viernes, 22 de noviembre de 2013
Santa Cristina y la tienda de frutas
Cuenta el gran poeta peruano Antonio Cisneros que, siendo lector de español en la universidad de Budapest, entró un día en una iglesia mientras se celebraba misa. No entendió nada de lo que decía el sacerdote y, sin embargo, sintió que entendía no entendiendo. Fue el momento de su conversión. Algún tiempo después escribiría El libro de Dios y los húngaros, de donde salió este poema, "Domingo en Santa Cristina de Budapest y frutería de al lado":
Llueve entre los duraznos y las peras,
las cáscaras brillantes bajo el río
como cascos romanos en sus jabas.
Llueve entre el ronquido de todas las resacas
y las grúas de hierro. El sacerdote
lleva el verde de Adviento y un micrófono.
Ignoro su lenguaje como ignoro
el siglo en que fundaron este templo.
Pero sé que el Señor está en su boca:
para mí las vihuelas, el más gordo becerro,
la túnica más rica, las sandalias,
porque estuve perdido
más que un grano de arena en Punta Negra,
más que el agua de lluvia entre las aguas
del Danubio revuelto.
Porque fui muerto y soy resucitado.
Llueve entre los duraznos y las peras,
frutas de estación cuyos nombres ignoro, pero sé
de su gusto y su aroma, su color
que cambia con los tiempos.
Ignoro las costumbres y el rostro del frutero
—su nombre es un cartel—
pero sé que estas fiestas y la cebada res
lo esperan al final del laberinto
como a todas las aves
cansadas de remar contra los vientos.
Porque fui muerto y soy resucitado,
loado sea el nombre del Señor,
sea el nombre que sea bajo esta lluvia buena.
jueves, 21 de noviembre de 2013
Plaza de los héroes
Hay dos maneras de viajar a una ciudad desconocida: o te dejas sorprender o te informas antes. Las dos tienen argumentos a favor y un amigo, buen historiador por más señas, se quedó en el bando de los que no querían saber nada antes de ir a Budapest. Creo que se equivocaba. La historia de Hungría es tan desconocida para nosotros como fascinante y, si no sabes algo de ella, no sólo los letreros, escritos en rarísimo húngaro, sino las imágenes, se vuelven indescifrables.
La plaza de los héroes, por ejemplo. El final de la bella avenida Andrassy no sería poco más que uno de esos espacios monumentales a la parisina que tanto gustaba a la gente hace cien años. Monumentales y nacionalistas, por cierto. En Pamplona tenemos el paseo de Sarasate, ni más ni menos (sobre todo, menos).
Pero se puede entender mejor ese espacio si sabemos algo de lo que nos quiere decir. Es lo que sucede con alguna de las estatuas y sus magníficos bajorrelieves.
Aquí arriba, Colomán, el bibliófilo. Era un rey medieval, culto y tolerante: prohibió las cazas de brujas. Por eso se le ve con un gesto de clemencia hacia la mujer de la esquina. Lo representan idealizado, porque en realidad era feo y deforme. Esto lo hace más simpático todavía.
El siguiente es Bela IV:
Le tocó la terrible invasión de los mongoles que mataron a más de la mitad de la población del país. Y, si no se hubiera muerto de una enfermedad misteriosa su líder, esta gente no hubiera parado de asesinar europeos hasta llegar a Cádiz. Por eso al pobre rey se le ve inclinado, como el árbol, sobre los cadáveres y los buitres.
Ahora viene Jan Hunyadi, que le dio muchas palizas a los turcos. El movimiento del bajorrelieve es espectacular:
Y, por último, Matías Corvino, el rey sabio, constructor y renacentista:
Después de él regresaron los turcos y lo aniquilaron todo por más de ciento cincuenta años.
La plaza de los héroes, por ejemplo. El final de la bella avenida Andrassy no sería poco más que uno de esos espacios monumentales a la parisina que tanto gustaba a la gente hace cien años. Monumentales y nacionalistas, por cierto. En Pamplona tenemos el paseo de Sarasate, ni más ni menos (sobre todo, menos).
Pero se puede entender mejor ese espacio si sabemos algo de lo que nos quiere decir. Es lo que sucede con alguna de las estatuas y sus magníficos bajorrelieves.
Aquí arriba, Colomán, el bibliófilo. Era un rey medieval, culto y tolerante: prohibió las cazas de brujas. Por eso se le ve con un gesto de clemencia hacia la mujer de la esquina. Lo representan idealizado, porque en realidad era feo y deforme. Esto lo hace más simpático todavía.
El siguiente es Bela IV:
Le tocó la terrible invasión de los mongoles que mataron a más de la mitad de la población del país. Y, si no se hubiera muerto de una enfermedad misteriosa su líder, esta gente no hubiera parado de asesinar europeos hasta llegar a Cádiz. Por eso al pobre rey se le ve inclinado, como el árbol, sobre los cadáveres y los buitres.
Ahora viene Jan Hunyadi, que le dio muchas palizas a los turcos. El movimiento del bajorrelieve es espectacular:
Y, por último, Matías Corvino, el rey sabio, constructor y renacentista:
Después de él regresaron los turcos y lo aniquilaron todo por más de ciento cincuenta años.
miércoles, 20 de noviembre de 2013
El autorretrato y los selfies
La semana pasada anduvimos por Budapest: ciudad maravillosa. Nos acercamos al Museo de Bellas Artes, donde ya estuve la otra vez, y me reencontré con este cuadro de un pintor desconocido para mí:
Jan Kupecky se retrata con su familia, que es un modo de decir: "Yo soy yo y ellos; mi yo no se explica sin ellos". A la esposa la pinta con un seno desnudo, como expresando a la vez la atracción física del marido y el orgullo que siente ante todo el mundo por su belleza. Muy bien. Y además, está la condición de madre que descubre el pecho, algo cansada porque no ha dormido mucho, con el hijo bastante crecidito que ya quiere darle un guantazo al espectador. Pero lo que más me gusta es el rostro del pintor, modernísimo. Ahí nos está mirando, atentamente feliz y un punto arrogante. Se ve cuánto tiempo ha dedicado a estudiar su gesto y el de los suyos, poco a poco, buscando sin prisa. La diferencia entre el gran autorretrato y los selfies de ahora quizá están en el mimo en que, en la pintura, el yo trata de conocerse y mostrarse a los demás. Por eso en los selfies, que son el ego con prisa, lo normal es salir con cara de tonto.
Jan Kupecky se retrata con su familia, que es un modo de decir: "Yo soy yo y ellos; mi yo no se explica sin ellos". A la esposa la pinta con un seno desnudo, como expresando a la vez la atracción física del marido y el orgullo que siente ante todo el mundo por su belleza. Muy bien. Y además, está la condición de madre que descubre el pecho, algo cansada porque no ha dormido mucho, con el hijo bastante crecidito que ya quiere darle un guantazo al espectador. Pero lo que más me gusta es el rostro del pintor, modernísimo. Ahí nos está mirando, atentamente feliz y un punto arrogante. Se ve cuánto tiempo ha dedicado a estudiar su gesto y el de los suyos, poco a poco, buscando sin prisa. La diferencia entre el gran autorretrato y los selfies de ahora quizá están en el mimo en que, en la pintura, el yo trata de conocerse y mostrarse a los demás. Por eso en los selfies, que son el ego con prisa, lo normal es salir con cara de tonto.
martes, 19 de noviembre de 2013
El taxista
El taxista de Madrid con licencia número 31247363GH abrió su tableta y leyó:
-¿Quieres saber el día de tu muerte?
Aprovechando el ratito de descanso, le dio a "Aceptar":
- Morirás hoy a las 9.30 horas de la mañana.
-Pues sí que estamos buenos, se dijo Domingo Domínguez, que así se llamaba el taxista. Y se bajó una aplicación del juego "Grand Theft Auto".
Estaba rematando virtualmente a un traficante de drogas cuando le distrajo un golpe en la ventanilla trasera.
-¿Me lleva a Nuevos Ministerios?, le preguntó la voz del cliente.
Domingo echó a rodar en Atocha, atravesó Recoletos, saludó al dios Neptuno y se embaló ya cerca de Colón. Como el otro estaba encerrado en un silencio fúnebre, volvió a pensar en la misión interrumpida en el juego. Tenía que acabar de romperle la cabeza al traficante, recoger la mercancía en el almacén y esperar a su contacto en...Pero, de pronto, el cliente dijo como un heraldo de la muerte:
-Está usted llegando tarde. Acelere, acelere, hombre, que así no llegará a tiempo.
-Qué prisas tiene usted.
-Eso es cosa suya, que es el profesional.
Vaya tío tan desagradable, pensó Domingo, pero le metió más caña al coche. Empezó a lloviznar. A la altura de Gregorio Marañón la camioneta le entró por la izquierda como una puñalada. El taxista sólo alcanzó a decir "Joder" y frenó con desesperación. Luego vino el silencio.
Domingo abrió los ojos y trató de ubicar al pasajero, que se había hecho humo. Se palpó la frente y comenzaron a sonar las bocinas a su alrededor. Eran las 9,31 de la mañana.
-¿Quieres saber el día de tu muerte?
Aprovechando el ratito de descanso, le dio a "Aceptar":
- Morirás hoy a las 9.30 horas de la mañana.
-Pues sí que estamos buenos, se dijo Domingo Domínguez, que así se llamaba el taxista. Y se bajó una aplicación del juego "Grand Theft Auto".
Estaba rematando virtualmente a un traficante de drogas cuando le distrajo un golpe en la ventanilla trasera.
-¿Me lleva a Nuevos Ministerios?, le preguntó la voz del cliente.
Domingo echó a rodar en Atocha, atravesó Recoletos, saludó al dios Neptuno y se embaló ya cerca de Colón. Como el otro estaba encerrado en un silencio fúnebre, volvió a pensar en la misión interrumpida en el juego. Tenía que acabar de romperle la cabeza al traficante, recoger la mercancía en el almacén y esperar a su contacto en...Pero, de pronto, el cliente dijo como un heraldo de la muerte:
-Está usted llegando tarde. Acelere, acelere, hombre, que así no llegará a tiempo.
-Qué prisas tiene usted.
-Eso es cosa suya, que es el profesional.
Vaya tío tan desagradable, pensó Domingo, pero le metió más caña al coche. Empezó a lloviznar. A la altura de Gregorio Marañón la camioneta le entró por la izquierda como una puñalada. El taxista sólo alcanzó a decir "Joder" y frenó con desesperación. Luego vino el silencio.
Domingo abrió los ojos y trató de ubicar al pasajero, que se había hecho humo. Se palpó la frente y comenzaron a sonar las bocinas a su alrededor. Eran las 9,31 de la mañana.
jueves, 7 de noviembre de 2013
La falsa leyenda de San Virila
Según la piadosa leyenda de San Virila, el monje sube desde el monasterio de Leyre (Navarra) hasta una escarpada fuente, escondida entre los tilos y serbales de la sierra. Tras la caminata agotadora se sienta a escuchar bajo los árboles el dulce trinar de un pajarito. Extasiado por la belleza del momento, Virila ingresa en un trance tan profundo que acaba por quedarse dormido. Son cosas que pasan. Después el monje desciende hasta el monasterio, pero lo encuentra cambiado. Ya no están las mismas piedras: el estilo tosco del románico primitivo ha cambiado a un gótico irreconocible. Llama a la puerta. Le abre un desconocido. Pronto acude toda una comitiva de frailes que rodean a Virila sin que éste entienda nada. ¿Dónde están sus antiguos compañeros, Sisebuto, Gundemaro, Ramiro? Entonces, uno de los religiosos, el que se dice abad, le pregunta por su nombre. Después se va corriendo a los archivos del monasterio y vuelve con unos librotes bajo el brazo. Según consta en los papelajos, Virila habría sido un fraile que vivió en el monasterio... trescientos años atrás. Esto había sido el tiempo prodigioso en que el santo se quedó en éxtasis mientras elevaba su alma a Dios a través del pajarito.
Sin embargo, esta leyenda es un cuento. Aparte de que se registran milagros parecidos por toda la Europa medieval, hoy en día no se sostiene un milagro así. No hay quien se lo crea. Mucho más interesante es imaginar otra opción. Supongamos que Virila se quedó dormido durante trescientos años, que bajó a su monasterio y que no le llamaron la atención ni las piedras, porque no habían cambiado, ni los habitantes del monasterio, que seguían siendo los mismos. Fray Sisebuto, su mejor amigo, le estaba esperando inquieto porque Virila llevaba demasiado tiempo fuera y era peligroso en aquellos siglos pasar la noche a la intemperie. Fray Gundemaro tocó la campana para cenar y Fray Ramiro bendijo los alimentos. Todos comieron sopas de pan con tocino y se fueron a la cama después de haber rezado las Completas. Virila se durmió entre los ronquidos de la comunidad, bajo el techo del monasterio y las estrellas, que son portavoces del cielo.
Pues sí: habían pasado trescientos años, pero nadie se había dado cuenta. Nadie cambió. Ni Virila ni el resto de sus compañeros. El prodigio se hizo en medio de ellos sin que ninguno se diera cuenta. Así son los verdaderos milagros.
miércoles, 6 de noviembre de 2013
La mariposa y la viga: aforismos de Fernández Moreno
Ayer, en Madrid, antes de la presentación del Adán Buenosayres en la Librería del Centro, estuve un rato en la Hemeroteca municipal, dejándome los ojos con los microfilms de La Nación de Buenos Aires, año 1950. Pero el resultado valió la pena, entre otros hallazgos, porque encontré estos aforismos del increíblemente relegado Baldomero Fernández Moreno, publicados muy poco antes de su muerte (La Nación, 16 de abril):
La noche empieza en cuanto se dice hasta mañana.
El cielo parece escuchar a través de las estrellas.
La boca escéptica de los peces.
El declinar de un zapato es siempre noble: se acerca a la sandalia.
Los ojos son dos torrecillas de cristal y de agua.
¡Con qué señorío traspasa el aroma del azahar los hierros de la cancela!
El viento helado de la noche envolvía a aquella mujer y la abandonaba tibio y perfumado.
La noche empieza en cuanto se dice hasta mañana.
El cielo parece escuchar a través de las estrellas.
La boca escéptica de los peces.
El declinar de un zapato es siempre noble: se acerca a la sandalia.
Los ojos son dos torrecillas de cristal y de agua.
¡Con qué señorío traspasa el aroma del azahar los hierros de la cancela!
El viento helado de la noche envolvía a aquella mujer y la abandonaba tibio y perfumado.
domingo, 27 de octubre de 2013
Homer NO es Don Quijote
Hace unos diez días tuve la oportunidad de participar en una mesa redonda, en compañía de tres colegas y amigos. El tema era "El sueño de la razón" y se suponía, ahí es nada, que teníamos que dar unas cuantas claves para comprender el siglo XX y lo que llevamos del XXI. A mí se me ocurrió basar mi intervención en la idea de que la ironía y la parodia son fundamentales para nuestra cultura de hoy. Comencé citando a varios escritores (Zagaiewsky, Parra, Lyotard...) y, ay, a Los simpson, la serie de mayor éxito de los últimos decenios.
Estos ejemplos (me refiero a los televisivos, obviamente) a la gente le entusiasman. Tal vez por eso, en el turno de preguntas, un chico me preguntó si Los Simpson no serían el nuevo Quijote del mundo posmoderno, en la medida en que eran una gran parodia de su tiempo. Alarmado, respondí que no, que Don Quijote no era sólo un libro de burlas y que había mucho más, que si la altura del héroe de La Mancha no se puede comparar con el cutre de Homer, que si el episodio de su muerte es de una hondura genial, y bla, bla, bla... Ahora leo que mis declaraciones han sido malinterpretadas y que me han hecho decir exactamente lo contrario. Conclusión: que uno mismo ha sido parodiado y al pobre Don Quijote me lo han reducido a un muñeco imbécil.
Pero la culpa fue mía: la próxima vez procuraré no ofrecer bocados tan suculentos a los periodistas. Para consolarme, hoy me he levantado con las palabras de Tomás Moro: felices aquellos que se rían de sí mismos, pues siempre tendrán muchos motivos para divertirse.
Estos ejemplos (me refiero a los televisivos, obviamente) a la gente le entusiasman. Tal vez por eso, en el turno de preguntas, un chico me preguntó si Los Simpson no serían el nuevo Quijote del mundo posmoderno, en la medida en que eran una gran parodia de su tiempo. Alarmado, respondí que no, que Don Quijote no era sólo un libro de burlas y que había mucho más, que si la altura del héroe de La Mancha no se puede comparar con el cutre de Homer, que si el episodio de su muerte es de una hondura genial, y bla, bla, bla... Ahora leo que mis declaraciones han sido malinterpretadas y que me han hecho decir exactamente lo contrario. Conclusión: que uno mismo ha sido parodiado y al pobre Don Quijote me lo han reducido a un muñeco imbécil.
Pero la culpa fue mía: la próxima vez procuraré no ofrecer bocados tan suculentos a los periodistas. Para consolarme, hoy me he levantado con las palabras de Tomás Moro: felices aquellos que se rían de sí mismos, pues siempre tendrán muchos motivos para divertirse.
sábado, 19 de octubre de 2013
Vinicius de Moraes: cien años
El grandísimo poeta y músico Vinicius de Moraes hubiera cumplido hoy cien años.
La letra traducida, aquí:
Para vivir un gran amor se necesita
mucha concentración y mucho tino,
mucha seriedad y poca risa...
para vivir un gran amor.
Para vivir un gran amor es menester
ser hombre de una sola mujer;
pues serlo de muchas, pucha !
es cosa fácil... no tiene ningún mérito.
Para vivir un gran amor, primero es preciso
consagrarse caballero
y entregarse a su dama por entero,
sea como fuere. Hay que convertir
el cuerpo en una morada donde
se enclaustre a la mujer amada, y luego
apostarse afuera con una espada...
para vivir un gran amor.
Para vivir un gran amor es urgente,
descartarse al máximo de la gente,
pues en general la gente envidia
el amor profundamente.
Hay que cortar con grupos y boites,
pasar de largo ante los café-societies
y de todas sus tristes marionetas...
para vivir un gran amor.
Para vivir un gran amor, les digo,
se necesita mucha atención con el "mejor amigo",
que por andar solo se les puede pegar
hasta frustrar el gran amor.
Se necesita muchísimo cuidado
con aquellos que no estén apasionados,
pues quien no lo está se halla siempre
dispuesto a perturbar el gran amor.
Para vivir un gran amor, en realidad,
hay que compenetrarse de la certidumbre
de que no existe amor sin fidelidad...
para vivir un gran amor. Pues quien traiciona
su amor por vanidad desconoce la libertad,
esa inmensa, innombrable libertad
que supone un solo amor.
Para vivir un gran amor, il faut además
de ser fiel, ser buen conocedor del
yudo y del arte culinario...
para vivir un gran amor.
Para vivir un gran amor perfecto
no basta ser apenas buen sujeto;
es necesario también tener grandes
pectorales, pectorales de remero.
Es preciso mirar siempre a la persona amada
como a la primer enamorada
y a su propia viuda también,
ya amortajada en su amor muerto.
Es muy necesario haber previsto
un crédito de rosas del florista...
mayor, mucho mayor que el de la modista !!
para complacer al gran amor.
Pues lo único que el gran amor quiere
es amor, amor, sin medida;
además un tutuzinho con panceta
hace ganar puntos...
Se ganan puntos sabiendo preparar cositas:
huevos fritos, camarones, sopitas, salsas,
strogonoffs; comiditas para después del amor.
¿Y qué mejor que ir a la cocina
y preparar con amor una gallina
con una rica y sabrosa
farofinha para su gran amor?
Para vivir un gran amor es muy,
muy importante vivir siempre juntos
y hasta ser, en lo posible, un solo difunto,
para no morir de dolor.
Es necesario cuidar permanentemente,
no sólo el cuerpo sino también la mente,
pues la amada acusa cualquier mezquindad
y el amor se enfría un poco.
Hay que ser cortés sin cortesía;
dulce y conciliador sin cobardía;
saber ganar dinero con poesía...
para vivir un gran amor.
Es necesario saber tomar whisky,
no arriesgarse nunca con el mal bebedor!!
y ser impermeable a las habladurías,
con las que el amor, no quiere saber nada.
Pero todo esto no sirve de nada
si en esta oscura y alocada selva
no se supiere hallar a la bien-amada...
para vivir un gran amor
O sus colaboraciones con Toquinho:
Y aquí, mi poema preferido de entre los suyos, el "Soneto de la fidelidad":
De tudo ao meu amor serei atento
Antes, e com tal zelo, e sempre, e tanto
Que mesmo em face do maior encanto
Dele se encante mais meu pensamento.
Quero vivê-lo em cada vão momento
E em seu louvor hei de espalhar meu canto
E rir meu riso e derramar meu pranto
Ao seu pesar ou seu contentamento
E assim, quando mais tarde me procure
Quem sabe a morte, angústia de quem vive
Quem sabe a solidão, fim de quem ama
Eu possa me dizer do amor (que tive):
Que não seja imortal, posto que é chama
Mas que seja infinito enquanto dure.
La letra traducida, aquí:
Para vivir un gran amor se necesita
mucha concentración y mucho tino,
mucha seriedad y poca risa...
para vivir un gran amor.
Para vivir un gran amor es menester
ser hombre de una sola mujer;
pues serlo de muchas, pucha !
es cosa fácil... no tiene ningún mérito.
Para vivir un gran amor, primero es preciso
consagrarse caballero
y entregarse a su dama por entero,
sea como fuere. Hay que convertir
el cuerpo en una morada donde
se enclaustre a la mujer amada, y luego
apostarse afuera con una espada...
para vivir un gran amor.
Para vivir un gran amor es urgente,
descartarse al máximo de la gente,
pues en general la gente envidia
el amor profundamente.
Hay que cortar con grupos y boites,
pasar de largo ante los café-societies
y de todas sus tristes marionetas...
para vivir un gran amor.
Para vivir un gran amor, les digo,
se necesita mucha atención con el "mejor amigo",
que por andar solo se les puede pegar
hasta frustrar el gran amor.
Se necesita muchísimo cuidado
con aquellos que no estén apasionados,
pues quien no lo está se halla siempre
dispuesto a perturbar el gran amor.
Para vivir un gran amor, en realidad,
hay que compenetrarse de la certidumbre
de que no existe amor sin fidelidad...
para vivir un gran amor. Pues quien traiciona
su amor por vanidad desconoce la libertad,
esa inmensa, innombrable libertad
que supone un solo amor.
Para vivir un gran amor, il faut además
de ser fiel, ser buen conocedor del
yudo y del arte culinario...
para vivir un gran amor.
Para vivir un gran amor perfecto
no basta ser apenas buen sujeto;
es necesario también tener grandes
pectorales, pectorales de remero.
Es preciso mirar siempre a la persona amada
como a la primer enamorada
y a su propia viuda también,
ya amortajada en su amor muerto.
Es muy necesario haber previsto
un crédito de rosas del florista...
mayor, mucho mayor que el de la modista !!
para complacer al gran amor.
Pues lo único que el gran amor quiere
es amor, amor, sin medida;
además un tutuzinho con panceta
hace ganar puntos...
Se ganan puntos sabiendo preparar cositas:
huevos fritos, camarones, sopitas, salsas,
strogonoffs; comiditas para después del amor.
¿Y qué mejor que ir a la cocina
y preparar con amor una gallina
con una rica y sabrosa
farofinha para su gran amor?
Para vivir un gran amor es muy,
muy importante vivir siempre juntos
y hasta ser, en lo posible, un solo difunto,
para no morir de dolor.
Es necesario cuidar permanentemente,
no sólo el cuerpo sino también la mente,
pues la amada acusa cualquier mezquindad
y el amor se enfría un poco.
Hay que ser cortés sin cortesía;
dulce y conciliador sin cobardía;
saber ganar dinero con poesía...
para vivir un gran amor.
Es necesario saber tomar whisky,
no arriesgarse nunca con el mal bebedor!!
y ser impermeable a las habladurías,
con las que el amor, no quiere saber nada.
Pero todo esto no sirve de nada
si en esta oscura y alocada selva
no se supiere hallar a la bien-amada...
para vivir un gran amor
O sus colaboraciones con Toquinho:
Y aquí, mi poema preferido de entre los suyos, el "Soneto de la fidelidad":
De tudo ao meu amor serei atento
Antes, e com tal zelo, e sempre, e tanto
Que mesmo em face do maior encanto
Dele se encante mais meu pensamento.
Quero vivê-lo em cada vão momento
E em seu louvor hei de espalhar meu canto
E rir meu riso e derramar meu pranto
Ao seu pesar ou seu contentamento
E assim, quando mais tarde me procure
Quem sabe a morte, angústia de quem vive
Quem sabe a solidão, fim de quem ama
Eu possa me dizer do amor (que tive):
Que não seja imortal, posto que é chama
Mas que seja infinito enquanto dure.
martes, 15 de octubre de 2013
Nada más vivificante
Nada más vivificante que el pensamiento sobre la muerte. ¿No habrá sido éste el secreto de la sorprendente evolución del hombre, que ha ido de las cavernas a los astros? (Mario Quintana)
jueves, 10 de octubre de 2013
El premio al cuento
Extrañamente me ha alegrado el premio Nobel a Alice Munro. Es extraño porque casi no la he leído y ahora tendré que reparar ese error. Pero, como a todo le busco una explicación, me digo que es porque el galardón se lo han dado a una cuentista, algo más infrecuente de lo que parece. Leer cuentos requiere lectores inteligentes. Hay mucha gente que devora novelas y es incapaz de degustar ni una sola de sus frases. Hay aficionados a la poesía ciegos ante la vida humana que pasa delante de ellos en un relato. Pero quien disfruta de un buen cuento, aprecia las leyes de la poesía y de la novela, aun sin darse cuenta. Por eso es un lector inteligente. Aunque para la vida pueda ser tonto perdido.
domingo, 6 de octubre de 2013
Homenaje a Juanjo García Noblejas
Ayer fue el homenaje a Juanjo García Noblejas. Y fui. Poco a poco todos aquellos que eran mis maestros en los años de estudiante van recibiendo homenajes, lo cual es un motivo de alegría y de reflexión. Carpe diem, me digo. Ellos lo aprovecharon.
Aunque todos los que hablaron dieron a su modo en la diana, ninguno de los que estábamos allí, creo, podía prever que Juanjo, en su turno de agradecimientos, terminase no hablando de sí mismo, ni de quienes le precedieron, ni de quienes allí estábamos. En un golpe retórico maestro, acabó pidiendo un recuerdo para un antiguo alumno secuestrado y herido en Siria. Además de un toque de elegancia humana muy suyo, fue otra muestra anticonvencional de cómo siempre se ha tomado la vida académica. Para quien, como yo, se ha formado en una Facultad y una disciplina tradicionales, el desenfado intelectual de Juanjo siempre fue un reto y una constante fuente de sugerencias (aquella frase mítica suya en el tribunal de una tesis doctoral: "esta tesis es como los cutos: de ella se aprovecha todo").
También me atrevo a decir que eché en falta en todos aquellos que hablaron de su pensamiento un punto fundamental: la ironía. Juanjo siempre se ha tomado a guasa el lenguaje académico, quizá porque no podía esperarse otra cosa de alguien tan polivalente. Jordi Gasull recordó una clase en la que Juanjo se dedicó a explicar las propiedades de la pera y sus distintas modalidades. Nunca fui alumno suyo ni estuve en aquella clase, pero sospecho que algo tendría que ver el concepto aristotélico de peras (límite) y su chistosa coincidencia con el castellano. Todo podía ser motivo de sorna simpática para él, hasta su amado Aristóteles. La ironía no está reñida con el fervor, como explica Zagaiewsky. En nuestro mundo posmoderno ya no podemos ser solemnes como antaño: necesitamos reírnos cada cierto tiempo. Pero eso no significa que la ironía nos lleve muy lejos. Está bien para un momentito, pero luego necesitamos víveres más fuertes. Nadie quiere a un bufón cuando se está muriendo de sed en un desierto. Por eso el humor de Juanjo busca un sano relativismo, pero en absoluto es relativista. Su pensamiento, envuelto en una desconcertante capa de ironía, siempre ha apuntado a cosas muy serias. Cuestión de retórica, como le gustaría decir a él mismo.
Aunque todos los que hablaron dieron a su modo en la diana, ninguno de los que estábamos allí, creo, podía prever que Juanjo, en su turno de agradecimientos, terminase no hablando de sí mismo, ni de quienes le precedieron, ni de quienes allí estábamos. En un golpe retórico maestro, acabó pidiendo un recuerdo para un antiguo alumno secuestrado y herido en Siria. Además de un toque de elegancia humana muy suyo, fue otra muestra anticonvencional de cómo siempre se ha tomado la vida académica. Para quien, como yo, se ha formado en una Facultad y una disciplina tradicionales, el desenfado intelectual de Juanjo siempre fue un reto y una constante fuente de sugerencias (aquella frase mítica suya en el tribunal de una tesis doctoral: "esta tesis es como los cutos: de ella se aprovecha todo").
También me atrevo a decir que eché en falta en todos aquellos que hablaron de su pensamiento un punto fundamental: la ironía. Juanjo siempre se ha tomado a guasa el lenguaje académico, quizá porque no podía esperarse otra cosa de alguien tan polivalente. Jordi Gasull recordó una clase en la que Juanjo se dedicó a explicar las propiedades de la pera y sus distintas modalidades. Nunca fui alumno suyo ni estuve en aquella clase, pero sospecho que algo tendría que ver el concepto aristotélico de peras (límite) y su chistosa coincidencia con el castellano. Todo podía ser motivo de sorna simpática para él, hasta su amado Aristóteles. La ironía no está reñida con el fervor, como explica Zagaiewsky. En nuestro mundo posmoderno ya no podemos ser solemnes como antaño: necesitamos reírnos cada cierto tiempo. Pero eso no significa que la ironía nos lleve muy lejos. Está bien para un momentito, pero luego necesitamos víveres más fuertes. Nadie quiere a un bufón cuando se está muriendo de sed en un desierto. Por eso el humor de Juanjo busca un sano relativismo, pero en absoluto es relativista. Su pensamiento, envuelto en una desconcertante capa de ironía, siempre ha apuntado a cosas muy serias. Cuestión de retórica, como le gustaría decir a él mismo.
viernes, 4 de octubre de 2013
Noticias del Reino de los Efímeros
...Nación sin disputa la más extraña de que yo tenga noticia, los Efímeros que viven en los arenales infinitos de Galang, construyen ciudades en pocas semanas y las llenan de bazares tan numerosos que no se halla otra cosa dentro de sus murallas. De las tribus nómadas del norte, el oeste, el este y el sur concurren como hormigas los hombres y las mujeres a las callejuelas de la nueva ciudad. El viajero efímero viene a caminar entre las tiendas y a comprar toda clase de mercaderías: amuletos de agua helada, idolillos de sal endurecida, mantas cosidas con finísima arena... Como es natural, estos tesoros, nada más comprarlos, se disuelven, se esfuman, se espolvorean, por lo que el entretenimiento principal está en desprenderse de ellos e ingresar en otra tienda para seguir comprando.
A las pocas semanas, la riada de personas y camellos empieza a descender de número. Los clientes se aburren, los bazares se vacían y de la ciudad sólo quedan ruinas abandonadas al infatigable sol. Compradores y vendedores emigran en busca de nuevos mercados.
Al borde de las ciudades y los campamentos, suele discurrir un piadoso río. Dicen los sabios efímeros (algunos hay) que la mejor imagen del mundo está en esos ríos y que todo ser humano debiera bañarse al menos dos veces en la vida en uno de ellos. Pero aquellas gentes tienen siempre tanta prisa en comprar novedades que sólo tienen ojos para pisotear el arroyo con las patas de su camellos.
Viven entre espejismos. Les fascina el reverbero del sol en una fuente y dicen que ese es su dios, uno y múltiple, pues dura un instante. Los hombres se intercambian sus mujeres, y viceversa. Se ha dado el caso de que este comercio no sea sólo carnal: algunos príncipes efímeros afirman estar viviendo con varias mujeres fantasmas a la vez.
Carecen de gobiernos constituidos, iglesias, familia o cualquier otra sociedad que suene a perdurable. En esto se asemejan a los lagartos fugaces que habitan junto a ellos los incontables desiertos de Galang.
Cuando llega el momento de la muerte, la tribu abandona al futuro cadáver en la duna más próxima. Ha de morirse en soledad para evitar la tristeza de los demás. Esto se tiene por un acto de generosidad. Según las creencias efímeras, los cuerpos ya muertos se elevan por los aires y se alejan del mundo tan leves como leve ha sido su vida entera.
(Herodoto: Historias, Libro XII)
A las pocas semanas, la riada de personas y camellos empieza a descender de número. Los clientes se aburren, los bazares se vacían y de la ciudad sólo quedan ruinas abandonadas al infatigable sol. Compradores y vendedores emigran en busca de nuevos mercados.
Al borde de las ciudades y los campamentos, suele discurrir un piadoso río. Dicen los sabios efímeros (algunos hay) que la mejor imagen del mundo está en esos ríos y que todo ser humano debiera bañarse al menos dos veces en la vida en uno de ellos. Pero aquellas gentes tienen siempre tanta prisa en comprar novedades que sólo tienen ojos para pisotear el arroyo con las patas de su camellos.
Viven entre espejismos. Les fascina el reverbero del sol en una fuente y dicen que ese es su dios, uno y múltiple, pues dura un instante. Los hombres se intercambian sus mujeres, y viceversa. Se ha dado el caso de que este comercio no sea sólo carnal: algunos príncipes efímeros afirman estar viviendo con varias mujeres fantasmas a la vez.
Carecen de gobiernos constituidos, iglesias, familia o cualquier otra sociedad que suene a perdurable. En esto se asemejan a los lagartos fugaces que habitan junto a ellos los incontables desiertos de Galang.
Cuando llega el momento de la muerte, la tribu abandona al futuro cadáver en la duna más próxima. Ha de morirse en soledad para evitar la tristeza de los demás. Esto se tiene por un acto de generosidad. Según las creencias efímeras, los cuerpos ya muertos se elevan por los aires y se alejan del mundo tan leves como leve ha sido su vida entera.
(Herodoto: Historias, Libro XII)
jueves, 26 de septiembre de 2013
Los tres amigos
Si algún gaditano, como fue mi caso, visita Montevideo, encontrará parecidos sorprendentes. Para mí, recorrer la larguísima Rambla de una punta a otra fue una experiencia extraña y mágica, casi de sueño: estaba y no estaba en las playas de Cádiz, a doce mil kilómetros de distancia. Mi amigo y maestro Fernando Aínsa ha escrito un poema magnífico y lleno de nostalgias que me ha emocionado especialmente tal vez por todo esto:
LOS TRES AMIGOS DE ANTAÑO
Los tres amigos de antaño
—Alvaro, Eduardo y Fernando—
sentados en la acera de la rambla
adivinan las marcas, años y modelos de los autos que pasan.
Gana el que acierta primero
—Studebaker del 54, Austin Seven del 52, Packard del 48
o el magnífico descapotable Chevrolet Belair amarillo…—
y lo anotan con palotes en un cuaderno que agita el viento como si fuera la pizarra del billar del bar Bambi donde se refugian cuando llueve.
Detrás,
la rambla y la playa otoñal, donde vaga un perro abandonado
y un paseante solitario.
Escenografía que la memoria reconstruye, tiñendo de color verde esmeralda aquellas olas grises.
Privilegio del tiempo que ha pasado desde entonces:
embellecer las cosas.
Sentados en la acera,
ríen cuando uno se equivoca
(el error ajeno causa siempre gracia)
con esa alegría que tenían los adolescentes de antes.
Son amigos desde hace años y lo serán para siempre,
aunque la distancia y la muerte los haya separado.
Desde lejos atisban los diseños y lanzan su apuesta,
(suele ganar Alvaro, aficionado a los motores,
pero siguen jugando).
Lo que importa es estar juntos, mientras cae la tarde
y hace cada vez más difícil adivinar en la sombra
la marca del auto que ha pasado raudo a su lado.
Desde aquellos años,
—fines de los cincuenta, Bill Halley y sus Cometas—
lejos de aquella rambla y aún más lejos de aquel tiempo,
conservo el gusto de adivinar años y modelos.
Lo hago sentado en un banco de la plaza donde vivo.
Pero ya no es un juego entre amigos:
Apenas el obsesivo solitario de un viejo que cree reconocer en el Opel Insignia del 2012 al Opel Kapitan de 1956; en el Citroen C2, el clásico dos caballos de extenso recorrido en el calendario y en el nuevo Ford Fiesta, al Ford A con el que la clase media descubrió la sociedad de consumo.
Fernando
—desde la plaza San Francisco—
apuesta ahora contra sí mismo para decirse que siempre gana,
aunque sea lo contrario.
LOS TRES AMIGOS DE ANTAÑO
Los tres amigos de antaño
—Alvaro, Eduardo y Fernando—
sentados en la acera de la rambla
adivinan las marcas, años y modelos de los autos que pasan.
Gana el que acierta primero
—Studebaker del 54, Austin Seven del 52, Packard del 48
o el magnífico descapotable Chevrolet Belair amarillo…—
y lo anotan con palotes en un cuaderno que agita el viento como si fuera la pizarra del billar del bar Bambi donde se refugian cuando llueve.
Detrás,
la rambla y la playa otoñal, donde vaga un perro abandonado
y un paseante solitario.
Escenografía que la memoria reconstruye, tiñendo de color verde esmeralda aquellas olas grises.
Privilegio del tiempo que ha pasado desde entonces:
embellecer las cosas.
Sentados en la acera,
ríen cuando uno se equivoca
(el error ajeno causa siempre gracia)
con esa alegría que tenían los adolescentes de antes.
Son amigos desde hace años y lo serán para siempre,
aunque la distancia y la muerte los haya separado.
Desde lejos atisban los diseños y lanzan su apuesta,
(suele ganar Alvaro, aficionado a los motores,
pero siguen jugando).
Lo que importa es estar juntos, mientras cae la tarde
y hace cada vez más difícil adivinar en la sombra
la marca del auto que ha pasado raudo a su lado.
Desde aquellos años,
—fines de los cincuenta, Bill Halley y sus Cometas—
lejos de aquella rambla y aún más lejos de aquel tiempo,
conservo el gusto de adivinar años y modelos.
Lo hago sentado en un banco de la plaza donde vivo.
Pero ya no es un juego entre amigos:
Apenas el obsesivo solitario de un viejo que cree reconocer en el Opel Insignia del 2012 al Opel Kapitan de 1956; en el Citroen C2, el clásico dos caballos de extenso recorrido en el calendario y en el nuevo Ford Fiesta, al Ford A con el que la clase media descubrió la sociedad de consumo.
Fernando
—desde la plaza San Francisco—
apuesta ahora contra sí mismo para decirse que siempre gana,
aunque sea lo contrario.
domingo, 8 de septiembre de 2013
Foto de familia
Desde atrás me llamaron mi madre y mis hermanas.
-Claudia, ven, que nos vamos a hacer una foto todas juntas.
Me volví y allí estaban, haciéndome señas delante de los árboles. Se las distinguía muy bien a pesar de la distancia y de que la tarde estaba cayendo.
-Ahora no, por favor, dejadme un rato más.
Pero ellas siguieron llamándome. En la fiesta cada vez quedaba menos gente y alrededor los camareros estaban recogiendo sombrillas y retirando los cubiertos. Me dí cuenta de que mis amigos ya no estaban. Pronto hasta mis últimos seres queridos me iban a dejar sola. No todo el mundo llega a los 98 años.
-Claudia, Claudia, ya es suficiente. Vamos a la foto.
A mí las fotos como que me traen recuerdos de muertos. ¿Para qué hacérsela entonces? ¿Y con mi madre y mis hermanas? Qué pesadas.
-Venga, hija, que sólo faltas tú.
Me sentía cada vez más cansada y sola. Y la fiesta algún día se iba a terminar del todo.Y la voz de mi familia que me llamaba para reunirme con ellas. Allí, al otro lado del río. Así que, por fin, dije:
-Voy.
-Claudia, ven, que nos vamos a hacer una foto todas juntas.
Me volví y allí estaban, haciéndome señas delante de los árboles. Se las distinguía muy bien a pesar de la distancia y de que la tarde estaba cayendo.
-Ahora no, por favor, dejadme un rato más.
Pero ellas siguieron llamándome. En la fiesta cada vez quedaba menos gente y alrededor los camareros estaban recogiendo sombrillas y retirando los cubiertos. Me dí cuenta de que mis amigos ya no estaban. Pronto hasta mis últimos seres queridos me iban a dejar sola. No todo el mundo llega a los 98 años.
-Claudia, Claudia, ya es suficiente. Vamos a la foto.
A mí las fotos como que me traen recuerdos de muertos. ¿Para qué hacérsela entonces? ¿Y con mi madre y mis hermanas? Qué pesadas.
-Venga, hija, que sólo faltas tú.
Me sentía cada vez más cansada y sola. Y la fiesta algún día se iba a terminar del todo.Y la voz de mi familia que me llamaba para reunirme con ellas. Allí, al otro lado del río. Así que, por fin, dije:
-Voy.
lunes, 2 de septiembre de 2013
Reloj, no marques las horas...
La imagen la encontré a la vera de la iglesia de San Félix, en Nigrán, pocas horas antes del final de mis vacaciones. A medias entre la broma y la metafísica gallega, Joaquín Aguiar, relojero del Excelentísimo Ayuntamiento de Vigo, era, seguramente, un poeta.
lunes, 26 de agosto de 2013
Sacrificio
El hombre ha hecho en nosotras maravillas. ¿Quién podía imaginar que viajaríamos por el aire metidas en tubos de acero? Pero es así: hemos sido llevadas desde un lugar lejano y sólo esperamos nuestro destino que es también nuestro sacrificio. Pronto se abrirá la puerta. Pronto el hombre elegirá.
Sonará el tapón y se hará la luz. Pronto, muy pronto, unos dedos gigantescos extraerán a una de entre todas nosotras -¡la elegida!- y se la llevarán hasta ese misterio que no conocemos: la boca final.
Sonará el tapón y se hará la luz. Pronto, muy pronto, unos dedos gigantescos extraerán a una de entre todas nosotras -¡la elegida!- y se la llevarán hasta ese misterio que no conocemos: la boca final.
miércoles, 21 de agosto de 2013
Ciudad de insomnio
Otra vez te cuesta conciliar el sueño. Y otra vez recurres al truco de cada noche: contarte a ti mismo una historia a la espera de que todo se vaya borrando, las imágenes que tú mismo has creado se alejen y termines por perder la conciencia. En la oscuridad de este cuento imaginas una ciudad hermosa y arruinada. Ya estás caminando por una de sus calles a plena luz del día. El cielo se ve claro y sin nubes. Desde el río a tu derecha te llega una brisa húmeda que pone euforia a la mañana. Sigues adelante. Al llegar a la primera esquina tienes dos opciones para continuar la historia: o te sientas a tomar una Coca-cola en la terraza de enfrente, o sigues adelante perseguido por alguien, tal vez un criminal. Eliges la segunda posibilidad.
Ahora el Otro entra en escena. Lo sientes cada vez más cerca y apresuras la marcha entre un montón de gente que ha empezado a salir por puertas y esquinas. De pronto llegas a una plaza inmensa y desierta. Entre los árboles pelados-seguramente es una mañana soleada de invierno-, se divisan algunos edificios colosales, quizá unos palacios modernistas. No hay donde esconderse y vuelves a plantearte dos alternativas. Opción A: esperar al Otro y enfrentarte con él. Opción B: tomar esa calle lateral con la ilusión de despistarlo. Te vuelves cobarde y eliges la B.
Ya te encuentras metido en un laberinto de callejuelas que atraviesas a otra prisa. Extrañamente la gente sigue desaparecida de la ciudad. Sólo estáis el asesino y tú. Ves unos cubos de basura y piensas qué fácil sería esconderse ahí. Y qué fácil también que el Otro se diera cuenta, abriera la tapa y te matase como a una rata. Descartada esta solución por peligrosa, encuentras una bifurcación y te decides por la calle de la izquierda.
Pero cuando estás dentro, ves que no tiene salida y que al fondo hay algo así como una tienda de antigüedades. No te queda otra solución que entrar. Unos viejos con lentes están leyendo en atriles gigantes. Se escucha un cuarteto de cuerda. El sonido, un poco apolillado, viene de un cassette que reposa en la mesa del dueño. Al final, enmarcado en un decorado de estanterías de maderas nobles y pilastras, divisas un enorme libro abierto. Buscando una solución a tu angustia, te echas sobre él y en la página que se ofrece a tu vista descubres el plano de la ciudad que has estado recorriendo. Empiezas a repasar con el dedo tu itinerario de sueño. Suena una campanilla: el Otro ha abierto la puerta. Pronto, no hay tiempo que perder. Por un momento piensas si no es el insomnio quien te persigue. Pero tú ya estás desvaneciéndote, mirando el mapa te entra definitivamente el sueño, ya las imágenes se borran, ya estás perdiendo la conciencia y por ahí, por ahí te escapas.
Ahora el Otro entra en escena. Lo sientes cada vez más cerca y apresuras la marcha entre un montón de gente que ha empezado a salir por puertas y esquinas. De pronto llegas a una plaza inmensa y desierta. Entre los árboles pelados-seguramente es una mañana soleada de invierno-, se divisan algunos edificios colosales, quizá unos palacios modernistas. No hay donde esconderse y vuelves a plantearte dos alternativas. Opción A: esperar al Otro y enfrentarte con él. Opción B: tomar esa calle lateral con la ilusión de despistarlo. Te vuelves cobarde y eliges la B.
Ya te encuentras metido en un laberinto de callejuelas que atraviesas a otra prisa. Extrañamente la gente sigue desaparecida de la ciudad. Sólo estáis el asesino y tú. Ves unos cubos de basura y piensas qué fácil sería esconderse ahí. Y qué fácil también que el Otro se diera cuenta, abriera la tapa y te matase como a una rata. Descartada esta solución por peligrosa, encuentras una bifurcación y te decides por la calle de la izquierda.
Pero cuando estás dentro, ves que no tiene salida y que al fondo hay algo así como una tienda de antigüedades. No te queda otra solución que entrar. Unos viejos con lentes están leyendo en atriles gigantes. Se escucha un cuarteto de cuerda. El sonido, un poco apolillado, viene de un cassette que reposa en la mesa del dueño. Al final, enmarcado en un decorado de estanterías de maderas nobles y pilastras, divisas un enorme libro abierto. Buscando una solución a tu angustia, te echas sobre él y en la página que se ofrece a tu vista descubres el plano de la ciudad que has estado recorriendo. Empiezas a repasar con el dedo tu itinerario de sueño. Suena una campanilla: el Otro ha abierto la puerta. Pronto, no hay tiempo que perder. Por un momento piensas si no es el insomnio quien te persigue. Pero tú ya estás desvaneciéndote, mirando el mapa te entra definitivamente el sueño, ya las imágenes se borran, ya estás perdiendo la conciencia y por ahí, por ahí te escapas.
lunes, 12 de agosto de 2013
Meteorito
Los primeros fragmentos del planeta Tierra llegaron hace un año a nuestro planeta. Aunque los científicos están todavía examinando los restos de papel incrustados en el meteorito, al parecer, ya se puede llegar a ciertas conclusiones sobre la gente que habitó aquel lejano rincón de la galaxia. Estos textos son astillas de una raza desaparecida que conocemos tan sólo en una mínima parte. Algunos de ellos ofrecen detalles realmente sorprendentes, por no decir, extraordinarios. Sabemos, por ejemplo, que utilizaban nuestro mismo sistema de signos, pero lo más conmovedor de todo es que empleaban un único idioma, el español. Coincidencia increíble con nuestra propia civilización que dejó atrás el problema de la torre de Babel hace ya muchos milenios.
Pero aquí se acaban los paralelismos. Por lo que nos dejan leer los trozos de papel, milagrosamente salvados a través del viaje interestelar, ellos eran mejores que nosotros. Los habitantes de la Tierra se caracterizaban por ser gentes amables y civilizadas, dedicadas al cultivo de las artes y las letras, amantes de la belleza y de lo inútil. Es lo que se deduce de los fragmentos encontrados, el primero de los cuales comienza así: "En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme..."
Pero aquí se acaban los paralelismos. Por lo que nos dejan leer los trozos de papel, milagrosamente salvados a través del viaje interestelar, ellos eran mejores que nosotros. Los habitantes de la Tierra se caracterizaban por ser gentes amables y civilizadas, dedicadas al cultivo de las artes y las letras, amantes de la belleza y de lo inútil. Es lo que se deduce de los fragmentos encontrados, el primero de los cuales comienza así: "En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme..."
lunes, 22 de julio de 2013
Vértigo
De este mundo nadie sale vivo. Claro que si no les gusta esta verdad implacable, siempre nos quedará a todos la montaña rusa. Desde que la montaron en el pueblo, no para de subirse gente. Al principio sólo veíamos a los jóvenes haciendo cola. Cosas de chavales, decíamos los más viejos. Pero luego empezó la locura con personas de todas las edades y de otros pueblos, y aquellos autobuses que decían que venían hasta del extranjero. Para contener a las multitudes, la empresa rebajó los precios y ofreció descuentos a los jubilados. Una atracción infinita no tiene límites a la hora de facilitar la diversión a todos: a los enfermos del corazón se les dispensó gratis una pastilla para el colesterol.
Hasta ahora miles de hombres y mujeres, pequeños y grandes, se enganchan a los vagones apretados como langostinos. Se les ve contentísimos ¿Quién les impide disfrutar de unas cuantas subiditas hasta llegar a la experiencia final? Ahora bien, si la conclusión del viaje es lo mejor, también es justo decir que la estructura de la montaña rusa vale la pena por sí misma. Primero, un subidón de doscientos metros con su correspondiente descenso, luego cuatro cimas y caídas de altura creciente hasta llegar a los ochocientos metros; después tres loopings y un tirabuzón. Impresiona contemplar las reacciones de las víctimas. Cómo gritan. Cómo se ríen. Qué bien se lo pasan.
Pero, ya digo, lo mejor viene con la sorpresa final. Aunque en realidad no es ninguna sorpresa, pero la gente se lo toma como si tal. Después del tirabuzón, los vagones ascienden a toda velocidad y, justo al llegar a los mil metros, la vía se corta, se corta y todos salen despedidos por el aire.
Las carcajadas se escuchan a kilómetros de distancia.
Hasta ahora miles de hombres y mujeres, pequeños y grandes, se enganchan a los vagones apretados como langostinos. Se les ve contentísimos ¿Quién les impide disfrutar de unas cuantas subiditas hasta llegar a la experiencia final? Ahora bien, si la conclusión del viaje es lo mejor, también es justo decir que la estructura de la montaña rusa vale la pena por sí misma. Primero, un subidón de doscientos metros con su correspondiente descenso, luego cuatro cimas y caídas de altura creciente hasta llegar a los ochocientos metros; después tres loopings y un tirabuzón. Impresiona contemplar las reacciones de las víctimas. Cómo gritan. Cómo se ríen. Qué bien se lo pasan.
Pero, ya digo, lo mejor viene con la sorpresa final. Aunque en realidad no es ninguna sorpresa, pero la gente se lo toma como si tal. Después del tirabuzón, los vagones ascienden a toda velocidad y, justo al llegar a los mil metros, la vía se corta, se corta y todos salen despedidos por el aire.
Las carcajadas se escuchan a kilómetros de distancia.
sábado, 29 de junio de 2013
La escritura generosa
Los escritores, y no digamos los poetas, tienen fama de soberbios. Sin negar que campea mucho ególatra en el mundo, me parece que en esta mala imagen han colaborado, (además de Neruda, Huidobro, Hugo, etc.), algunos prejuicios. Hacer uso de la imaginación y de la memoria personal no implica volverse la persona más vanidosa del mundo.
Bien mirado, quizá el afán por escribir no se explica por una sobreactuación del yo, sino por su virtud contraria, que es la generosidad."Lo que se guarda se pierde, lo que se da no se tiene", dice Muñoz Rojas refiriéndose a la escritura, aunque tal vez sirva esta frase para cualquier talento que posea uno en esta vida... Esa ocurrencia que llega mientras se espera el semáforo en rojo, o aquellas imágenes del sueño recién terminado a primera hora de la mañana, se pierden fácilmente si no se escriben. Si te las guardas, por pereza o por vanidad, se olvidan para siempre ¿Y para qué, mejor dicho, para quién guardarlas? se preguntará uno. Para el lector y nadie más. Por eso la escritura es generosa, y por eso cuesta tanto.
Bien mirado, quizá el afán por escribir no se explica por una sobreactuación del yo, sino por su virtud contraria, que es la generosidad."Lo que se guarda se pierde, lo que se da no se tiene", dice Muñoz Rojas refiriéndose a la escritura, aunque tal vez sirva esta frase para cualquier talento que posea uno en esta vida... Esa ocurrencia que llega mientras se espera el semáforo en rojo, o aquellas imágenes del sueño recién terminado a primera hora de la mañana, se pierden fácilmente si no se escriben. Si te las guardas, por pereza o por vanidad, se olvidan para siempre ¿Y para qué, mejor dicho, para quién guardarlas? se preguntará uno. Para el lector y nadie más. Por eso la escritura es generosa, y por eso cuesta tanto.
jueves, 20 de junio de 2013
Canadá: apuntes
Cuando llegué a la una de la madrugada a Victoria, el taxista me preguntó si yo venía al congreso de Humanidades. Qué taxistas más cultos tienen aquí, pensé. Luego me enteré de que a los canadienses se les ha ocurrido organizar todos los congresos universitarios del país sobre Filosofía, Historia, Literatura, etc. en una misma ciudad y en los mismos días del año. Es una manera, me explicaron, de dar visibilidad a las Humanidades y de que la gente en Canadá conozca la existencia de este tipo de investigación académica. Pude comprobarlo en las noticias de la prensa en aquellos días. De pronto el principal periódico del país titulaba: "Oh, the Humanities!", y los taxistas hindúes te preguntaban de qué habías venido a hablar. Por el campus de la universidad de Victoria no sólo te cruzabas con estudiantes y ciervos por los caminos, sino con académicos de todas partes del mundo. También había que tener cuidado de no meterse en el aperitivo de otro congreso: nos equivocamos de mesa y nos echaron unos húngaros de bastante mal café.
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La única excursión que hicimos a los alrededores nos mostró la grandeza de los bosques y montañas en la isla de Cuadra y Vancouver. Si me piden que elija un momento de mi viaje, me quedo con el que tuvimos al bajar a una playa.
Era la desembocadura de un río. Una pareja de adolescentes se encontraba practicando un rito ancestral. El había sentido la llamada de la piedra y se exhibía tirando guijarros al agua con entusiasmo. Ella se hacía la distraída mirando al cielo con la esperanza de que el macho pasara a la segunda parte del plan. Cuando nos vieron, salieron de estampida. Los dejamos irse y, mientras nos reíamos, fuimos dejando atrás un paisaje de inmensos árboles y retamas. Por fin nos quedamos frente a las aguas del estrecho de Juan de Fuca. Al fondo se veían las montañas. Aquello era tan grandioso que nuestro grupo se dispersó buscando la soledad. La charla de amigos se interrumpió de golpe. Todos queríamos estar solos en aquel pedazo íntimo del fin del mundo.
Alguien más debió de pensar lo mismo. Mientras paseaba entre las piedras de la orilla, eché la vista atrás, hacia el bosque. En medio de aquellos árboles, que eran como pilares de una catedral, divisamos una casa plantada entre las ramas. Debía de estar por lo menos a quince metros del suelo. Camuflada entre el ramaje, era imposible descubrirla si te acercabas al bosque. Sólo era posible divisarla desde la orilla. ¿Quién pudo hacer aquello? ¿Cómo llegó hasta arriba? ¿Quién viviría allá?
lunes, 17 de junio de 2013
Intemperie
Hoy he decidido resucitar mi blog de Lector consentido con una reseña de una lectura reciente. Demasiado angustiosa para leerla de un tirón, pero imposible dejarla. Intemperie de Jesús Carrasco me parece uno de los pocos libros imprescindibles que he leído de la narrativa española reciente.
viernes, 14 de junio de 2013
Fábulas de Salarrué
Un escritor secreto, pero extraordinario, es Salvador Salazar Arrué, más conocido como Salarrué. Quiso la suerte que naciera en un país pequeño dentro de Hispanoamérica. Si hubiera nacido en México o Argentina, quién sabe si lo estaríamos poniendo al lado de un Rulfo o de un Cortázar. Es mucha, y variadísima, la obra de Salarrué. Y una parte de ella anda esperando que la desempolven de alguna revista o periódico salvadoreño de la época. Mi amigo Carlos Cañas ha rescatado un puñado de fábulas. Si pensamos en la fecha de composición de lo que me ha mandado, 1927, nos daremos cuenta de la modernidad de Salarrué. Escojo, en fin, estas tres fábulas o micro-relatos:
LA SOMBRA DEL CIPRÉS
-Vas a decirme -dijo el ciprés a su sombra-, ¿por qué huyes y tratas siempre de que el Sol no te vea?
Y contestó la sombra:
-Pero... ¿quién es el Sol?..
LOS DOS ESPEJOS
Dijo el espejo al espejo:
-No sé por qué nuestra señora nos mira tanto; hay días en que permanece horas en la contemplación de alguno de nosotros; ¿somos tan bellos?
Y descendió de su atril para mirar de frente a su compañero. Luego añadió:
-¿Es en verdad que soy bello?
-Eres simple y sórdido y no tienes color alguno que te agracie- dijo aquel al contemplarse en su colega.
-Así eres tú- repuso con sinceridad el primero, y volvió a su atril.
CINEGÉTICA
Oculto entre las nieblas de la noche, el Sol disparó su dardo de oro, y vimos cómo el Mar rodaba revolcándose en la arena.
LA SOMBRA DEL CIPRÉS
-Vas a decirme -dijo el ciprés a su sombra-, ¿por qué huyes y tratas siempre de que el Sol no te vea?
Y contestó la sombra:
-Pero... ¿quién es el Sol?..
LOS DOS ESPEJOS
Dijo el espejo al espejo:
-No sé por qué nuestra señora nos mira tanto; hay días en que permanece horas en la contemplación de alguno de nosotros; ¿somos tan bellos?
Y descendió de su atril para mirar de frente a su compañero. Luego añadió:
-¿Es en verdad que soy bello?
-Eres simple y sórdido y no tienes color alguno que te agracie- dijo aquel al contemplarse en su colega.
-Así eres tú- repuso con sinceridad el primero, y volvió a su atril.
CINEGÉTICA
Oculto entre las nieblas de la noche, el Sol disparó su dardo de oro, y vimos cómo el Mar rodaba revolcándose en la arena.
jueves, 13 de junio de 2013
Último viaje
El último viaje del curso fue al extremo occidente: anduve de conferencias por Victoria, una bonita ciudad canadiense que está un saltito más allá de Vancouver. En Barajas pensé hacer un regalo a mis amigos de Canadá y me metí en un delikatessen de productos del país.
-¡Ay, qué bien, es usted español!, exclamó aliviada la chica de la tienda.
Me salió una respuesta ridícula:
-Eso no se elige, es un destino.
-Sí, claro -la chica me perdonó la literatura-, pero no sabe usted lo que es estar hablando inglés desde las nueve de la mañana.
-¿No le entran pasajeros españoles a comprar?
-Nadie, nadie, es tremendo.
Por un momento hice un alto para escuchar alrededor. Sólo un susurro de abejas que sonaba o, lo que es lo mismo, la gente no gritaba al hablar. Con la crisis la T4 se ha convertido en un aeropuerto íntimo, incluso agradable: el personal de Iberia, como la chica de la tienda, se ha vuelto amabilísimo. Te cuentan su vida y se desviven por contarte entre sus clientes. Será el aprecio por el trabajo que les queda, me digo, pero no sabría decir si mi explicación es cínica o comprensiva. En cualquier caso, es triste.
Por fin llamaron a embarcar. El vuelo fue en la compañía de moda, British Airways. Tras una escala en Londres, el avión enrumbó hacia el norte. Mientras nos arrojaban una muestra representativa de la prestigiosa cocina inglesa, cruzamos Islandia entre nubes. Siempre tuve un deseo infantil de ver esa isla fría y exótica, pero esta vez no pudo ser.
A cambio, el sol que no brillaba en España salió a la altura de Groenlandia. Normalmente nos emocionan las cosas que tienen que ver con nosotros mismos, con un destello de la realidad que resuena en nuestro interior. Groenlandia impresiona por lo contrario: es lo menos humano que haya visto nunca. Es la absoluta nada. Por eso sobrecoge y fascina.
La mirada se pierde en ese infierno de hielo interminable durante horas.
Después, poco a poco, la ventanilla volvió a nublarse y, pasado el rato, como en un pase de magia, aparecieron las montañas rocosas del Canadá, uno de los paisajes más hermosos de la Tierra. El avión terminó arrojándose hacia la bahía de Vancouver y pisé América del Norte por primera vez.
-¡Ay, qué bien, es usted español!, exclamó aliviada la chica de la tienda.
Me salió una respuesta ridícula:
-Eso no se elige, es un destino.
-Sí, claro -la chica me perdonó la literatura-, pero no sabe usted lo que es estar hablando inglés desde las nueve de la mañana.
-¿No le entran pasajeros españoles a comprar?
-Nadie, nadie, es tremendo.
Por un momento hice un alto para escuchar alrededor. Sólo un susurro de abejas que sonaba o, lo que es lo mismo, la gente no gritaba al hablar. Con la crisis la T4 se ha convertido en un aeropuerto íntimo, incluso agradable: el personal de Iberia, como la chica de la tienda, se ha vuelto amabilísimo. Te cuentan su vida y se desviven por contarte entre sus clientes. Será el aprecio por el trabajo que les queda, me digo, pero no sabría decir si mi explicación es cínica o comprensiva. En cualquier caso, es triste.
Por fin llamaron a embarcar. El vuelo fue en la compañía de moda, British Airways. Tras una escala en Londres, el avión enrumbó hacia el norte. Mientras nos arrojaban una muestra representativa de la prestigiosa cocina inglesa, cruzamos Islandia entre nubes. Siempre tuve un deseo infantil de ver esa isla fría y exótica, pero esta vez no pudo ser.
A cambio, el sol que no brillaba en España salió a la altura de Groenlandia. Normalmente nos emocionan las cosas que tienen que ver con nosotros mismos, con un destello de la realidad que resuena en nuestro interior. Groenlandia impresiona por lo contrario: es lo menos humano que haya visto nunca. Es la absoluta nada. Por eso sobrecoge y fascina.
La mirada se pierde en ese infierno de hielo interminable durante horas.
Después, poco a poco, la ventanilla volvió a nublarse y, pasado el rato, como en un pase de magia, aparecieron las montañas rocosas del Canadá, uno de los paisajes más hermosos de la Tierra. El avión terminó arrojándose hacia la bahía de Vancouver y pisé América del Norte por primera vez.
miércoles, 12 de junio de 2013
Birretes
Junio, en la universidad, es tiempo de birretes. Cada año imponen a los nuevos doctores esos gorritos en un acto académico de gran pompa y circunstancia. Tengo delante un marco de plata con dos fotografías de hace mucho tiempo. Se hicieron en el aula magna con un intervalo de dos años entre una y otra. En la imagen de encima estoy muy serio inclinando todo el cuerpo, mientras el Rector de aquella, como diría mi suegra, me ajusta el birrete con cuidado profesional. Ese doctorando que era yo ha calculado bien lo que le espera. Su gesto es como fue su tesis doctoral: perfecto y anodino.
En la foto de abajo está mi mujer, en la misma situación que yo, pero dos años después. Se le está cayendo el gorro de la cabeza y sube una mano para evitar el accidente en medio del aula magna. Le brillan los ojos y tiene una sonrisa preciosa. Seguramente el birrete le trastabillea porque Alejandro Llano, el nuevo Rector, la felicita sacudiéndole la mano con sus dos manos. También él sonríe: se le nota que está contentísimo porque aprieta mucho la boca. Al fondo un borroso Leonardo Polo, otro maestro suyo, aplaude con manos de cíclope.
Ahora me parece que estamos M. y yo como un símbolo de otras cosas a lo largo de nuestra vida. No hay un detalle incómodo en mi foto: todo encaja demasiado bien. En cambio, en la imagen de ella todo está menos premeditado y a punto de descacharrarse. Pero el corazón del espectador se va detrás de la protagonista.
En la foto de abajo está mi mujer, en la misma situación que yo, pero dos años después. Se le está cayendo el gorro de la cabeza y sube una mano para evitar el accidente en medio del aula magna. Le brillan los ojos y tiene una sonrisa preciosa. Seguramente el birrete le trastabillea porque Alejandro Llano, el nuevo Rector, la felicita sacudiéndole la mano con sus dos manos. También él sonríe: se le nota que está contentísimo porque aprieta mucho la boca. Al fondo un borroso Leonardo Polo, otro maestro suyo, aplaude con manos de cíclope.
Ahora me parece que estamos M. y yo como un símbolo de otras cosas a lo largo de nuestra vida. No hay un detalle incómodo en mi foto: todo encaja demasiado bien. En cambio, en la imagen de ella todo está menos premeditado y a punto de descacharrarse. Pero el corazón del espectador se va detrás de la protagonista.
martes, 28 de mayo de 2013
Museo Lázaro Galdiano, 1
El Lázaro Galdiano es uno de los museos mas bonitos de Madrid, eso ya lo sabíamos. El otro día fui a ver algunos de los cuadros que más me gustan después de muchos años. Ahí está, por ejemplo, el de la guapísima Inés de Zúñiga, condesa de Monterrey. A pesar de que le han puesto unas luces arriba que te obligan a dar vueltas por toda la habitación para poder verlo entero, dan ganas de irse al siglo XVII y hacerse conde de Monterrey:
O unos cuadros primitivos del Maestro de Astorga (aquí). Recomiendo buscar uno en donde parece que se ha pintado el silencio mientras unos bueyes trasladan el ataúd con el cuerpo del Apóstol Santiago.
Lo malo fue que me tocó una exposición temporal de un Bernardi Roig. Para que no te la perdieras, te ponían sus engendros en medio del museo. Según el catálogo, la exposición "dialogaba" con "lo que significa una colección" (no dice "lo que viene siendo una colección", pero casi). "Dialogar" es un verbo civilizado que significa respeto y escucha. En realidad, los chichinabos no dialogaban, sino que parodiaban o, mejor dicho, se cachondeaban de la colección del Museo. Allá por donde pasabas, aparecía por en medio un gordo de escayola con el pantalón medio bajado (para dar efecto inquietante), normalmente haciendo algo que se parecía al contenido de los cuadros expuestos en la sala.
Por el jardín también había unos cuantos gordos, uno de ellos ahorcado de un árbol. Hace como treinta años, cuando yo estudiaba en Torre 1, se le ocurrió un sábado por la noche a unos chavales hacer una performance ahorcando muñecos de tamaño natural por el campus. El domingo por la mañana a unas señoras paseantes les dio un patatús y nos llamaron furiosos del servicio de seguridad para que quitáramos los monstruitos. Imagino que le hubiéramos dado mucha envidia a Bernardi Roig o a lo mejor es el hijo de una de las señoras, no sé.
Claro que en Versalles pueden hacerlo peor con Murakami (la caca, acá).
O unos cuadros primitivos del Maestro de Astorga (aquí). Recomiendo buscar uno en donde parece que se ha pintado el silencio mientras unos bueyes trasladan el ataúd con el cuerpo del Apóstol Santiago.
Lo malo fue que me tocó una exposición temporal de un Bernardi Roig. Para que no te la perdieras, te ponían sus engendros en medio del museo. Según el catálogo, la exposición "dialogaba" con "lo que significa una colección" (no dice "lo que viene siendo una colección", pero casi). "Dialogar" es un verbo civilizado que significa respeto y escucha. En realidad, los chichinabos no dialogaban, sino que parodiaban o, mejor dicho, se cachondeaban de la colección del Museo. Allá por donde pasabas, aparecía por en medio un gordo de escayola con el pantalón medio bajado (para dar efecto inquietante), normalmente haciendo algo que se parecía al contenido de los cuadros expuestos en la sala.
Por el jardín también había unos cuantos gordos, uno de ellos ahorcado de un árbol. Hace como treinta años, cuando yo estudiaba en Torre 1, se le ocurrió un sábado por la noche a unos chavales hacer una performance ahorcando muñecos de tamaño natural por el campus. El domingo por la mañana a unas señoras paseantes les dio un patatús y nos llamaron furiosos del servicio de seguridad para que quitáramos los monstruitos. Imagino que le hubiéramos dado mucha envidia a Bernardi Roig o a lo mejor es el hijo de una de las señoras, no sé.
Claro que en Versalles pueden hacerlo peor con Murakami (la caca, acá).
sábado, 25 de mayo de 2013
El rocío es agua y es luz
El jueves anduve por Logroño, con la gratísima obligación de presentar La llave dorada, el último libro de poesía de Rocío Arana, junto a dos poetas amigos que no conocía: María Eugenia Fernández y Jesús Beades.
No me había dado cuenta hasta ahora mismo, ni siquiera cuando me tocó hablar sobre el libro, de que esta poesía hace honor al nombre de su autora. El rocio es agua y es luz. En los versos de La llave dorada llueve mucho, pero es una lluvia soleada. Así juegan la alegría y la tristeza, las ilusiones y el desengaño en la vida de cada uno. Vienen entreveradas unas con otras. Esto ya lo había visto muy bien Rocío Arana en sus libros anteriores, pero ahora la experiencia se ha condensado en símbolos. Se ha hecho más misteriosa y al mismo tiempo más madura. Uno diría que más sabia también. Saber que la luz brilla por detrás del agua, "tristemente feliz", requiere muchas cosas, entre otras, tiempo y oficio de poeta.
LA DEMANDA DE RECUERDO LIBRE
Haz un resumen, piden en la escuela.
Sólo lo que recuerdes. Es para averiguar
tu potencial de síntesis, descubrir cómo engulle
el folio en blanco todos tus fantasmas.
Yo empezaría, claro, por la lluvia
que dentro de tus ojos se confunde
con ráfagas de un sol que juega al escondite.
De todo lo demás, ya no me acuerdo.
JUNIO
Acuérdate, Rocío,
de cómo sonreían las estrellas.
Recuerda cómo todo su poder
se derramaba en un minuto oscuro,
tristemente feliz, diciendo "nunca",
pero de qué manera tan hermosa.
No me había dado cuenta hasta ahora mismo, ni siquiera cuando me tocó hablar sobre el libro, de que esta poesía hace honor al nombre de su autora. El rocio es agua y es luz. En los versos de La llave dorada llueve mucho, pero es una lluvia soleada. Así juegan la alegría y la tristeza, las ilusiones y el desengaño en la vida de cada uno. Vienen entreveradas unas con otras. Esto ya lo había visto muy bien Rocío Arana en sus libros anteriores, pero ahora la experiencia se ha condensado en símbolos. Se ha hecho más misteriosa y al mismo tiempo más madura. Uno diría que más sabia también. Saber que la luz brilla por detrás del agua, "tristemente feliz", requiere muchas cosas, entre otras, tiempo y oficio de poeta.
LA DEMANDA DE RECUERDO LIBRE
Haz un resumen, piden en la escuela.
Sólo lo que recuerdes. Es para averiguar
tu potencial de síntesis, descubrir cómo engulle
el folio en blanco todos tus fantasmas.
Yo empezaría, claro, por la lluvia
que dentro de tus ojos se confunde
con ráfagas de un sol que juega al escondite.
De todo lo demás, ya no me acuerdo.
JUNIO
Acuérdate, Rocío,
de cómo sonreían las estrellas.
Recuerda cómo todo su poder
se derramaba en un minuto oscuro,
tristemente feliz, diciendo "nunca",
pero de qué manera tan hermosa.
miércoles, 22 de mayo de 2013
Desde el AVE
Regreso de Sevilla en el AVE. Por la ventanilla, dehesa infinita de olivos y una tarde andaluza de sol y nubes. Ha llovido mucho. Hay un arco iris y el cielo parece imitar a una acuarela de Gaya. De pronto, surge una manada de ciervas que abrevan en una charca brillante. Y aunque viajo solo, se me escapa en voz alta:
-¡Mira, los ciervos!
Y por todo el vagón me responden los viajeros:
-Una es que es muy de supermercados.
-Qué coñazo lo de Oviedo.
-Y va una señora y se mete en el Vips y pide...
-Mercadona lo está haciendo muy bien.
-¡Mira, los ciervos!
Y por todo el vagón me responden los viajeros:
-Una es que es muy de supermercados.
-Qué coñazo lo de Oviedo.
-Y va una señora y se mete en el Vips y pide...
-Mercadona lo está haciendo muy bien.
lunes, 13 de mayo de 2013
Átomos y galaxias
¿Qué aporta este libro galáctico a la bibliografía del poeta? Y no me refiero al oficio de Miguel d'Ors, que ya está JLGM para insistir. El título reúne lo cósmico y lo diminuto y, por eso mismo, es una amplia síntesis de una trayectoria riquísima. Recuerdo mi lejana lectura del primer libro de d'Ors (Del amor, del olvido, 1972): aquel poema titulado justamente "Los abuelos". Y, sobre todo, esa estrofa:
... Y el abuelo, qué manos de valiente,
qué venas, retorcidas como parras;
las ganas que me daban
de cumplir en un día sesenta y cuatro años
para tener dos manos como aquellas...
Privilegios del tiempo: el joven que escríbía aquello hace tantos años, ahora vive la experiencia de cómo su vida se prolonga en otros. Creo que la poesía de Miguel ha estado surcada siempre por la fascinación por una cadena de experiencias, llámese tradición, Providencia o sabiduría que viene de la sangre, sabiduría de abuelo. Para mí, uno de los mejores poemas del libro es "Columpio", con ese balanceo de los versos y ese final -"el inmenso columpio de los años", que dice más de lo que aparenta. Nunca me han llamado la atención los caligramas, pero éste es seguramente uno de los mejores que he leído:
... Y el abuelo, qué manos de valiente,
qué venas, retorcidas como parras;
las ganas que me daban
de cumplir en un día sesenta y cuatro años
para tener dos manos como aquellas...
Privilegios del tiempo: el joven que escríbía aquello hace tantos años, ahora vive la experiencia de cómo su vida se prolonga en otros. Creo que la poesía de Miguel ha estado surcada siempre por la fascinación por una cadena de experiencias, llámese tradición, Providencia o sabiduría que viene de la sangre, sabiduría de abuelo. Para mí, uno de los mejores poemas del libro es "Columpio", con ese balanceo de los versos y ese final -"el inmenso columpio de los años", que dice más de lo que aparenta. Nunca me han llamado la atención los caligramas, pero éste es seguramente uno de los mejores que he leído:
Columpiando a Mateo.
Sus padres –vacaciones
en agosto- lo han
traído un año más,
y aquí estamos, abuelo
y nieto. Yo le impulso
el columpio. Se acerca
a mí, risa en crescendo,
retrocede, tocando
–paisano momentáneo
de los pájaros- la
bóveda de la tarde,
y regresa a mis manos
con una risa nueva,
y se aleja otra vez,
y… Ya se acaba agosto;
ya pronto, adiós, sus padres
volverán a Pamplona;
yo quedaré en Galicia,
esperando. Esperando
que el inmenso columpio
del año me lo acerque
de nuevo, todo risas,
el próximo verano.
viernes, 3 de mayo de 2013
Mi edición del Adán (con una nota sobre el demonio y otros malos aires)
"Templada y riente, (como lo son las del otoño en la muy graciosa ciudad de Buenos Aires) resplandecía la mañana de aquel veintiocho de abril..." Así comienza Adán Buenosayres, la gran novela de Leopoldo Marechal. Y justo este veintiocho de abril ha salido la edición del Adán, preparada por mí, en Buenos Aires. No creo en las coincidencias astrales pero, qué cosas, acabo de reparar en que cumplo los mismos años de edad que tuvo mi admirado Marechal al publicar su obra maestra en 1948. Cada uno, en su sitio, me digo. Unos crean y otros ponemos notas al pie.
Por lo demás, hacer esta edición crítica (publicada con enorme seriedad por la editorial Corregidor), ha supuesto un trabajo paciente y precioso. Tener en las manos el manuscrito original es una experiencia fantástica para quien ama una obra literaria, un tesoro que, por cierto, hemos perdido con la era digital. Quizás hay algo de voyeurismo en imaginar la obra en progreso, que parece que se va haciendo por primera vez mientras se repasa la caligrafía original del autor. Examinar la letra, las anotaciones al margen que nunca se leyeron, las vacilaciones, las correcciones y las variantes. Hay algunas tan bonitas como la siguiente...
Por lo demás, hacer esta edición crítica (publicada con enorme seriedad por la editorial Corregidor), ha supuesto un trabajo paciente y precioso. Tener en las manos el manuscrito original es una experiencia fantástica para quien ama una obra literaria, un tesoro que, por cierto, hemos perdido con la era digital. Quizás hay algo de voyeurismo en imaginar la obra en progreso, que parece que se va haciendo por primera vez mientras se repasa la caligrafía original del autor. Examinar la letra, las anotaciones al margen que nunca se leyeron, las vacilaciones, las correcciones y las variantes. Hay algunas tan bonitas como la siguiente...
Por ejemplo, todos los lectores del Adán recordarán el
desconcertante final de la novela, en la que el protagonista desciende
al último círculo del infierno humorístico y se encuentra con un bicho
gelatinoso y feísimo metido en un agujero. Entonces le pregunta a su
guía, el astrólogo Schultze y éste le contesta así:
- Es el Paleogogo.
"Paleogogo" significa en griego "Primer conductor". Sin embargo, en el manuscrito Marechal le hacía dar a Schultze más explicaciones. Decía: “ Es el Paleogogo, o la Serpiente Antigua,
o cualquiera de los muchos nombres que le han dado y le darán”.
Esta frase suprimida en la versión final, prueba que Marechal pensó
inicialmente el Paleogogo como una encarnación del Mal semejante al Demonio
cristiano. Si recurrimos a un libro que Marechal manejó con frecuencia, el Apocalipsis de San Juan,
encontramos una cita muy clara: “Prendió al dragón,
la serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás, y lo ató por mil años” (Ap., 19,2). Puede entenderse,
pues, que, antes de la caída, el hombre no necesitaba un conductor, porque
vivía en armonía con el universo y no requería quien le indicase qué hacer. El
demonio, al invitar a comer el fruto prohibido que provoca la caída, es el
primero que da una orientación al hombre y es, por tanto, el Paleogogo.
Todo esto prueba que Marechal pensó originariamente en identificar al
Paleogogo con el diablo. Pienso que, si al final renunció a citar a Satán directamente y quitó la referencia a la Serpiente Antigua, no
lo hizo porque quisiera eliminar su relación (fácilmente reconocible para
cualquier conocedor de la Divina Comedia), sino
porque quiso dejar el pasaje abierto a una pluralidad de interpretaciones no
excluyentes. Dicho con otras palabras: Adán Buenosayres es una novela moderna por muy clásico que sea su mensaje.
Esta última lectura, me parece, puede conciliarse con otras que se aten a la
tradición literaria sobre la que se construye el monstruo. Y esta no es otra
que la Divina Comedia. Dante imaginó un Satán más patético y repulsivo
que terrorífico. “Pretendía concretamente que Lucifer fuese vacío, tonto y
despreciable, un contraste fútil con la energía de Dios. “Dante veía el mal
como negación […]. La ausencia formal del diablo en grandes extensiones de la Comedia y en el infierno mismo indica la coincidencia
de Dante con la teología escolástica a la hora de limitar el papel del diablo”
(Burton Russell 1995, 254). El amorfo Paleogogo es semejante: patético,
estúpido e inmóvil, tiene algún parecido con el Satán dantesco. Recordemos esas
palabras finales con las que se califica al monstruo marechaliano: “Solemne
como pedo de inglés”. La asociación del diablo con todo lo referido a lo anal,
y en particular a las ventosidades, es un tópico de las representaciones
iconográficas y literarias tradicionales. Los chistes escatológicos con los
aires luciferinos tienen numerosos correlatos en la cultura cristiana medieval.
Así, en el morality play del siglo XIV, The Fall of Lucifer, el
diablo acaba derrotado en desigual batalla por la cohorte angélica, y grita:
- Ahora me voy
al infierno a ser arrojado al tormento infinito. Por miedo al fuego me tiro un
pedo (Citado por Burton Russell 1995, 286).
jueves, 2 de mayo de 2013
Hong Kong, segunda escala
Después de la calma provinciana de Macao, Hong Kong es una locura de siete millones de habitantes metidos en rascacielos de todo tipo: elegantísimos como los que se reflejan en el agua desde el Sky Line, o cutres y casi soviéticos, como los que se exhiben en el extrarradio o en el mismo centro de Kowloon.
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Para entender la expresión "lujo asiático" me meto en el Hall del Hotel Peninsula. Me recibe una música tan elegante y los mármoles relucen de tal manera que me dan ganas de salir corriendo, no vayan a aparecer unos guardas de seguridad y me echen por chusma. Pero lo que más aturde es la atmósfera perfumada: el hotel entero huele a Chanel. Todo parece calculado para el disfrute de los sentidos: vista, oído, olfato. Me cuentan que en el urinario masculino del piso 50 hay una inmensa pared de cristal para que puedas contemplar la bahía mientras estás en plena faena. Me siento tan intimidado que no consigo enterarme de cómo subir y comprobarlo. Pero todo va en la misma línea de los sentidos físicos, supongo.
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En el Ladie´s Market todos se apretujan en busca de una compra barata-barata, pero, como la dieta es sanísima, no hay ningún gordo entre los chinos, lo que facilita las cosas. Y nunca se tropiezan, muestra no sé si de enorme habilidad o de increíble civismo, o de las dos cosas al mismo tiempo.
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Advierto que las distancias entre nuestro mundo y el de los orientales, tienen que ver con los tabúes que manejamos unos y otros. Según ellos, los occidentales somos tremendamente sucios porque no nos descalzamos al llegar a casa y quizá no les falta razón. En la China continental es habitual que la gente escupa en cualquier ocasión, pero afortunadamente el paso de los ingleses en Hong Kong impuso prohibiciones severísimas en este punto. Eso sí, es habitual que la gente coma por la calle a todas horas y cualquier tipo de plato, cuando en España nos comeríamos un helado.
Por lo demás Hong Kong es una ciudad muy limpia: hay letreros que advierten de que los pasamanos de las escalera automáticas se desinfectan cada tres horas, los botones de los ascensores cada una... Delante de mí, una chica muy guapa pasea a su perrito que acaba de levantar la pata para hacer pis. De inmediato, la propietaria desenfunda un desinfectante y, psss psss, lo aplica contra el suelo. Todo tan irreal, tanta limpieza, ¿será sana?
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