El Diccionario de la Real Academia Española declara que despistado es aquel que deja de poner atención en algo. La Real Academia sabe mucho y uno más bien poco, pero yo diría que es más bien al revés. El distraído es aquel que se fija en lo que de verdad le interesa. Por eso sostengo que en realidad los distraídos viven más felices, y hasta juraría que viven mas años.
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Los sabios, los poetas y las modelos famosas son, por distintas razones, distraidos.
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Por la calle una señora bastante anciana le va comentando a otra la pena que le produce la llegada de la tarde. "Demasiado pronto", le dice. Y la compañera le asegura que eso también se nota por la mañana, ahora que ha cambiado la estación. "Pero, ¿cómo?". "Sí, sí, a las siete ya no es de día". A cada una de las dos le echo mentalmente, al menos, el doble de otoños que uno mismo, que ya son otoños. ¿Y de dónde entonces la sorpresa?, me digo. Tal vez sea eso lo que traen ciertas vejeces: un asombro permanente como el de los niños, pero poblado de tristeza. O no, quién sabe. En realidad, no debiera hablar de lo que no sé, sino de otra cosa, del don de sorprenderse con cada cambio, aunque sea de hora. Cada tiempo tiene su asombro, diríamos. Y si a uno se le abren las puertas del alma a las seis de la mañana en junio, ahora qué bendita esa intimidad que nos da la oscuridad en los postres del día.