jueves, 30 de diciembre de 2010

Escapada al País Vasco francés



El coche dejó atrás la última curva y, de pronto, apareció ante nosotros aquel pueblo indiferente y precioso, asoleándose al pie de los Pirineos. Al otro lado quedaba España. Después de veintimuchos años viviendo en el norte, hasta ahora no había yo descubierto la villa vascofrancesa de Sare (Sara, en vascuence). Tanto pueden las fronteras.
El País Vasco cambia al cruzar al otro lado del Bidasoa. Todo se vuelve más armonioso y ordenado, porque no en vano estamos en la dulce Francia. Sara es como los pueblos del Baztán navarro, pero en versión de postre. Aunque también se nota lo francés en otros aspectos menos líricos. Por ejemplo, en el bar del pueblo anterior nos obsequiaron con una ración de quesos translúcidos, tacañería inimaginable unos pocos kilómetros más al sur.
En la guía Michelin te aseguran que Sare es "l'un des plus beaux villages de France". Puede ser. A mí lo que me llamó la atención fue la iglesia y sus fúnebres alrededores. A la entrada, esta inscripción: "Cada hora golpea al hombre, la última le manda a la tumba". Ni Quevedo consigue ser más macabro. Luego rodeamos los muros poderosos del templo y fuimos recorriendo las lápidas que brillaban a la luz del mediodía. En el cementerio apeñuscado en torno a la iglesia no había tapias altas que escondieran las tumbas de las casas. Por las mañanas los vecinos abrirán las contraventanas para ventilar la habitación y podrán saludar a sus padres, hijos, hermanos, esposos difuntos. Pensé: "Aquí la gente siempre ha vivido en paz junto a la muerte". Y fantaseé: "No tuvieron miedo de ella o, al menos, convivieron  sin angustia con esta realidad".




Por último, penetramos al interior y nos deslumbró el coro de tres pisos. Y también, esa inscripción humilde, escrita a mano en un pequeño cartel, al lado de las velas y frente a una imagen de la Virgen:

"No sé como rezar ni qué decir, pero esta luz que te ofrezco es un poco de mi bien, de mi tiempo, de mi mismo...La dejo delante de la Santísima Virgen. Ella simboliza mi devoción mientras sigo mi camino hacia delante..."

domingo, 26 de diciembre de 2010

Un sueño profético

Ayer tuve un sueño espantoso. Zapatero y Rajoy estaban en el apartamento de mis padres en El Puerto de Santa María. Desde la terraza veían en la playa a los niños de San Idelfonso que estaban dándole vueltas a los bombos de la lotería. Rajoy le dio un codazo a Zapatero y bien oiréis lo que le decía:
-Oye, José Luis, ¿y si nos arreglamos para que salga nuestro número? Como somos los que mandamos, podemos hacer lo que nos dé la gana y nos forramos.
Pero Zapatero, muy serio, allí le contestaba:
- Mariano, amigo mío, este es tiempo de responsabilidad. En un momento de crisis como el que se encuentra nuestro país, es la hora de que todos arrimemos el hombro...
Y en ese tono seguía hablando y dando cifras económicas que no consigo recordar. Lo curioso es que, de pronto salía yo mismo y felicitaba a Zapatero por su discurso sincero, y él me respondía con una sonrisa melancólica y silenciosa. Por si todo fuera poco surrealista, luego entraba mi mujer (que ya es raro que pise el apartamento de sus suegros, casi tanto como los otros dos), y me sugería que tal vez Zapatero, cuando se retire, podría ocupar el lugar del rey. A fin de cuentas, su discurso tenía un valor moral. En fin...
Tratando de pscoanalizarme, he llegado a la conclusión de que todo se debió a la impresión que me produjo el último discurso de Z. en el congreso, cuando se refirió a los cinco años de duros ajustes que nos aguardan. Después de dos años escuchándole que el fin de la crisis está cerca, a un mes vista o poco menos, ahora resulta que no, que hay que esperar un poquito. No sé ustedes, pero, para mí, este discurso excepcional es un testamento político. Como por una vez ha dicho la verdad, tendrá que dimitir. Eso sí, cuando lo haga, seguirá fiel a su estilo: de la noche a la mañana, y cuando menos se lo piense la gente.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Feliz Navidad



CANCIÓN A TIENTAS


La niña tuvo un sueño
de amanecida
y en el sueño su cuerpo
resplandecía.


Se despierta y quisiera
ver lo que ha visto:
seguir jugando a tientas 
con aquel niño.


En el cielo la luna
cascabelea
y un copo, un solo copo, 
llena la tierra.


En la cuna está el niño;
piensa que es sueño;
le toca con las manos
y el pensamiento.


Vuelve a tocarle un poco; 
no está segura
y cae la nieve a tientas
sobre la cuna.


Con el niño en los brazos
sólo quisiera
saber si está viviendo
lo que entresueña.



(El cuadro es de Andrea Mantegna, y los versos de Luis Rosales, cuyo centenario de su nacimiento estamos a punto de cerrar).


jueves, 23 de diciembre de 2010

Escenas de fin de trimestre

Me gusta llegar a la universidad en este tiempo. Los estudiantes han volado a sus refugios de invierno y algo como una pereza fría se instala en el aire. El campus, habitualmente tan limpito y requintado, ahora adopta un helado descuido, atravesado por charcos y hojas tardías. Los días se apagan pronto y, mientras regresas a casa, la noche te acoge, íntima.

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Fin de trimestre. Al atardecer, entre los libros y los ecos, la biblioteca se vuelve secreta.


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El otro día, huyendo del frío, se coló un ratón en el despacho de mi mujer y de su compañera de trabajo. Hubo brincos y chillidos, e incluso se requirió el auxilio de dos valerosos caballeros que andaban por allí cerca. Pero no sirvió de nada porque el intruso se escabulló, audaz, por un agujero. Es curioso que, en tantos años, sea la primera vez que yo sepa de un ataque de esta naturaleza. En general, nuestros ratones autóctonos, los ratones de biblioteca universitaria, son más grandes y, sin embargo, nadie escapa de ellos.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Con el tiempo

...uno se encuentra con el mismo libro en la mesilla de noche. Al acostarse, lo abre por cualquier lado, relee tres o cuatro páginas y lo deja. Al cabo de las semanas, piensa que debiera escribir algo sobre él, pero no sabe cómo empezar. ¿Cómo empezar hablando del libro de un amigo?  No se leen las cosas de la misma manera cuando los poemas se te han hecho tan familiares, pero, en fin, lo voy a intentar.
Creo que es fácil ver las diferencias de este libro (a estas alturas unos cuantos habrán adivinado que me refiero a Con el tiempo de Enrique García-Máiquez) con los anteriores. Ardua mediocritas (1997) y Haz de luz (1997) descubrían, en sus mismos títulos, el deseo de deslumbrar con el ingenio verbal, pirotecnia de juventud que el poeta ha dejado atrás sin perderla del todo, porque es un rasgo amabilísimo de su personalidad literaria. Luego vino Casa propia (2004), que me sigue pareciendo su poemario más sólido, más acabado. Todavía no se le ha dado a este libro la importancia que merece, pero su misma perfección oculta tal vez la inseguridad de quien considera que no ha sido capaz de dar el salto definitivo. Y ahora llega la última entrega de Enrique, adornada de un título gris como su bella portada, acaso más despeinada que la anterior, pero provista de los poemas más intensos y emocionantes. Esto se llama, definitivamente, madurez. 
Juan Ramón Jiménez decía que la importancia de un autor se medía por la cantidad de poemas suyos que podíamos cita o recordar. Con el tiempo trae un buen puñado de poemas para guardar en la memoria o en la mesilla de noche.
Lo primero que llama la atención es cómo el poeta ha descubierto el dolorido sentir en sus elegías iniciales. Qué extraordinarios poemas los dedicados a su madre: "In memoriam", "Salto", "Albada", especialmente. Lo mismo se puede decir de "El hijo que no tengo", que, por suerte, no es verdad. Y de los poemas de amor a la esposa. A la hora de la siesta, "su pecho es una caracola/ donde resuena el mar". En poemarios anteriores el intelecto, la auto-ironía y el ingenio gobernaban muchos poemas de Enrique G-M. Aquí sucede igual, pero, me parece, encontramos dos novedades: la plasticidad y el asombro espontáneo. A veces, incluso, la poesía brota misteriosamente de una imagen ambigua o poco explicada, como cuando el poeta se dirige a su madre en este maravilloso poema, "Albada":

Nos vemos mucho más
desde que has muerto:
te veo cada noche
cruzar mis sueños.

La madrugada
-que es de cristal y alondra-,
nos desampara.

La madrugada, de cristal y alondra. Qué hallazgo.
Por lo demás, la fe cristiana sigue sosteniendo el mundo del poeta, si bien ahora queda probada y forjada en la adversidad del tiempo y de la muerte. La incertidumbre que descubren algunos poemas ("Blanco y negro", otro acierto) no debilita sus convicciones, pero sí las hace más próximas y emotivas. Que uno dude de muchas cosas en la vida no lo vuelve relativista, sino sabio. La poesía es el terreno contradictorio de la precisión y la ambigüedad. El autor lo sabe bien, y lo ha mostrado con inteligente y apasionada lucidez en este hermoso libro. 

lunes, 20 de diciembre de 2010

Más vodka

En la entrada de anteayer, Víctor González hacía un comentario muy sugerente sobre los orígenes del alcoholismo en Rusia. A lo que él señalaba se complementa este otro fragmento de El baile de Natacha que, me parece, nos habla también de algunos riesgos del libre comercio, además de relativizar ciertos signos nacionales (la afición por el vodka, en este caso), que parecen ser "eternos" y que, en realidad, han surgido de un interés mercantil:

Entre 1841 y 1859 murieron mil personas al año por exceso de bebidas alcohólicas. Sin embargo, sería erróneo llegar a la conclusión de que en Rusia el alcoholismo era endémico o una práctica arraigada. De hecho, no fue hasta el período moderno -que comenzó a finales del siglo XVIII- que el nivel de consumo en Rusia se convirtió en una amenaza para la vida de la nación; e incluso en aquel entonces se trataba de un problema que, en esencia, había sido inventado por la pequeña aristocracia y por el Estado mismo. En la segunda mitad del siglo XVIII los destiladores de la clase acomodada aumentaron muchísimo su producción. Con la reforma de los gobiernos locales de 1775, que transfirió el control de policía a los magistrados de la aristocracia, el Estado dejó de fiscalizar el floreciente comercio minorista, legal o ilegal, y esto enriqueció sobremanera a los vendedores de vodka. (...) La Iglesia planteaba la cuestión constantemente, haciendo vehementes campañas contra las tiendas de bebidas (...) Pero como el Estado obtenía de las ventas de vodka al menso un cuarto del total de sus recaudaciones, y la aristocracia tenía intereses creados en este comercio, no hubo muchas presiones para hacer efectiva esta reforma.

sábado, 18 de diciembre de 2010

El baile de Natacha

Desde hace meses voy leyendo a sorbitos un libro gordísimo, pero interesante, El baile de Natacha. Una historia cultural rusa de Orlando Figes. Es la crónica apasionante de un camino penoso. A saber, de cómo Rusia fue pasando de ser un estado medieval y bárbaro a fines del siglo XVIII a otro, con aspiraciones de modernidad pero caótico y disparatado. Repasamos la vida cotidiana de nobles y siervos, la obra de artistas e intelectuales, la agricultura, las fiestas, la política, la gastronomía, las ciudades o la educación y la vida familiar. Así, me entero de que entre los hijos de nobles, era corriente que los niños fueran confinados en apartamentos separados dentro la casa de sus padres, donde se alimentaban y vivían junto a sus criados y preceptores. No veían a sus progenitores durante meses. Podría decirse que, en esta esfera, como en otras de la vida cotidiana,  los rusos, obsesionados con parecerse a los occidentales, hacían, sin quererlo, una caricatura de sus modelos. Si en la Europa del XIX (y aun antes), los padres distantes eran la norma, en Rusia decían: "¿No quieres té? Pues toma tres tazas".  
Los niños acababan queriendo más a sus nodrizas. Me ha hecho gracia este párrafo autobiográfico de las memorias de un hidalgo ruso, en donde recuerda enternecido a su aya que le convirtió durante su infancia en un inútil incapaz de ponerse solo los calcetines:




Como Fevronia Stepanovna me lo consentía todo sin cesar, me convertí en un niño llorón y en un verdadero cobarde, cosa que llegué a lamentar cuando me incorporé al ejército. La influencia de mi niñera paralizó los intentos de todos mis preceptores masculinos para endurecerme (...) Años después, cuando, ya hecho un joven oficial, regresé al hogar, ella había dispuesto dos habitaciones en la casa para mí, pero eran como el cuarto de los niños. Cada día ponía manzanas en mi cama. Le ofendía que yo hubiera traído a mi ordenanza, puesto que consideraba su obligación servirme. Se escandalizó cuando descubrió  que yo fumaba, y no me atreví a contarle que también bebía. Pero el golpe mas fuerte se produjo cuando partí a combatir a los serbios. Trató de disuadirme hasta que, una noche, declaró que me acompañaría al frente. Viviríamos juntos en una pequeña cabaña y mientras yo iba a la guerra ella limpiaría la casa y prepararía la cena. Luego, en los festivos, pasaríamos el día juntos horneando pasteles, como habíamos hecho siempre, y cuando la guerra llegara a su fin regresaríamos al hogar con medallas en el pecho. Me fui a dormir plácidamente, imaginando que la guerra era tan idílica como ella decía.




Se me ocurren varias cosas al releer este párrafo. Una, que la maternidad no es sólo un instinto biológico, sino que también tiene mucho de cultural. Y dos, que ciertos valores que defendemos unos cuantos (la participación directa de los padres en la educación de los hijos, por ejemplo) no tienen su origen histórico en las formas tradicionales de la familia, sino en conductas más modernas que poco tienen que ver con la Rusia del siglo XIX o, por qué no decirlo, en la atrasada España de la misma época. La literatura infantil, los manuales de educación familiar o -por supuesto- la reivindicación de la realización de la mujer en la familia y en el trabajo-, se consagran en la modernidad burguesa, y no en etapas anteriores, quizá más acordes en términos filosóficos o religiosos con una forma cristiana de pensar, pero en la que no viviríamos nunca si, por arte de magia, nos transportaran hasta el siglo XII. La historia es complicada y no se puede dividir en compartimentos estancos.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Vargas Llosa y España

Vargas Llosa pronunció una brillante conferencia en Estocolmo con motivo de su recepción del premio Nobel. Entre otras cosas, repasó su trayectoria vital y literaria y dejó este párrafo sobre España:

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y, tal vez como otros colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, sin premios ni lectores, cuyo talento acaso -triste consuelo- descubrirá algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.



Es interesante eso que señala el flamante Nobel de que no ve incompatibilidad en asumir dos identidades nacionales, pero no tengo espacio para glosarlo aquí. Lo que ahora me llama la atención es cómo Vargas Llosa, todo un caballero, demuestra una relación natural y sin complejos con nuestro país, algo no tan frecuente entre los intelectuales hispanoamericanos del día (otro era Onetti, justamente agradecido; en cambio, García Márquez, aunque mucho debe a España, se suele apuntar a los tópicos antiespañoles para disfrute de propios y extraños, es decir, de los seguidores de Fidel Castro y de la academia norteamericana). 
El discurso ya está dando que hablar. Entre otros, el Informe semanal de ayer por la noche se explayaba sobre la presunta persecución que sufrieron las novelas de Vargas Llosa en la España de los años sesenta. Que a uno le hayan censurado en tiempos de Franco es hoy timbre de gloria, con independencia de si escribió estupideces o maravillas. Pero lo cierto es que La ciudad y los perros fue premiada aquí, que se le recortaron dos o tres palabras, para asombro de su editor Carlos Barral (él, poco sospechoso de franquismo, lo cuenta en sus memorias, creo recordar), y que tuvo un enorme éxito. En realidad, a los autores del Boom les aplicaron poco la tijera, salvo a Carlos Fuentes con una novela menor, Cambio de piel, cuyos problemas con la censura causaron cierto revuelo internacional. 
En fin, que Vargas Llosa siempre ha tenido suerte con España. Y es curioso que nuestras izquierdas y derechas, que tan poco suelen coincidir, hayan reaccionado al unísono en el entusiasmo por su premio. Este hecho, me parece, las retrata de forma indirecta. La izquierda española de los sesenta, la gauche divine barcelonesa en particular, promovió la obra de don Mario, como la de otros autores del otro lado del océano, porque era una manera oblicua de introducir mensajes marxistas en el medio cultural español. La ciudad y los perros arremetía contra el estamento militar, por ejemplo, pero no pasaba nada porque se trataba de militares peruanos. Con la llegada de la democracia, Vargas Llosa se convirtió en una firma prestigiosa y habitual del periódico de referencia, El país, y hasta hoy. El neoliberalismo de nuestro autor no molestaba tanto, porque, a fin de cuentas, la alta izquierda española se ha ido aburguesando y abandonando la cazadora de pana por la ropa de Gucci.  Todo lo contrario, por cierto, de la izquierda hispanoamericana, a la que le ha sentado regular la noticia del Nobel peruano.
Por otro lado, no hay cosa que guste más a la derecha que aceptar los productos culturales de la izquierda y si, para colmo, dicho producto sale respondón contra sus padres, mejor que mejor. Por eso la derecha española también ha saltado de alegría con el premio.  Esperanza Aguirre, por ejemplo, proclamaba su felicidad hace unos meses porque era la primera vez que "a un amigo" -palabras más o menos literales-, le concedían el Nobel. Los juicios antinacionalistas, la aversión al modelo económico socialista o la exaltación de España como país son cosas que a nuestros conservadores les caen muy bien, aunque se escriban en El país. En cambio, sobre otras opiniones de Vargas Llosa más próximas al credo izquierdista (el matrimonio homosexual o la eutanasia, por ejemplo) no se pronuncian, lo que me parece también revelador de qué importa y qué no a los líderes de la derecha española. 

martes, 7 de diciembre de 2010

Ajedrez

Estoy jugando al ajedrez con la Señora Muerte a la orilla del mar. Hemos cambiado las reglas. Cada vez que Ella o yo tocamos una pieza del contrario, la arrojamos tranquilamente al océano. Al cabo de cinco minutos quedan sólo su Rey y el mío.
-Oiga, le pregunto.- Cuando ya no queden piezas, ¿qué hacemos? ¿Tiramos el tablero?
La Muerte abre muchísimo la boca y me sonríe. Pero no sé por qué, sospecho que Ella piensa en tirar otra cosa.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Aquí, torre de troncol

"¡Mira la torre de troncol!", así decía mi sobrinita y ahijada  cuando estaba aprendiendo a hablar y entró por primera vez en un aeropuerto.
Ahora que ya se ha terminado (o eso dicen) el penúltimo caos nacional, no hablaré de los irresponsables troncoladores aéreos ni del gobierno destroncolado. Uno va leyendo sobre el asunto aquí y allá, y puede adherirse a las razones de unos o de otros. En cambio, en todas las versiones, el tercer implicado en el desbarajuste, el noble y sufrido pueblo español, aparece siempre como víctima inocente.
Pero en este rincón trato de hablar de mi experiencia, que es lo poco a lo que me agarro para entender las cosas. En los últimos seis meses he tenido que volar en muchas ocasiones. Y en casi todos los viajes he padecido retrasos de dos o tres horas. Para mi sopresa, nadie, o casi nadie, entre los pasajeros preguntaba nunca por las razones de que el avión estuviera dando vueltas alrededor de Barajas o de que estuviéramos dando vueltas por los posmodernos pasillos de la T4 porque los troncoladores se divertían cambiando las entradas en los aviones cada quince minutos. La gente suspiraba y seguía las instrucciones con laica resignación. Curiosamente nadie relacionaba todas estas situaciones con el problema de los troncoladores en agosto, aplazado con su habitual eficacia por nuestro presidente. En fin, ¿qué quieren? Si una sociedad mira hacia otro lado o no ve un problema porque los medios de comunicación no lo denuncian (precioso silencio el de todos estos meses), lo normal es que le caiga el tronco encima en cualquier momento.

domingo, 5 de diciembre de 2010

No es exacto, pero sirve (creo)

De pequeño me atragantaba yo con dos oraciones del cristiano: el Credo y el Señor mío, Jesucristo. Nunca me las sabía enteras de memoria y terminaba confundiendo palabras y diciendo disparates. Ahora me pasa lo mismo. Lo de que haya dos Credos posibles para la Misa no me ayuda especialmente. Y, en cuanto al Señor mío, Jesucristo, hoy lo recitaba para mis adentros y, de pronto me vi diciendo: "Por ser Vos quien sois, Bondad infinita, me alegro de todo corazón, por haberos conocido".
En fin, si non é vero, é bene trovato.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Elogio de los bolsillos

Hace dos días hablaba de cofres y cajones. Humildemente debo confesar que no tengo cofres y que los cajones de mi armario guardan pocos tesoros. En cambio, los bolsillos de mi cazadora, sí. Ayer hice limpieza  y saqué de todo. Pasen y vean.

-una moleskine 
-un teléfono móvil
-un CD de tangos de Adriana Varela
-un juego de llaves de casa y del coche
-un plástico arrugado
-un cable de televisión (Los niños crecen. Antes guardaba piezas de lego y muñecos playmobil).
-dos caramelos confiscados (En esto siguen sin crecer)
un recordatorio del bautizo de una alumna china (me lo regaló en 2005 y hasta hoy)
-una unidad USB (otro aparatito más)
-un cepillito limpia calzado de Hotel (muy útil para entrevistas importantes y clases en días de lluvia).
-una agenda
-unos kleenex (sin usar, ojo)
-un ticket de Dia (usado)
-un papel con direcciones de Madrid.
-una garantía ilegible de Leroy Merlin.
-un lápiz comido por la punta (con señales de roedor infantil)
-un enorme marcador de libro hecho por uno de mis hijos en 2008. Está plastificado y en él se lee la siguiente inscripción: "Papá, eres listo, bueno, estudioso y trabajador. A veces te enfadas pero lo importante es la familia" (lo  miro, lo remiro, y de pronto me falta el aire).
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jueves, 2 de diciembre de 2010

Fogonazos, 4

Cuando uno es joven, se vuelve nostálgico de la infancia, acaso para compensar la poquedad de lo vivido. Pero enseguida llegan los proyectos (el trabajo, los amores, la familia)  y se mira hacia el porvenir. Hasta que pasa el tiempo y  la rutina te impone su ritmo previsible. No te apetece mirar hacia atrás y las ilusiones, si no desaparecen, se van difuminando.Supongo que eso es la madurez: vivir sólo para el tiempo presente. Lo mismo que censuro en mis hijos cuando entran en la adolescencia.

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Revisando fotografías de personas queridas: sensación agridulce. Una tras otra, repaso imágenes, gestos y posturas felices, pero también adivino la inconsciencia acerca de su futuro, la ignorancia que había detrás de aquella mirada sonriente.

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Y, sin embargo, la experiencia también me enseña que detrás del chaparrón viene la alegría.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cofres y cajones

En unas páginas preciosas, Bachelard dice que cofres y cajones concentran un rico poder simbólico. Ellos abren la puerta a nuestra imaginación sobre la intimidad ajena:

 "Nunca llegamos al fondo del cofrecillo. ¿Cómo explicar mejor la infinitud de la dimensión íntima? A veces, un mueble amorosamente labrado tiene perspectivas interiores modificadas sin cesar por el ensueño. Una casa está oculta en un cofrecillo (...) Habrá siempre más cosas en un cofrecillo cerrado que en un cofre abierto. La comprobación es la muerte de las imágenes. Imaginar siempre será más grande que vivir" (G. Bachelard: Poética del espacio)

Quizá por eso los niños andan huroneando en los cajones de sus padres. Intuyen que allá, al fondo de los armarios, se encuentran las noticias que no conocen, ni conocerán, de los seres a los que les deben la vida. Pues las vidas de los padres siempre esconden secretos impenetrables para el hijo y la infancia siempre será la edad del asombro ante los misterios familiares.