Mi amigo y colega Miguel Zugasti les explicaba a los alumnos una venerable definición de la Filología: la reconstrucción del sentido de los textos mediante el apoyo de la cultura que está detrás de ellos. Por eso el filólogo tendría que estar dispuesto a saber de todo: saber de historia, etnografía, medicina, astrología o numismática, entre otras muchísimas cosas. Por eso, me ha dado ahora por leer libros sobre piratas.
A uno los piratas le han caído siempre mal, quizá porque nunca había visto una película que me los hiciera simpáticos. Pero, al informarme algo más sobre ellos, las cosas las empecé a ver de otro modo. Para empezar, hay que distinguir entre corsarios, bucaneros y filibusteros de la misma forma que no es igual un broker de la Bolsa de Nueva York que un concejal de urbanismo. Entre los piratas también había niveles. Además, la historia de esta gente tiene una riqueza pintoresca que el cine, en líneas generales, no ha olido.
Las mujeres piratas, por ejemplo. Es verdad que en la fatigosa saga de Piratas del Caribe sale la chica ésa dando brincos. Por supuesto es una pijita aficionada en comparación con Anne Bonny y Mary Read. Hay otra muchas mujeres piratas, y no creo que todas fueran tan atractivas como nos las pintan los escritores, que en estos casos son, no por casualidad, siempre varones (y cuando son mujeres que se las dan de feministas, caen en la misma mirada masculina, pero en fin...) . Un grabado antiguo las pinta de esta guisa:
De todas las mujeres piratas la más original y romántica es Jeanne de Belleville, quien aparece en la brillante Historia de la piratería de Philip Gosse, libro magníficamente traducido por Lino Novás Calvo y que le encantaba a Borges. Copio su historia aquí:
El 2 de agosto de 1313 lord Oliver Clisson, uno de los principales caballeros ingleses de Nantes, acusado de una intriga con los ingleses, fue llevado a París y decapitado. Su cabeza fue llevada a Nantes y colgada de la muralla como ejemplo al uso.
Su viuda, Jeanne de Belleville, mujer famosa por su belleza en todo el reino de Francia, juró vengar en su país la muerte de su marido inglés. Hipotecó sus tierras, vendió sus joyas y los muebles de su castillo, y con el dinero así obtenido compró y equipo tres robustas naves. A la cabeza de este pequeño escuadrón la Dama de Clisson, nombre por el cual se la conoce en los anales de la piratería, comenzó a navegar, prestando especial atención a la costa de Francia, mostrándose inclemente con quienes caían en sus manos, cortando gargantas, hundiendo barcos, quemando pueblos. En los combates navales era siempre la primera en abordar al enemigo, llevando un hijo de corta edad a cada lado, jóvenes éstos tan valientes y feroces como su madre. Por desdicha, su fin nos es desconocido.
No es poco romántica esa historia. Nunca la hubiera imaginado en la Edad Media, pero es que de la Edad Media cuesta tanto desprenderse de clichés...
ResponderEliminarMujer pirata más prosaica, aunque con gran potencial literario y cinematográfico si prescindimos de la imaginería machista que dices, es la viuda Ching de la que habla Borges en "Historia universal de la infamia".
La Edad Media es riquísima y compleíisima: ochocientos años dan para mucho. Por lo demás, sí, tienes toda la razón; incluso pensé en la viuda que tú dices también, pero luego no lhablé de ella Borges la sacó del mismo libro que cito yo, el de Phillip Gosse.
Eliminar