domingo, 31 de enero de 2010

Morbo nórdico: Indridason


En medio de unos días de estrés termino por la noche Las marismas de Arnaldur Indridason. No tenía ni idea de la existencia de este autor islandés, pero me lo había mencionado María aquí y me picó la curiosidad. De entrada me he encontrado con una novela ágil y un retrato social lluvioso y sombrío, al igual que tantos narradores escandinavos de hoy. El protagonista, cincuentón, solo y divorciado, navega a la deriva como Wallander y compañía, o sea, con la línea de flotación llenita. Más aún, esta novela me ha gustado más que las de Mankell, demasiado morosas -creo- en sus descripciones del mundo sucio de Suecia. Aquí, en cambio, el simbolismo encaja bien con la acción: las marismas sobre las que se asienta la casa de un personaje representan la podredumbre moral de la sociedad islandesa, igual que los males del país -parece decir el autor- tienen que ver con algún tipo de problema genético... Pero mejor no cuento más.
Lo malo es que a mí siempre se me había antojado Islandia como un lugar donde perderse en el fin del mundo a contemplar nieve y volcanes. Gracias a esta novela, y en medio del clima invernal pamplonés, se me han quitado las ganas de ir, lo que a lo mejor no está tan mal, porque el billete debe de salir muy caro. Sea como sea, como antídoto me he recetado tres o cuatro cuentos de Andrea Camilleri donde sale su comisario Montalbano, detective siciliano que resuelve crímenes a ritmo de saltarella.

jueves, 28 de enero de 2010

Manipulación de la historia


La historia está repleta de hechos manipulados en beneficio de unos pocos que luego la han escrito como han querido, aunque sea a base de anacronismos y datos inverosímiles. Basta pensar, por ejemplo, en el crimen político más famoso del mundo. En realidad, Julio César nunca fue asesinado por Marco Bruto y su pandilla. El dictador ya se había ido inquietando por los presagios que había recibido a lo largo de la jornada. Cuando el viejo le pasó la nota de advertencia en las escaleras de la curia, le entró el pánico y fue corriendo a refugiarse en su hogar. Para recuperarse del soponcio, decidió darse un baño, pero resbaló con el jabón y se dio un buen golpe en la cabeza. Los accidentes domésticos son terribles: César murió en el acto.

A partir de aquí los acontecimientos parecen algo confusos, según la documentación de que disponemos en la actualidad. Al parecer, su viuda, Calpurnia, llama por teléfono a su mejor amigo, Marco Bruto, y le explica entre sollozos la tragedia. Nada más colgar, Bruto se da cuenta de que esta muerte se puede manipular y ayudarle en su propia carrera política. Contrata por correo electrónico a un puñado de canallas y poco después entran todos en casa de César armados con espadas. Allí mismo rematan al cadáver mientras uno de ellos lo filma todo. El resultado lo cuelgan en You Tube tras sustituir las imágenes del baño por otras de los asientos del Senado. Al día siguiente toda Roma se ha enterado de la noticia y Marco Antonio promete, en un discurso televisado, castigar a los culpables.

Y comienza la guerra civil.

miércoles, 27 de enero de 2010

Una visión

Me impresionaron estos versos de Mandelstam:

Tu forma, atormentada y vacilante,
en la niebla no la pude asir.
"¡Señor!" -dije sin querer,
pues tal cosa no pensaba decir.

El nombre de Dios, como un pájaro enorme,
de mi pecho se echó a volar.
Ante mí espesa niebla en remolinos
y una jaula vacía detrás.
(trad. de Aquilino Duque)

Al principio, me acordé de ese endecasílabo precioso de Antonio Machado: "siempre buscando a Dios entre la niebla". Pero Mandelstam va un poco más allá y en el verso tercero se le escapa una jaculatoria imprevista. En lugar de perder el tiempo especulando, el corazón se abre y reza. La segunda estrofa es mejor: la imagen visionaria del pájaro enorme que se planta ante la mirada y echa a volar, independiente del poeta. Y lo más importante: un pasado en blanco-la jaula vacía- y un futuro incierto, porque nada será igual después de esto.

martes, 26 de enero de 2010

Lógica ciega

La escena transcurre en una comida familiar. Uno de mis hijos mayores toma la palabra.
-Oye, papá, Dios es amor.
-Mmmm. Sí.
-...y el amor es ciego.
-Ssssí.
-Luego Dios es ciego.
Ya está: mi hijo ha empezado a estudiar Lógica en el colegio.
-Eeeeeh, sí, digo, no. No, el amor no es ciego. Lo que pasa es que el amor nos permite ver mejor a los demás. Eso es. El amor nos hace ver lo que somos y lo que son los demás.
Por un momento creo haber resuelto el dilema con esta sublimidad metafísica. Pero entonces, desde la región de los pequeños, uno de ellos pregunta sin darme tiempo a la reacción:
-¿Y entonces, los ciegos no se pueden casar?

lunes, 25 de enero de 2010

Problema matemático

Mercedes, casada de 26 años y ojos bonitos, ha prestado su coche, un BMW de alta gama, a su amante Pepe, 19 años y de buen ver, y éste se ha estrellado frontalmente a 222 Kms. por hora contra el Audi 8 del marido, José Manuel, 74 años y mala vista, que circulaba a 89 Kms por hora. Si el seguro de vida de José Manuel es de cinco millones de euros, el de Pepe, de tres mil, y el de Mercedes es de cero (no tiene seguro), hay que averiguar por regla de tres qué va a suceder al día siguiente. Despejar la incógnita sustituyéndola no por un número sino por otro nombre propio.

domingo, 24 de enero de 2010

Ciudades visionarias




Mi hermano arquitecto me cuenta que en Hong Kong, donde crecen más rascacielos que en Nueva York, se han tendido puentes a la mitad de altísimos edificios de forma que se comunican unos con otros y por allí pasa la gente. No hay problemas de circulación porque por abajo corren los coches con completa libertad. Es curioso: debía de tener yo unos siete u ocho años cuando me entretenía dibujando rascacielos muy parecidos. Incluso bauticé a una de aquellas ciudades imaginarias; se llamaba "Puente de san Puente". Pasaron muchos años hasta que descubrí mi coincidencia con el artista argentino Xul Solar, que pintaba ciudades visionarias y hasta les inventaba lenguajes y nombres rarísimos.
A veces pienso que yo, como cualquiera, era una persona más interesante cuando tenía siete años. El problema está en que por entonces uno no sabe qué hacer con su mirada y, cuando lo aprende, ya ha olvidado aquella forma de mirar.

Claro desvelo

Escribir en medio de la madrugada: encender una luz que se apagará cuando las palabras se vuelvan a dormir.

sábado, 23 de enero de 2010

Se murió Alix


Cuando era niño, llegaban a casa los cómics que todos recordamos: el TBO, Mortadelo, Zipi y Zape, Tintín... Pero un día mi madre apareció con unos álbumes ilustrados (la forma cursi de llamar a los tebeos de tapa dura) con las aventuras de un héroe galo romanizado, un tal Alix, que por el nombre podía recordar a Astérix, pero en versión seria. Y tan seria, me digo yo ahora. En La tumba etrusca, El último espartano, La tiara de Oribal, La garra negra o Las legiones perdidas casi nunca había un final enteramente feliz, siempre alguna desgracia final venía a oscurecer el obligado happy end de las historias para niños. De todas formas, a nosotros nos encantó ese desfile de personajes estupendamente dibujados de toda clase de civilizaciones antiguas: romanos y galos, por supuesto, pero también griegos, etruscos, partos, cartagineses, espartanos... Por su culpa me pasé la infancia haciendo dibujitos de soldados griegos y romanos en el colegio.
Las historias de Alix no tuvieron ningún éxito, creo yo que porque los españoles somos muy brutos. Allí no se repartían castañazos y palizas al estilo de Mortadelo. Tampoco se exhibía el erotismo más o menos light de los cómics para adultos. En España la serie se interumpió con el quinto volumen y no volvimos a saber más en casa de las aventurillas de Alix y su amigo Enak. En fin, ahora me acabo de enterar de la muerte anteayer de su extraordinario creador, Jacques Martin, (se puede ver aquí), y me apetecía recordar a quien debo un pedacito feliz de mi infancia.
Con los años recuperé los venerables ejemplares de Alix y mi chifladura me llevó a comprar algunos ejemplares en francés cuando estuve en Bélgica. Los escondí para leerlos a solas. Pero de vez en cuando mis hijos me abren el armario y me los quitan.



viernes, 22 de enero de 2010

A mano o a máquina

Anduvo por Pamplona mi hermano Álvaro y, para celebrarlo, no fuimos a un restaurante mexicano. Entre tacos, alambres y enchiladas, estuvimos conversando de toda clase de temas, desde la foto del robot Llamazares (aquí, unas carcajadas) hasta la penúltima ocurrencia de la universidad de Sevilla, que permite tratar con consideración a los estudiantes copiones y futuros tramposos en la vida profesional. La charla iba camino de comentar toda la prensa nacional cuando de pronto, en el momento en que Rafa Nadal o Scarlett Johansonn iban a aparecer en medio de la mesa, Álvaro sacó un tema un poco menos trivial.
-Últimamente me he dado cuenta de que jamás utilizo el bolígrafo para escribir. ¿No te pasa a ti lo mismo? Me cuesta escribir una hoja, cada vez tengo peor letra. Mi hijo se quedó asombrado el otro día cuando me vio anotar unas frases en el papel. Y la culpa de todo la tiene el ordenador... ¿Te has fijado que se habla mucho de la muerte del libro, pero no se dice nada de lo que estamos perdiendo también en la mano?
Si yo reviso mi propia experiencia, que no será muy diferente de la de cualquiera, veo que me sucede lo mismo. Pero curiosamente sigo reservando la escritura directa en el papel para ciertas ocupaciones. Cuando he escrito poemas, siempre he empezado con el bolígrafo y lo mismo me ha ocurrido con los microrrelatos, los apuntes para un cuento largo o las anotaciones de un diario. Incluso algunas entradas de este blog han pasado antes por mi moleskine.
-Eso puede ser, dice mi hermano, porque, a pesar de todo, el papel siempre te dará una ventaja sobre la pantalla. Si piensas en el recorrido de tus ideas, todas van de la cabeza hasta la mano, y de ahí, sin intermediarios, al papel. El lápiz o el bolígrafo son una prolongación de tus dedos, una parte de tu cuerpo en ese momento. Y nunca la expresión del nuestras ideas estarán tan cerca de su nacimiento como cuando escribimos en el papel.
Tiene razón, me parece. La letra del ordenador es limpia y perfecta, pero inhumana. No hace falta ensalzar sus ventajas evidentes, y menos ahora que estoy terminando de expresar esto directamente en la pantalla. Pero algo se nos queda en el camino al abandonar el bolígrafo en el escritorio.

jueves, 21 de enero de 2010

¿Maldición bíblica?

Según se lee aquí, algún misterioso maleficio ha debido de padecer Haití para merecer tanta desdicha a lo largo de su historia. La razón sería la sinrazón: una especie de "maldición bíblica" (sic) que se habría apoderado de ese país sin que éste tuviera culpa alguna. Todo vendría de la dichosa maldición, lo monstruosamente inexplicable, el caos que se confunde con la divinidad.
Es como mínimo curioso que cierto progresismo, tan racionalista él, recurra a explicaciones míticas de vez en cuando. ¿Por qué Haití no ha sido un paraíso, se sigue preguntando candorosamente nuestro articulista, si fue un ejemplo extraordinario para el mundo al ser el único país nacido de una rebelión de los parias de la tierra? Pues, por eso justamente amigo mío, porque nació de la violencia y el terror más absolutos. Los nuevos amos fueron ex-esclavos que imitaron con la mayor ferocidad a sus antiguos opresores. No suprimieron el racismo, porque eso lo habían mamado de sus señores franceses: mandaron exterminar a los blancos y enseguida se dedicaron a esclavizarse unos a otros. De hecho, las disputas entre mulatos y negros han sido constantes desde entonces. Además, los haitianos tuvieron gobernantes enloquecidos que siguieron los usos de la metrópoli explotadora que los trajo desde las costas africanas. En parodia grotesca de Napoleón, el ex cocinero Henri Christophe llegó a proclamarse rey de Haití y construyó seis castillos, ocho palacios y una fortaleza disparatada en el norte de la isla, antes de suicidarse por miedo a sus súbditos sublevados. Lo cuenta el mismo Carpentier en El reino de este mundo.
Muchos desastres naturales ha sufrido América pero en ninguno de ellas, creo recordar, ha sucedido el estado de colapso que padece la ex colonia francesa. Al margen del nivel espantoso del terremoto, hay otras razones -y no bíblicas, precisamente- que permiten entender mejor todo: la miseria del país es la fundamental y ésta, a su vez, se debe al estado tradicional de anarquía que ha vivido Haití. Una sociedad no puede vivir sin instituciones: sin justicia, iglesia, parlamento, organización sanitaria, policía... Es verdad que en otros países -pienso en la catástrofe de El Niño en Perú, en los endémicos huracanes y terremotos en centroamérica- la devastación ha sido enorme. Pero no hasta el punto de necesitar ayuda militar del extranjero para evitar la anarquía total. La diferencia de Haití con las repúblicas hispanoamericanas hay que buscarla en que éstas nacieron de una rebelión de las élites criollas. Con sus luces y sus sombras, los próceres de la Emancipación pusieron en marcha unos países que querían ser institucionales. Esta es la diferencia que marca a unos países de otros cuando vienen las catástrofes.

martes, 19 de enero de 2010

Nocturno, insomnio y blog


Esta noche vino a visitarme, como suele, el insomnio. A fin de recuperar el sueño, me fui al salón y me tumbé en el sofá a releer un libro de título prometedor: Nocturno hindú, de Antonio Tabucchi. A Tabucchi lo leí mucho hace como diez años, o más, hasta que me terminó cansando, sobre todo con su novela más conocida, Sostiene Pereira. Me aburrió su tono político tan trivial y ese sonsonete tan artificioso durante tantas páginas de "sostiene Pereira, sostiene..." En cambio, del Nocturno hindú no recordaba demasiadas cosas, lo cual tampoco era mala señal para dormirse enseguida. De hecho, ahora que lo pienso en frío a algunos les resultará definitivamente somnífero. Pero, a mí, por desgracia el libro me enganchó.
Para ser justos, he disfrutado de insomnios memorables gracias a algunas lecturas. El viajero sobre la tierra de Julien Green, por ejemplo. Es una novela irreal, hecha de sombras y luces fantásticas y me estoy viendo terminarla mientras las primeras luces de la mañana se colaban por la persiana. Al libro de Tabucchi le sucede algo parecido: el clima de sonambulismo misterioso se me pegó al cuerpo y no lo dejé hasta acabarlo. En poco más de cien páginas cuenta las andanzas de un viajero italiano en busca de un amigo perdido por distintos lugares de la India. Lo de menos, en realidad, es esta historia, porque el hilo se pierde enseguida. Todos los episodios transcurren de noche. Y en ese ambiente, nuestro viajero va entrando y saliendo por hoteles de lujo y casas de prostitución, vagones de tren y autobuses remotos, casas y bazares. Quien tiene la experiencia de viajar solo más de una vez, sabe de ese vagar disperso por lugares y escenas en los que apenas te quedas un escaso pedazo de vida y sin embargo todos se te prenden en la memoria para siempre. Diálogos interrumpidos con personajes seductores o fascinantes, aventuras que sólo se continúan en la imaginación del viajero: de eso trata este libro fragmentario y poético escrito para las noches de insomnio.

lunes, 18 de enero de 2010

Cuento en sms

Le mnd 58 sms dicndol “t kiero” y ba la tia, ke lee lbrs y ba d klta x la vda, y me kntsta kn 1 pto sms dicndom: “¿No podrías, por favor, irte de una maldita vez a la mierda?”.

La muy warra.

viernes, 15 de enero de 2010

Judíos, musulmanes y cristianos

Hace un par de días leí estas palabras de Paul Auster en una entrevista con Gérard de Cortanze: "El judaísmo propone códigos que permiten una vida no ya idealista, sino realista, y esto es lo que me atrae de él. Es una religión que acepta las debilidades del ser humano y jamás le exige que sea un santo". Las exigencias de santidad, sigue Auster, son propias del cristianismo, que se equivoca gravemente al hacer estas peticiones imposibles a sus fieles. Entonces dejé de leer y me acordé de algo que había encontrado tiempo atrás en el interesantísimo libro de Samir Khalil Samir, Cien preguntas sobre el Islam. Cuenta este jesuita egipcio, experto en el Corán, que muchos musulmanes sostienen que el cristianismo es celestial, sublime, pero tan ideal que nadie puede vivirlo plenamente.
Nunca se me había ocurrido pensar en la imagen que dábamos los cristianos a los miembros de las otras dos grandes religiones monoteístas. Si acaso, creía que la visión que tenían ellos era más bien siniestra: la Inquisición en el caso de los judíos, las cruzadas en el de los musulmanes. Y ahora resulta que el cristianismo es rechazado porque pide santidad personal a sus fieles, un ideal hermoso pero improbable. (Comentario al margen: qué curioso que para Paul Auster el corazón del cristianismo sea la exigencia de santidad, una idea que no siempre escucho en algunas homilías dominicales).
"Para los cristianos Dios es amor", dice muy correctamente el escritor marroquí Tahar Ben Jelloun, "pero para nosotros los musulmanes, Dios es Verdad, es Justicia". Lo leí en El Islam explicado a nuestros hijos, que hay que ver las cosas más raras que acaba leyendo uno. En fin, si esto fuera así, si la esencia de Dios fuera la Justicia, estábamos apañados. Si nos midieran sólo con la vara más recta del universo y sin una pizquita de misericordia, a lo mejor nos hartaríamos de recibir palos en la vida eterna. Mejor (y más justo y verdadero), pensar que Dios es Amor, y que por esa misma razón se permite pedir santidad a estos pobres desgraciados que somos los hombres. Haremos lo poco que podamos y Él nos empujará amorosamente hasta el Cielo.

jueves, 14 de enero de 2010

Bien vale una foto


Estábamos en París. Llevábamos siete horas arrastrando a los cinco niños en compañía de otra familia amiga, desde la Torre Eiffel hasta aquí. De pronto todos sintieron una urgencia irrefrenable y se acordaron de los baños del Louvre. Yo me quedé, agotado, con mi hijo pequeño y la cámara. El estanque invitaba a darse un bañito, pero en el último instante me lo pensé mejor y sólo saqué esta foto a ras de agua.

miércoles, 13 de enero de 2010

Los muertos



Cuando los muertos se van haciendo viejos, tosen con más frecuencia, gruñen en medio del silencio, tienen un dolor en cada costado de la semana y se les cae el pelo a cinco milímetros por segundo. Pero lo peor de todo es que ya han perdido la ilusión de terminar aquello que nunca llegaron a hacer o de aquello otro que siempre aspiraron a empezar algún día. Ya les da igual no acabar el maldito Quijote, ni se molestan en disfrutar de una pieza recién descubierta de Bach ni sienten el menor interés en salir a la ventana a ver la nieve silenciosa. Para cuando llegan a ese triste estado, los muertos se mueren definitivamente y para siempre.

martes, 12 de enero de 2010

Un poema para el frío

Javier Sologuren era un poeta peruano, uno de los mejores de su país en el siglo pasado, que un día se enamoró de una muchacha escandinava, Kerstin. Vivió en Suecia siete años, donde se casó y fundó una familia. Cuánto frío debió de pasar el pobre poeta peruano en aquellas latitudes congeladas. Ahora que España se parece provisionalmente a Escandinavia, me he acordado de un poema precioso que Sologuren dedicó a su amada del Norte. No es muy importante que sepamos las anécdota que acompañó a los versos, que imaginemos a Javier mirando a Kerstin en unos fiordos o que conozcamos el número de hijos que tuvieron. El poema es impermeable al frío de los datos y funciona igual de bien si pensamos en nuestras propias circunstancias, creo:


PAISAJE


Está la niebla baja, el mar cercano,
blancas aves se anuncian.

El tiempo teje una vez más la tela
del engaño.
Todo invita al descenso y a la ofrenda:
el bosque crepitante, la resaca
y el dulce, el hechizado
crepúsculo de hojas que se enciende
entre mi corazón y el tuyo.


lunes, 11 de enero de 2010

Utilidades de la poesía

¿Para qué sirve la filología? ¿De qué me ha servido leer tantos libros? Estas preguntas me las he hecho alguna vez y volvieron a rondarme el pasado 29 de diciembre, el día del cumpleaños de mi hijo Luis. A lo largo de tres horas quince niños ascendieron al trote y bajaron al galope las escaleras de casa, desde el garaje a la buhardilla, y vuelta. Marina y yo nos refugiamos en la cocina, donde, a partir de las ocho de la tarde fuimos recibiendo con cierto alivio a los padres que iban llegando en busca de sus criaturitas. Algunos se quedaban a probar la última tarta de mi mujer, pero casi todos daban educadamente las gracias y se iban. En realidad, sólo se quedaban un rato aquellos con los que ya teníamos una cierta relación. Serían las ocho y media cuando estábamos con un matrimonio y una señora que entraban dentro de la categoría de amigos. Quiso la suerte, o la Providencia, que de pronto sonase un chasquido y se apagaran todas las luces de la casa. Me dirigí a tientas al cuadro de mandos y le dí al diferencial. Sin resultado. La palanquita volvía a bajar de golpe. Lo hice dos veces más y aquello empezó a oler a quemado. "Es un cortocircuito", me sopló uno de los invitados que es ingeniero, "hay que localizar dónde está el mal contacto". Y me empezó a explicar, auxiliado por la luz del móvil, en qué parte de la casa debía de estar el problema. Debimos de andar unos veinte minutos quitando enchufes por todos los rincones hasta que caí en la cuenta de que había unas lámparas en el techo de la entrada que estaban medio tontas últimamente. Se trata de unos plafones de diseño italiano, carísimos, que nos costaron a Marina y a mí un ojo de nuestras respectivas caras. Mi amigo ingeniero se subió a una silla,quitó tranquilamente el casquillo achicharrado, separó los cables del cortocircuito y se hizo la luz. Después, la otra señora que se había quedado algún rato más nos explicó el riesgo de incendio que supone tener este tipo de lámparas y nos hizo otra serie de recomendaciones, que para eso ella es arquitecta.
La anécdota se nos habría olvidado ya si no fuera porque todos los días veo los cables que cuelgan del techo del hall y me acuerdo de las carísimas lamparitas, de su diseñador italiano y del dinero (ay) que nos costará comprar otras. ¿Y la Filología?, pienso también. ¿Qué pintó mi formación de filólogo en esta historia? Frente a ingenieros y arquitectos, durante todo aquel rato de oscuridad sólo me encargué de sujetar la linterna. Sin embargo, hoy por la mañana, he visto la luz. Me levanté temprano y, siguiendo mis hábitos de lector, abrí un libro de poesía donde Antonio Machado me tenía preparada una copla con la respuesta a mis problemas:

Sólo el necio
confunde valor y precio.


viernes, 8 de enero de 2010

Best eleven

Ayer me pidió un anónimo lector que le dijera cuáles habían sido los libros que más me habían gustado a lo largo del difunto 2009. Pues nada, ahí va esto que no es Seven up, ni top ten ni hat trick, sino más bien best eleven, que suena a dream team o a película de George Clooney, pero que en realidad se trata de una lista improvisada:

Tobias Wolff: Minimalismo puro en estado de gracia. Ha sido mi descubrimiento del año, así que cito dos libros en lugar de uno. Me quedo con los cuentos de Aquí empieza nuestra historia y su autobiografía, Vida de este chico.
Ian Mac Ewan: Sábado. Lo que puedo decir de este libro, lo puse aquí.
Enrique García-Máiquez: Lo que ha llovido: ídem.
Idea Vilariño: Poesía completa: Re-ídem.
Fernando Aínsa: Prosas entreveradas. Una pequeña colección de brevedades que dicen, sin aspavientos, grandes cosas.
Natalia Ginzburg: Querido Miguel. Qué triste, pero cuánta verdad en esta historia familiar.
Rosalba Campra: Formas de la memoria. Otra colección excelente de microrrelatos.
Ernst Jünger: Radiaciones. Un blog no es un diario, pero se le parece en ocasiones. Este libro es una obra maestra del género del diario y a mí me ha servido para escribir y para pensar.
Elias Canetti: Masa y poder. Un libro denso y visionario con el que es difícil estar de acuerdo en la mitad de las cosas que dice y no aplaudir en la otra mitad. No sé si lo he acabado todavía.
Amos Oz: Una pantera en el sótano. Me encantan los libros de memorias infantiles que reflejan de verdad la mirada del niño sobre el mundo. Éste tiene un capítulo maravilloso en el que se compara la biblioteca paterna con un ejército en posición de batalla. Sólo con esas páginas se justifica todo un libro.

jueves, 7 de enero de 2010

La guerra civil

Los Reyes magos ya pasaron y dejaron su rastro como todos los años en casa. En medio del montón de regalos apareció un pequeño paquete con un juego para PC titulado "La guerra civil española".
-Debe de ser que los Reyes quieren que aprendan algo de historia estos adolescentes que están todo el día pegados a la pantallita, le dije a mi mujer.
Pero luego, cuando mi hijo metió el disco en el ordenador, vimos el pequeño documental (cinco minutos) que los fabricantes habían preparado para explicar el contexto antes de que empezaran los tortazos entre los muñequitos como cualquier otro juego mondo y lirondo. La república había intentado paliar los graves desequilibrios del país: la prepotencia de la Iglesia (aquí, una monjita alzando el brazo), la corrupción de los políticos tradicionales y el poder de los terratenientes (unos tipos fumando puros) y la sombra de los militares (unos generalotes sentados tomando café). La cosa se fue poniendo mala con el bienio conservador (¿cómo llegaron al gobierno? ¿en qué años? ¿qué pasó antes?).Por fin hubo elecciones en el 36 (ah, menos mal, unas elecciones) y los constantes conflictos entre falangistas y comunistas, además de la conspiración de los militares condujeron a España a la guerra civil.
Si se me ocurriera protestar ante los responsables, supongo que me dirían que se habían atenido a lo esencial. Se habrían visto empujados a dejar aspectos secundarios que no podrían meterse en los obligatorios cinco minutos: por ejemplo, las matanzas de sacerdotes y la quema de iglesias, la revolución de Asturias, la corrupción del partido radical de Lerroux, el asesinato de Calvo Sotelo. Todo minucias, vamos.
De todas formas, tampoco sé si vale la pena darle muchas vueltas a la cuestión. Un juego de Pc está para lo que está y sus Majestades han sido bastante ingenuas si pensaran otra cosa. O quizá es que este año hasta los Reyes magos se han vuelto republicanos.

lunes, 4 de enero de 2010

España, aparta de mí estos premios


No suelo ser muy partidario de los libros de humor del tipo Jardiel Poncela, porque a veces sientes la extraña obligación a reírte cada dos líneas. "Atención, que viene un chiste", parece que te dice el autor a cada rato. Sin embargo, me he reído con ganas gracias a esta obra disparatada del hispanoperuanojaponés Fernando Iwasaki. Imaginemos un solo cuento que, con las variaciones convenientes para ganar un sabroso premio económico, se debiera presentar a siete concursos diferentes. Cada uno de los concursos, por supuesto, es absurdo, desde uno convocado por una peña sevillista de Lora del Río a otro llamado "Héroes del Alcázar" que nace por iniciativa de una coalición municipal integrada por Falange auténtica e Izquierda Unida. A partir de estas premisas nace España, aparta de mí este cáliz, colección de siete relatos presuntamente presentados a otras tantas convocatorias apócrifas. Iwasaki incluye, además, las bases de los dichosos concursos, que ya son cómicas en sí mismas, y las resoluciones de unos jurados que también tienen su miga.

domingo, 3 de enero de 2010

Juan Bautista Avalle Arce


Me gusta pensar que los buenos filólogos, los críticos literarios de verdad, son como esos intérpretes de música clásica que saben sacar con su propia voz lo mejor de una partitura. Uno escucha a Mendelssohn, a Bach o a Joaquín Rodrigo y al mismo tiempo todos suenan a Barenboim, Yo yo Ma o Narciso Yepes. Con los críticos pasa igual: ellos reinterpretan las notas que puso el escritor y te devuelven el libro enriquecido por la memoria de otras lecturas y la humildad de quien está sirviendo a un texto mejor.
El pasado día de Navidad murió en la localidad navarra de Enériz Juan Bautista Avalle Arce. Había nacido en Buenos Aires y estaba orgulloso de sus ancestros carlistas y navarros. Estos datos suyos me lo hacían simpático antes de conocerlo. Cuando llegó su jubilación de la cátedra en la universidad californiana de Santa Barbara, decidió recluirse en la tierra de sus orígenes.
Poquísimos medios en España han dado la noticia de que con él se ha ido uno de los mayores comentaristas de Cervantes y del Siglo de Oro en general. Mejor no ahondar demasiado en la herida. Lo que ahora me importa es sólo dejar unas líneas de mi deuda personal con algunos escritos de Avalle Arce. Un artículo suyo consiguió que me interesara la Araucana de Ercilla, cosa que ya tiene su mérito. Pero ante todo le debo nada menos que el descubrimiento real del Quijote. Lo había leído antes, cierto, pero sólo cuando cayó en mis manos casi por azar un libro titulado Nuevos deslindes cervantinos, empecé a entender la grandeza del primer clásico de la novela. Comprendí que Don Quijote quería hacer de su vida una obra de arte -ésa es su locura-, y que el episodio de la cueva de Montesinos era un anticipo originalísimo de la representación del inconsciente en la vida de un personaje literario. Supe también cuánto provecho se puede sacar de un simple comienzo de una novela si se comparaban las palabras iniciales del Amadís, el Lazarillo y el Quijote. Y, sobre todo, quizá lo veo ahora mejor que antes, aprendí que se puede escribir con rigor y elegancia, al mismo tiempo que de una forma personal. La crítica literaria debiera realizarse sólo como un acto de agradecimiento hacia un libro o un autor que nos ha descubierto un mundo que era nuestro, pero no lo sabíamos. Avalle Arce practicaba su oficio con precisión, pero también con la pasión de quien interpreta unos textos -las partituras de los otros- que habían significado algo importante en su vida.

viernes, 1 de enero de 2010

Realidades

Anduvo Aquilino Duque hace cosa de mes y medio por Pamplona y, como un rey mago sin su elefante, me dio algunos libros suyos. De su último libro, Entreluces, copio este poema -regalo dentro del regalo-, esperanzado y realista al mismo tiempo (una dosis sabia para iniciar el año):

REALIDADES

No es posible que todo salga bien.
La vida es lucha y el pasado un cuento
contado por un tonto.
Uno acierta una vez de cada cien,
y no por ser más rápido o más lento
se sale antes o se llega pronto.

La gente es lo que es; no nos hagamos
con ella muchas ilusiones,
que para llamar jefes a los amos
se han inventado las revoluciones.

¿La fe? Sí, por supuesto.
Y la esperanza. Y el amor.
Y andar por esos mundos con lo puesto,
y ser buen perdedor.