Leo en los diarios de Jünger: "Las catedrales vistas cual fósiles encerrados en nuestras ciudades como sedimentos tardíos...", y sigue en esta línea hasta que concluye: "Los seres humanos de hoy ven esas obras como ven lo sordos las formas de los violines y las trompetas". La cita me recuerda una vez que estuve, hace unos cuantos años, en Notre-Dame de París. Había escuchado Misa bastante temprano, junto a siete viejas y un sacerdote achacoso. Al terminar, la catedral se quedó sola para mí durante diez minutos, justo hasta que abrieran las puertas para los turistas japoneses que esperaban en la parrilla de salida armados con sus cámaras fotográficas. Me entretuve paseando, pensando en la suerte íntima que se me ofrecía. De pronto un rayo tornasolado descendió de alguna vidriera y se plantó a mis pies. Bajé la mirada y leí en la losa: "Aquí se convirtió el poeta Paul Claudel el 25 de diciembre de 1886. Laus Deo". "Qué bonito este momento", pensé, "tengo que recordarlo siempre". Segundos después se abrieron las puertas para los visitantes y, al fondo, todavía muy lejos, sentí los chasquidos y las luces, las luces de los flashes entre la penumbra.
Alguna vez pensé en el éxito que tienen las catedrales, que las visitan ateos, agnósticos, anticlericales. Claro, pensaba, las visitan como quien visita las Cuevas de Altamira, para ver los vestigios de un hombre primitivo. Y qué bien lo dice Junger aquí.
ResponderEliminarEn general, toda esa gente no entiende nada de nada, como si un cristiano medio visita un templo budista. En otras artes también sucede (pienso en la pintura), pero la arquitectura es especialmente patente porque la función y la forma se ligan con el significado, me parece.
ResponderEliminar