jueves, 31 de diciembre de 2009

Recuento

A ver, venga, un repaso de lo que ha deparado 2009. Empiezo por lo peor de todo: se me han muerto dos amigos. Luego, más abajo en la lista de desdichas, he tenido disgustos y berrinches pequeños, medianos y grandes, todos sin importancia ahora que los repaso desde la distancia. Si sigo en plan deprimente, descubro que las leyes que se han aprobado en España, no son sino un eslabón más de lo que nos espera. La política, este año, ha dejado de interesarme por culpa de sus profesionales, chapuceros, amorales y corruptos. Podría continuar con mi enumeración de desgracias, pero éstas serían cada vez más ridículas: que el Cádiz C.F. no gana un partido ni a cañonazos, que el otro día me dejé medio pulmón jugando a la wii con mi hijo pequeño... En el lado positivo de la pila Marina y yo seguimos hacia adelante con los niños; hicimos excursiones memorables a Eurodisney, Oporto y Badajoz; me publicaron un poemario; Enrique y Leonor tendrán una hija; pude reencontrarme con buenos amigos en México, Uruguay y Argentina; tuve la suerte de dirigir dos tesis estupendas; me lo pasé realmente bien llevando un taller de escritura creativa; disfruté de alumnos excelentes, dentro y fuera de la universidad, lo cual es un privilegio en los tiempos que corren... ¿Me dejo algo? He leído menos y he escrito más. Miro mi lista de entradas del blog y me asombra mi constancia, yo, que tiendo a la pereza. Anota Léataud en su Diario: Ciertos momentos de mi vida los he vivido dos veces: primero, viéndolos, y en seguida, al escribirlos. Sin duda los he vivido más profundamente al escribirlos... He aquí mi hallazgo de 2009: Este año lo he vivido doblemente gracias al blog.
Así que, feliz año a todos.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Qué escándalo

Le pido a mi hijo pequeño que me dibuje un christmas para enviar a los amigos en estas Navidades. Muy original, le sugiero, como tú sabes hacerlo. Al poco tiempo Tomás me enseña orgulloso su obra, lo que me sirve para comprobar los efectos de seis meses de catequesis escolar frente a ocho años de imaginación desaforada. El christmas es una interpretación personal de una Navidad prehistórica: en el portal San José y la Virgen son dos diplodocus que custodian a un bebé dinosaurio. Por los aires va volando un pterodáctilo (¿el ángel?), mientras una estrella de oriente se precipita sobre la tierra (el meteorito que destruyó a los dinosaurios, esto sí está claro). Entretanto tres monstruosos reyes magos y un Papa Noel se acercan a la escena como si fueran los cuatro jinetes del Apocalipsis. Uno de ellos exclama: "¡No me gusta mi regalo!".
El escándalo es cosa de dos: el que provoca la acción y el que la mira. Así que en este caso no hay razón para rasgarse las vestiduras. En realidad, ahora que lo pienso un poco, me parece que en lo de escandalizarse se extiende un sofisma tan grande como los dinosaurios de mi hijo. Creer que la religión sólo se expresa de forma severa y solemne ha sido un error de siglos. En la cristianísima Edad Media existía la costumbre de la Misa de la borrica. Se celebraba en honor del animal que montó Jesús en la entrada de Jerusalén. El sacerdote, en un momento de la liturgia, rebuznaba tres veces a lo que respondía el pueblo fiel con igual número de alaridos animales. A quien le parezca exagerado este ejemplo, puede fijarse mejor en los pórticos de tantas iglesias románicas, en donde a pocos metros de una imagen sublime del Señor o la Virgen, aparecen otras grotescas con demonios retozando encima de unos infelices condenados. Muchos tabúes en torno a lo que se podía decir y lo que no, lo que se podía representar y lo que era indecente, empiezan más tarde, a partir del triunfo del humanismo y del racionalismo postmedieval.
Tendemos a identificar el escándalo con la transgresión en materia exclusivamente religiosa, cuando muchas veces intervienen factores culturales, sociales, ideológicos. Basta recordar que la expresión "políticamente correcto" designa la barrera que nunca se debe traspasar con las palabras. Los indiferentes y los ateos también se escandalizan, faltaría más. A un juez de Sevilla se le ha ocurrido criticar algunos resultados de cierta ley sobre el maltrato a las mujeres hace unos días y ha provocado un maremoto de sensibilidades heridas entre el progresismo nacional. No lo dicen porque la palabra les huele a religión, pero el diagnóstico, para mí, está clarísimo: se han escandalizado.

PD: Que conste que creo que resulta muy saludable escandalizarse algunas veces: es un signo de delicadeza moral. La expresión "No me escandalizo de nada" me suena a cínica o vanidosa.

martes, 29 de diciembre de 2009

Mal día para pescar


Mi mujer y yo fuimos a ver esta versión cinematográfica de uno de mis cuentos preferidos de Juan Carlos Onetti, "Jacob y el otro". Ahora que escribo en caliente, pienso que el director, Álvaro Brechner, ha salvado con buena nota el reto de trasladar al cine un relato áspero y difícil como todos los del escritor uruguayo. El ambiente mediocre y provinciano de la mítica Santa María, las vidas frustradas de todos los personajes, la luz mezquina que acompaña cada escena... Todo es Onetti puro. Quizá el punto más débil, para mi gusto, es la interpretación de Gary Piquer . En el relato Orsini es un italiano más bien histriónico y parlanchín, mientras que el actor español lo convierte en un individuo tristón no exento de clase. O sea, el típico personaje salido de otros cuentos y novelas del autor uruguayo: un Díaz Grey o un Larsen, gentes apegadas a una singular estética del perdedor. El universo de Onetti suena a muy "literario" y puede parecer poco natural. Es lo que le sucede al protagonista de la película: a veces da la impresión de estar leyendo las palabras que dice su personaje en el cuento.
Pero a lo mejor estoy buscando los tres pies al gato. Es magnífica la interpretación del luchador (Jouko Ahola), excelente la labor de los secundarios, buena la caracterización de la deprimida Adriana y el propio Gary Piquer va mejorando conforme avanza la película. Las licencias que se toma el guionista están bien traídas y el homenaje a Onetti, con esa cantidad de humo y tabaco que se airea por la cinta, muy conseguido. En resumen: una película bien hecha y una recomendable iniciación al mundo de Onetti para quien no lo haya leído, aunque contenga alguna que otra variación edulcorante. Y es que es difícil narrar con el pesimismo de Onetti, aunque uno trate de contar la misma historia.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

La realidad no-velada



Viaje rapidísimo a Madrid para la presentación del libro de microrrelatos de Rosalba Campra. Cuando me tocó decir algo, hablé sobre la comparación entre filólogos y creadores que viene a ser algo así como los ornitólogos y los pájaros. En principio los filólogos estudiamos a los escritores, como los ornitólogos clasifican pájaros, pero no vuelan. Es difícil ser las dos cosas al mismo tiempo, pero hay gente que lo consigue, como Rosalba. Todo un arte.
Tuve de excelente compañero de presentaciones a Niall Binns. Niall refirió que los microrrelatos de Rosalba son piedras preciosas que, a diferencia de la novela, no pretenden dar una visión totalizadora de la realidad, sino algo así como una suma de pequeñas iluminaciones, de fragmentos de luz. Frente a estas brevedades, la novela sería un género ingenuo que pretendería explicar la vida mediante una unidad de sentido. Y citaba esta ingeniosidad de Nicanor Parra: "La novela vela la realidad".
Durante el regreso fui pensando en la boutade, sobre todo porque yo creo haber entendido mejor la realidad gracias a la lectura de tantas novelas. Y ahora, ya en casa, se me ocurre, con permiso de mi amigo Niall y de don Nicanor, que también se podría decir que "La novela no vela la realidad". Es decir, exactamente lo opuesto de su sentido original. Aunque quizá la realidad no se vela o se desvela con una frase brillante o su contraria: necesitamos más palabras, o sea, cuentos, poemas, novelas...

martes, 22 de diciembre de 2009

Papa Noel, go home


Una interesante sugerencia para decorar nuestros balcones y ventanas en estas fechas (atención a la mano derecha de Melchor).
La foto me la pasa mi hermano arquitecto y está sacada en el barrio sevillano de Triana.

lunes, 21 de diciembre de 2009

En tren

Este fin de semana, en el tren de Madrid, un pasajero se equivocó de asiento y se formó un pequeño lío. Como siempre ocurre, el asunto no pasó de un despiste sin consecuencias, pero a mí me sirvió para escribir este pequeño relato:


Al principio no tuve inconveniente en ceder mi asiento a aquella dama nerviosa que quería pasar el viaje junto a su marido. Sólo tendría que retroceder un vagón más atrás y sentarme al lado de la monjita que estaba concentradísima jugando con su PSP. Sólo habían transcurrido cinco minutos cuando el revisor me rogó educadamente que desocupara el asiento que no me correspondía y me llevó a otro -pese a mis protestas-, en la clase turista. Todavía no entiendo bien las razones (algo acerca del número de billetes vendidos en preferente), pero el caso es que en segunda hay menos espacio para las piernas y no tienes derecho a comida. Mi vecino (un jovencito con tres piercings en cada labio) sacó una botella de zumo probiótico de la bolsa, de la que se desprendían olores a queso y mandarina, y me ofreció un traguito. Ante mi cordial pero firme negativa, se encogió de hombros y se echó decidido el líquido al buche. O tenía mucha sed o debía de tener problemas con tanto metal cosido a la boca, porque se atragantó y, del salto, me tiró el zumo por el traje y el sillón. Después del revuelo y las excusas, me sacaron de allí y me llevaron mucho más atrás, porque el tren está repleto en estas fechas.
Después del último vagón de la clase turista hay un espacio donde se acumulan de pie los individuos sin billete. El revisor, deshaciéndose en amabilidades, me proveyó de un pequeño taburete que sacó de su propio compartimento. Al primer vaivén, un viajero me empujó, creo que a propósito, y me caí al suelo. Luego otro me pateó haciéndose el distraído. Me incorporé con dignidad sin hacer caso de las risas y, abriéndome paso, conseguí llegar a la pared y apoyarme. Esto es lo malo de viajar en el Transiberiano, que si tienes algún problema, es mejor que no se prolongue mucho porque el viaje acaba haciéndose interminable.
Aunque enseguida me dí cuenta de que al revisor no le gustaba permanecer mucho tiempo en esa parte del tren, volví a llamarlo cuando atravesaba mi zona a codazos.
Hay una solución especial para casos como el de usted, me dijo muy serio.
Y así llegué a este lugar. Es verdad que resulta un poco oscuro, huele raro y oigo ruidos, pero me tranquilizo al pensar que a lo mejor sólo son animales.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Nieve

Tantos años volviendo con la mente a otro lugar y otro tiempo. Pero mira hoy este paisaje frío. De pronto, como un relámpago en la nieve sobre el campo silencioso, la certeza de que no es así; de que éste es tu mundo: el de aquí y ahora. Y también la certeza de tantos años pasados en esta tierra que llevas con tu nombre y tu sangre.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Reyes magos, 4

En vísperas de Reyes, mi hermano mayor y yo poníamos trampas por toda la casa para atrapar las patas de los camellos. También nos quedábamos despiertos hasta que creíamos que nuestros padres se dormían. Entonces bajábamos al salón para ver si habían llegado. Pero no estaban. Nunca estaban a pesar de que la mañana siguiente nos encontrábamos los regalos amontonados en cajas. Y así hemos seguido él y yo durante sesenta años, venga a poner trampas y trampas, pero todavía seguimos sin dar con el misterio.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Reyes magos, 3

Harry Potter extendió la varita y, con enérgico gesto, pronunció:

-¡Socialistus resurrectus!

De inmediato se levantó una nube amarilla y aparecieron tres individuos barbados con una corona en la cabeza.

-¿Qué deseas, hijo mío?, le preguntó el más anciano.

-Quiero que resucite Dumbledore, respondió Harry balbuciente.

-Anda, niño, déjate de chorradas y ayúdanos con los paquetes, que hoy tenemos mucha magia que repartir, le contestó el de la barba castaña.

Y ni corto ni perezoso, el tercero, el que tenía aspecto de etíope, agarró a Harry del cuello y se lo llevó con los demás pajes que esperaban en la ventana.

martes, 15 de diciembre de 2009

Reyes magos, 2

Ese niño, sí, ése que está llorando en un rincón del patio, es un imbécil. Se pasó todas estas semanas tratando de convencer a sus compañeritos de que los Reyes Magos no existían. Ayer por la noche se le apareció en sueños un camello que le dijo que, en castigo, esta Navidad se quedaría sin regalos.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Reyes Magos, 1

Como todos los niños, en Navidades yo siempre pensaba en el final de las vacaciones: tanta era la ilusión que sentía por la llegada de los Reyes Magos. Era una desgracia que se les hubiera ocurrido venir el seis de enero, pero, aunque entonces no me daba cuenta, fue una decisión sabia: fomentaba la ilusión, que es un sentimiento que prepara a la virtud de la esperanza.De todas formas, ahora, de mayor, no aguanto más y me voy a permitir anticipar la llegada con un puñado de microrrelatos que iré metiendo en esta semana previa a la Navidad. Aquí va el primero:


Antes de contar la verdadera historia de los Reyes Magos conviene dejar claros algunos puntos para no caer en inexactitudes. El primero de ellos es que no eran reyes. Basta leer el evangelio de San Mateo, el único que se molesta en citarlos. Eran unos sabios estrelleros que, dice el texto, “venían de oriente”. Es falso, por tanto, que fueran dos hombres blancos y uno negro (con perdón). La invención de Baltasar con la piel oscura procede de los artistas del Renacimiento, que, con esta cuota étnica, quisieron significar que los tres continentes, África, Europa y Asia, venían a adorar al Niño Jesús. No habían visto muchos chinos los artistas. En realidad, lo más probable es que fueran los tres negros (con perdón), ya que vinieron del lejano este, es decir, de Persia y más allá, las fértiles tierras del valle del Indo, donde, como todo el mundo sabe, los seres humanos pertenecen a la etnia negroide. No eran viejos (otra falsedad), ya que es inverosímil que unos ancianos se castigasen con un viaje tan arriesgado y llegasen vivitos y coleando a Jerusalén. Lo más probable es que fueran jóvenes y solteros, porque hay que tener tiempo libre para dejar a la familia e irse por ahí a buscar una estrella rara.

Yo añadiría: Solterones y maniáticos, que suele ir bastante unido lo uno a lo otro. Además, todos tendrían su puntito de agresividad para defenderse de los ataques de los ladrones y las tormentas de arena. Melchor (llamémoslo así por comodidad narrativa) se quejaba de los ronquidos de Gaspar, mientras Baltasar no soportaba el olor de los pies de sus compañeros. Baltasar estaba especialmente furioso con ellos. La noche antes de llegar a Jerusalén, habían sufrido el enésimo enfrentamiento con unos bandidos y, por culpa de Gaspar, que se había distraído ensañándose con uno de esos hijos de mala madre, les habían robado un camello. El cobarde de Melchor, en cambio, se había ocultado detrás de una palmera, una vez más, y le había tocado a él, a Baltasar, tratar de recuperar los fardos que se habían caído en las dunas durante la pelea.

Entraron en la capital en dos camellos y con Gaspar castigado a pie. Todavía estaban discutiendo en idiomas ininteligibles delante de la puerta, lo que provocó que a su alrededor se formase un corro de ciudadanos sorprendidos. Según el evangelio, su llegada había sido muy comentada (Mt 2,2), porque iban preguntando donde estaba el hijo del rey de Israel que había de nacer. Quizás lo hicieron a grito limpio para hacerse entender mejor. Además, es posible que no sólo lo preguntasen a la gente, sino que Gaspar, el más cansado por la caminata, estuviese quejándose con este tipo de preguntas a sus compañeros. En fin, Herodes los mandó llamar para preguntarles muy educadamente la razón de tanto escándalo. Ellos le respondieron como todos sabemos y partieron hacia Belén. Cuando llegaron al pueblecito estaban fatigados y de muy mal humor, renegando del maldito viaje en que se habían metido, como suelen hacer los peregrinos de hoy en día. De repente se pararon asombrados donde estaba la estrella. Dentro de la casucha vieron a la mujer con rostro de sorpresa y al niño de unos tres meses envuelto en pañales. Algo muy hondo pasó dentro de ellos. Se sintieron “llenos de una inmensa alegría” (Mt 2,10), tanta que no soy capaz de explicarla ni imaginarla. Era el final del viaje, estaba clarísimo, y eso les emocionó, les recordó la ilusión primitiva, los cálculos astrológicos, las discusiones eruditas, los documentos consultados, la pasión con que habían preparado su aventura. Sacaron los obsequios –oro, incienso y mirra- que, milagrosamente, se habían podido salvar. No se extrañaron de la miseria del lugar, porque ellos, después de tantas desventuras, se habían convertido en unos desgraciados.

En el viaje de regreso veían que por el oriente, el lugar de su destino final, salía siempre el sol.

sábado, 12 de diciembre de 2009

In vino veritas

Al llegar a casa, un mensajero había dejado una botella de Rioja, reserva de 2004. Además, era de litro y medio, de las grandes. ¿De quién sería ? Por desgracia, no tengo amigos que trabajen en el mundo del vino. Un ex-alumno era poco probable. ¿Un seguidor del blog? Me temo que no.
En fin, habría que resignarse a pensar que tengo admiradores secretos y, con un suspiro de satisfacción, me llevé el botellón al garaje.
A las cuatro horas llamaron al timbre. Un señor muy simpático vino con otro paquete más pequeño para mí.
-Ha habido una confusión, discúlpeme. El paquete de esta mañana era para otro Javier.
-No puede ser, yo mismo lo he comprobado, confesé incrédulo pero creyente.
Fui por el regalo y me dí cuenta de que sí, de que me había equivocado: por culpa de la ilusión yo también había leído mal. Je, je, mi paquete era otro, cierto, y con un formato que me resultaba familiar. Lo abrí y me encontré con una antología de poesía centroamericana.
-Teníamos que habernos bebido toda la botella nada más llegar, me dijo mi mujer, tan desilusionada como yo.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Poesía y política

A mí lo de la poesía social (que todavía tiene defensores reconvertidos a los nuevos tiempos) siempre me ha parecido un cuento chino. Es verdad que a algunos les sacude la mala conciencia y meten los grandes problemas mundiales en su poesía, como si ésta tuviese la culpa de algo. En realidad, la poesía, mala o buena, suele nacer de una experiencia directa de las cosas. Por eso, si a uno se le ocurre escribir sobre la represión en Honduras, el Congo o el Sáhara occidental mientras vive como cualquier hijo de vecino en un piso de Barcelona, la única conclusión que saco es que le impresionan mucho las noticias del telediario.
De hecho, la poesía social tiene la misma caducidad que los discursos periodísticos o políticos. Esto pasa incluso entre poetas excelentes, poetas a los que admiro, como, por ejemplo, Idea Vilariño. Y así, “En una noche de luna”, un poema de los años sesenta, ella hace referencia a las noticias del mundo y, con esa mala conciencia característica en tanto intelectual de la izquierda tradicional, enumera los muertos de hambre en la India y Brasil, o la guerra en Vietnam, o –aquí, la jugarreta de la historia- el episodio de la bomba norteamericana que cayó en la playa almeriense de Palomares: “hay miedo en Almería dice el diario/ no encontraron las bombas hache/ caídas en su mar por accidente”. Y el final vuelve a retomar lo del miedo en Almería, etcétera. Lo malo es que, para el lector español, este episodio inquietante de Palomares se ha disuelto con el tiempo en algo mucho más banal. Leído el texto en diciembre de 2009, no sé si el miedo de Almería del que tanto habla Vilariño será por aquellas bombas olvidadas o por la visión esplendorosa de don Manuel emergiendo de las aguas con el más famoso bañador de la postguerra.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Amor circular

Hacía tiempo leí una entrada que me gustó mucho en Hortus conclusus (se puede leer aquí) y ahora aprovecho para glosarla. El amor de verdad es un círculo, sí, y no una línea quebrada, una mixta o unos puntos suspensivos. Cuando en el colegio me explicaron que el círculo es un polígono de un número infinito de lados, no lo entendí bien o, quizá, no me lo pude dibujar en la mente. Pero así es el infinito para el hombre: inconcebible, irrepresentable, pero real y al alcance de la mano. Como un círculo trazado en un papel. Y así también el amor si aspira al infinito.
Otra cuestión es jugar a seguir con el dedo la línea del círculo. Podemos hacerlo una, dos o muchas veces. A primera vista es un ejercicio aburrido, pero estamos copiando la forma con que se mueven las estrellas. L' amor muove il sole e l'altre stelle, proclamaba Dante, que tenía una imaginación circular. El amor, como las órbitas planetarias, gira una y otra vez en torno a un objeto. Por eso el amor es mucho más que rutina: cada vez que repetimos nuestro deseo de estar junto a la persona amada volvemos al lugar de donde salimos, cerramos una circunferencia.
Por supuesto, el movimiento puede ser una alegría o una condena, porque también existen los círculos infernales, como ya se prevé en la Divina Comedia. La diferencia, creo, estará en el modo de moverse y que al eje no se le ocurra cambiar de sitio. Leopoldo Marechal, hombre geométrico pero no cuadriculado, escribía que el movimiento amoroso es como una espiral que se acercara en cada vuelta un poco más a la persona amada. Y en un soneto espléndido -quizá su mejor poema- tocaba este tema del círculo en su penúltimo verso:

Porque no está el Amado en el Amante
Ni el Amante reposa en el Amado,
Tiende Amor su velamen castigado
Y afronta el ceño de la mar tonante.

Llora el Amor en su navío errante
Y a la tormenta libra su cuidado,
Porque son dos: Amante desterrado
Y Amado con perfil de navegante.

Si fuesen uno, Amor, no existiría
Ni llanto ni bajel ni lejanía,
Sino la beatitud de la azucena.

¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.

Poema redondo.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Yaacabó


El “yaacabó” es un pájaro insectívoro de América del sur con pico y uñas fuertes, pardo por el lomo y rojizo el pecho y los bordes de sus alas, y blanquizco con rayas transversales oscuras por el vientre. Esta es la definición del DRAE, pero es muy raro imaginarse a los ilustres académicos en pantalón corto y observando con atención los colores del pajarito. Como es improbable que lo hayan visto alguna vez, podemos pensar que se trata de un pajarraco carnívoro de color verde y rosa que se alimenta de carroña y tiene un capuchón del tamaño de una calabaza. Procedería de una especie extinguida en los bosques del norte boliviano, el “yaempezó”. Que el lector escoja lo que más le apetezca, en cualquier caso.
Otra información que circula por ahí es que los indios toromonas lo tienen por ave de mal agüero, ya que el ruido de su canto (“yaacabó…”) anuncia la muerte inesperada de quien lo escucha. Algún exégeta sugiere que, en realidad, el yaacabó canta cuando se encuentra cerca de un indio haciendo el amor con su parienta, lo que explicaría su mala fama entre los toromonas varones.
Claro está que todo esto es pura patraña. Cualquier ornitólogo serio sabe que los pájaros carecen de entendimiento racional. Más aún, sólo se interesan por los asuntos celestes y desdeñan los humanos con sus minucias y miserias. El yaacabó, en particular, es uno de los más elevados intérpretes del aire, porque su canto tiene cualidades metafísicas que ni él mismo conoce bien. Yaacabó: Todo termina, incluso cuando acaba de empezar.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Trastorno de hiperactividad lectora

No sólo los estudiantes tiene que leer por obligación; también lo hacemos los profesores. Me acaba de llegar una novela de Rodrigo Fresán para reseñar y llevo varios días con el paladar atragantado. Abro una página y me encuentro con un encadenamiento mareante de subordinadas : "Recuerdo aquello que me contaba mi padre que le contaban los libros. Recuerdo a mi padre explicándome que leyó que los místicos aseguraban que el principio, la Luz divina, contenedora de todas las cosas buenas, estaba preservada dentro de una o varias vasijas sagradas". Uf. Después de descansar un rato, tomo aliento y sigo adelante: "Se puede sobrevivir a la certeza de que una determinada mujer es la más hermosa que jamás se ha visto, sí; pero es tanto más difícil seguir viviendo luego de experimentar el convencimiento absoluto de que esa mujer es y será, también, la más hermosa que jamás se verá en toda la vida". No digo yo que haya que escribir: "Qué buena estaba", pero, ¿son necesarias tantas vueltas para una idea tan trivial?
En estos casos es bueno recurrir a otros libros que sirvan de antídoto, libros que brillen por la exactitud, la claridad. El problema es que estoy a la vez con la poesía de Muñoz Rojas y la de Aquilino Duque, el inacabable Masa y poder de Canetti, los cuentos de Juan Gabriel Vásquez y una novela de Turgueniev. Todos me encantan de una forma u otra, pero se me han ido amontonando en la mesilla. Por culpa de las obligaciones se quedan a medias y los voy leyendo al mismo tiempo, que es la única manera de no terminarlos nunca.
Aunque los buenos libros, en realidad, nunca se terminan.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Viaje terrible y providencial

El día de regreso a España, la todopoderosa UNAM se ofreció a llevarnos desde Mérida a Cancún en un auto de la propia universidad. Íbamos M. y O., un matrimonio argentino, y yo mismo, además de dos empleados de la universidad que se turnarían al volante para cubrir los cuatrocientos kilómetros de trayecto. Venían dos con nosotros para mayor seguridad. Mis amigos rioplatenses debían tomar ese mismo día el avión. Aunque el viaje sería cómodo, ya que iríamos por la autopista, salían con tiempo. Como buen ingeniero, O. había calculado un porcentaje de riesgos y decidió que lo más seguro era llegar allá con tres horas de antelación. A mí me daba igual porque dormiría aquella noche en un hotel de Cancún.
Así salimos tan contentos como incautos. Durante dos horas M. y yo estamos conversando tranquilamente sobre literatura cuando, de pronto, el Chrysler Voyager empieza a pararse de manera extraña. Nuestro dos chóferes se miran sin saber qué hacer hasta que el coche se detiene dormido en el arcén. Al rato vuelven a intentarlo y consiguen avanzar dos kilómetros pero el monovolumen vuelve a hacerse el sueco en México. La secuencia se repite dos veces más y el coche termina en medio de la nada yucateca. M. empieza a preocuparse, pero O. la tranquiliza: "Tenemos mucho tiempo", le dice varias veces y anima a los dos pámpanos de delante a que llamen por el móvil. Además, por el ruido que hace el coche, mi amigo ingeniero que tuvo uno parecido y sabe de mecánica, dictamina: "Es la caja de cambios". Yo apuntalo, apelando a mis lecturas de revistas de coches: "Es que estos cacharros yanquis son de usar y tirar. A los cien mil kilómetros ya te están jorobando con las averías". Y nos vamos a pasear por el arcén a olvidarnos de la dichosa cajita de cambios. Hay vacas y árboles por todos lados. Coches no se ven más que uno o dos cada diez minutos.
Poco a poco nuestro Chrysler va resucitando y recorremos unos pocos kilómetros a ratitos hasta alcanzar unas taquillas de peaje: ¡la civilización!. Entonces es cuando me doy cuenta de que en el autopista Mérida-Cancún te ofrecen café gratis en los peajes, pero no hay servicio de asistencia en carretera. Nuestros chicos siguen esforzándose, llaman a la universidad y nos aseguran que traen otro coche desde Mérida. Yo hago mis cuentas y veo que así los argentinos pierden seguro el avión. Tras diez llamadas al seguro del coche y otras tantas a no sé dónde, nos comunican que viene desde Valladolid para recogernos un taxi salvador. Después de unos cuantos "ahoritas", que son treinta minutos más de lo que quisiéramos, llega el taxi cuando está desplomándose la noche tropical.
Miro el auto nuevo y lo apruebo silenciosamente: un Nissan, coche japonés, o sea, fiable (de nuevo mi culturilla de Autofácil). El aspecto del chofer, en cambio, no me resulta tranquilizador, pero tampoco estamos para tonterías. Metemos las maletas en el nuevo vehículo, tras despedirnos de los chicos de la UNAM, y salimos a toda velocidad, porque vamos con el tiempo justo para el avión. A los diez kilómetros ya estamos animados los tres después del susto, cuando noto un ruido extraño. "¿Pasa algo?", le pregunto al taxista. "Me parece que es la caja de cambios; no lo entiendo, acabo de hacer la revisión", me contesta susurrante. El hombre disminuye la velocidad y llama al del taller por el móvil, que le aconseja que baje más, hasta cuarenta kilómetros por hora. Ahora sí que nos quedamos todos callados: dos veces la misma avería en dos coches diferentes no es para menos. Se ha hecho de noche y a lo largo de una hora permanecemos en silencio. La única opción es llegar a Cancún pueblo y de allí tomar otro taxi al aeropuerto. Sólo el taxista, muy templado, corta la tensión con algún comentario:
-Estoy desolado, señores, yo vine acá para ofrecerles un servicio y ahora de verdad que lo siento, lo siento, lo siento de veras, pero es la máquina nomás y yo no puedo hacer nada. Yo quería pero no puedo, perdónenme.
Otra equivocación mía. El taxista venía de hacer más de cien kilómetros desde Valladolid para recogernos. En una situación así, un taxista de Pamplona, ¿qué cosas hubiera dicho por esa boquita navarra?
-Ha sido la Providencia, señores. Dios sabe más- continuaba el taxista-. Estaba de Dios que ustedes iban a no llegar, que con otro auto también iban a tener la misma avería...
Por alusiones, fue entonces cuando empecé a rezar, quizá tenía que haberlo hecho antes, pero estábamos avistando el pueblo de Cancún, M. estaba nerviosísima y el propio O. se veía desbordado en todas sus previsiones de riesgo. En esas estábamos cuando nuestro conductor le puso las luces al primer taxi que encontró delante, y el otro, por solidaridad gremial, paró en el arcén. Entre los dos llamaron a un segundo taxi, que apareció enseguida y mis amigos argentinos se metieron allí con sus valijas a velocidad sideral. Según he sabido después, tomaron su famoso avión casi cuando despegaba.
Por mi parte, ingresé como pude en el primer coche, el que se había parado junto a nosotros, donde recibí la hospitalidad del taxista y su familia: un gordito lustroso que estaba sentado atrás y una señora tan chiquitita que se perdía en el asiento de delante. El nuevo taxista era hombre ilustrado y parlanchín. Nada más verme, se volvió hacia mí muy serio y me dijo:
-Me llamo Pedro y soy ingeniero agrónomo y este de ahí (por el gordito silencioso) es mi hijo, que es ingeniero informático. Venimos de ver a mi suegra en el poblado que está muy malita.
Siento no haber sido más cortés con ellos, pero ya llevaba siete horas de nervios. El diálogo fue más o menos así:
-¿De dónde eres?
-De España.
-¡Hombre, la patria de Manolete! ¿Qué se piensa allá de Manolete?
-Ya murió.
-Y Julio Iglesias, ¿por qué habla así? Dice: "Yossscribo"
-Porque es tonto.
- A mí me gusta mucho Dyango y José Luis Perales, ¿y a usted?
-No sé. Ya no cantan.
-Los españoles llegaron a la península de Yucatán en 1486 ¿Lo sabía?.
-...
-Yo he leído un libro que se llama La Celestina. ¿Lo ha leído?
-Un poco.
-Los días jueves, como hoy, entre las dos y las cuatro de la madrugada, los mayas creen que se despiertan los malos espíritus porque es la hora en que negó san Pedro a Jesús. ¿Qué le parece?
- Qué bien, a esa hora estaré dormido.
Así, hasta el hotel, cuarenta minutos más. Al llegar a la habitación, vi que, con las prisas en bajar del taxi, me había olvidado un sombrerazo que en su día me habían hecho comprar para protegerme del sol en Mérida. Nunca me convenció demasiado. Y con esto último se comprueba cuán sabia y buena fue la Providencia, porque éste fue el único efecto real de tanta avería inexplicable y tanto viaje por las desiertas autopistas de Yucatán.


viernes, 4 de diciembre de 2009

Rosalba Campra


Rosalba Campra compuso sus microrrelatos ("micronovelas" los llama ella) en los años setenta cuando todavía el género estaba por inventarse. En su país sólo tenía los antecentes ilustres de Julio Cortázar y Marco Denevi, únicos en atreverse como ella en escribir un libro entero de ficción mínima. El universo de Rosalba es tan exquisito como el de los dos autores mencionados y al mismo tiempo posee una voz propia, compuesta de magia, humor y una misteriosa sabiduría. Ahora Formas de la memoria, aquel libro que nunca pudo publicarse en su día por haberse adelantado a su tiempo, se presenta en Madrid el próximo día 18, en el Centro de Arte Moderno. Y yo estaré en la mesa junto a esta amiga, gran estudiosa de la literatura hispanoamericana y finísima escritora.Vayan aquí cuatro pequeñas muestras de su ingenio.

PROYECTO DE TRAMPA PARA RINOCERONTES Nº 2


Siendo el rinoceronte bestia huraña y desconfiada, es
menester disimular la trampa con esmero. Útil a tal fin resulta el uso de los espejos, dada la naturaleza narcisista e ilusoria del rinoceronte. Embelesado en su propia contemplación cae fácil presa de los siguientes tipos de trampa: albanega, añagaza, capillo, filopos, enza, lazo ciego, ratonera, saetón.
Con cualquiera de ellas se puede capturar sin esfuerzo al rinoceronte o, a falta de éste, a su reflejo.


AQUERENCIARSE

Como tenía miedo de ser arrastrado quién sabe a dónde, nos había pedido que lo enterráramos un poquito.
Nosotros tratábamos de convencerlo, de explicarle que también se puede vivir, ir a ver a los parientes, o amigos, moverse en fin, sin que por eso uno corra peligro de que se lo lleve el viento. Pero él no nos creía y se iba hundiendo cada vez más.
Al final le quedó afuera nada más que la cabeza, y desde allí nos miraba cuando el viento nos arrastró quién sabe a dónde.


ESPERA DE LA PRINCESA

A ese balcón era donde siempre estaba asomada la princesa cuando los pretendientes venían desde los cuatro portones del reino. Su padre el rey había prometido su mano a quien descifrara los símbolos de piedra que remataban el balcón. La princesa hubiera querido soplarle la solución a este vizconde, a ese sastre, pero ella tampoco la sabía.
La lluvia fue borrando los números cabalísticos, a la princesa los ojos se le volvieron aguados y se le cayeron los dientes. Ya no pasaban ni príncipes ni ropavejeros, y ella seguía en el balcón sin saber que el rey se había muerto y había sido proclamada la república.


LOS PIRATAS

Los piratas se levantan temprano, toman el desayuno con sus esposas, acompañan a sus hijos a la escuela y se encaminan hacia el puerto. Desde el muelle miran los barcos que bajo su mando ya han zarpado al asalto de los galeones españoles cargados del oro del Nuevo Mundo y de virreinas de ojos negros.
No se resignarán jamás, pero lo mismo vuelven a colgarse
de un ómnibus como todos los días y antes de que se haga tarde van a la oficina.


jueves, 3 de diciembre de 2009

Isabel Allende, a las puertas

A veces el Cervantes se concede con acierto, como ha ocurrido en esta ocasión con José Emilio Pacheco. Sin embargo, para no desentonar con años anteriores, entre los finalistas de la última convocatoria se encontraba la autora de ese clásico de las letras hispánicas, joya de los pastiches: El Zorro: comienza la leyenda. Isabel Allende saltó a la fama con La casa de los espíritus, una novela que consigue incorporar sin faltar uno todos los lugares comunes sobre Iberoamérica. En alguna clase he preguntado a mis estudiantes cómo se imaginan una estación de tren por aquellos parajes. Aunque la mayoría no han cruzado el Atlántico, todos han coincidido, punto por punto, en la descripción que se ofrece en cierta página 245 de la misma novela. ¿La han leído? Qué va, pero todos han visto las mismas películas norteamericanas. Y luego está el estilo. Ese modo de contar que copia mal a García Márquez y que destaca por imágenes originalísimas (" sus muslos como columnas", "esa mujer, auténtica belleza del Caribe", "dejen volar la imaginación", etc.) o por su exquisito sentido del ritmo, su capacidad de hacer triples pareados sin haberlos pensado: "como lo oía él, el crujido del papel al frotarse sobre su piel... (pág. 48 de La casa de los espíritus, Barcelona, Plaza y Janés, 1982).
En fin, si este año Allende no ha conseguido el Cervantes, tendrá que esperar dos más, ya que, como se sabe, para los jurados del premio lo más importante de la literatura de nuestro idioma se reparte al cincuenta por ciento entre España y toda Hispanoamérica. Además, siempre nos quedará el Nobel. Allí podría figurar su nombre junto al de otros ilustres literatos como José de Echegaray, Winston Churchill y Dario Fo. Isabel Allende, premio Nobel: ¡ya!

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Sacando brillo


En mi casa todos los espejos son lavables. Me gustan tanto que los he puesto por todos lados. Los hay en el baño, por supuesto, pero también en la habitación de los niños, en la mía, en el pasillo, en la salita y en la cocina. Por la mañana viene la ecuatoriana a limpiar. Los descuelga uno por uno –yo siempre le digo que con mucho cuidado-, les echa un producto especial en la superficie y luego les pasa mucho agua para que estén bien relucientes. Cuando los devuelve a su sitio, es una maravilla: el piso de 60 metros es más grande, las puertas ahora son de roble, el mueble de laca parece inglés, la cocina de gas se ha convertido en vitrocerámica, las paredes ya no están sucias por la tristeza, Juan ha vuelto a casa para siempre y, si te miras bien en los espejos, la ecuatoriana tiene la piel más blanca y es idéntica a mí.

martes, 1 de diciembre de 2009

México fúnebre


Otro día me fui a Itzamal, un pueblo que se encuentra a unos sesenta kilómetros de Mérida. Allí hay un inmenso convento franciscano construido sobre una pirámide maya. El templo ha sufrido a lo largo de su historia y ahora es víctima de una desdichada restauración. Pero quien tuvo, retuvo y guardó para la vejez: todavía impresionan por el tamaño su claustro y su fachada. El color albero de sus muros ha contagiado al resto del pueblo cuyas calles a veces tienen un sabor sevillano. En la plaza central, a un lado, hay un coqueto museo de artesanía popular. Vale la pena hacer una visita. A mí me llamaron la atención varias piezas, en especial la que figura en la foto: un cortejo fúnebre de individuos cadavéricos de tamaño natural. No pude hacer la foto del obispo rezador del responso, igual de desahuciado. Quien mejor se encontraba era el muerto, que no se podía ver porque lo tapaba un florido ataúd.
También me habían recomendado que le echara un vistazo al cementerio de Hoctún, un pueblito escondido en el bosque interminable de Yucatán. Allá fuimos. Al llegar al camposanto me sorprendió hallarme con algo así como una pequeña ciudad de los muertos. Las tumbas eran casitas coloniales de color rosa, añil o turquesa. Si la familia tenía gustos más antropológicos la casa era sustituida por una pirámide o una choza maya. Al fondo, unas iguanas tomaban el sol del mediodía entre las piedras brillantes. Me fui paseando a la busca de alguna inscripción curiosa hasta que me dí de golpe con un objeto extraño tirado en el suelo. Al principio, no lo identifiqué, o, mejor dicho, no quise identificarlo, pero no tuve más remedio que fijarme mejor: era un ataúd abierto a machetazos como mordiscos. Por afuera asomaba, como si fuera papel de estraza marrón, la mortaja. Mi acompañante, Edgar, me explicó que probablemente habían trasladado al finado a la tumba que teníamos al lado, sí, justo, en la hornacina donde se veía un saquito. Como hacía unos días de la festividad de los difuntos, sus familiares habrían ido a estar con él, a conversar un ratito nomás y después de dejarle algunos presentes (había fruta tirada por el suelo), lo habrían dejado allá metido en la bolsita. No es así en todo México, por cierto. De todas formas, aquí no pude sacar fotos porque en ese momento la batería de mi cámara se terminó, es decir, se murió del susto.