sábado, 31 de diciembre de 2011

Tres entradas para la salida del año

Hace años, cuando un espíritu exquisito tenía que pronunciar ciertas expresiones decía: "es un hijo de..." o "que se vaya a la m...". Ahora ya puedes decir "puta" y "mierda" sin que la abuela se caiga al suelo. Pero eso no quiere decir que la sociedad haya eliminado sus tabúes; sencillamente los ha desplazado. La semana pasada, en una tienda de Pamplona, sorprendo esta conversación:
-Bueno, pues agur
-Pues eso, y felices...
Todo sea por no pronunciar la palabra prohibida.

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Hay gente que se deprime con la Navidad, porque no le encuentra un sentido. Su reacción tiene una lógica imbatible: la alegría obligatoria es molestísima. Por la misma razón, a mí me deprime la Nochevieja. ¿De qué se alegra toda esa multitud? ¿Qué sentido tiene? Pienso en la cogorza foral que se avecina y recuerdo el inmortal soneto de Jon Juaristi:

Otra vez me han plantado, ya me veo
enfangado en el qüisqui solitario.
A mi edad, sin embargo, es necesario
vigilarse el riñón. Me acuesto y leo.
Las nocheviejas me deprimen. Creo
que las voy a borrar del calendario.
Para el muermo no habrá otro aniversario
ni ganará a mi costa el jubileo.
Vuelvo, hasta que me pesa la cabeza,
a una lectura amena y provechosa:
La Regenta (edición de Juan Oleza).
Y me duermo seguro de una cosa:
tampoco ganaré, el año que empieza,
el concurso de tangos de Tolosa.

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Fin. Esta es la última entrada del año. Si para algo sirven estas fechas, es para hacer balance. Aquí bien, allá mal, el otro mes regular. A propósito de lo que uno esperaba y no salió, hace dos años puse acá unos versos sabios de Aquilino Duque. Hay que aprender a ser buen perdedor. Entre los buenos recuerdos, me queda una caminata a las siete de la mañana por las calles desiertas de Siena; haberme aficionado, a estas alturas, a pasear en bicicleta; la sorpresa renovada de encontrarme a un hijo en los pasillos de la universidad; un atardecer en la desembocadura del río Miño; la película Tintín de Spielberg; La tierra purpúrea de W. H. Hudson, Tom Jones de Fielding, los cuentos  de Machado de Assis, de Mansfield y "El duelo" de Chejov; el Octeto de Mendelssohn y la música de Guastavino; mi enésima visita a Buenos Aires y Montevideo: los reencuentros con amigos y colegas venidos de muy lejos... Por estas cosas, y otras que no cuento, vale la pena haber vivido este 2011. ... Feliz año a todos.
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miércoles, 28 de diciembre de 2011

Diez libros para regalar en Reyes





En tiempos de crisis lo mejor es regalar libros, aunque sólo sea por llevar la contraria. Una posibilidad sería comprar la obra completa de Lucía Etxebarría, para que así no deje de publicar.
Los que no quieran suicidarse tienen otras opciones. Por ejemplo, existen libros que cumplen la regla de las cuatro B: buenos, bonitos, baratos y breves. Aquí van diez sugerencias:


1. Iván Goncharov: El mal del ímpetu (Minúscula). De Goncharov conocía ese libro interminable, ruso y genial que es Oblómov. Igual de ruso, pero muy asequible es este disparate, un poco en la línea de "La nariz" o "El capote" de Gógol. Además de muy divertido, es una interesante fábula contra el estrés y el ecologismo barato.
2. William H. Hudson: La tierra purpúrea (Acantilado) Decía Borges que este era "uno de los pocos libros felices que hay en la tierra". Da igual que la trama y el espacio (Uruguay a mediados del siglo XIX) nos resulten algo remotos. Uno sale con buen cuerpo después de haberlo leído.
3. Antonio Marí: El vaso de plata (Asteroide): Este es un fijo de mis sugerencias para regalar. Un libro a medias ficticio y autobiográfico, en donde se hilvanan recuerdos familiares de un muchacho en los años sesenta. El fondo es su maduración moral y afectiva.
4. Hilario Barrero: Lengua de madera (antología de poesía breve en inglés, (Siltolá). Una exquisitez en todos los sentidos. Y una portada preciosa.
5. Willa Cather: Lucy Gayheart (Alba). Una historia melancólica y profunda sobre la soledad.
6. George V. Higgins: Los amigos de Eddie Cole (Asteroide): Novela negra ambientada a finales de los años sesenta. Para amantes del género.
7. Katherine Mansfield: En un balneario alemán (Alba). Mansfield fue mi descubrimiento de este verano: sutil , irónica. Una escritora de brevedades de la escuela de Chejov. Este libro temprano es en cierta forma, una venganza hacia ciertas experiencias de la autora en Alemania. La traducción de Clara Janés, muy buena.
8. Claudia Piñeiro: Las viudas de los jueves (Alfaguara). Lo que dije de esta novela, está aquí.
9. Joaquim Maria Machado de Assis: Cuentos de madurez (Pretextos). Idem. Sobre este libro también escribí y se puede ver aquí.
10. Muriel Spark: La plenitud de la señorita Brodie (Pretextos). Una novela en la que quien parece bueno, no es tan bueno; y en donde los malos, no lo son tanto. Todo contado como si la narradora se hiciera la tonta. Y en donde el final, leído cuidadosamente, explica mucho más de lo que se siente a primera vista. O, por decirlo con menos palabras: una novela que imita a la vida.

martes, 27 de diciembre de 2011

Vuelta a la normalidad

Bueno, pues ya resucitó el blog. Había sido inhabilitado durante dos días porque, al parecer, no reúno los requisitos de edad, según Blogger. Después de engañar a los de Google -se han creído que soy mayor de 18 años-, puedo seguir escribiendo en este rincón y en el de al lado. Vuelvo a ser un escribidor consentido.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Feliz Navidad




A todos: a los amigos, a los curiosos y a los indiferentes, a los que comentan, a los que se exponen con su nombre y apellido, a los que se esconden con un mote, a los anónimos, a los silenciosos, a los que pasan un rato y no vuelven nunca más... a todos, feliz Navidad.

martes, 20 de diciembre de 2011

Sic transit gloria mundi

A lo mejor nadie se acuerda, pero cuando Felipe González perdió la silla sus vencedores estuvieron apedreándolo hasta que dejó la secretaría de su partido. Ocho años después, Aznar ya no se presentaba a las elecciones, pero dio igual porque los socialistas siguieron agitando su figura como un espantajo en la época en que Zapatero predicaba paz y amor a los turcos. Ahora, nuestro presidente en funciones (que no funcionario) se va con el perfil bajo: sabe que aún le toca una larga temporada de empujones, propinados a partes iguales por amigos y enemigos. Quizá, en este punto su destino sea diferente del de sus predecesores. Pero, en cualquier caso, en el deporte de cascar al ídolo derrotado son idénticos socialistas y populares. A pesar de sus diferencias, se igualan en lo esencial: todos son españoles.
Sé que a mí mismo me sucederá en los próximos meses: cuando vea la que esté cayendo, me acordaré del presidente más inepto de la democracia y de toda su familia. Y quizás haré mal, porque no será momento de mirar al pasado, sino de pensar en el presente y en el futuro. Así que me hago el propósito de no volver a escribir sobre Z. nunca más.
(pero, de momento, todavía puedo: así que sólo me queda decir que Zapatero acaba su comedia, fiel al personaje que interpretó: Mr. Bean, quien, después de hacer toda clase de estropicios, sale de la película asustado y escapándose por el pasillo).

viernes, 16 de diciembre de 2011

La triste historia de Mme. Rolland

Nunca dediqué un minuto a pensar sobre la familia, hasta que decidimos formar una. De eso hace veinte años. Creo que entonces los libros sobre educación me parecían una pamema; hoy no sé qué pensar sobre la mayoría de ellos, pero si algo tengo claro es que llevar adelante una familia (más si es numerosa) es la aventura más complicada del mundo. Aquí es donde mejor se comprueba el equilibrio que hay entre las pocas verdades en que uno cree y la relativización de muchas cosas en la vida cotidiana. "Pasan las ideas, los principios permanecen", acabo de leer en Indro Montanelli. Qué gran verdad, sobre todo porque los principios válidos son tres o cuatro, y las ideas perecederas, casi infinitas. Pero muchas veces los padres creemos en demasiadas cosas.
Pondré un ejemplo que lleva la ventaja de que ya no tiene nada que ver con nuestra realidad familiar. Hoy en día se habla mucho de lo buenísimo que es amamantar al niño todo el tiempo que se pueda. Si se pudiera, hasta el Bachillerato. Ayer, en medio del centro comercial, había una santa madre dando el pecho a su bebé, ajena al barullo, y supongo que orgullosa. Ahí tenemos la prueba viviente de un dogma que ya está un poco viejito: tiene doscientos años por lo menos. Jean-Jacques Rousseau, gurú de la Ilustración, fue el primero en defender que, para ser una buena madre, era imprescindible dar el pecho. Si no se seguía este consejo, el niño crecería sin amor por culpa del egoísmo de su mamá.
Imbuida de los dogmas de Rousseau, Mme, Rolland, intelectual y política francesa (1754-1793), decidió alimentar a su pequeña ella misma, en contra de lo que se estilaba en su época. Según refiere en su autobiografía (escrita en la cárcel antes de morir en la guillotina), la empresa fue difícil, porque no le subía la leche. Pero era una mujer de carácter. Nadie le iba a quitar el deseo de sentirse una buena madre, así que contrató una señora  para que sorbiera sus pechos a fin de restaurar el flujo. Cuando esto no era suficiente, prohibía que se le diese cualquier otro alimento a la bebé. A base de privaciones sin cuento de madre e hija, consiguió nutrir a su niña hasta los dos años. Luego, me parece que exhausta, pagó a una nodriza para que siguiera con la tarea. El drama vino cuando Eudore, que así se llamaba su hija, empezó a esbozar las primeras sonrisas de su vida a la nodriza. A Mme. Rolland se le llevaron los demonios y despidió a su empleada, pero eso no eliminó su sufrimiento. ¿Por qué su hija no la quería, a pesar de todo lo que había hecho por ella?. Para desahogarse, escribió otra obrita (Consejos a mi hija) donde, en lugar de cantar las maravillas de la maternidad, se dedicaba a explicar los horrores del parto, la falta de sueño, su mastitis, sus enfermedades y sus angustias a una Eudore que un día se haría adulta y comprendería lo sacrificada que había sido su madre. 
A los seis años Mme.Rolland decidió que la niña debía leer los clásicos en su lengua original. Asombrada, vio que la niña no disfrutaba especialmente con el estudio y la lectura, lo que la decepcionó todavía más. Por esta y otras frustraciones, cuando su marido fue nombrado miembro de la Asamblea Nacional y ella tuvo que acompañarle a su nueva residencia en París, no permitió que la niña fuera con ellos y se quedó en un hostal al cuidado de unos criados."Aun cuando mis esfuerzos habían tenido que resultar infructuosos", escribe Mme. Rolland, " yo necesitaba para mí ser mi propio testigo de que yo había hecho todo cuanto podía por mi niña". Obsérvese cuántas veces pronuncia yo y mi en una única frase.
Durante el Terror jacobino en 1793, Jean-Marie Rolland se suicidó y su mujer fue condenada a la guillotina. En el cadalso pronunció unas palabras dirigidas a la posteridad:
"¡Oh, Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!" Frase con la que Mme. Rolland se ha hecho famosa, pero que no se suele relacionar con su experiencia maternal. 
Por lo demás, la pequeña Eudore creció, se casó, tuvo varios hijos, y llevó una vida burguesa y feliz. Nunca le gustó hablar de su famosa madre.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Tintín versus Spielberg

Seguramente Steven Spielberg reúne todos los tópicos del  hombre norteamericano. Como buen yanqui, desconocía la existencia de Tintín y quién sabe si de la misma Bélgica. Pero, cuando Peter Jackson le prestó los cómics de Hergé,  ha sacado lo mejor de su estereotipo (el niño que hay en él) y nos ha regalado una película brillante.
Dos cosas me han llamado la atención: la primera resulta tan obvia que no merece casi comentarios. La película está hecha con un mimo visual fuera de lo común. Hoy día se puede hacer casi todo con un buen programa de ordenador. Pero no es tan sencillo imaginar ciertas transiciones entre las escenas o la fusión de la caricatura tintinesca con la apostura real de los personajes. El otro punto fuerte de Las aventuras de Tintín afecta al guión adaptado. La combinación de dos álbumes (El secreto del unicornio y El cangrejo de las pinzas de oro) indica que los guionistas se han dado cuenta de que el personaje interesante no es Tintín, sino el capitán Haddock. Y lo más importante: las licencias y exageraciones típicas que se permiten en la historia (estupenda la escena de Tintín buscando las llaves en el camarote de los amotinados) son perfectas. El barroco de Spielberg casa bien con la línea clara de Hergé... casi siempre. Las peleas finales, que a tanta gente le pueden encantar con todo el derecho del mundo, a mí me parecieron un pelín exageradas.


Y hablando de pelos, Spielberg se deja llevar por el ego en plan simpático, y hace que el mechón de Tintín se parezca a la aleta de su Tiburón en una escena en el mar. Si no la han visto todavía, fíjense cuando aparece el hidroavión en escena y el protagonista se tira al agua... En realidad, la película hace muchos guiños al espectador, desde el primer minuto, en el que aparece el mismísimo Hergé haciéndole un retrato a Tintín, en un gesto casi velazqueño, aunque Spielberg, me temo, estaba pensando más en Norman Rockwell:




viernes, 2 de diciembre de 2011

Stendhal, o el señorito revolucionario



Sólo tiene catorce años y no sabe que en el futuro se llamará Stendhal. El joven Henri Beyle se entusiasma con las noticias sobre la ejecución de Luis XVI. Ya le tocaba, piensa, Todo su resentimiento hacia la nobleza procede de un amargo rechazo a su educación clerical y a la autoridad paterna. El tedio producido por un mundo domeñado por normas irrespirables, la frustración permanente ante las puertas cerradas a la imaginación, todo eso le empuja a la rebeldía contra el orden impuesto por las élites. De ahí que, cuando comiencen las algaradas revolucionarias, Beyle sintonice su afán de libertad personal en la misma dirección que el pueblo y sus líderes revolucionarios. Grenoble, la ciudad natal del escritor, se une pronto a la lucha.
El inexperto aspirante a jacobino se cuela en las reuniones de los de exaltados, pero bien pronto sufre su primera decepción. La gente que allá va no es de su gusto, ni lo será nunca. En sus recuerdos de entonces escribe:

Había allí unas mujeres de ínfima clase, muy mal vestidas. Se pedía la palabra desordenadamente… Me parecían horriblemente vulgares las gentes a las que hubiera querido amar… En una palabra, mi posición de entonces era igual a la de hoy: amo al pueblo y detesto a los opresores; pero sería para mí un suplicio vivir con el pueblo. Mi piel es demasiado fina, piel de mujer. De ahí quizá mi repugnancia inconmensurable por todo lo sucio, lo húmedo, lo negruzco. (La cita, en la excelente biografía de Consuelo Berges)

¿No es una premonición lo que le pasa a Stendhal? ¿No suena al despego inconfesado de tantos intelectuales que desde entonces, desde 1789, han predicado otras revoluciones? Aman al pueblo y cenan langostinos todas las noches. Pero hay más en este pasaje. Es la prevención contra la masa. El miedo a ser tocado, o a formar parte de ella. La desgana ante las manifestaciones colectivas. Algo que cuesta asumir al intelectual, o al hombre de letras en general, sea de la ideología que sea, porque está habituado a trabajar en la intimidad,a  leer, a escribir -dos actividades solitarias-, o a debatir en medio de un círculo selecto de amigos o colegas. 



jueves, 1 de diciembre de 2011

Nicanor Parra, premio Cervantes



-Bueno, qué, ¿se lo merece?
-Pues sí. Ya le tocaba, y me alegro de haberme quejado en el otro blog (o sea, aquí) del olvido increíble que hasta ahora había tenido el premio Cervantes con don Nicanor.

Oído al pasar

Lo bueno de vivir en un país donde la gente grita mientras habla, es que, de pronto, los conversadores te regalan una frase interesante o, al menos, curiosa. Andaba yo por el campus, entre el frío y la niebla, cuando me crucé con tres señoras mayores, de esas que van de visita a la universidad para lucir chándal. Una de ellas iba diciendo entusiasmada:
-... ¡Y el tío va para los ochenta y cinco años, y no veas lo guapo que está!
Alguno (muy joven) pensará las Parcas en chándal no debían estar para estos comentarios. Pero se equivocaría. Es notable cómo se modifican nuestras medidas de lo bello a medida que el tiempo va cayendo. Conozco mujeres que, a sus ochenta y pico, son ahora más hermosas que a los treinta. Es una belleza que otorgan la experiencia, la sabiduría y, me atrevería a decir, la bondad madurada a lo largo de los años.