Hace unos cuantos años conocí a un tipo que trabajaba en la policía científica. Se dedicaba, entre otros menesteres, a la revisión de los escenarios criminales. Fotografías sangrientas, huellas siniestras y Adn misteriosos formaban parte rutinaria de una profesión vedada para la sensibilidad de la mayoría. Él, por el contrario, se había acostumbrado hacía tiempo a reconstruir toda clase de barbaridades. Pero había algo que nunca dejaba de impresionarle.
-Los suicidios. Entrar en la casa de un suicida, analizar cómo se ha matado... es lo más triste que te puedas imaginar.
En la literatura el suicidio empieza a ser tomado en serio con la modernidad. Por supuesto antes los personajes se suicidaban famosamente -basta leer Romeo y Julieta o La Celestina-, pero es con el Werther de Goethe cuando entra en acción la tristeza metafísica, el desajuste profundo entre mi deseo y el mundo que conduce a la aniquilación propia. Es entonces cuando el suicida no es visto como un loco digno de compasión, sino más bien como un héroe de la sensibilidad extrema. Werther se pega un tiro vestido de chaqueta azul y pantalón amarillo. La identificación de los jóvenes lectores de la época con aquel acto fue tan apasionada que Alemania sufrió un vendaval de suicidios en los que la gente se mataba vestida como el protagonista de la novela. Se inauguraba así la mitología maldita del suicidio, adornada con aquella teatralidad que había intuido Goethe, quien, por cierto, se arrepintió en público de haber inducido a tantos lectores a no seguir leyéndole por la vía rápida.
En la España tradicional Larra se convierte en el romántico -el moderno- por excelencia gracias a su desdichado fin. A partir de aquí es curioso comprobar que tanto en la literatura como en la vida literaria el número de suicidios crece sin parar. Cuántos escritores se matan entre el siglo XIX y el XX... Muchos, además, no se dan muerte de cualquier manera y, de forma involuntaria, contribuyen a hacer de su defunción un pequeño mito. Ahí está, por ejemplo, Alfonsina Storni, ahogándose en el mar interminable. A mí su poesía me gusta más bien poco, pero la canción que inspiró su muerte es bellísima y ahora, por cierto, la toca mi hijo mayor a la guitarra.
Ahora bien, si el suicidio ha detentado ese prestigio entre los románticos y modernos de variada especie, tengo que decir, con todo mi respeto y compasión hacia todos ellos, que prefiero la actitud contraria. Elegir la vida antes que la muerte es siempre una afirmación más honda, aunque por el camino se pierda el aura de maldito o de incomprendido. En la literatura moderna no es tan frecuente que gane la opción de la vida, si es que se presenta la posibilidad del suicidio. Por eso me ha llamado tanto la atención (entre otras muchas causas) mi lectura de Radiaciones, el diario de guerra de Ernst Jünger. El 29 de abril de 1941 Jünger se encuentra desesperado. Sus ideales caballerescos de una guerra limpia están hechos polvo ante la barbarie nazi. Siente asco de sí mismo y de su uniforme militar, que se ve obligado a llevar durante la ocupación alemana de París. Ese día estudia los puentes desde donde se va a tirar al Sena para buscar "una salida", es decir, su propia muerte. Después mete algunas anotaciones triviales: una muchacha que le ha llamado la atención, la visita a una iglesia, la comida en un restaurante especializado en marisco. Pero luego sigue su anotación sobre el paseo entre el Pont Neuf y el Pont des Arts. En ese momento se da cuenta de que el problema del suicida no está fuera, sino dentro de uno mismo. Y escribe: "He comprendido de súbito con toda claridad que sólo dentro de nosotros está lo laberíntico de la situación. De ahí que sería perjudicial el empleo de la violencia, destruiría muros, pero ese no es el camino de la libertad (...) Desertemos donde desertemos, con nosotros llevaremos siempre nuestro uniforme, y ni siquiera con el suicidio lograremos escapar de él. Es preciso que nos elevemos, que nos elevemos también a través del sufrimiento. Entonces se vuelve más comprensible el mundo".
Terrible testimonio.
ResponderEliminarHabría que hacerle una canción tan buena como Alfonsina y el mar (estimo referiste a la de Félix Luna y Ariel Ramírez).
Sí, en efecto a la de Félix Luna y Ariel Ramírez. Es estupenda.
ResponderEliminarHola Javier, he llegado aquí desde el blog de Ángel Ruiz, y no puedo pasar sin saludarte y darte las gracias por esta frase:
ResponderEliminar"Elegir la vida antes que la muerte es siempre una afirmación más honda, aunque por el camino se pierda el aura de maldito o de incomprendido."
Un saludo