martes, 12 de mayo de 2009

Poética


Todas las mañanas se despertaba lleno de palabras. En el desayuno, al tomar el autobús o durante el trabajo, las iba arrojando al aire como un mago que sacara palomas de la manga.

Algunas se caían al suelo, pero otras se las llevaba la gente y se disolvían en las manos a los pocos minutos. Una mujer muy bella se guardó unas cuantas para enseñárselas a sus amigas en el baño.

Al caer el sol, regresaba a casa, extrañado de que no le quedaran apenas palabras. Con las pocas que le quedaban, saludaba al entrar, contaba un cuento a sus hijos, cenaba con su mujer y se metía en la cama. Entonces, unos ángeles descendían de la lámpara cargados de cubos y palas, y le iban metiendo palabras por el oído. Una tras otra, sin parar hasta la mañana siguiente.

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