martes, 28 de mayo de 2013

Museo Lázaro Galdiano, 1

El Lázaro Galdiano es uno de los museos mas bonitos de Madrid, eso ya lo sabíamos. El otro día fui a ver algunos de los cuadros que más me gustan después de muchos años. Ahí está, por ejemplo, el de la guapísima Inés de Zúñiga, condesa de Monterrey. A pesar de que le han puesto unas luces arriba que te obligan a dar vueltas por toda la habitación para poder verlo entero, dan ganas de irse al siglo XVII y hacerse conde de Monterrey:






O unos cuadros primitivos del Maestro de Astorga (aquí). Recomiendo buscar uno en donde parece que se ha pintado el silencio mientras unos bueyes trasladan el ataúd con el cuerpo del Apóstol Santiago.
Lo malo fue que me tocó una exposición temporal de un Bernardi Roig. Para que no te la perdieras, te ponían sus engendros en medio del museo.  Según el catálogo, la exposición "dialogaba" con "lo que significa una colección" (no dice "lo que viene siendo una colección", pero casi). "Dialogar" es un verbo civilizado que significa respeto y escucha. En realidad, los chichinabos no dialogaban, sino que parodiaban o, mejor dicho, se cachondeaban de la colección del Museo. Allá por donde pasabas, aparecía por en medio un gordo de escayola con el pantalón medio bajado (para dar efecto inquietante), normalmente haciendo algo que se parecía al contenido de los cuadros expuestos en la sala.
Por el jardín también había unos cuantos gordos, uno de ellos ahorcado de un árbol. Hace como treinta años, cuando yo estudiaba en Torre 1, se le ocurrió un sábado por la noche a unos chavales hacer una performance ahorcando muñecos de tamaño natural por el campus. El domingo por la mañana a unas señoras paseantes les dio un patatús y nos llamaron furiosos del servicio de seguridad para que quitáramos los monstruitos. Imagino que le hubiéramos dado mucha envidia a Bernardi Roig o a lo mejor es el hijo de una de las señoras, no sé.
Claro que en Versalles pueden hacerlo peor con Murakami (la caca, acá).


sábado, 25 de mayo de 2013

El rocío es agua y es luz

El jueves anduve por Logroño, con la gratísima obligación de presentar La llave dorada, el último libro de poesía de Rocío Arana, junto a dos poetas amigos que no conocía: María Eugenia Fernández y Jesús Beades.
No me había dado cuenta hasta ahora mismo, ni siquiera cuando me tocó hablar sobre el libro, de que esta poesía hace honor al nombre de su autora. El rocio es agua y es luz. En los versos de La llave dorada llueve mucho, pero es una lluvia soleada. Así juegan la alegría y la tristeza, las ilusiones y el desengaño en la vida de cada uno. Vienen entreveradas unas con otras. Esto ya lo había visto muy bien Rocío Arana en sus libros anteriores, pero ahora la experiencia se ha condensado en símbolos. Se ha hecho más misteriosa y al mismo tiempo más madura. Uno diría que más sabia también. Saber que la luz brilla por detrás del agua, "tristemente feliz", requiere muchas cosas, entre otras, tiempo y oficio de poeta.


LA DEMANDA DE RECUERDO LIBRE

Haz un resumen, piden en la escuela.
Sólo lo que recuerdes. Es para averiguar
tu potencial de síntesis, descubrir cómo engulle
el folio en blanco todos tus fantasmas.
Yo empezaría, claro, por la lluvia
que dentro de tus ojos se confunde
con ráfagas de un sol que juega al escondite.
De todo lo demás, ya no me acuerdo.


JUNIO

Acuérdate, Rocío,
de cómo sonreían las estrellas.
Recuerda cómo todo su poder
se derramaba en un minuto oscuro,
tristemente feliz, diciendo "nunca",
pero de qué manera tan hermosa.



miércoles, 22 de mayo de 2013

Desde el AVE

Regreso de Sevilla en el AVE. Por la ventanilla, dehesa infinita de olivos y una tarde andaluza de sol y nubes. Ha llovido mucho. Hay un arco iris y el cielo parece imitar a una acuarela de Gaya. De pronto, surge una manada de ciervas que abrevan en una charca brillante. Y aunque viajo solo, se me escapa en voz alta:
-¡Mira, los ciervos!
Y por todo el vagón me responden los viajeros:
-Una es que es muy de supermercados.
-Qué coñazo lo de Oviedo.
-Y va una señora y se mete en el Vips y pide...
-Mercadona lo está haciendo muy bien.

lunes, 13 de mayo de 2013

Átomos y galaxias

   ¿Qué aporta este libro galáctico a la bibliografía del poeta?  Y no me refiero al oficio de Miguel d'Ors, que ya está JLGM para insistir. El título reúne lo cósmico y lo diminuto y, por eso mismo, es una amplia síntesis de una trayectoria riquísima. Recuerdo mi lejana lectura del primer libro de d'Ors (Del amor, del olvido, 1972): aquel poema titulado justamente "Los abuelos". Y, sobre todo, esa estrofa:

... Y el abuelo, qué manos de valiente,
qué venas, retorcidas como parras;
las ganas que me daban
de cumplir en un día sesenta y cuatro años
para tener dos manos como aquellas...

Privilegios del tiempo: el joven que escríbía aquello hace tantos años, ahora  vive la experiencia de cómo su vida se prolonga en otros. Creo que la poesía de Miguel ha estado surcada siempre por la fascinación por una cadena de experiencias, llámese tradición, Providencia o sabiduría que viene de la sangre, sabiduría de abuelo. Para mí, uno de los mejores poemas del libro es "Columpio", con ese balanceo de los versos y ese final -"el inmenso columpio de los años", que dice más de lo que aparenta. Nunca me han llamado la atención los caligramas, pero éste es seguramente uno de los mejores que he leído:



Columpiando a Mateo.

Sus padres –vacaciones

en agosto- lo han

traído un año más,

y aquí estamos, abuelo

 y nieto. Yo le impulso

el columpio. Se acerca

 a mí, risa en crescendo,

retrocede, tocando

 –paisano momentáneo

de los pájaros- la

bóveda de la tarde,

y regresa a mis manos

 con una risa nueva,

y se aleja otra vez,

 y… Ya se acaba agosto;

ya pronto, adiós, sus padres

volverán a Pamplona;

yo quedaré en Galicia,

esperando. Esperando

que el inmenso columpio

del año me lo acerque

de nuevo, todo risas,

el próximo verano.




viernes, 3 de mayo de 2013

Mi edición del Adán (con una nota sobre el demonio y otros malos aires)

"Templada y riente,  (como lo son las del otoño en la muy graciosa ciudad de Buenos Aires) resplandecía la mañana de aquel veintiocho de abril..." Así comienza Adán Buenosayres, la gran novela de Leopoldo Marechal. Y justo este veintiocho de abril ha salido la edición del Adán, preparada por mí, en Buenos Aires. No creo en las coincidencias astrales pero, qué cosas, acabo de reparar en que cumplo los mismos años de edad que tuvo mi admirado Marechal al publicar su obra maestra en 1948. Cada uno, en su sitio, me digo. Unos crean y otros ponemos notas al pie.
Por lo demás, hacer esta edición crítica (publicada con enorme seriedad por la editorial Corregidor), ha supuesto un trabajo paciente y precioso. Tener en las manos el manuscrito original es una experiencia fantástica para quien ama una obra literaria, un tesoro que, por cierto, hemos perdido con la era digital. Quizás hay algo de voyeurismo en imaginar la obra en progreso, que parece que se va haciendo por primera vez mientras se repasa la caligrafía original del autor. Examinar la letra, las anotaciones al margen que nunca se leyeron, las vacilaciones, las correcciones y las variantes. Hay algunas tan bonitas como la siguiente...






Por ejemplo, todos los lectores del Adán recordarán el desconcertante final de la novela, en la que el protagonista desciende al último círculo del infierno humorístico y se encuentra con un bicho gelatinoso y feísimo metido en un agujero. Entonces le pregunta a su guía, el astrólogo Schultze y éste le contesta así:
 - Es el Paleogogo.
"Paleogogo" significa en griego "Primer conductor". Sin embargo, en el manuscrito Marechal le hacía dar a Schultze más explicaciones. Decía: “ Es el Paleogogo, o la Serpiente Antigua, o cualquiera de los muchos nombres que le han dado y le darán”. Esta frase suprimida en la versión final, prueba que Marechal pensó inicialmente el Paleogogo como una encarnación del Mal semejante al Demonio cristiano. Si recurrimos a un libro que Marechal manejó con frecuencia, el Apocalipsis de San Juan,  encontramos una cita muy clara: “Prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás, y lo ató por mil años” (Ap., 19,2). Puede entenderse, pues, que, antes de la caída, el hombre no necesitaba un conductor, porque vivía en armonía con el universo y no requería quien le indicase qué hacer. El demonio, al invitar a comer el fruto prohibido que provoca la caída, es el primero que da una orientación al hombre y es, por tanto, el Paleogogo.
Todo esto prueba que Marechal pensó originariamente en identificar al Paleogogo con el diablo. Pienso que, si al final renunció a citar a Satán directamente y quitó la referencia a la Serpiente Antigua, no lo hizo porque quisiera eliminar su relación (fácilmente reconocible para cualquier conocedor de la Divina Comedia), sino porque quiso dejar el pasaje abierto a una pluralidad de interpretaciones no excluyentes. Dicho con otras palabras: Adán Buenosayres es una novela moderna por muy clásico que sea su mensaje.

 Esta última lectura, me parece, puede conciliarse con otras que se aten a la tradición literaria sobre la que se construye el monstruo. Y esta no es otra que la Divina Comedia. Dante imaginó un Satán más patético y repulsivo que terrorífico. “Pretendía concretamente que Lucifer fuese vacío, tonto y despreciable, un contraste fútil con la energía de Dios. “Dante veía el mal como negación […]. La ausencia formal del diablo en grandes extensiones de la Comedia y en el infierno mismo indica la coincidencia de Dante con la teología escolástica a la hora de limitar el papel del diablo” (Burton Russell 1995, 254). El amorfo Paleogogo es semejante: patético, estúpido e inmóvil, tiene algún parecido con el Satán dantesco. Recordemos esas palabras finales con las que se califica al monstruo marechaliano: “Solemne como pedo de inglés”. La asociación del diablo con todo lo referido a lo anal, y en particular a las ventosidades, es un tópico de las representaciones iconográficas y literarias tradicionales. Los chistes escatológicos con los aires luciferinos tienen numerosos correlatos en la cultura cristiana medieval. Así, en el morality play del siglo XIV, The Fall of Lucifer, el diablo acaba derrotado en desigual batalla por la cohorte angélica, y grita:
- Ahora me voy al infierno a ser arrojado al tormento infinito. Por miedo al fuego me tiro un pedo (Citado por Burton Russell 1995, 286).


[1] Ejemplos similares en Burton Russell 1995, 294, 302, etc.
 

jueves, 2 de mayo de 2013

Hong Kong, segunda escala

Después de la calma provinciana de Macao, Hong Kong es una locura de siete millones de habitantes metidos en rascacielos de todo tipo: elegantísimos como los que se reflejan en el agua desde el Sky Line, o cutres y casi soviéticos, como los que se exhiben en el extrarradio o en el mismo centro de Kowloon. 



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Para entender la expresión "lujo asiático" me meto en el Hall del Hotel Peninsula. Me recibe una música tan elegante y los mármoles relucen de tal manera que me dan ganas de salir corriendo, no vayan a aparecer unos guardas de seguridad y me echen por chusma. Pero lo que más aturde es la atmósfera perfumada: el hotel entero huele a Chanel. Todo parece calculado para el disfrute de los sentidos: vista, oído, olfato. Me cuentan que en el urinario masculino del piso 50 hay una inmensa pared de cristal para que puedas contemplar la bahía mientras estás en plena faena. Me siento tan intimidado que no consigo enterarme de cómo subir y comprobarlo. Pero todo va en la misma línea de los sentidos físicos, supongo.  


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En el Ladie´s Market todos se apretujan en busca de una compra barata-barata, pero, como la dieta es sanísima, no hay ningún gordo entre los chinos, lo que facilita las cosas. Y nunca se tropiezan, muestra no sé si de enorme habilidad o de increíble civismo, o de las dos cosas al mismo tiempo.

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Advierto que las distancias entre nuestro mundo y el de los orientales, tienen que ver con los tabúes que manejamos unos y otros. Según ellos, los occidentales somos tremendamente sucios porque no nos descalzamos al llegar a casa y quizá no les falta razón. En la China continental es habitual que la gente escupa en cualquier ocasión, pero afortunadamente el paso de los ingleses en Hong Kong impuso prohibiciones severísimas en este punto. Eso sí, es habitual que la gente coma por la calle a todas horas y cualquier tipo de plato, cuando en España nos comeríamos un helado.
Por lo demás Hong Kong es una ciudad muy limpia: hay letreros que advierten de que los pasamanos de las escalera automáticas se desinfectan cada tres horas, los botones de los ascensores cada una... Delante de mí, una chica muy guapa pasea a su perrito que acaba de levantar la pata para hacer pis. De inmediato, la propietaria desenfunda un desinfectante y, psss psss, lo aplica contra el suelo. Todo tan irreal, tanta limpieza, ¿será sana?