Hace dos semanas puse una pica en Trier (más conocido en español como Tréveris). Fui a dar una conferencia y me quedé un par de días. Tréveris está salpicada de imponentes monumentos romanos y una catedral grandiosa que contrastan con el tamaño modesto y provinciano de la ciudad. En el costado norte queda el Mosela, que es río delicado como evoca su nombre. Al sur, unos cerros de greda rojiza por donde se derraman las vides de uva Riesling. De este a oeste se tardan poco más de tres cuartos de hora en recorrerla. En una punta visité la iglesia de San Matías, un bello santuario donde está enterrado el último apóstol. Había allí una peregrinación ortodoxa con popes muy barbados y señoras de pañuelo en la cabeza. En el extremo opuesto de la ciudad me llevé la sorpresa de la jornada al entrar en la iglesia de san Paulino, una joya espectacular del barroco alemán (para ver la maravilla, pínchese aquí). Entre tanta brillantez, adorno y luminosidad daba la impresión de estar escuchando un "Gloria" a pesar del silencio de la nave central.
Quien vaya a Tréveris puede conocer también la casa natal de Karl Marx. Uno no ha leído a Marx, pero se ha pasado la vida leyendo a marxistas, antimarxistas, neomarxistas y postmarxistas, así que fui con mi anfitriona en la ciudad a aquella mansión, coqueta y de buen pasar, de principios del siglo XIX. El interior me decepcionó un poco, porque estaba tomado por carteles explicativos y no quedaba nada de la vivienda original. Pero nada sabía yo de la trágica vida familiar del filósofo,y algo aprendí. A la salida nos esperaba la infaltable tienda de recuerdos. La regentaba una señora elegantemente vestida de rojo, como si quisiera demostrarnos que hoy en día se puede ser marxista y buena burguesa a la vez (como si hiciera falta demostrarlo, más bien). No había mucho. Recuerdo unos pins, alguna que otra camiseta y unos bustos del filósofo en tres colores a elegir: blanco, negro y rojo.
-Puedes comprar uno para el despacho de tu universidad, me dijo mi acompañante en tono de guasa.
En la tienda había una peregrinación de chinos que compraban con entusiasmo los signos externos de su religión y su fundador. Me acordé de los piadosos ortodoxos que había dejado hacía un rato en San Matías, y comparé lugares y visitantes. Es verdad que había semejanzas, pero no me pareció menos cierta aquella observación chestertoniana de que el marxismo había dicho lo mismo que el cristianismo, sólo que con la cabeza abajo y los pies arriba. Y, tal vez, no sé, desde este punto de vista, la casa de Marx sea una mala copia del templo cristiano.
En la tienda había una peregrinación de chinos que compraban con entusiasmo los signos externos de su religión y su fundador. Me acordé de los piadosos ortodoxos que había dejado hacía un rato en San Matías, y comparé lugares y visitantes. Es verdad que había semejanzas, pero no me pareció menos cierta aquella observación chestertoniana de que el marxismo había dicho lo mismo que el cristianismo, sólo que con la cabeza abajo y los pies arriba. Y, tal vez, no sé, desde este punto de vista, la casa de Marx sea una mala copia del templo cristiano.
Con la cabeza abajo y los pies arriba, como el mundo en el que juramos con gloria sufrir. Preciosa crónica. En especial, la imagen de la señora burguesa vendiendo souvenires marxistas vestida de solemne rojo. Besos!
ResponderEliminarGracias, Melusina. Igualmente...
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