Una mujer está gritando en la playa de la isla de Naxos. Desde la nave que se aleja, Teseo el ingrato mira al otro lado, esperando que esos chillidos de gaviota herida se vayan apagando y confundiendo con el murmullo del mar y la canción del viento. Hasta hace unas semanas Ariadna le ha sido útil y, durante la travesía, se divirtió con ella y hasta le prometió algunas cosillas. Pero ninguna promesa debía torcer su destino de héroe, de eso está seguro. Además, la muchacha es un poco anodina, por muy princesa de Creta que sea: en Atenas hay decenas de doncellas que valen más.
Transcurre una media hora y ya se han disuelto en el aire los patéticos lamentos de la abandonada. Teseo suspira y entiende que su recuerdo, aunque desagradable y doloroso, se irá desvaneciendo como su voz en cuanto pasen unos días. De ella sólo guardará, como botín, un trozo del hilo que le ayudó a no extraviarse por el laberinto. Sólo necesita no pensar.
Y así, el silencio y el sueño de la noche acuden en su ayuda. La luna se proyecta en las velas que el héroe mira antes de dormirse en cubierta. Pero, al poco tiempo, se despierta sobresaltado como si algo le estuviese sacudiendo en una mano. Le ha parecido escuchar otra vez los gritos de Ariadna. Un poco inquieto vuelve a dormirse y, de pronto, siente otro tirón en el bolsillo y un aullido de terror que regresa desde la isla lejana. Teseo es supersticioso. Al recobrar la lucidez, cree que el hilo está encantado y no le da tregua, como si fuera un cable que lo conectase fatalmente con la desesperada Ariadna. La solución parece fácil: se incorpora y tira la cuerda por la borda.
Ya más tranquilo regresa al lecho. Pero el remedio es inútil, porque los gritos vuelven muchas veces más a lo largo de la noche. El hilo que le dejó Ariadna es invisible y desde entonces no le deja descansar en lo que le queda de vida.
¿Pues sabes una cosa? Que Teseo hizo bien dejando tirada a la paya ésa en la playa aquélla. Lástima que con las prisas de la "retirada ahora que es tiempo" se le olvidara cambiar las velas (aunque todo sea por la Geografía), pero con ese nombre y tantos hilos, Ariadna solamente podía ser una ... lianta. Hilillos a la mar. Fernando.
ResponderEliminarSubcomodoro, huelo a machismo... Si no fuese por los hilos, el señorito Teseo se hubiera quedado para siempre en su laberinto, donde intentaba demostrar lo listo que era. Esa es la vida de las Ariadnas, sacar de líos y quedarse tiradas. Pues qué bien. Disculpa, no soy feminista pero a veces lo parezco.
ResponderEliminarMaría.