miércoles, 24 de noviembre de 2010

Dos microrrelatos de María Rosa Lojo

LO QUE NO PASA EN ESE NO LUGAR
El Cielo –se ha dicho— es el lugar en donde no hay historia. El tiempo cesa allí, se coagula, como cesa de fluir la sangre de una herida. Quizás, en ese espacio donde ningún cuerpo pesa, no hay más que el tiempo de lo que ya se vivió, fragmentado como un rompecabezas, que se arma y se desarma una y otra vez, hasta agotar todas las combinaciones posibles del temor y el deseo.
Quizás se sobremuere allí cómo en los sueños: cada noche (o cada día) lo mismo y distinto, sin conexión o continuidad con el sueño anterior. Seremos entonces habitantes de casas interminables, que cambian constantemente la distribución de los cuartos o la orientación de las ventanas. Encontraremos caras desconocidas y caras que conocemos demasiado y que preferiríamos perder. Habrá animales que comerán dulcemente de nuestra mano y otros, oscuros, que acecharán como amenazas, aunque no existan ya carne ni huesos que puedan morderse.
Habrá, acaso, un paisaje de campanarios, siempre lejano. Una música de belleza intolerable saldrá de las iglesias, y la escucharemos sin entrar al interior umbrío, sin tocar el musgo perenne de aquellas grandes torres, sin sentarnos en los altos bancos del coro de las criaturas, así en el cielo como en la tierra, eternos excluidos de la mesa de Dios.
Pero nadie sabe, a ciencia cierta y ni siquiera inciertamente, lo que no pasa en ese no lugar donde las medidas de este mundo son inútiles.
Tal vez hemos estado allí, antes del nacimiento, y viajamos a la tierra para que algo nos sucediera, realmente. Para que algo doliera de verdad, para que las pérdidas fueran irreparables y raros y únicos los gozos. Para que pudiéramos soñar la felicidad como la falsa memoria de un cielo inexistente.





LOS SANTOS INOCENTES
Los primeros pobladores del Cielo cristiano fueron los Santos Inocentes.
Inocentes, claro, hubo muchos antes que ellos. Pero tal inocencia y las formas de su vida y de su muerte, fueron estrictamente naturales, sea por las diversas enfermedades que aquejan a la infancia, sea por la maldad que algunos hombres segregan como el caracol su baba luminosa.
Pero esos Inocentes, los que mandó matar Herodes el Grande, porque uno de ellos podía ser el legítimo heredero de su trono, se merecían el Cielo por causas del todo sobrenaturales. Aunque ninguno de ellos fue consultado previamente a tal efecto, sus breves vidas y sus largas muertes fueron necesarias para despistar a Herodes, y que se cumplieran las profecías.
Quedaron, pues, bautizados con su propia sangre, que protegía los secretos designios del Señor y entraron de inmediato en un cielo vacío. Venían degolladitos, temblando por las corrientes de aire que asolaban ese espacio aun inhóspito. Se hubiera dicho que llegaban en malón, a no ser por su condición especialmente patética e inofensiva.
Varios ángeles les cosieron los cuellos tiernos y rotos con dedos de seda. Y otros ángeles (puesto que no había allí aún mujeres, y tampoco hombres) les dieron de mamar, ya que habían sido arrancados sin piedad del seno de sus madres, y ninguna otra cosa podía complacerlos.


María Rosa Lojo (Buenos Aires, 1956) es autora de una veintena de libros de poesía, narrativa y ensayo.  Su interés por la narrativa histórica le ha proporcionado justo prestigio en su país gracias a títulos como Historias ocultas de la Recoleta (2000), La princesa federal (1998) o Finisterre (2005). De la conjunción de su veta poética con la narrativa han surgido poemas en prosa o microrrelatos como éstos.  

2 comentarios:

  1. Veo agazapado a Borges -demasiado peso el suyo en mucha de la literatura contemporánea- en el primer relato, que al final se salva por el último párrafo.
    Pero el segundo relato, qué bueno.

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  2. No se me había ocurrido lo de Borges, Ángel, pero seguramente tienes razón: es una presencia ineludible, para adherirse a él o rechazarlo, más si se trata de escritores argentinos. Coincido contigo, de todas formas, en que el final es espléndido(no es borgiana esa nostalgia del Paraíso), y esto sin desmerecer de lo anterior.
    El de los Santos inocentes me parece estupendo, claro.

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