jueves, 31 de diciembre de 2009

Recuento

A ver, venga, un repaso de lo que ha deparado 2009. Empiezo por lo peor de todo: se me han muerto dos amigos. Luego, más abajo en la lista de desdichas, he tenido disgustos y berrinches pequeños, medianos y grandes, todos sin importancia ahora que los repaso desde la distancia. Si sigo en plan deprimente, descubro que las leyes que se han aprobado en España, no son sino un eslabón más de lo que nos espera. La política, este año, ha dejado de interesarme por culpa de sus profesionales, chapuceros, amorales y corruptos. Podría continuar con mi enumeración de desgracias, pero éstas serían cada vez más ridículas: que el Cádiz C.F. no gana un partido ni a cañonazos, que el otro día me dejé medio pulmón jugando a la wii con mi hijo pequeño... En el lado positivo de la pila Marina y yo seguimos hacia adelante con los niños; hicimos excursiones memorables a Eurodisney, Oporto y Badajoz; me publicaron un poemario; Enrique y Leonor tendrán una hija; pude reencontrarme con buenos amigos en México, Uruguay y Argentina; tuve la suerte de dirigir dos tesis estupendas; me lo pasé realmente bien llevando un taller de escritura creativa; disfruté de alumnos excelentes, dentro y fuera de la universidad, lo cual es un privilegio en los tiempos que corren... ¿Me dejo algo? He leído menos y he escrito más. Miro mi lista de entradas del blog y me asombra mi constancia, yo, que tiendo a la pereza. Anota Léataud en su Diario: Ciertos momentos de mi vida los he vivido dos veces: primero, viéndolos, y en seguida, al escribirlos. Sin duda los he vivido más profundamente al escribirlos... He aquí mi hallazgo de 2009: Este año lo he vivido doblemente gracias al blog.
Así que, feliz año a todos.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Qué escándalo

Le pido a mi hijo pequeño que me dibuje un christmas para enviar a los amigos en estas Navidades. Muy original, le sugiero, como tú sabes hacerlo. Al poco tiempo Tomás me enseña orgulloso su obra, lo que me sirve para comprobar los efectos de seis meses de catequesis escolar frente a ocho años de imaginación desaforada. El christmas es una interpretación personal de una Navidad prehistórica: en el portal San José y la Virgen son dos diplodocus que custodian a un bebé dinosaurio. Por los aires va volando un pterodáctilo (¿el ángel?), mientras una estrella de oriente se precipita sobre la tierra (el meteorito que destruyó a los dinosaurios, esto sí está claro). Entretanto tres monstruosos reyes magos y un Papa Noel se acercan a la escena como si fueran los cuatro jinetes del Apocalipsis. Uno de ellos exclama: "¡No me gusta mi regalo!".
El escándalo es cosa de dos: el que provoca la acción y el que la mira. Así que en este caso no hay razón para rasgarse las vestiduras. En realidad, ahora que lo pienso un poco, me parece que en lo de escandalizarse se extiende un sofisma tan grande como los dinosaurios de mi hijo. Creer que la religión sólo se expresa de forma severa y solemne ha sido un error de siglos. En la cristianísima Edad Media existía la costumbre de la Misa de la borrica. Se celebraba en honor del animal que montó Jesús en la entrada de Jerusalén. El sacerdote, en un momento de la liturgia, rebuznaba tres veces a lo que respondía el pueblo fiel con igual número de alaridos animales. A quien le parezca exagerado este ejemplo, puede fijarse mejor en los pórticos de tantas iglesias románicas, en donde a pocos metros de una imagen sublime del Señor o la Virgen, aparecen otras grotescas con demonios retozando encima de unos infelices condenados. Muchos tabúes en torno a lo que se podía decir y lo que no, lo que se podía representar y lo que era indecente, empiezan más tarde, a partir del triunfo del humanismo y del racionalismo postmedieval.
Tendemos a identificar el escándalo con la transgresión en materia exclusivamente religiosa, cuando muchas veces intervienen factores culturales, sociales, ideológicos. Basta recordar que la expresión "políticamente correcto" designa la barrera que nunca se debe traspasar con las palabras. Los indiferentes y los ateos también se escandalizan, faltaría más. A un juez de Sevilla se le ha ocurrido criticar algunos resultados de cierta ley sobre el maltrato a las mujeres hace unos días y ha provocado un maremoto de sensibilidades heridas entre el progresismo nacional. No lo dicen porque la palabra les huele a religión, pero el diagnóstico, para mí, está clarísimo: se han escandalizado.

PD: Que conste que creo que resulta muy saludable escandalizarse algunas veces: es un signo de delicadeza moral. La expresión "No me escandalizo de nada" me suena a cínica o vanidosa.

martes, 29 de diciembre de 2009

Mal día para pescar


Mi mujer y yo fuimos a ver esta versión cinematográfica de uno de mis cuentos preferidos de Juan Carlos Onetti, "Jacob y el otro". Ahora que escribo en caliente, pienso que el director, Álvaro Brechner, ha salvado con buena nota el reto de trasladar al cine un relato áspero y difícil como todos los del escritor uruguayo. El ambiente mediocre y provinciano de la mítica Santa María, las vidas frustradas de todos los personajes, la luz mezquina que acompaña cada escena... Todo es Onetti puro. Quizá el punto más débil, para mi gusto, es la interpretación de Gary Piquer . En el relato Orsini es un italiano más bien histriónico y parlanchín, mientras que el actor español lo convierte en un individuo tristón no exento de clase. O sea, el típico personaje salido de otros cuentos y novelas del autor uruguayo: un Díaz Grey o un Larsen, gentes apegadas a una singular estética del perdedor. El universo de Onetti suena a muy "literario" y puede parecer poco natural. Es lo que le sucede al protagonista de la película: a veces da la impresión de estar leyendo las palabras que dice su personaje en el cuento.
Pero a lo mejor estoy buscando los tres pies al gato. Es magnífica la interpretación del luchador (Jouko Ahola), excelente la labor de los secundarios, buena la caracterización de la deprimida Adriana y el propio Gary Piquer va mejorando conforme avanza la película. Las licencias que se toma el guionista están bien traídas y el homenaje a Onetti, con esa cantidad de humo y tabaco que se airea por la cinta, muy conseguido. En resumen: una película bien hecha y una recomendable iniciación al mundo de Onetti para quien no lo haya leído, aunque contenga alguna que otra variación edulcorante. Y es que es difícil narrar con el pesimismo de Onetti, aunque uno trate de contar la misma historia.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

La realidad no-velada



Viaje rapidísimo a Madrid para la presentación del libro de microrrelatos de Rosalba Campra. Cuando me tocó decir algo, hablé sobre la comparación entre filólogos y creadores que viene a ser algo así como los ornitólogos y los pájaros. En principio los filólogos estudiamos a los escritores, como los ornitólogos clasifican pájaros, pero no vuelan. Es difícil ser las dos cosas al mismo tiempo, pero hay gente que lo consigue, como Rosalba. Todo un arte.
Tuve de excelente compañero de presentaciones a Niall Binns. Niall refirió que los microrrelatos de Rosalba son piedras preciosas que, a diferencia de la novela, no pretenden dar una visión totalizadora de la realidad, sino algo así como una suma de pequeñas iluminaciones, de fragmentos de luz. Frente a estas brevedades, la novela sería un género ingenuo que pretendería explicar la vida mediante una unidad de sentido. Y citaba esta ingeniosidad de Nicanor Parra: "La novela vela la realidad".
Durante el regreso fui pensando en la boutade, sobre todo porque yo creo haber entendido mejor la realidad gracias a la lectura de tantas novelas. Y ahora, ya en casa, se me ocurre, con permiso de mi amigo Niall y de don Nicanor, que también se podría decir que "La novela no vela la realidad". Es decir, exactamente lo opuesto de su sentido original. Aunque quizá la realidad no se vela o se desvela con una frase brillante o su contraria: necesitamos más palabras, o sea, cuentos, poemas, novelas...

martes, 22 de diciembre de 2009

Papa Noel, go home


Una interesante sugerencia para decorar nuestros balcones y ventanas en estas fechas (atención a la mano derecha de Melchor).
La foto me la pasa mi hermano arquitecto y está sacada en el barrio sevillano de Triana.

lunes, 21 de diciembre de 2009

En tren

Este fin de semana, en el tren de Madrid, un pasajero se equivocó de asiento y se formó un pequeño lío. Como siempre ocurre, el asunto no pasó de un despiste sin consecuencias, pero a mí me sirvió para escribir este pequeño relato:


Al principio no tuve inconveniente en ceder mi asiento a aquella dama nerviosa que quería pasar el viaje junto a su marido. Sólo tendría que retroceder un vagón más atrás y sentarme al lado de la monjita que estaba concentradísima jugando con su PSP. Sólo habían transcurrido cinco minutos cuando el revisor me rogó educadamente que desocupara el asiento que no me correspondía y me llevó a otro -pese a mis protestas-, en la clase turista. Todavía no entiendo bien las razones (algo acerca del número de billetes vendidos en preferente), pero el caso es que en segunda hay menos espacio para las piernas y no tienes derecho a comida. Mi vecino (un jovencito con tres piercings en cada labio) sacó una botella de zumo probiótico de la bolsa, de la que se desprendían olores a queso y mandarina, y me ofreció un traguito. Ante mi cordial pero firme negativa, se encogió de hombros y se echó decidido el líquido al buche. O tenía mucha sed o debía de tener problemas con tanto metal cosido a la boca, porque se atragantó y, del salto, me tiró el zumo por el traje y el sillón. Después del revuelo y las excusas, me sacaron de allí y me llevaron mucho más atrás, porque el tren está repleto en estas fechas.
Después del último vagón de la clase turista hay un espacio donde se acumulan de pie los individuos sin billete. El revisor, deshaciéndose en amabilidades, me proveyó de un pequeño taburete que sacó de su propio compartimento. Al primer vaivén, un viajero me empujó, creo que a propósito, y me caí al suelo. Luego otro me pateó haciéndose el distraído. Me incorporé con dignidad sin hacer caso de las risas y, abriéndome paso, conseguí llegar a la pared y apoyarme. Esto es lo malo de viajar en el Transiberiano, que si tienes algún problema, es mejor que no se prolongue mucho porque el viaje acaba haciéndose interminable.
Aunque enseguida me dí cuenta de que al revisor no le gustaba permanecer mucho tiempo en esa parte del tren, volví a llamarlo cuando atravesaba mi zona a codazos.
Hay una solución especial para casos como el de usted, me dijo muy serio.
Y así llegué a este lugar. Es verdad que resulta un poco oscuro, huele raro y oigo ruidos, pero me tranquilizo al pensar que a lo mejor sólo son animales.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Nieve

Tantos años volviendo con la mente a otro lugar y otro tiempo. Pero mira hoy este paisaje frío. De pronto, como un relámpago en la nieve sobre el campo silencioso, la certeza de que no es así; de que éste es tu mundo: el de aquí y ahora. Y también la certeza de tantos años pasados en esta tierra que llevas con tu nombre y tu sangre.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Reyes magos, 4

En vísperas de Reyes, mi hermano mayor y yo poníamos trampas por toda la casa para atrapar las patas de los camellos. También nos quedábamos despiertos hasta que creíamos que nuestros padres se dormían. Entonces bajábamos al salón para ver si habían llegado. Pero no estaban. Nunca estaban a pesar de que la mañana siguiente nos encontrábamos los regalos amontonados en cajas. Y así hemos seguido él y yo durante sesenta años, venga a poner trampas y trampas, pero todavía seguimos sin dar con el misterio.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Reyes magos, 3

Harry Potter extendió la varita y, con enérgico gesto, pronunció:

-¡Socialistus resurrectus!

De inmediato se levantó una nube amarilla y aparecieron tres individuos barbados con una corona en la cabeza.

-¿Qué deseas, hijo mío?, le preguntó el más anciano.

-Quiero que resucite Dumbledore, respondió Harry balbuciente.

-Anda, niño, déjate de chorradas y ayúdanos con los paquetes, que hoy tenemos mucha magia que repartir, le contestó el de la barba castaña.

Y ni corto ni perezoso, el tercero, el que tenía aspecto de etíope, agarró a Harry del cuello y se lo llevó con los demás pajes que esperaban en la ventana.

martes, 15 de diciembre de 2009

Reyes magos, 2

Ese niño, sí, ése que está llorando en un rincón del patio, es un imbécil. Se pasó todas estas semanas tratando de convencer a sus compañeritos de que los Reyes Magos no existían. Ayer por la noche se le apareció en sueños un camello que le dijo que, en castigo, esta Navidad se quedaría sin regalos.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Reyes Magos, 1

Como todos los niños, en Navidades yo siempre pensaba en el final de las vacaciones: tanta era la ilusión que sentía por la llegada de los Reyes Magos. Era una desgracia que se les hubiera ocurrido venir el seis de enero, pero, aunque entonces no me daba cuenta, fue una decisión sabia: fomentaba la ilusión, que es un sentimiento que prepara a la virtud de la esperanza.De todas formas, ahora, de mayor, no aguanto más y me voy a permitir anticipar la llegada con un puñado de microrrelatos que iré metiendo en esta semana previa a la Navidad. Aquí va el primero:


Antes de contar la verdadera historia de los Reyes Magos conviene dejar claros algunos puntos para no caer en inexactitudes. El primero de ellos es que no eran reyes. Basta leer el evangelio de San Mateo, el único que se molesta en citarlos. Eran unos sabios estrelleros que, dice el texto, “venían de oriente”. Es falso, por tanto, que fueran dos hombres blancos y uno negro (con perdón). La invención de Baltasar con la piel oscura procede de los artistas del Renacimiento, que, con esta cuota étnica, quisieron significar que los tres continentes, África, Europa y Asia, venían a adorar al Niño Jesús. No habían visto muchos chinos los artistas. En realidad, lo más probable es que fueran los tres negros (con perdón), ya que vinieron del lejano este, es decir, de Persia y más allá, las fértiles tierras del valle del Indo, donde, como todo el mundo sabe, los seres humanos pertenecen a la etnia negroide. No eran viejos (otra falsedad), ya que es inverosímil que unos ancianos se castigasen con un viaje tan arriesgado y llegasen vivitos y coleando a Jerusalén. Lo más probable es que fueran jóvenes y solteros, porque hay que tener tiempo libre para dejar a la familia e irse por ahí a buscar una estrella rara.

Yo añadiría: Solterones y maniáticos, que suele ir bastante unido lo uno a lo otro. Además, todos tendrían su puntito de agresividad para defenderse de los ataques de los ladrones y las tormentas de arena. Melchor (llamémoslo así por comodidad narrativa) se quejaba de los ronquidos de Gaspar, mientras Baltasar no soportaba el olor de los pies de sus compañeros. Baltasar estaba especialmente furioso con ellos. La noche antes de llegar a Jerusalén, habían sufrido el enésimo enfrentamiento con unos bandidos y, por culpa de Gaspar, que se había distraído ensañándose con uno de esos hijos de mala madre, les habían robado un camello. El cobarde de Melchor, en cambio, se había ocultado detrás de una palmera, una vez más, y le había tocado a él, a Baltasar, tratar de recuperar los fardos que se habían caído en las dunas durante la pelea.

Entraron en la capital en dos camellos y con Gaspar castigado a pie. Todavía estaban discutiendo en idiomas ininteligibles delante de la puerta, lo que provocó que a su alrededor se formase un corro de ciudadanos sorprendidos. Según el evangelio, su llegada había sido muy comentada (Mt 2,2), porque iban preguntando donde estaba el hijo del rey de Israel que había de nacer. Quizás lo hicieron a grito limpio para hacerse entender mejor. Además, es posible que no sólo lo preguntasen a la gente, sino que Gaspar, el más cansado por la caminata, estuviese quejándose con este tipo de preguntas a sus compañeros. En fin, Herodes los mandó llamar para preguntarles muy educadamente la razón de tanto escándalo. Ellos le respondieron como todos sabemos y partieron hacia Belén. Cuando llegaron al pueblecito estaban fatigados y de muy mal humor, renegando del maldito viaje en que se habían metido, como suelen hacer los peregrinos de hoy en día. De repente se pararon asombrados donde estaba la estrella. Dentro de la casucha vieron a la mujer con rostro de sorpresa y al niño de unos tres meses envuelto en pañales. Algo muy hondo pasó dentro de ellos. Se sintieron “llenos de una inmensa alegría” (Mt 2,10), tanta que no soy capaz de explicarla ni imaginarla. Era el final del viaje, estaba clarísimo, y eso les emocionó, les recordó la ilusión primitiva, los cálculos astrológicos, las discusiones eruditas, los documentos consultados, la pasión con que habían preparado su aventura. Sacaron los obsequios –oro, incienso y mirra- que, milagrosamente, se habían podido salvar. No se extrañaron de la miseria del lugar, porque ellos, después de tantas desventuras, se habían convertido en unos desgraciados.

En el viaje de regreso veían que por el oriente, el lugar de su destino final, salía siempre el sol.

sábado, 12 de diciembre de 2009

In vino veritas

Al llegar a casa, un mensajero había dejado una botella de Rioja, reserva de 2004. Además, era de litro y medio, de las grandes. ¿De quién sería ? Por desgracia, no tengo amigos que trabajen en el mundo del vino. Un ex-alumno era poco probable. ¿Un seguidor del blog? Me temo que no.
En fin, habría que resignarse a pensar que tengo admiradores secretos y, con un suspiro de satisfacción, me llevé el botellón al garaje.
A las cuatro horas llamaron al timbre. Un señor muy simpático vino con otro paquete más pequeño para mí.
-Ha habido una confusión, discúlpeme. El paquete de esta mañana era para otro Javier.
-No puede ser, yo mismo lo he comprobado, confesé incrédulo pero creyente.
Fui por el regalo y me dí cuenta de que sí, de que me había equivocado: por culpa de la ilusión yo también había leído mal. Je, je, mi paquete era otro, cierto, y con un formato que me resultaba familiar. Lo abrí y me encontré con una antología de poesía centroamericana.
-Teníamos que habernos bebido toda la botella nada más llegar, me dijo mi mujer, tan desilusionada como yo.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Poesía y política

A mí lo de la poesía social (que todavía tiene defensores reconvertidos a los nuevos tiempos) siempre me ha parecido un cuento chino. Es verdad que a algunos les sacude la mala conciencia y meten los grandes problemas mundiales en su poesía, como si ésta tuviese la culpa de algo. En realidad, la poesía, mala o buena, suele nacer de una experiencia directa de las cosas. Por eso, si a uno se le ocurre escribir sobre la represión en Honduras, el Congo o el Sáhara occidental mientras vive como cualquier hijo de vecino en un piso de Barcelona, la única conclusión que saco es que le impresionan mucho las noticias del telediario.
De hecho, la poesía social tiene la misma caducidad que los discursos periodísticos o políticos. Esto pasa incluso entre poetas excelentes, poetas a los que admiro, como, por ejemplo, Idea Vilariño. Y así, “En una noche de luna”, un poema de los años sesenta, ella hace referencia a las noticias del mundo y, con esa mala conciencia característica en tanto intelectual de la izquierda tradicional, enumera los muertos de hambre en la India y Brasil, o la guerra en Vietnam, o –aquí, la jugarreta de la historia- el episodio de la bomba norteamericana que cayó en la playa almeriense de Palomares: “hay miedo en Almería dice el diario/ no encontraron las bombas hache/ caídas en su mar por accidente”. Y el final vuelve a retomar lo del miedo en Almería, etcétera. Lo malo es que, para el lector español, este episodio inquietante de Palomares se ha disuelto con el tiempo en algo mucho más banal. Leído el texto en diciembre de 2009, no sé si el miedo de Almería del que tanto habla Vilariño será por aquellas bombas olvidadas o por la visión esplendorosa de don Manuel emergiendo de las aguas con el más famoso bañador de la postguerra.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Amor circular

Hacía tiempo leí una entrada que me gustó mucho en Hortus conclusus (se puede leer aquí) y ahora aprovecho para glosarla. El amor de verdad es un círculo, sí, y no una línea quebrada, una mixta o unos puntos suspensivos. Cuando en el colegio me explicaron que el círculo es un polígono de un número infinito de lados, no lo entendí bien o, quizá, no me lo pude dibujar en la mente. Pero así es el infinito para el hombre: inconcebible, irrepresentable, pero real y al alcance de la mano. Como un círculo trazado en un papel. Y así también el amor si aspira al infinito.
Otra cuestión es jugar a seguir con el dedo la línea del círculo. Podemos hacerlo una, dos o muchas veces. A primera vista es un ejercicio aburrido, pero estamos copiando la forma con que se mueven las estrellas. L' amor muove il sole e l'altre stelle, proclamaba Dante, que tenía una imaginación circular. El amor, como las órbitas planetarias, gira una y otra vez en torno a un objeto. Por eso el amor es mucho más que rutina: cada vez que repetimos nuestro deseo de estar junto a la persona amada volvemos al lugar de donde salimos, cerramos una circunferencia.
Por supuesto, el movimiento puede ser una alegría o una condena, porque también existen los círculos infernales, como ya se prevé en la Divina Comedia. La diferencia, creo, estará en el modo de moverse y que al eje no se le ocurra cambiar de sitio. Leopoldo Marechal, hombre geométrico pero no cuadriculado, escribía que el movimiento amoroso es como una espiral que se acercara en cada vuelta un poco más a la persona amada. Y en un soneto espléndido -quizá su mejor poema- tocaba este tema del círculo en su penúltimo verso:

Porque no está el Amado en el Amante
Ni el Amante reposa en el Amado,
Tiende Amor su velamen castigado
Y afronta el ceño de la mar tonante.

Llora el Amor en su navío errante
Y a la tormenta libra su cuidado,
Porque son dos: Amante desterrado
Y Amado con perfil de navegante.

Si fuesen uno, Amor, no existiría
Ni llanto ni bajel ni lejanía,
Sino la beatitud de la azucena.

¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.

Poema redondo.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Yaacabó


El “yaacabó” es un pájaro insectívoro de América del sur con pico y uñas fuertes, pardo por el lomo y rojizo el pecho y los bordes de sus alas, y blanquizco con rayas transversales oscuras por el vientre. Esta es la definición del DRAE, pero es muy raro imaginarse a los ilustres académicos en pantalón corto y observando con atención los colores del pajarito. Como es improbable que lo hayan visto alguna vez, podemos pensar que se trata de un pajarraco carnívoro de color verde y rosa que se alimenta de carroña y tiene un capuchón del tamaño de una calabaza. Procedería de una especie extinguida en los bosques del norte boliviano, el “yaempezó”. Que el lector escoja lo que más le apetezca, en cualquier caso.
Otra información que circula por ahí es que los indios toromonas lo tienen por ave de mal agüero, ya que el ruido de su canto (“yaacabó…”) anuncia la muerte inesperada de quien lo escucha. Algún exégeta sugiere que, en realidad, el yaacabó canta cuando se encuentra cerca de un indio haciendo el amor con su parienta, lo que explicaría su mala fama entre los toromonas varones.
Claro está que todo esto es pura patraña. Cualquier ornitólogo serio sabe que los pájaros carecen de entendimiento racional. Más aún, sólo se interesan por los asuntos celestes y desdeñan los humanos con sus minucias y miserias. El yaacabó, en particular, es uno de los más elevados intérpretes del aire, porque su canto tiene cualidades metafísicas que ni él mismo conoce bien. Yaacabó: Todo termina, incluso cuando acaba de empezar.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Trastorno de hiperactividad lectora

No sólo los estudiantes tiene que leer por obligación; también lo hacemos los profesores. Me acaba de llegar una novela de Rodrigo Fresán para reseñar y llevo varios días con el paladar atragantado. Abro una página y me encuentro con un encadenamiento mareante de subordinadas : "Recuerdo aquello que me contaba mi padre que le contaban los libros. Recuerdo a mi padre explicándome que leyó que los místicos aseguraban que el principio, la Luz divina, contenedora de todas las cosas buenas, estaba preservada dentro de una o varias vasijas sagradas". Uf. Después de descansar un rato, tomo aliento y sigo adelante: "Se puede sobrevivir a la certeza de que una determinada mujer es la más hermosa que jamás se ha visto, sí; pero es tanto más difícil seguir viviendo luego de experimentar el convencimiento absoluto de que esa mujer es y será, también, la más hermosa que jamás se verá en toda la vida". No digo yo que haya que escribir: "Qué buena estaba", pero, ¿son necesarias tantas vueltas para una idea tan trivial?
En estos casos es bueno recurrir a otros libros que sirvan de antídoto, libros que brillen por la exactitud, la claridad. El problema es que estoy a la vez con la poesía de Muñoz Rojas y la de Aquilino Duque, el inacabable Masa y poder de Canetti, los cuentos de Juan Gabriel Vásquez y una novela de Turgueniev. Todos me encantan de una forma u otra, pero se me han ido amontonando en la mesilla. Por culpa de las obligaciones se quedan a medias y los voy leyendo al mismo tiempo, que es la única manera de no terminarlos nunca.
Aunque los buenos libros, en realidad, nunca se terminan.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Viaje terrible y providencial

El día de regreso a España, la todopoderosa UNAM se ofreció a llevarnos desde Mérida a Cancún en un auto de la propia universidad. Íbamos M. y O., un matrimonio argentino, y yo mismo, además de dos empleados de la universidad que se turnarían al volante para cubrir los cuatrocientos kilómetros de trayecto. Venían dos con nosotros para mayor seguridad. Mis amigos rioplatenses debían tomar ese mismo día el avión. Aunque el viaje sería cómodo, ya que iríamos por la autopista, salían con tiempo. Como buen ingeniero, O. había calculado un porcentaje de riesgos y decidió que lo más seguro era llegar allá con tres horas de antelación. A mí me daba igual porque dormiría aquella noche en un hotel de Cancún.
Así salimos tan contentos como incautos. Durante dos horas M. y yo estamos conversando tranquilamente sobre literatura cuando, de pronto, el Chrysler Voyager empieza a pararse de manera extraña. Nuestro dos chóferes se miran sin saber qué hacer hasta que el coche se detiene dormido en el arcén. Al rato vuelven a intentarlo y consiguen avanzar dos kilómetros pero el monovolumen vuelve a hacerse el sueco en México. La secuencia se repite dos veces más y el coche termina en medio de la nada yucateca. M. empieza a preocuparse, pero O. la tranquiliza: "Tenemos mucho tiempo", le dice varias veces y anima a los dos pámpanos de delante a que llamen por el móvil. Además, por el ruido que hace el coche, mi amigo ingeniero que tuvo uno parecido y sabe de mecánica, dictamina: "Es la caja de cambios". Yo apuntalo, apelando a mis lecturas de revistas de coches: "Es que estos cacharros yanquis son de usar y tirar. A los cien mil kilómetros ya te están jorobando con las averías". Y nos vamos a pasear por el arcén a olvidarnos de la dichosa cajita de cambios. Hay vacas y árboles por todos lados. Coches no se ven más que uno o dos cada diez minutos.
Poco a poco nuestro Chrysler va resucitando y recorremos unos pocos kilómetros a ratitos hasta alcanzar unas taquillas de peaje: ¡la civilización!. Entonces es cuando me doy cuenta de que en el autopista Mérida-Cancún te ofrecen café gratis en los peajes, pero no hay servicio de asistencia en carretera. Nuestros chicos siguen esforzándose, llaman a la universidad y nos aseguran que traen otro coche desde Mérida. Yo hago mis cuentas y veo que así los argentinos pierden seguro el avión. Tras diez llamadas al seguro del coche y otras tantas a no sé dónde, nos comunican que viene desde Valladolid para recogernos un taxi salvador. Después de unos cuantos "ahoritas", que son treinta minutos más de lo que quisiéramos, llega el taxi cuando está desplomándose la noche tropical.
Miro el auto nuevo y lo apruebo silenciosamente: un Nissan, coche japonés, o sea, fiable (de nuevo mi culturilla de Autofácil). El aspecto del chofer, en cambio, no me resulta tranquilizador, pero tampoco estamos para tonterías. Metemos las maletas en el nuevo vehículo, tras despedirnos de los chicos de la UNAM, y salimos a toda velocidad, porque vamos con el tiempo justo para el avión. A los diez kilómetros ya estamos animados los tres después del susto, cuando noto un ruido extraño. "¿Pasa algo?", le pregunto al taxista. "Me parece que es la caja de cambios; no lo entiendo, acabo de hacer la revisión", me contesta susurrante. El hombre disminuye la velocidad y llama al del taller por el móvil, que le aconseja que baje más, hasta cuarenta kilómetros por hora. Ahora sí que nos quedamos todos callados: dos veces la misma avería en dos coches diferentes no es para menos. Se ha hecho de noche y a lo largo de una hora permanecemos en silencio. La única opción es llegar a Cancún pueblo y de allí tomar otro taxi al aeropuerto. Sólo el taxista, muy templado, corta la tensión con algún comentario:
-Estoy desolado, señores, yo vine acá para ofrecerles un servicio y ahora de verdad que lo siento, lo siento, lo siento de veras, pero es la máquina nomás y yo no puedo hacer nada. Yo quería pero no puedo, perdónenme.
Otra equivocación mía. El taxista venía de hacer más de cien kilómetros desde Valladolid para recogernos. En una situación así, un taxista de Pamplona, ¿qué cosas hubiera dicho por esa boquita navarra?
-Ha sido la Providencia, señores. Dios sabe más- continuaba el taxista-. Estaba de Dios que ustedes iban a no llegar, que con otro auto también iban a tener la misma avería...
Por alusiones, fue entonces cuando empecé a rezar, quizá tenía que haberlo hecho antes, pero estábamos avistando el pueblo de Cancún, M. estaba nerviosísima y el propio O. se veía desbordado en todas sus previsiones de riesgo. En esas estábamos cuando nuestro conductor le puso las luces al primer taxi que encontró delante, y el otro, por solidaridad gremial, paró en el arcén. Entre los dos llamaron a un segundo taxi, que apareció enseguida y mis amigos argentinos se metieron allí con sus valijas a velocidad sideral. Según he sabido después, tomaron su famoso avión casi cuando despegaba.
Por mi parte, ingresé como pude en el primer coche, el que se había parado junto a nosotros, donde recibí la hospitalidad del taxista y su familia: un gordito lustroso que estaba sentado atrás y una señora tan chiquitita que se perdía en el asiento de delante. El nuevo taxista era hombre ilustrado y parlanchín. Nada más verme, se volvió hacia mí muy serio y me dijo:
-Me llamo Pedro y soy ingeniero agrónomo y este de ahí (por el gordito silencioso) es mi hijo, que es ingeniero informático. Venimos de ver a mi suegra en el poblado que está muy malita.
Siento no haber sido más cortés con ellos, pero ya llevaba siete horas de nervios. El diálogo fue más o menos así:
-¿De dónde eres?
-De España.
-¡Hombre, la patria de Manolete! ¿Qué se piensa allá de Manolete?
-Ya murió.
-Y Julio Iglesias, ¿por qué habla así? Dice: "Yossscribo"
-Porque es tonto.
- A mí me gusta mucho Dyango y José Luis Perales, ¿y a usted?
-No sé. Ya no cantan.
-Los españoles llegaron a la península de Yucatán en 1486 ¿Lo sabía?.
-...
-Yo he leído un libro que se llama La Celestina. ¿Lo ha leído?
-Un poco.
-Los días jueves, como hoy, entre las dos y las cuatro de la madrugada, los mayas creen que se despiertan los malos espíritus porque es la hora en que negó san Pedro a Jesús. ¿Qué le parece?
- Qué bien, a esa hora estaré dormido.
Así, hasta el hotel, cuarenta minutos más. Al llegar a la habitación, vi que, con las prisas en bajar del taxi, me había olvidado un sombrerazo que en su día me habían hecho comprar para protegerme del sol en Mérida. Nunca me convenció demasiado. Y con esto último se comprueba cuán sabia y buena fue la Providencia, porque éste fue el único efecto real de tanta avería inexplicable y tanto viaje por las desiertas autopistas de Yucatán.


viernes, 4 de diciembre de 2009

Rosalba Campra


Rosalba Campra compuso sus microrrelatos ("micronovelas" los llama ella) en los años setenta cuando todavía el género estaba por inventarse. En su país sólo tenía los antecentes ilustres de Julio Cortázar y Marco Denevi, únicos en atreverse como ella en escribir un libro entero de ficción mínima. El universo de Rosalba es tan exquisito como el de los dos autores mencionados y al mismo tiempo posee una voz propia, compuesta de magia, humor y una misteriosa sabiduría. Ahora Formas de la memoria, aquel libro que nunca pudo publicarse en su día por haberse adelantado a su tiempo, se presenta en Madrid el próximo día 18, en el Centro de Arte Moderno. Y yo estaré en la mesa junto a esta amiga, gran estudiosa de la literatura hispanoamericana y finísima escritora.Vayan aquí cuatro pequeñas muestras de su ingenio.

PROYECTO DE TRAMPA PARA RINOCERONTES Nº 2


Siendo el rinoceronte bestia huraña y desconfiada, es
menester disimular la trampa con esmero. Útil a tal fin resulta el uso de los espejos, dada la naturaleza narcisista e ilusoria del rinoceronte. Embelesado en su propia contemplación cae fácil presa de los siguientes tipos de trampa: albanega, añagaza, capillo, filopos, enza, lazo ciego, ratonera, saetón.
Con cualquiera de ellas se puede capturar sin esfuerzo al rinoceronte o, a falta de éste, a su reflejo.


AQUERENCIARSE

Como tenía miedo de ser arrastrado quién sabe a dónde, nos había pedido que lo enterráramos un poquito.
Nosotros tratábamos de convencerlo, de explicarle que también se puede vivir, ir a ver a los parientes, o amigos, moverse en fin, sin que por eso uno corra peligro de que se lo lleve el viento. Pero él no nos creía y se iba hundiendo cada vez más.
Al final le quedó afuera nada más que la cabeza, y desde allí nos miraba cuando el viento nos arrastró quién sabe a dónde.


ESPERA DE LA PRINCESA

A ese balcón era donde siempre estaba asomada la princesa cuando los pretendientes venían desde los cuatro portones del reino. Su padre el rey había prometido su mano a quien descifrara los símbolos de piedra que remataban el balcón. La princesa hubiera querido soplarle la solución a este vizconde, a ese sastre, pero ella tampoco la sabía.
La lluvia fue borrando los números cabalísticos, a la princesa los ojos se le volvieron aguados y se le cayeron los dientes. Ya no pasaban ni príncipes ni ropavejeros, y ella seguía en el balcón sin saber que el rey se había muerto y había sido proclamada la república.


LOS PIRATAS

Los piratas se levantan temprano, toman el desayuno con sus esposas, acompañan a sus hijos a la escuela y se encaminan hacia el puerto. Desde el muelle miran los barcos que bajo su mando ya han zarpado al asalto de los galeones españoles cargados del oro del Nuevo Mundo y de virreinas de ojos negros.
No se resignarán jamás, pero lo mismo vuelven a colgarse
de un ómnibus como todos los días y antes de que se haga tarde van a la oficina.


jueves, 3 de diciembre de 2009

Isabel Allende, a las puertas

A veces el Cervantes se concede con acierto, como ha ocurrido en esta ocasión con José Emilio Pacheco. Sin embargo, para no desentonar con años anteriores, entre los finalistas de la última convocatoria se encontraba la autora de ese clásico de las letras hispánicas, joya de los pastiches: El Zorro: comienza la leyenda. Isabel Allende saltó a la fama con La casa de los espíritus, una novela que consigue incorporar sin faltar uno todos los lugares comunes sobre Iberoamérica. En alguna clase he preguntado a mis estudiantes cómo se imaginan una estación de tren por aquellos parajes. Aunque la mayoría no han cruzado el Atlántico, todos han coincidido, punto por punto, en la descripción que se ofrece en cierta página 245 de la misma novela. ¿La han leído? Qué va, pero todos han visto las mismas películas norteamericanas. Y luego está el estilo. Ese modo de contar que copia mal a García Márquez y que destaca por imágenes originalísimas (" sus muslos como columnas", "esa mujer, auténtica belleza del Caribe", "dejen volar la imaginación", etc.) o por su exquisito sentido del ritmo, su capacidad de hacer triples pareados sin haberlos pensado: "como lo oía él, el crujido del papel al frotarse sobre su piel... (pág. 48 de La casa de los espíritus, Barcelona, Plaza y Janés, 1982).
En fin, si este año Allende no ha conseguido el Cervantes, tendrá que esperar dos más, ya que, como se sabe, para los jurados del premio lo más importante de la literatura de nuestro idioma se reparte al cincuenta por ciento entre España y toda Hispanoamérica. Además, siempre nos quedará el Nobel. Allí podría figurar su nombre junto al de otros ilustres literatos como José de Echegaray, Winston Churchill y Dario Fo. Isabel Allende, premio Nobel: ¡ya!

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Sacando brillo


En mi casa todos los espejos son lavables. Me gustan tanto que los he puesto por todos lados. Los hay en el baño, por supuesto, pero también en la habitación de los niños, en la mía, en el pasillo, en la salita y en la cocina. Por la mañana viene la ecuatoriana a limpiar. Los descuelga uno por uno –yo siempre le digo que con mucho cuidado-, les echa un producto especial en la superficie y luego les pasa mucho agua para que estén bien relucientes. Cuando los devuelve a su sitio, es una maravilla: el piso de 60 metros es más grande, las puertas ahora son de roble, el mueble de laca parece inglés, la cocina de gas se ha convertido en vitrocerámica, las paredes ya no están sucias por la tristeza, Juan ha vuelto a casa para siempre y, si te miras bien en los espejos, la ecuatoriana tiene la piel más blanca y es idéntica a mí.

martes, 1 de diciembre de 2009

México fúnebre


Otro día me fui a Itzamal, un pueblo que se encuentra a unos sesenta kilómetros de Mérida. Allí hay un inmenso convento franciscano construido sobre una pirámide maya. El templo ha sufrido a lo largo de su historia y ahora es víctima de una desdichada restauración. Pero quien tuvo, retuvo y guardó para la vejez: todavía impresionan por el tamaño su claustro y su fachada. El color albero de sus muros ha contagiado al resto del pueblo cuyas calles a veces tienen un sabor sevillano. En la plaza central, a un lado, hay un coqueto museo de artesanía popular. Vale la pena hacer una visita. A mí me llamaron la atención varias piezas, en especial la que figura en la foto: un cortejo fúnebre de individuos cadavéricos de tamaño natural. No pude hacer la foto del obispo rezador del responso, igual de desahuciado. Quien mejor se encontraba era el muerto, que no se podía ver porque lo tapaba un florido ataúd.
También me habían recomendado que le echara un vistazo al cementerio de Hoctún, un pueblito escondido en el bosque interminable de Yucatán. Allá fuimos. Al llegar al camposanto me sorprendió hallarme con algo así como una pequeña ciudad de los muertos. Las tumbas eran casitas coloniales de color rosa, añil o turquesa. Si la familia tenía gustos más antropológicos la casa era sustituida por una pirámide o una choza maya. Al fondo, unas iguanas tomaban el sol del mediodía entre las piedras brillantes. Me fui paseando a la busca de alguna inscripción curiosa hasta que me dí de golpe con un objeto extraño tirado en el suelo. Al principio, no lo identifiqué, o, mejor dicho, no quise identificarlo, pero no tuve más remedio que fijarme mejor: era un ataúd abierto a machetazos como mordiscos. Por afuera asomaba, como si fuera papel de estraza marrón, la mortaja. Mi acompañante, Edgar, me explicó que probablemente habían trasladado al finado a la tumba que teníamos al lado, sí, justo, en la hornacina donde se veía un saquito. Como hacía unos días de la festividad de los difuntos, sus familiares habrían ido a estar con él, a conversar un ratito nomás y después de dejarle algunos presentes (había fruta tirada por el suelo), lo habrían dejado allá metido en la bolsita. No es así en todo México, por cierto. De todas formas, aquí no pude sacar fotos porque en ese momento la batería de mi cámara se terminó, es decir, se murió del susto.


lunes, 30 de noviembre de 2009

Que vienen los mayas


Del viaje a Yucatán volví con algunas notas que ahora voy revisando. No hablaré del congreso, en el que la gente después de las ponencias de una hora tenía fuerzas para preguntar durante más de treinta minutos (ya podrían aprender los europeos), ni del lagartito que se coló por la noche en mi habitación del hotel en Mérida. Sí hablaré, en cambio, de la excursión a las ruinas mayas de Uxmal. Reconozco que siempre he tenido muy poca sensibilidad para las ruinas, acaso por el atracón familiar que sufrí durante mi infancia. Parábamos el coche cada vez que aparecía un capitel hecho polvo y nunca terminé de verle la gracia a tanta destrucción por muy romana que fuera. Ni sentí jamás la emoción moral de las ruinas, a lo Rodrigo Caro, ni supe imaginarme a ningún emperador caminando entre cuatro piedras rotas. Es una limitación mía, ya lo sé.
Ahora bien, las ruinas mayas tienen algo de cautivador, acaso por el espacio boscoso en el que se encuentran o porque sencillamente no se encuentran tan desmoronadas como las griegas, árabes o romanas. Siglos de ocultamiento entre selvas y una laboriosa reconstrucción sin el prejuicio purista de las Europa las han dejado a la vista con un encanto singular. Las de Uxmal, menos grandiosas que las de Chichén Itzá, son muy bellas.
Todo esto no quita para que me sea difícil imaginar tal y como fueron aquellos edificios suntuosos en su vida real, lejos del escaparate turístico en que se han convertido. Ha pasado tanto tiempo. Ya los primeros españoles bautizaron de forma estrambótica un hermoso espacio cuadrangular como de las "monjas" porque les recordaba al de un claustro conventual. Lo dice poéticamente Rosalba Campra:

Dan nombre a nuestras moradas, y esos nombres son falsos.
Algo que no es el humo de las ceremonias
ha enturbiado la tajante nitidez de los arcos,
corroído la palabra que se intrincaba en los frisos.

Como sus pinturas hemos sido borrados.

Y no sólo eso. Nos faltan los cientos de chozas malolientes en donde vivían los mayas alrededor de los templos. Tampoco vemos los sacrificios humanos, ni los misteriosos juegos de pelota en los que se degollaba al perdedor. Podemos, tal vez, creer que la visión de reyes y hechiceros emplumados bajando las escalinatas debía de causar un terror sagrado en las gentes que vivían en esas ciudades perdidas. En el siglo XIX los relatos de viajeros occidentales contribuyeron a crear un icono de aquella civilización. Luego, la puntilla mitificadora la han venido a dar seguramente las excursiones de un día desde Cancún y la Riviera Maya. A muchos de estos lugares, a Chichén Itzá sobre todo, llegan todos los días autobuses que evacúan a miles de turistas dispuestos a darse su ración de culturilla para luego volver a sus resorts del todo incluido, la piña colada y la fiesta de la espuma. Y es que hay que darse prisa en disfrutar, porque el mundo se acaba en 2012, según decían los mayas, o al menos eso asegura un conocido best seller del que cualquier día harán una película a mayor gloria del pensamiento débil.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Un amigo que se fue

Seríamos más indulgentes con tantas personas que nos rodean si por arte de magia pudiéramos asomarnos al tiempo en que fueron niños alguna vez. Cuando nos encontramos con los amigos y compañeros del colegio, de pronto nos sentimos íntimamente comprendidos antes de empezar a hablar. No vemos, quizá, a ese señor calvo que nos contempla sonriente, sino al niño travieso que fue alguna vez igual que nosotros.
Esta semana he abandonado el blog, debido al dolor que me ha producido la trágica noticia de la muerte de un amigo y compañero de toda la vida. Javier tenía el mismo nombre que yo. Los dos nacimos en Cádiz y por nosotros corría sangre navarra, habíamos estudiado en los mismos colegios y en la misma universidad, nos casamos casi a la vez y tuvimos el mismo número de hijos, cinco, para colmo repartidos en edades muy parecidas. Aparentábamos caracteres muy distintos: él era un hombre excelente, inquieto y vitalísimo, dotado, además, de una guasa gaditana explosiva y carnavalera. Fue siempre un enorme aficionado a toda clase de deportes, y también al mar y, ay, a la montaña. Pese a las diferencias, creo que siempre nos sentimos muy cercanos el uno del otro, no sólo por las afinidades que ya conté, sino, sobre todo, porque compartimos esos años infantiles, tan entrañables, tan lejanos, tan eternos que se dijeran suspendidos fuera del tiempo.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Sábado, de Ian Mac Ewan


Tengo que agradecer a las pésimas películas que pasaban en el avión de Air Europa, el que me sumergiera en el libro que me había llevado para el viaje a México. Hacía tiempo que una novela no me interesaba tanto. Me leí de cabo a rabo Sábado de Ian Mac Ewan en el trayecto de ida.
Y eso que la historia no era muy animante de entrada. El protagonista se despierta una fría madrugada de Londres y contempla atónito desde la ventana de su dormitorio cómo un avión se precipita envuelto en llamas sobre el aeropuerto de Heathrow. No, no me encontraba entonces en la mejor de las situaciones -un vuelo transatlántico de diez horas-, para que me contaran cosas de ese estilo. Sin embargo, la fuerza de la prosa de Mac Ewan es tal que me cautivó enseguida la historia de ese neurocirujano que se levanta temprano para vivir un sábado rutinario de su vida burguesa y feliz. El protagonista es un hombre de mediana edad, de buen pasar, enamorado de su esposa y orgulloso de sus dos hijos que son, lo que hoy podría decirse, "buenos chicos". A simple vista se trataría de seguir la plantilla inugurada por Joyce en su Ulises: la narración de un día normal a través de los ojos de un individuo común. Hay, además, algún que otro guiño joyciano, pero Mac Ewan escribe para otra época. Ni pretende experimentar con el lenguaje ni su historia se disuelve en la banalidad voluntaria de Joyce.
Para empezar, un trasfondo distinto: es el año 2003 y las manifestaciones antibelicistas llenan el centro de Londres. Como Sábado no es una novela simplona, esquiva los lugares comunes sobre la guerra de Irak y manifiesta la perplejidad ante un problema que supera los razonamientos maniqueos. Por otro lado, a Mac Ewan le importan sobre todo otros problemas. El doctor Perowne verá su vida bruscamente amenazada por un par de hechos inesperados. No quiero desvelar detalles, pero es imposible no admirar la capacidad del autor para meter el acelerador de pronto y convertir el texto en un thriller que tiene para colmo un cierto aliento poético.
Quizá algunos se desalienten con la abundancia de términos médicos con los que se bombardea al lector. Para explicarme el caso, he pensado que Mac Ewan, además de hacer un loable esfuerzo de documentación, trata de mostrarnos el mundo con la lente de un racionalista nato, un hombre guiado por el materialismo más obvio. Pero eso no quiere decir que el texto tome un partido claro por esta opción o por otra cualquiera. En realidad, estamos ante una novela que no ofrece por sí misma explicaciones rotundas. Podemos creer en lo que piensa el protagonista, pero también es fácil que nos distanciemos de él.
Y, por último, el título: Sábado, el día previo al domingo. ¿Cómo no pensar que esta novela sometida al pulso de las horas de un único día, no es también una reflexión sobre el tiempo que le queda a cada uno de nosotros, antes de que llegue el domingo definitivo?

La Gorgona



Es un poco raro todo este cuento de la Gorgona. Según me han informado, el monstruo de ojos de sirena y cabellos de serpientes es capaz de convertir a un hombre en estatua de piedra sólo con mirarlo. Por el camino he podido comprobar con horror la verdad de los hechos. Decenas de cuerpos inmóviles se repartían a uno y otro lado del sendero, con sus posturas patéticas y los ojos abiertos, fijos en la nada eterna. Pero, cuando he llegado al final de mi viaje, me he dado cuenta de que esto no puede ser completamente cierto: cómo va a serlo si estoy detenido aquí y ahora, maravillado ante tanta belleza.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Fogonazos de viaje

Un libro cerrado es tan innecesario como una lata vacía de cerveza o un zapato suelto. No dice nada, no sirve para nada. Casi podría decirse que no existe. Un libro es lo que es cuando lo abrimos y empieza a existir dentro de nuestra mente.

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Una suerte enorme: intentar ser generoso, y tener amigos que te ganen en generosidad.


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Corremos todo el día superados por la vida, pero eso significa que tenemos ganas de estar vivos.

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Falsedad del escritor nihilista: se queja de la vida hasta la muerte, pero él se agarra a la vida cada vez que escribe.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Nacionalismos

Esta cita de Canetti:

Hay que tomarse el trabajo de definir lo específicamente propio en el caso de cada nación. Hay que mantenerse al margen, sin someterse a ninguna, pero interesándose sincera y profundamente por todas. Hay que dejar que cada una de ellas florezca espiritualmente en uno mismo, como si de verdad estuviéramos condenados a pertenecerle durante buena parte de nuestra vida. Pero no hay que pertenecer a ninguna hasta el punto de quedar sometido a ella a costa de todas las restantes.

Son las palabras de un judío errante, con muchas patrias dentro de sí: el sefardí, el búlgaro, el alemán, el austriaco, el inglés... y el israelita, por supuesto. Todo eso era Elias Canetti (su apellido venía del español Cañete). No es el caso de la mayoría de nosotros, pero no estaría mal como antídoto por si de vez en cuando nos asalta la tentación nacionalista.

martes, 17 de noviembre de 2009

Los tacos

Decir tacos en México es, por supuesto, hablar de comida. Pero no siempre. El lunes los invitados del congreso fuimos a comer a una hacienda maravillosa, San Pedro Ochil, en las afueras de Mérida. Después de despachar una sopa de lima y unos panuchos, la gente estaba ya medio contenta y empezamos a departir sobre las muchas diferencias que existen entre los pueblos hispanos. En la mesa sonaban acentos procedentes de México, Argentina, Chile y España, únicamente representada por mí. Una colega chilena me dijo : "Javier, vosotros los españoles sois muy mal hablados". Verdad absolutamente irrefutable y que no pude negar. Este asunto de las palabrotas es casi un signo identitario nacional, y así lo debieron de entender don Américo Castro y don Claudio Sánchez Albornoz cuando se peleaban por el origen de las esencias españolas, y uno situaban el origen de nuestra nacionalidad en los árabes (que maldicen muchísimo) y el otro replicaba que hay testimonios más antiguos donde se veía lo burros y lo mal educados que eran los visigodos.
Proferir demasiadas palabrotas tiene el problema de que éstas acaban por no significar nada. Pierden su agresividad las palabras, son sonidos huecos, vacíos. A esto se refieren los filólogos cuando dictaminan que el lenguaje en España se empobrece. En cambio, acá, en América, qué fuerza tan enorme tienen las palabras. Y por eso cuento lo que a continuación se leerá.
Al anochecer me fui a pasear a la plaza de la catedral, ya en Mérida. Como era fiesta nacional, había mucha gente. Unas indias extendían la mano desde el suelo, pero yo, lo siento, me fijé en el color maravilloso de sus vestidos. Otro individuo paseaba con una rata en la mano, pero no estoy seguro de que estuviera viva, por lo quieta que estaba. En el centro de la plaza había puestos ambulantes; el problema era identificar los nombres ininteligibles de las comidas que anunciaban.
Y de pronto me acuerdo de que en un callejón había visto el día anterior una tienda de ropa local que podría interesarme. Me acerco hasta allá, pero un individuo me empieza a perseguir para que le compre una caja de habanos.
-Eh, míster, amigo, tengo acá tabaco bueno, tabaco bueno para usted.
-Déjeme en paz.
Cuando ve que me dirijo a la tienda, cambia de tema, pero me sigue perseverante:
-Acá, amigo, museo de la ropa, tienda maya.
Y así continúa hasta la puerta abierta del local, muy pegado al gringo que se cree que soy yo. Para colmo, extiende la mano mostrándome el camino como si yo fuera imbécil. Y en ese momento, cuando veo al dueño que se me acerca obsequioso, digo en voz alta para que me oigan los dos:
-Esta no es la tienda que yo buscaba. Lo siento.
Y me doy la vuelta a toda velocidad. Todavía entonces escucho una voz bien llenecita de rabia:
-¡Hijo de la chingada!


Ahora en México

Los buenos relatos de viajes dicen más de quien cuenta el viaje que de los lugares por donde pasa (y los malos también). Digo esto porque, ahora que estoy en Mérida (Yucatán, México), debo andarme con cuidado con lo que pienso y escribo. Todo lo que me llama la atención quizá no sea tan interesante o sorprendente por sí mismo, sino que se debe a que soy yo quien se está retratando cuando me admiro ante una ruina maya, una hacienda colonial, los colores de un huipil o unas palabras que escucho por la calle, sí, sobre todo, unas palabras.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Demasiadas citas

A veces me parece que no escribo con suficientes citas. Y no hablo del facilismo que supone hoy en día tener a mano un repertorio de frases brillantes al alcance de un clic (por cierto, nunca la erudición ha estado tan cerca de todos en una época de tanta ignorancia). No: hablo más bien de otra cosa. No se trata de defender la pedantería, sino más bien de pensar que la cita es el reconocimiento de una deuda intelectual hacia alguien que te ha descubierto un rinconcito de luz. Citar es una forma del agradecimiento.
Ahora bien, mi desazón viene después de haber terminado El arte de la distorsiónde Juan Gabriel Vásquez, una recomendable colección de ensayos literarios en la que el autor va cosiendo ideas propias con una selección de citas ajenas de lo más atractivas. Para citar a los demás, hay que saber leer y elegir el brillo en medio de la ganga. Vásquez sabe leer bien, cosa que no está al alcance de cualquiera. En su libro, por ejemplo, he encontrado una cita preciosa de Ribeyro que a mí me había pasado desapercibida: Escribir es inventar a un autor a la medida de nuestro gusto. Una idea profunda apenas condensada en diez palabras.
Qué poco habré aprovechado en mis lecturas ribeyrianas, pienso. De todas formas, para consolarme un poco, se me ocurre también que uno, cuando lee, encuentra lo que necesita en aquel momento y, si no sentimos el fogonazo al pasar las páginas de un libro, es porque esas palabras no estaban destinadas a nosotros. Además, en este mundo hay demasiadas citas. ¿Para qué tantas? Los ordenadores están repletos de información pero no saben qué hacer con ellas. Quizá sería mejor vivir con unas pocas citas y aplicarlas cuando conviene. No por mucha información vamos a ser más sabios. Como dice T.S. Eliot:


Where is the wisdom we have lost in knowledge?
Where is the knowledge we have lost in information?


¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?


Y ya sé que he vuelto a caer en la manía de la cita, pero es que ésta es muy buena.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Una visita al museo



Este objeto que aquí vemos tuvo gran importancia como difusor de información hasta las primeras décadas del siglo XXI. A pesar de las apariencias, su manejo resultaba bastante fácil y cómodo, pues su modo de acceso era el siguiente: tomando cada uno de los dos lados, algo más gruesos que el centro del objeto según se puede observar, se tiraba desde el centro hacia los extremos, de forma que se abría el interior, formado por papeles también llamados páginas. Cada una de ellas mostraba una serie de signos que el usuario podía descifrar a su gusto. Sabemos que llegó a haber alguno tan diestro en este curioso tipo de entretenimiento que llegaba a servirse de él hasta cuatro o cinco horas sin parar. No conviene, por tanto, ignorar la trascendencia de tan interesante invención. Aunque en sus últimos tiempos de vida muchos clientes potenciales desecharon su práctica por fatigosa e ineficaz, durante el período de esplendor de este objeto, es decir, más o menos entre los siglos XV y XX, llegó a ser muy valorado. De hecho, a veces se regalaba con motivo de cumpleaños o fiestas de cierta importancia.

martes, 10 de noviembre de 2009

Adornos navideños

Un tópico del tiempo que se nos aproxima es la tristeza, más aún, la depresión que le producen a algunos individuos las Navidades. A mí esa melancolía me parece muy comprensible: las Navidades son las fiestas de la alegría por excelencia, pero no hay mayor pesadumbre que la de quien tiene al lado a alguien tocando la zambomba. Las fiestas no sólo afectan a los ateos militantes; cualquier persona puede sentir con más intensidad la pérdida de un ser querido el 25 de diciembre. En fin, seguramente es una paradoja de la alegría humana: que siempre convive con la tristeza.
A mí, gracias a Dios, todavía las Navidades me iluminan el ánimo. En cambio, lo que me hunde es el tiempo previo, que no se vive precisamente como adventicio. Van llegando a casa los primeros folletos de compras navideñas. Y se nota en el ambiente un cierto nerviosismo ahora que ha empezado el mal tiempo. ¿Por qué no llega de una vez la Navidad?, te dicen. Pero no. Estamos todavía en la primera quincena de noviembre. Queda más de un mes, piensas resignado. Sin embargo, al Corte Inglés parece que le da igual este molesto detalle porque su catálogo viene cargadito de propuestas para las próximas Navidades: adornos floridos, belenes étnicos y nuevas bolitas para el árbol. Enseguida los vecinos montarán el árbol a la puerta de su casa y, lo que es más preocupante, lo forrarán de luces para que la discoteca reluzca en todo su esplendor. Es curioso que tanta gente llene sus casas de referencias a una fiesta que cada día viven y conocen menos. Tanto llenado para tanto vacío.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Despistes y franquicias

Ayer hice la compra del Día y, como siempre, me olvidé de algo, creo que del pegamento. El despiste es una señal que se imprime en el alma como un sello lacrado: te lo imponen desde la infancia y ya no hay forma de que te lo quites nunca jamás. "Javierito es muh lihto, pero muh dehpihtao", decía mi abuelita, y aquellas palabras eran una prueba de que, en medio del alzheimer, tenía por lo menos un cincuenta por ciento de aciertos. Para consolarme, me digo que los despistes, si no son prueba de sabiduría práctica, al menos suelen ser indicio de algún otro tipo de conocimiento... "Ah, esa manía incorregible de estar siempre pensando en otra cosa. Y todo es siempre otra cosa, secreto de la poesía", escribía, sabio una vez más, Mario Quintana. Sí, es verdad que gracias a la poesía puedes pensar que una cosa llegue a ser otra: el ruiseñor es un ramillete de plumas, los rinocerontes son como carros de combate y el cielo se prolonga de paloma en paloma. En fin: una manera nueva y distinta de mirar el mundo, una forma de amar la vida.
Pero seguramente los poetas son despistados. Siempre lo han sido. Por culpa de ir por la vida tejiendo palabras, se les olvida pensar en la realidad inmediata. Recuerdo hace muchos años una conferencia de Francisco Brines en la que éste contaba que una vez iba concibiendo un poema mientras conducía y de pronto se saltó un stop: por poco se mata. Desde entonces, aseguraba muy serio, jamás pensaba en sus versos cuando iba al volante. La relación de los poetas con la conducción automovilística suele ser más bien regular y, sin duda, hay que atribuirla a este rasgo fundamental de su carácter que, curiosamente, ha sido silenciado o ignorado durante mucho tiempo. No hay por qué extrañarse: el poeta moderno tiene un punto de soberbia superior a la media de los humanos, que ya es decir, y por eso no le gusta reconocer un defecto tan risible. Fernando Pessoa escribió uno de sus mejores poemas, "Al volante por la carretera de Sintra", y eso que le daba pánico conducir. No me vale la excusa de que lo firmase con el heterónimo de Álvaro de Campos. Todo el mundo sabía que era él quien lo escribía.
Antes he adjetivado con toda intención que son los poetas modernos quienes más tirria le tienen a reconocer este tipo de carencias tan menores, tan humanas. Y es lógico, porque la poesía occidental desde Victor Hugo está llena de genios y titanes visionarios, al menos sobre el papel. Voces que proceden de regiones desconocidas susurran o resuenan con un tono profético, oracular. "Yo sé un himno gigante y extraño", asegura Bécquer. Y "yo sé los nombres extraños/ de las yerbas y las flores", le replica Martí. Ya en pleno siglo XX Eliot, Pound, Valéry, Juan Ramón, Rilke y tantos otros indagan en la palabra como revelación de un mensaje válido para las generaciones presentes y del porvenir. Neruda, el más ególatra de todos, se sube a las alturas de Machu Picchu y proclama: "Yo vengo a cantar por vuestra boca muerta". Toma ya, ahí queda eso: cualquiera le dice a Neruda en ese momento que se ha dejado la agenda en el coche.
Ahora ya vivimos en un nuevo milenio y quizá nos sentimos menos seguros. Por eso a mí me gustaría que se hablase más del tema que ya intuyó Quintana y que seguramente es más poético de lo que parece. El problema -ya lo decía Rilke- no son los temas, sino la forma con que los tratamos. A lo mejor algo tan aparentemente trivial como el despiste puede dar mucho de sí. Desde luego quien lo supo poetizar con humor y sabiduría fue José Antonio Muñoz Rojas. Dedicó un libro completo a la cuestión, Objetos perdidos (1997), y allí nos dejó versos admirables ("Señor, que me has perdido las gafas,/ por qué no me las encuentras?"; "Nada se pierde dentro, todo queda"; Dónde puede dejarse el alma, dónde?"). Por eso lo mejor será finalizar con un poema suyo, entero, antes de que se me olvide:

Siempre. No digas siempre,
o si lo dices, dilo con un beso
y será siempre para siempre.
Caminando y perdiéndome
en busca siempre de ese siempre,
que cuando llego ya se ha ido.
Y me quedo sin siempre para siempre.




sábado, 7 de noviembre de 2009

La cultura domesticada

El otro día, todavía en Uruguay, leía yo un gran cartel encima del Teatro Solís: "Onetti es Montevideo". Las letras y la estética del anuncio recordaban, curiosamente, a las portadas de Alfaguara. Se trataba, supongo, de vender la obra de Onetti aprovechando su centenario. Son cosas que pasan cuando toca y uno no debiera darles mayor importancia, pero, ¿cómo no pensar en la cara que pondría Onetti, creador de la ficticia ciudad de Santa María, una ciudad imaginada para no tener que volver a hablar nunca más de su Montevideo natal? Montevideo aparece poco y mal en la obra de Onetti: que yo recuerde, está en su primera nouvelle, El pozo, y en un puñado de cuentos. Más tarde, ya maduro, inventará Santa María, que no es sólo Montevideo, sino una síntesis de las poblaciones del litoral rioplatense. Y el lugar es inmundo y provinciano.
Este tipo de peajes son los que hay que pagar cuando se trata de vender como sea a una gloria local. En Navarra, hace pocos años, se celebraba el centenario de San Francisco Javier. Recuerdo que en un reportaje televisivo se habló del patrón católico de las misiones como un hombre de "una curiosidad infatigable" que "tendió puente entre los dos mundos". Como no había manera de dar una imagen "actual" de Xavier se recurrió a su transformación en una especie de turista postmoderno. Y aquí es cuando el nihilista uruguayo y el santo navarro se concilian. Los dos traen un mensaje perturbador que no hay forma de que encaje en los discursos anestesiantes a la carta. Onetti dice: "El mundo es una porquería, pero yo sólo me salvo gracias a la escritura". San Francisco Javier dice: "El mundo es una porquería, pero somos hijos de Dios y nos salvamos por la fe en Jesucristo". En ambos casos manejan palabras fuertes, difíciles de asumir con el lenguaje de vendedores que practican los políticos, las grandes editoriales y todos aquellos que desean controlar el mundo libre de la cultura.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Mi viejo teléfono móvil


Como todos se pudieron dar cuenta, ayer anuncié la aparición de un teléfono móvil totalmente apócrifo. Tengo que confesar humildemente que nunca he sentido la menor emoción por las nuevas tecnologías. Siempre fui retrógrado en esta materia. Desde pequeñito, cuando inventaron el cassette, a mí me siguieron gustando los discos de vinilo. Después, me resistí con tanta seguridad como escasa inteligencia a los cajeros automáticos, la informática y la música envasada en cds, ipods, mps, etc. Tuve que ceder en todo y, al final, también al teléfono móvil. Y ahora, éste que presento orgulloso en la foto es el mío. Entre mis hijos y yo le hemos dado tantos golpes y disgustos que ya no se le ve ni la marca.
Durante un tiempo le dí la importancia que merecía, o sea, ninguna. Pero una noche, en una cena con otros matrimonios, los caballeros se lanzaron a hablar de sus temas favoritos: esto es, a enseñar sus nuevos móviles ultrasónicos. Y el que más llamó la atención fue el mío. "Tiene un aspecto no sé... como bohemio", me dijo un amigo. Así que ahora resulta que tengo un móvil muy cool, lo que es el colmo de la sofisticación, porque el pobre no pasa de ser un viejo cutre sometido a un acoso y una violencia doméstica totalmente abusivos. También es verdad que en el reino de las modas hemos visto cómo se han ido imponiendo las arrugas, las rayas, los costurones, los agujeros y los rotos diversos. Y ahora pienso que, quién sabe, a lo mejor esta estética rompedora aún no ha llegado al mundo del móvil. A lo mejor resulta que mi teléfono está, sin darse cuenta, marcando tendencias, qué emoción, y por ahí aparecen nuevos móviles bien machacaditos de fábrica como el mío. Por si acaso esto llega a ser verdad voy a ver si se me cae de nuevo al suelo y gana todavía más en prestancia con el castañazo.

¡Un nuevo teléfono móvil!

Presentado en la última feria informática de Nueva York, el nuevo teléfono móvil Golden Apple Substraction amenaza convertirse en la nueva revolución tecnológica del mercado. Además de poseer un diseño elegante y realizar las operaciones convencionales (llamadas, internet, televisión, GPS, etc.), el aparato contiene un programa que permite eliminar información de la Red de forma responsable. Todos estamos de acuerdo en los múltiples peligros que acechan con la nueva era global, entre otros la sobreabundancia de información. Ahora los millones de datos innecesarios e inútiles que circulan a diario podrán ser reducidos a la nada mediante la acción de la comunidad democrática de los usuarios. Este nuevo programa está llamado a restituir el orden en la galaxia informática y, de paso, a anunciar adelantos inimaginables hasta el momento. ¿Que quiere usted arreglar el mundo de forma fácil y rápida? Pues sólo tiene que hacer desaparecer sus problemas mediante un doble click. El sistema es muy sencillo y fácil de usar. Si, por poner un ejemplo, el usuario desea acabar con los problemas de África, sólo tiene que desplazar el icono del continente a la papelera y darle a “Eliminar”. De forma inmediata no sólo desaparecerán de la Red las famélicas capitales, las selvas exuberantes, las escasas industrias, las sabanas turísticas y los desiertos insondables, sino también el hambre, el analfabetismo, la prostitución, la desnutrición infantil, la miseria, el SIDA… Las posibilidades que ofrece el nuevo programa son, como se ve, deslumbrantes. Países enteros del Tercer Mundo aguardan ansiosos la pronta y segura desaparición virtual de sus plagas endémicas. Líderes de todo el mundo (e incluso de la ONU) han destacado el poder de las nuevas tecnologías al servicio del desarrollo. Éste es, sin duda, el hallazgo más poderoso de la era informática: Por eso está causando sensación ya en las tiendas pioneras que se han lanzado a su distribución. A la venta por sólo 150 euros (impuestos incluidos).

Nota: El programa Apple Substraction está diseñado bajo licencia de los principales organismos internacionales que velan por su utilización razonable de forma que no se permita la destrucción de datos relevantes para el progreso mundial.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Denominación de origen

Qué fea, pero qué fea, es la palabra "blog". Conscientes del desatino cacofónico, algunos la han sustituido por "bitácora", que tiene, para mí, el inconveniente contrario: es demasiado bonita. Además, de "blog" se deriva "bloguero", resultado espantoso, pero de "bitacora" sólo puede salir "bitacorero", que no es sólo feo, sino también inverosímil.
El ingenio de otros ha encontrado soluciones para este nuevo género de escritura. Enrique G-M inventó el blogg, que es un reto a los puristas, además de un guiño chestertoniano. Ridao, con quien coincido en su entrada de ayer, propone divertidas bloguerías y llama chops a los comentarios de sus seguidores. Y Javier Sánchez Menéndez se apunta a los álogos. No sigo porque tendría que estar viajando eternamente como la nave de Star Trek por toda la galaxia cibernética en busca de neologismos.
A mí tantas palabras nuevas me dan un poco de vértigo. Entré en el mundo del blog (ay, no se me ocurre otra forma de llamarlo) porque siempre intuí que escribir no debía de ser una tarea solitaria, sino más bien un desafío y una conversación con alguien que está a tu lado de forma secreta. La técnica ha conseguido el milagro de esos lectores inmediatos. Y ahora veo que sí, que es posible: escribir es un paseo compartido por las palabras o, como dice Muñoz Rojas, es el andar del alma.