miércoles, 9 de septiembre de 2009

Los escritores y la muerte

Con el paso del tiempo me he ido dando cuenta de que, como dice Fernando Aínsa, los escritores inmortales se mueren. Y debido al buen numero de fallecimientos que existe ya en la república literaria, podemos encontrar toda clase de circunstancias alrededor de cada suceso fatal. Casi todos tienen finales anodinos, en la cama, y éstos se producen de forma coherente. Cada uno muere como vive, aunque alguno dé sorpresas. Dicen que Borges rezó el padrenuestro en cinco idiomas antes de morir. Puede ser. Ahora bien, las muertes que llaman más la atención son los suicidios -adornados con un falso prestigio- o las accidentales, que a veces son tragicómicas, como la del cubano Julián del Casal, que se murió de un ataque de risa. También las hay estúpidas: Tenesse Williams se atragantó con un tapón de pasta dental.

Pero el hecho de que se muera un escritor también nos lleva a pensar en cuáles fueron sus últimas palabras. Alguien que ha vivido del lenguaje durante años, necesariamente tiene que decir algo interesante en el último momento. Acaso las "famous last words" por excelencia sean las de Goethe ("Luz, más luz"), pero a mí siempre me resultó una queja algo patética en boca de quien se sintió poco más o menos que el genio de Europa. Más escalofriantes me resultan las de Bécquer: "Todo mortal". Y hondamente consoladoras las que profirió León Bloy cuando le preguntaron qué sentía: "Una curiosidad enorme". Incluso puedo creer que, en medio de la agonía, el escritor se llegue a sobreponer y a tomarse el asunto con humor. Es lo que le sucedió a Italo Svevo, irremediable fumador, quien le pidió a su yerno un pitillo. Cuando éste se lo negó escandalizado, le contestó en un susurro: "Será el último".

No obstante, lo que de verdad pueden decir los escritores sobre la muerte, no está en su propia vida, sino en aquello que escribieron. Esto es asunto largo y denso para que me ocupe de él aquí. Para eso ya está mi amigo el profesor Luis Galván dedicado a estudiarlo a fondo. Pero sí creo que las respuestas de cada libro, si éste de verdad vale la pena, obedecen a una vivencia profunda que conecta con eso que llaman el espíritu de la época o del autor. Nabokov, escéptico y descreído, trivializa la muerte con magia y estilo. Si tiene que contar el accidente mortal de un personaje insignificante, lo resume entre paréntesis y con una coma genial: (picnic, lightning). Hay muchísimos cuentos que revelan una visión sabia sobre el morir. Pienso ahora en "Página de un diario" de Ribeyro, en "Obdulia, un cuento cruel" de Antonio Pereira o, por supuesto, en La muerte de Iván Ilitch. No obstante, a mí me sigue conmoviendo por encima de todo la muerte de Don Quijote: es tan difícil encontrar la dosis justa de tristeza, realismo y altura moral. El personaje siente que se muere y va arreglando serenamente sus asuntos, como quien es: un caballero cristiano. Sancho, el ama y la sobrina, el cura y el barbero, entran y salen desolados de la habitación durante días. Parece que hasta el propio Cervantes siente pena de su criatura y busca un circunloquio porque le cuesta decir la palabra terrible: "dio su espíritu, quiero decir que se murió". Vuelta entonces a la pena general: el personaje se muere de melancolía. Hoy día hablaríamos de depresión. Y de pronto, en medio de la desgracia, todos sus allegados, todos aquellos que están sinceramente doloridos, desde la sobrina hasta Sancho, empiezan a frotarse las manos. Los dolores de la muerte se atenúan con la alegría de heredar... En fin, que esa mezcla de sentido trascendente y observación de andar por casa, define la sabiduría de Cervantes. A veces pienso que Don Quijote debiera leerse a veces empezando por el final.


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