miércoles, 30 de junio de 2010

Sofisma

Se dice que la edad hace más sabias a las personas. Puro sofisma: a veces la experiencia las vuelve cínicas, que no es lo mismo.

lunes, 28 de junio de 2010

Récord Guiness

En cuanto empezó el concurso, Él y Ella se abrazaron amorosamente para siempre y batieron todos los récords hasta hoy. Él se llamaba Adán y Ella, Eva.

jueves, 24 de junio de 2010

Vísperas de viaje

Viajar nos recuerda que la vida es mientras tanto.
(Adolfo Bioy Casares)


Los espacios me los llevo conmigo y me enriquezco en el movimiento.
(Gonzalo Rojas)


De París al cielo hay la misma distancia que de Buenos Aires al cielo.
(Leopoldo Marechal)

martes, 22 de junio de 2010

Para qué sirve la cultura

Para qué sirve viajar, perder el tiempo yendo al teatro, a las exposiciones y visitando monumentos hermosos... Uno se pregunta estas cosas desde siempre. Y ahora me encuentro con este fragmento de las memorias de Vasconcelos. Acaba de llegar a Londres por primera vez en compañía de su amante, Adriana, y, en lugar de ocuparse de los asuntos políticos que tenía encomendados, pasa los tres primeros días viendo museos, asistiendo a la ópera y a un espectáculo de ballet donde actúa Anna Pavlova. Y, no sólo para justificarse sino con profunda convicción, escribe:
También un motivo universal justifica las complejidades de la vocación. Todas las variedades que las circunstancias imponen a nuestra acción no impiden que la persona que somos se mantenga a través de las envolturas. Nuestra tarea en sociedad es una de las túnicas transitorias; su camisa es la política; la necesidad de una profesión, de un oficio, es otra vestimenta que hoy llamaríamos económica; pero por encima de todas estas circunstancias externas y secundarias está la misión que el espíritu nos ha señalado.
La "misión" es, pues, el ahondamiento en todo eso que llamamos cultura, porque sólo así, enriqueciéndose por dentro, pueden imponerse mejor las tareas que reclama la sociedad. Tareas que son quizá secundarias, cierto, pero obligatorias.

sábado, 19 de junio de 2010

La Naturaleza imita al arte

La niña estaba simpatiquísima con sus tres años y su falda de flores.
-Está en la etapa rosa de Picasso, dijo su madre justamente orgullosa.
-Luego vendrá la etapa azul, cuando les entra la melancolía, comentó uno de nosotros.
-Y más tarde la etapa cubista, añadió otro más escéptico.
-En la adolescencia lo que viene es el Romanticismo.
-Bueno, y eso, si no se te hace gótica como las hijas de no sé quién...
-En realidad, lo que los padres quieren para los hijos es el Neoclasicismo. Por eso son tan aburridos y los niños no les hacen caso.
Es verdad eso de que la Naturaleza imita al arte, pensaba yo entonces. Para entender mejor a las cosas y a las personas -a lo que le espera a las personas, en este caso-, recurrimos a las imágenes artísticas que todos compartimos...
(Y mientras decíamos y pensábamos todas aquellas pedanterías, la niña seguía sonriendo, sonriendo y mirándose el vestidito, feliz).

viernes, 18 de junio de 2010

Escapada bruselense


Puede que alguno todavía me crea paseando por Münster y viendo cosas raras a cada esquina. No es así. En esta semana larga he viajado de un lugar a otro y no es bueno tanto movimiento para la escritura. El fin de semana pasado me escapé a Bruselas, invitado por unos buenos amigos, y, como ya es plaza que visité en alguna ocasión, aproveché para conocer otros lugares menos bombardeados por la turistada.
Para ser realistas, Bruselas no es ciudad de lugares memorables. Son prescindibles el muñequito meón y el monumento a las bolas, también conocido como Atomium. En cambio, uno no debiera perderse la grand platz y, quizá, tampoco la Catedral. Por lo demás, si el viajero va, como suele, con prisa, lo más probable es que saque una idea más bien mediocre de la ciudad. Los bruselenses han puesto esfuerzo en destrozar ellos solitos y sin la ayuda de ninguna guerra mundial, su centro histórico. Sin embargo, en el caso de que se tenga paciencia y algún día más, me atrevo a dar el consejo de pasear por la ciudad alta, los barrios aristocráticos del sur, la avenida Tervuren. Pueden asomarse al exquisito Museo Van Buuren (aquí) o al espectacular palacio Stoclet (aquí), tan verdadero que sólo se puede admirar desde el exterior. Bruselas puede vanagloriarse -pero no lo hace-, de ser una de las ciudades con mayor patrimonio de art decó de Europa.
En este último viaje estuve en la Maison Autrique, una de las primeras casas realizadas por Victor Horta (quien también tiene museo en la ciudad). Está en un barrio medio moruno y decadente. Es una bella muestra de la arquitectura elegante de principios del siglo XX y, para los amantes del cómic belga o de la literatura fantástica, también tendrá alguna sorpresa, como la imagen de aquí arriba. La sorprendí en una de sus fantasmagóricas habitaciones.

jueves, 10 de junio de 2010

Paseos y visiones

La soledad nos hace observadores. Por eso, en mis paseos por Münster no sólo he admirado la armonía de las alamedas, las praderas perfumadas, la música de los campanarios. También he visto cosas raras. Un chino en bicicleta silbando "Pajaritos por aquí, pajaritos por allá". Una señora con bigote hitleriano que rondaba por los pasillos de la Facultad y que, por suerte, no entró en mi clase. Un cisne de plástico flotando en el lago central del que, según me contaron, se enamoró una congénere hembra de verdad, una cisne de plumas y huesos, hasta el punto de que jamás se separaba de él.
Hace un rato pasé por delante de una marquesina y enseguida ví una pareja de novios. Los dos eran jóvenes y feos. Ella tenía tapada la boca con una pelota roja de plástico, como los cerditos. En ese momento acercó lentamente su boca a la boca de él. Él abrió la suya. Ella depositó la bola dentro. Y él hizo como que se la tragaba, pero no. Luego se besaron unos segundos. De golpe, casi de un brinco, ella se separó y soltó una carcajada. Él se quedó quieto, pero enseguida empezó a moverse convulsivamente y a gemir. Ella seguía riendo. Él gemía más y más.
Luego él dio un salto, escupió la pelota y empezó a reír también. Con la boca cerrada, eso sí.

miércoles, 9 de junio de 2010

Vasconcelos, el provocador


Voy leyendo las larguísimas memorias de José Vasconcelos. Aunque el personaje no acaba de resultarme simpático (dedicar dos mil páginas a uno mismo es un récord interesante de egolatría), debo confesar que hasta ahora no conocía de verdad al mejor prosista mexicano antes de Juan Rulfo.
Ya en la primera parte, Ulises criollo, el autor va contando con imaginación y memoria prodigiosas sus recuerdos infantiles. Allí están las vivísimas escenas de su familia, que vivió en múltiples lugares de la geografía mexicana, desde la desértica frontera con Estados Unidos hasta el húmedo Yucatán. Y también allí, la tensión entre una ávida sensualidad y las inquietudes religiosas, en donde su madre ocupa un papel principal. Esa formación católica, en la piedad y en el intelecto, no le abandonará nunca, ni siquiera cuando pierda la fe, ya adulto, y coquetee con el budismo, el neoplatonismo o el cristianismo a lo Tolstoy.
Pero, por encima de todo, Vasconcelos es un apasionado (sus aventuras sentimentales se leen como un folletín) y un intelectual provocador. Le encanta desmontar lugares comunes y enfrentarse, no sólo a los políticos revolucionarios de su tiempo, sino a los tópicos del pensamiento dominante. Como ejemplo, este fragmento, que -me parece-, no sólo vale para México, sino para todo el continente americano y, quién sabe, si también para España:

Uno de los libros que más me removió el interés fue el titulado "El Dios blanco, el Dios hermoso", una especie de novela a propósito de la llegada de los españoles para la conquista de México... Y era singular que aquellos norteamericanos, tan celosos de los privilegios de su casta blanca, tratándose de México siempre simpatizaban con los indios, nunca con los españoles. La tesis del español bárbaro y el indio noble no sólo se daba en las escuelas de México; también en las yankees. No sospechaba, por supuesto, entonces, que nuestros propios textos no eran otra cosa que una paráfrasis de textos yankees y un instrumento de penetración de la nueva influencia.

(José Vasconcelos: Ulises criollo)

martes, 8 de junio de 2010

Estilo y estribillo

A veces, cuando estoy escribiendo, me asalta la inquietud de si tal o cual idea gustará o no, si molestará a Fulano o aburrirá a Mengano. Y alguna vez me han venido a la mente, como un estribillo misterioso, los versos del Romancero:Yo no digo mi canción/sino a quien conmigo va.
Uno no aspira -sólo faltaba- a que sus lectores se queden con la boca abierta como los peces del romance ni a que las oficinas se queden en calma cuando alguien lea la última entrada de este blog. Pero inevitablemente se escribe siempre para los demás, incluso si pareciera que todo es un simple desahogo. Yo pienso, en primer lugar, en unos pocos lectores con nombre y apellidos (o con pseudónimo), aunque luego la entrada quede ahí, expuesta a la vergüenza pública de la Red .
Sin embargo, qué importante es, a pesar de todo, ser fiel a la experiencia que quieres comprender mejor en el momento de sentarte a escribir. Y qué difícil encontrar la palabra justa, si es que alguna vez se encuentra. Cuando termino metiéndome por estos vericuetos del estilo, vuelvo a la jaculatoria mágica del Romancero:

Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.

lunes, 7 de junio de 2010

Una excursión alemana: Soest


Pagué la novatada y no miré bien el billete. No me bajé en Hamm (desconfíaba de una estación con nombre ajamonado) y de pronto me vi llegando a una ciudad de nombre imprevisto. Me bajé con cierta alarma y descubrí unas casas feas, además de un andén desarreglado en donde vegetaba una chica cuya figura era, en sí misma, un rotundo homenaje a la albóndiga. La chica, para variar, no sabía inglés y, tras algunos esfuerzos, conseguí hacerme entender en alemán. Yo debía llegar a Soest, una pequeña ciudad al sur de Münster, cambiando dos veces de tren. Al final lo conseguí, pero tardé una hora más de lo previsto.
Soest es un pueblo muy agradable, salvado increíblemente de los bombardeos y las restauraciones posteriores a la guerra. Su tamaño escaso y su relativa importancia lo preservaron de la mirada de los aviones aliados. Pero fue ciudad destacada en la Edad Media, cuando se asoció a la liga hanseática. Quizá ésta sea una buena norma para viajar por Alemania: fijarse en los lugares que tuvieron algún interés en la historia anterior al siglo XIX, pero que entraron en decadencia con la modernidad. Allí tuvo que haber menos destrucción.
Hay cuatro iglesias magníficas en Soest. Santa Maria zu Höhe, la más escondida pero acaso la más bella de todas, tiene una bóveda románica con un fresco de dieciséis ángeles. Absolutamente extraordinaria (se puede ver aquí). La de al lado, Santa Maria zu Wiesse, es un gótico luminoso, con dos torres imponentes que, por desgracia, están restaurando y por eso pierden prestancia (pero no siempre sucede así, pienso ahora: a las torres de la catedral de Pamplona, por ejemplo, los andamios les favorecen bastante). Y también hay, por supuesto, el lago imprescindible, en medio de la villa, casi un estanque por su tamaño. Hoy ya no se utiliza para asear la ropa o para otros menesteres menos limpios, pero antes tenía otras utilidades. En el siglo XIII los vecinos tiraban a los agnósticos al agua desde unas escaleritas amarillas (el amarillo simboliza la vergüenza). Más que un castigo espantoso, creo, era una gamberrada medieval, porque la charca debía de estar muy cochina en aquel entonces con las aguas menores y mayores de todo el pueblo.
Hacía un día de mucha paz y mucho sol. Los alemanes, que adoran la luz, habían salido todos a la calle y por aquí y por allá se les veía tan contentos dedicados a sus actividades favoritas: comprar flores, tumbarse junto al lago y comer helados gigantescos. Así creo yo que es la vida aquí.Un montón de chicos fornidos y chicas rubiazas y glotonas devorando helados sin parar que, horas más tarde, con el atardecer, se quemarán en sesiones interminables de jogging y bicicleta por los idílicos jardines y promenades del pueblo.

domingo, 6 de junio de 2010

San Lamberto en Münster


Por un momento a lo mejor parece Oviedo, pero es la torre de San Lamberto, en Münster. Me contaron que todos los días menos el martes, a ciertas horas de la noche, se escucha el sonido de un cuerno de caza desde el campanario. No es un fantasma; es el campanero que tiene el encargo de seguir una tradición secular.
A simple vista es una torre elegante pero sin mayor personalidad, como sucede con tantas otras neogóticas como ella, terminadas primorosamente cuando se puso de moda aquel estilo en el siglo XIX. Sin embargo, a lo alto pueden divisarse tres jaulas. En 1534 los protestantes habían tomado Münster y la convirtieron en un laboratorio social y religioso, que incluyó la quema de todos los libros menos la Biblia, la abolición de la moneda, la mancomunidad de bienes, el bautismo de adultos y la poligamia obligatoria. Si no te casabas con varias señoras, te decapitaban. Para dar ejemplo, uno de sus líderes le cortó la cabeza personalmente a una de sus dieciséis concubinas. Cuando las fuerzas católicas reconquistaron la ciudad, también cortaron por lo sano: torturaron y mataron los cabecillas y dejaron sus cadáveres expuestos en las jaulas como aviso. Hoy continúan allá arriba (un detalle: sin los cuerpos), con otra finalidad: la de advertir de lo que nunca más debe suceder.
Más abajo, en el pórtico de entrada, si uno se fija bien, comprueba que uno de los apóstoles tiene una cara muy moderna. Es Goethe que hace las veces de san Lucas, o, lo que es lo mismo, una muestra más de la mitificación a la que se llegó en Alemania con la figura del autor de Fausto. Algún intelectual español que pasó por aquí se entusiasmó con la idea y proclamó que eso mismo teníamos que hacer en nuestro país con Cervantes y Lope de Vega, sin darse cuenta de que eso es confundir la patria con Dios, una identificación a la que unos y otros, alemanes y españoles, nos hemos entregado con excesivo entusiasmo.
En torno a la iglesia, hay, por último, otra historia que no se suele contar, pero que me parece interesante. En plena segunda guerra mundial, el arzobispo Clemens August Graf von Galen predicó allí contra la eutanasia (sí, sí, los nazis estaban a favor de la eutanasia) y el genocidio judío. Se jugó el pellejo, pero Hitler no le tocó un pelo, por temor a la reacción de los católicos alemanes, entre los que era muy popular. Clemens August fue beatificado por el papa Juan Pablo II.

miércoles, 2 de junio de 2010

Fascismos soterrados

Hace tiempo, en mi época de estudiante, conocí a un sujeto que admitía, sonriente, que nunca podría hacerse novio de una muchacha nativa de ciertos países, porque él tenía un "sentido estético muy elevado" (sic).
Hoy en día tendemos a pensar que el fascismo o el nazismo han desaparecido para siempre. Los radicales de izquierda, que sólo farfullan su exabrupto favorito ("fascista, fascista!!") para descalificar a todo el que se mueva, nos han hecho creer que los fascistas, como los fantasmas, no existen. Pero el monstruo sigue vivo y no me refiero sólo a las bandas de macarras neonazis. Cuando recuerdo la sobrevaloración que hacía aquel individuo de su particular canon de belleza, empiezo a creer que el fascismo explota un sustrato muy desagradable e intemporal del ser humano: el deseo de exclusión del otro que no es como yo, sobre todo que no es tan bello como yo y los que son como yo. Dicho de otra forma, se trata de halagar un instinto negativo, algo que se ha hecho siempre, pero que en un determinado momento cobró forma política, igual, por cierto, que el comunismo y su halago de la mediocridad igualitaria.
Lo que llamamos fascismo nace -me parece- de una forma peculiar de entender la belleza humana, que lleva a condenar a aquellos que no se ajuste a ciertas normas previstas por no se sabe qué autoridades en la materia. En la cultísima Alemania, cuna de tantas ideas modernas, un oscuro pastor protestante llamado Johann Kaspar Lavater escribió unos Fragmentos fisiognómicos (1775-1778) en donde defendía que toda alma hermosa está contenido un cuerpo bello. Para defender sus tesis, nuestro hombre llegó a inventar un aparato, el frontómetro, en donde se podía medir la frente, una de las partes más reveladoras de la belleza física y moral del individuo (según él, claro). En aquella época se empezó a poner de moda el culto al canon "griego" de belleza y de ahí que se popularizaran ciertos esquemas estéticos (la nariz fina y recta, el cabello rubio, etc.) que acabaron, siglo y medio después, por inspirar a Hitler y sus secuaces.
Hoy en día seguimos identificando ciertas reglas físicas con otro tipo de excelencias , aunque en lugar de las narices o la frente, sinónimos de belleza o de inteligencia platónicas, la gente se obsesiona por otras partes del cuerpo que nos remiten al sexo. Ciertamente no es un fascismo organizado a la manera nazi y, por eso, no es violento. Pero también se cobra sus víctimas en forma de aislamiento y depresiones. Las siluetas de los anoréxicos recuerdan demasiado a las de los prisioneros de Auschwitz. ¿Qué otra cosa es la sobrevaloración del físico encorsetado en unas medidas arbitrarias, el delirio de las cirugías estéticas, los concursos de misses y místeres tontainas, los programas televisivos dedicados en exclusiva al pase de modelos? Fascismo y más fascismo que aprobaría, sin dudarlo, mi amigo el sonriente.