para hacer pis. De inmediato, la propietaria desenfunda un desinfectante y, psss psss, lo aplica contra el suelo. Todo tan irreal, tanta limpieza, ¿será sana?



1 comentario:

  1. Leí una vez, atribuido a Julio Camba: "Esa gente que se lava tanto no debe de ser muy limpia".

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