Hace algunos meses leí un libro de Norbert Elias que se adornaba con el tétrico título de La soledad de los muertos. Mucho morbo para un ensayo de sociología. El caso es que una idea me llamó la atención por lo exacta y verdadera, o al menos eso pensé entonces. El mayor tabú de nuestras opulentas sociedades occidentales, dice Elias, es el de la muerte. Se la esconde constantemente: en las conversaciones, por supuesto, pero también en el modo con que se han olvidado los ritos de antaño. Ya no se ven procesiones al cementerio ni velatorios en las casas. Para eso están los asépticos tanatorios. Como leí el otro día en un anuncio de pompas fúnebres en Pontevedra: "Nosotros nos haremos cargo de todo". Qué fúnebres son estos gallegos. Y ambiguos... ellos se encargan de todo (qué miedo).
Bien. Toda esta introducción venía a cuento de que acabo de ver dos películas, una detrás de otra, que parecen refutar el tabú que pesa sobre la muerte. Las dos se centran en los aledaños de los ritos mortuorios. La primera de ellas, Cleaner, da vueltas en torno a la vida de un limpiador de escenas de crímenes. Es decir, después de que una habitación quede hecha una pena por toda la sangre que queda derramada en el suelo, debe haber alguien encargado de dejarlo todo como antes. Aquí entra nuestro protagonista que, de pronto, se ve enredado en una trama bastante complicada. La idea es original, pero el resultado final decepciona. Ed Harris y Samuel L. Jacson hacen lo que pueden, que para eso son actores solventes, pero el guión va poco a poco cayendo en picado, deja lagunas inexplicadas y regala alguna que otra secuencia ridícula, como aquella en la que el protagonista comete el peor de los pecados de un padre norteamericano: no ver a su hija marcando un gol en un partido de fútbol del colegio. En el fondo, la muerte aquí es superficial: mucha mermelada de fresa de primer plano pero nada más.
Bastante mejor es la película japonesa Despedidas, a pesar de haber ganado un Óscar. Carece de la sofisticación fotográfica de Cleaner, pero consigue emocionar con una historia muy sencilla: la de un violoncelista frustrado en Tokyo que se convierte en amortajador al regresar a su pueblo, situado en el Japón profundo y tradicional. Las secuencias de los amortajamientos reflejan un cariño hacia el cuerpo humano en toda su dignidad y están rodadas con una delicadeza de ballet. Por lo demás, un vitalismo y un peculiar sentido del humor impregnan muchas escenas de la película, donde también se sugiere una apertura a la trascendencia en medio de la dureza de alguna historia. Despedidas quizá no sea una pieza maestra, porque se le pueden poner algunos reparos, pero toca con hondura y honradez un tema que a todos, tarde o temprano, nos va a interesar: el de la muerte.
Bien. Toda esta introducción venía a cuento de que acabo de ver dos películas, una detrás de otra, que parecen refutar el tabú que pesa sobre la muerte. Las dos se centran en los aledaños de los ritos mortuorios. La primera de ellas, Cleaner, da vueltas en torno a la vida de un limpiador de escenas de crímenes. Es decir, después de que una habitación quede hecha una pena por toda la sangre que queda derramada en el suelo, debe haber alguien encargado de dejarlo todo como antes. Aquí entra nuestro protagonista que, de pronto, se ve enredado en una trama bastante complicada. La idea es original, pero el resultado final decepciona. Ed Harris y Samuel L. Jacson hacen lo que pueden, que para eso son actores solventes, pero el guión va poco a poco cayendo en picado, deja lagunas inexplicadas y regala alguna que otra secuencia ridícula, como aquella en la que el protagonista comete el peor de los pecados de un padre norteamericano: no ver a su hija marcando un gol en un partido de fútbol del colegio. En el fondo, la muerte aquí es superficial: mucha mermelada de fresa de primer plano pero nada más.
Bastante mejor es la película japonesa Despedidas, a pesar de haber ganado un Óscar. Carece de la sofisticación fotográfica de Cleaner, pero consigue emocionar con una historia muy sencilla: la de un violoncelista frustrado en Tokyo que se convierte en amortajador al regresar a su pueblo, situado en el Japón profundo y tradicional. Las secuencias de los amortajamientos reflejan un cariño hacia el cuerpo humano en toda su dignidad y están rodadas con una delicadeza de ballet. Por lo demás, un vitalismo y un peculiar sentido del humor impregnan muchas escenas de la película, donde también se sugiere una apertura a la trascendencia en medio de la dureza de alguna historia. Despedidas quizá no sea una pieza maestra, porque se le pueden poner algunos reparos, pero toca con hondura y honradez un tema que a todos, tarde o temprano, nos va a interesar: el de la muerte.
Qué casualidad! Este verano pensé en poner un tanatorio en el que puedas cuidar tanto el cuerpo del difunto como la esperanza de los familiares. O infundírsela, si no la tienen. Es decir, encargarme de todo. Sí, soy gallega pero no doy miedo, al menos eso creo. Gracias, Javier, veré la peli japonesa, la otra pude verla en Internet y no es muy buena, la verdad.
ResponderEliminarMaría.
Yo siempre ha pensado que en nuestra cultura nos autoengañamos dando la espalda a la muerte. Las dos películas que has visto son fiel reflejo: la norteamericana, superficial como ellos son, y la japonesa, país donde parece que se venera a los antepasados y se acepta la muerte como algo natural.
ResponderEliminarAbrazos.
No es para poner el dedo en ninguna llaga pero si quiero ver algo más profundo o al menos más... "contemplativo", es normal que los japoneses sean superiores a los norteamericanos, ¿no?
ResponderEliminarNo me gusta el antiamericanismo, Juan Ignacio, porque también podemos encontrar muchos escritores y cineastas yanquis que para nada son superficiales. Pero es verdad que ellos han desarrollado una cultura de consumo for export que les pesa, incluso a la hora de hacer un cine que pretende ser de calidad (como me parece que es Cleaner).
ResponderEliminarMaría: los gallegos no me dan miedo, como te puedes imaginar. Mi mujer es gallega y te aseguro que siempre me ha producido una sensación opuesta al miedo.
ResponderEliminarCreo que hay que saber marcar lo bueno y lo malo sin caer en antinorteamericanismos.
ResponderEliminarA veces pienso que los norteamericanos quizás se salven por ser como niños.
Muchas cosas que antes veía como manifestaciones de superficialidad puedo verlas ahora como expresiones de un corazón simple, un corazón de niño.
¿Por qué son tan “exitosas” las películas norteamericanas? O mejor dicho, ¿por qué tanta gente las ve y dice que le agradan? Hay muchas veces (que el buen gusto no se pierde) una trama muy simple, como una historia para niños. Y si nos "enganchan" es porque apelan a eso, al niño que tenemos dentro.
Y claro, puede ser pecaminoso quedarse en la superficie de las cosas, no profundizar, no crecer. Pero no esta mal tener un corazón de niño. Querer el bien, que el bien triunfe, que el héroe salve a la gente, que el sabio nos dé un consejo que oriente nuestra vida hacia la felicidad. Aunque sepamos que eso no es siempre así, incluso aunque sepamos eso.
¡Los finales felices! No siempre las cosas terminan bien y hay que saberlo. Pero viéndolo desde otro ángulo, ¿quién no desea un final feliz? Un final feliz es algo hollywoodense pero es también una gran exigencia del corazón.
Totalmente de acuerdo, Juan Ignacio. El cine norteamericano (bien por la corrección hacia mi "antiamericanismo") puede parecer simple en sus esquemas, y de hecho muchas veces lo es, pero los finales felices son una gran exigencia del corazón, como muy bien dices, y es bueno que se muestre también esta posibilidad en las historias... Por cierto, y retomando Cleaner, curiosamente el final no es demasiado feliz y ningún personaje resulta enteramente bueno. Sin embargo, el resultado es superficial. Todo lo contrario, creo, del cine clásico de un John Ford, por ejemplo, donde el bien y el mal están claros (salvo quizá en Centauros del desierto).
ResponderEliminarJavier, gracias por tu respuesta. Yo generalicé un tanto, yéndome algo del tema de la película propuesta. Sin duda hay mucho y muy variado en cine norteamericano.
ResponderEliminarHablamos del cine de EEUU con el concepto del cine que tenemos aquí. Para empezar, en EEUU el cine no es más que una industria, de la que pueden salir obras de arte, igual que de otras industrias.
ResponderEliminarSi quieren taquillazos, los fabrican con gran porcentaje de éxito. Si quieren emotivas, comedias, dramas, para oscar, artísticas, épicas, etc... igual. En EEUU saben que fabrican películas. Mientras, el resto del mundo (casi todo) se cree superior porque piensa que España, Francia, Irán o Mozambique crean películas como si de un Miguel Ángel se tratase.
Y si alguien busca una peli de aventuras, no la busca en el nuevo movimiento cinematográfico que ha nacido en Kirghizistán, que tendrá muchos premios, pero al gran público le aburre (dicho sea de paso suele ser un tostón de cuidado eso de ver a una vaca subir una montaña durante dos horas).
No despreciemos el cine americano, que también lo hay muy bueno. Por cierto, ¿sería Alejandro Dumas a la literatura lo que Spielberg al cine?
Lejos de despreciar el cine norteamericano, Mauricio. Como muy bien dices, ellos saben hacer cine como nadie, tanto si quieren taquillazos como si buscan algo más. No creo, sin embargo, que el resto del mundo haga películas pesadas. En España casi siempre sí, pero ahí tienes películas francesas, argentinas, japonesas, etc. que son muy entretenidas, son buenas artísticamente y no siguen los cánones de Hollywood. Y sí, seguramente Dumas sería lo que Spielberg al cine. Por eso se le considera un segundón en la literatura del XIX: buenecillo pero segundón.
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