Se llamaba Bond, James Bond. Su carrera acabó pronto, más o menos cuando se enamoró de una chica rubia de bikini blanco que emergía de las aguas en una playa tropical. Se casó. Con el paso del tiempo y el consiguiente engorde de la señora de Bond, empezó a soñar con cientos de jovencitas imaginarias que caían rendidas a sus pies y se acabó convirtiendo en el viejo verde que todos conocemos.
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