miércoles, 31 de marzo de 2010

Una historia triste


Siempre me quedó la duda de qué había sido de la primera mujer de Neruda, la holandesa Maruca, aquella por la que se preguntaba el propio poeta en Confieso que he vivido... Menos aún se ha sabido de su hija Malva Marina de la que Neruda no se acuerda en el mismo libro. La mala memoria a veces tiene una fácil explicación, como se puede leer en este artículo que trata con delicadeza un asunto más bien turbio y triste.
Nunca me ha resultado demasiado simpático Neruda, pero sus mejores libros de poesía tienen un sitio fijo entre las lecturas obligatorias de mi curso de Literatura hispanoamericana I. Qué bueno es separar la persona de sus palabras. En la vida cabe incluso la posibilidad de ser mejor persona que lo que dictan tus propias palabras. Pero en la literatura sólo te miden por lo que dices.

La foto es original de la autora del artículo, Isabel Lipthay.

viernes, 26 de marzo de 2010

Desinencia y decadencia

Qué curiosos los sufijos de estas palabras:

Quinceañero, veinteañero, treintañero...
Cuarentón, Cincuentón, Sesentón...
Sexagenario, Septuagenario, Octogenario, Nonagenario, Centenario...

Dos observaciones nada más:

1) He empezado a ver y escuchar la palabra "cuarentañero". Una modalidad de la gente de mi generación para protegerse del sufijo en -ario. Pero da igual que te pongas una terminación u otra: la verdad de las cosas está en la raíz.
2) No sé de formaciones verbales parecidas antes de los quince años. Será porque en esa edad el tiempo no sucede.

martes, 23 de marzo de 2010

Búsqueda

Vi entrar a los tres policías como locos. Mi compañera se hizo la distraída, aunque a esas horas no hay nadie en el edificio. Uno de los maderos, el más gordo, le preguntó de malas maneras:

-¿Dónde está esa que le llaman la Barbie?

No me gustan los policías, así que me metí un poco más adentro. Pero los tíos se estaban poniendo la mar de pesados. El que llevaba la voz cantante seguía metiendo presión:

-Perdona, guapa, pero tenemos prisa por la hora que es y nos la tenemos que llevar ya, que si no, la jefa me mete un puro.

Como mi compañera empezaba a mosquearse, intervino otro poli, éste muy moreno de cara:

-Y si no está, podemos llevarnos a esa otra muñequita, ¿cómo se llamaba?

Así estuvieron más o menos unos diez minutos, y se metieron adentro, rebuscando por aquí y por allá, tiraron unas cuantas cajas y dejaron el local desordenadísimo, que no sé cómo pudimos recogerlo todo antes de que llegasen los clientes. Y venga a quejarse de que habían llegado tarde, qué gente. Al final se fueron enfadados y el gordito iba diciendo: “Joder, lo que es a mí, mi mujer me mata. Ya estamos a día 5 de enero y no he encontrado nada para la niña. Y ahora entramos a las ocho en servicio y ya no puedo comprar nada”. Se fueron dando un portazo. Estaban muy nerviosos, ya te digo yo.

lunes, 22 de marzo de 2010

El padrino

Este fin de semana mis alumnos me nombraron padrino de su promoción. El sábado por la mañana tuve que pronunciar unas palabras en el acto de licenciatura y por la noche, cena exquisita en el palacio de Guendulain. De propina, P. brindó a todos su repertorio de imitaciones de profesores; entre las víctimas, un servidor, que volvió a recordar lo que decía su abuelita sobre su desaliño indumentario ("Javier es un farraguas"). Hacía tiempo que no me reía tanto.
Uno siente cierto pudor si se trata de airear tal o cual mérito profesional a través de este medio, pero no es lo mismo si se trata de hablar de un regalo que le han hecho sus alumnos. A fin de cuentas, el mérito es suyo, ya que han pasado por alto mis defectos. Dice Shakespeare en El mercader de Venecia: "La gracia del don bendice a quien da y a quien recibe". Ellos han dado y sobre ellos vuelve la gracia del don.

jueves, 18 de marzo de 2010

Zoo familiar

Después de largos años de observación zoológica he llegado a la siguiente conclusión: los niños son como los perros y las niñas como los gatos.
Los perros necesitan salir de casa, se muerden, corren, saltan, ladran y se mean en cualquier lado. Si les regañas o les pegas un pescozón, aullan un minuto y, acto seguido, olvidan de inmediato las órdenes y siguen corriendo campo a través.
Los gatos son tranquilos y silenciosos, tienen los ojos bonitos, entienden las amenazas a la primera y saben donde depositar sus cositas. A cambio te guardan las ofensas y, si les viene en gana, te arañan.
A veces hay excepciones: los gatiperros o los perrigatos.

martes, 16 de marzo de 2010

Más virutas de taller

En la mesilla de noche tengo un apartado para libros de consulta rápida antes de dormir: o sea, poesía, ensayo y libros escritos por amigos. El último de Miguel d'Ors (Más virutas de taller, Sevilla, Papeles del sitio, 2010) cumple los tres requisitos y ya estoy leyéndolo a "trote-cuto-salta-mata", por decirlo a la navarra. D'Ors vuelve a sus temas de siempre y, me parece, le añade una vuelta de tuerca de escepticismo gallego, en su acepción más positiva y parafraseando a Rosa Díez. Por lo demás, qué bien escribe y qué bien se lee.
Seguramente hablaré más despacio de las virutas de Miguel, pero de momento copio éstas:

El hecho de que la mayoría de los españoles coincidan (julio de 2008) en que el problema más grave de este país es la mala situación económica me hace pensar que España tiene ahora mismo un problema mucho más grave que cualquier crisis económica.


¿Que todas las opiniones son respetables? Nada más falso. Respetables son los opinantes, porque son, y todos en el mismo grado, personas; pero no todas las opiniones tienen el mismo grado: las hay verdaderas y erróneas, documentadas y superficiales, inteligentes y estúpidas; y a nadie se le puede exigir que respete el error, la superficialidad y la estupidez.


Comidas raras, cocineros célebres, vajillas extravagantes: sociedad corrompida.


Mil veces mejor vivir en un país en el que se dice: "Aquí no hay libertad de expresión" que en otro en que se dice, como hoy en éste mío: "Aquí hay libertad de expresión..., pero algo habría que hacer para que X y Z no sigan hablando así en la radio".


Qué lugar tan extraño: todos son inconformistas, heterodoxos y transgresores menos yo.

lunes, 15 de marzo de 2010

Me voy con vosotros para siempre




La primera vez me llamó la atención su título: Me voy con vosotros para siempre (un diez para el traductor, Eduardo Jordá: el original es I am One of you Forever). Luego abrí una de las primeras páginas y leí: En 1940, mi padre todavía era un hombre impulsivo (tenía treinta años). También era inquieto, y quizá necesitaba rebelarse contra el yugo de la familia de mi madre. La verdad es que no sólo se había casado con mi madre, sino también con mi abuela y con la mula y los dos caballos viejos, y con las vacas y las gallinas, y con dos establos deteriorados y los cien acres de terreno rocoso de una granja de montaña en Carolina.
- He tardado muchísimo en leerlo - me dijo M.R-. De tanto que me estaba gustando, me daba pena que se terminara.
Yo también he tardado cerca de un mes en terminarlo. Lo abría por la noche, en la cama, me reía un par de veces y luego me quedaba dormido. Es ésta una manera muy original y agradable de que te venga el sueño que aconsejo a todos los que tienen problemas de insomnio.
Las memorias de infancia siempre me han parecido apasionantes, acaso porque lo más interesante de la vida le sucede a uno entre los tres y los doce años de edad. Luego todo se estropea. Las de Fred Chapell tienen la ventaja de que son inventadas, lo que permite al escritor hacer labor de poda y abono con sus propios recuerdos. El desfile de parientes locos y extravagantes es delicioso y , si hay tristeza en el libro (como tiene que ser y por respeto a la verdad de la vida), el resultado rebosa vitalidad y optimismo.

jueves, 11 de marzo de 2010

Respuestas correctas



Leo esto en el blog de Víctor González:


Los poetas se distinguen del resto de los hombres de una forma muy sencilla: si se les hace una pregunta, sea la que sea, los poetas auténticos no pueden evitar dar la respuesta correcta.



-Vale. ¿Pero qué pasa si dos poetas muy distintos dan respuestas distintas? ¿Quién tiene la razón?
-Los dos. Muchas veces en la vida de cada quien no hay una sola respuesta correcta para una misma cuestión.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Antología del disparate

El otro día vi el enésimo libro que recopila disparates escritos en exámenes escolares. Después de veintitantos años de docencia, también yo podría aportar mi granito de arena a esa antología de errores reales o inventados, pero nunca tuve la tentación de quedarme con más papeles, que ya me cuesta una montañita de ellos en la mesa de mi despacho.
Recuerdo, sí, un par de respuestas extravagantes que no se debieron a la ignorancia, sino más bien al exceso de inteligencia de los alumnos.
La primera de ellas se le ocurrió a una chica de filosofía cuando yo impartía en esa carrera la asignatura de Literatura universal, allá por los años ochenta. En el examen había preguntado los nombres de los tres personajes principales de una lectura obligatoria, La línea de sombra de Joseph Conrad. Al llegar a su examen, leí: "La línea es un personaje rectilíneo, previsible y sin interés psicológico; la sombra, por el contrario, es oscuro y tenebroso, no te puedes fiar de ella; y el tercero lo hubiera recordado bien si hubiéramos tenido más tiempo para leerlo". Vaya cara. Me reí y a continuación le puse su merecido suspenso.
La otra sorpresa me sucedió en un curso de español para extranjeros. En clase yo había explicado la poesía social española de postguerra y, por cierto, dí mi opinión sobre la poca razón que tenía Gabriel Celaya con aquel famoso verso suyo: "La poesía es un arma cargada de futuro". No creía entonces, ni creo ahora, que la poesía vaya a cambiar la política ni el rumbo de una sociedad, porque hay medios infinitamente más eficaces como internet o la televisión. En su momento nadie dijo ni . Entre las preguntas del examen no hice mención alguna a la poesía social. Sin embargo, cuando corregía el de una alumna norteamericana, la chica decidió adjuntar al final una postdata en la que, tras agradecerme mi dedicación hacia ella y sus compañeros, me criticaba mis opiniones sobre Celaya y la dichosa poesía social. Se extendía un par de párrafitos con sus argumentos y terminaba así: "Cuando estoy escribiendo esto, con mis palabras está cambiando el mundo".
Revisé el examen y vi que era muy bueno. No lo dudé más: le puse Sobresaliente y, sólo por esa frase de tanto acierto poético, Matrícula de honor.

martes, 9 de marzo de 2010

Atracción fatal

Ella vuelve a mirar el reloj: tan sólo quedan cinco minutos para que llegue Él. Enseguida saca del horno su comida favorita –canelones- y la sirve en un plato frente al otro. Luego enciende dos velitas y las pone en la mesa. Corre las cortinas y deja la habitación en penumbra. Está algo nerviosa. Sale del comedor y se mira en el espejo del baño. Se pasa una mano por la mejilla. En el dormitorio saca del armario su ropa interior más sexy y la dispone en la cama. Se detiene a mirar el efecto conseguido. Entonces estudia bien el recorrido previsto que hará Él: primero la entrada, luego el comedor, el pasillo y por fin el dormitorio. Mira otra vez el reloj: sólo le queda un minuto.
A toda prisa escribe una nota de despedida para siempre jamás, la deja en la cama, suelta un taco, abandona la habitación, retoca el florero del vestíbulo y sale dando un portazo.

lunes, 8 de marzo de 2010

El sueño de los héroes


Como toda buena novela, El sueño de los héroes de Adolfo Bioy Casares es, a su manera, muchas novelas. A simple vista, trata del carácter misterioso del destino que llega a cumplirse aunque los seres humanos hagan lo imposible para que no se llegue al terrible término acordado. También podemos leerla de muchas otras formas, pero a mí me gusta pensar que es, sobre todo, una bella y sencilla historia de amor entre un hombre y una mujer, Emilio y Clara. Desde el Wertherde Goethe han circulado infinitos relatos torrenciales sobre esta pasión que nos une y nos divide. Sin embargo, la mayoría de las veces, tengo la impresión de que los lectores, más que comprender a los dos amantes, nos hemos quedado conociendo a uno solo (normalmente, un varón, por cierto). Pero de entrada, el amor es cosa de dos. Gracias a él, tendemos a mejorar y de pronto empezamos a ver al otro y al mundo que nos rodea con ojos distintos. Es lo que le sucede al propio Emilio Gauna, quien se vuelve observador gracias a su amor por Clara. Y es verdad que por un rato él cree que la mujer de su vida es otra, pero la cosa resulta ser mucho más complicada.
El sueño de los héroes
muestra el camino de un enamoramiento y su plenitud, a la vez que nos permite entender por qué un hombre es tan distinto de una mujer. Es una lección simple, pero nada superficial. Aparentemente él lleva las riendas de la relación, mientras que ella adopta un papel sumiso. En realidad, Emilio es mucho más ingenuo y tarda mucho más en percibir los matices de la vida. Sus intereses se vuelcan
hacia el exterior, mientras que Clara trata de construir un hogar en común, un proyecto acaso menos excitante que las inquietudes que Emilio tiene en la cabeza, pero que les permitiría a los dos llevar en adelante una existencia dichosa y sosegada.
Hoy en día muchos se plantean las diferencias biológicas entre hombre y mujer como un problema exclusivamente cultural. Para el feminismo radical los sexos son intercambiables y se definen como géneros. Adolfo Bioy Casares, que sabía bastante de los hombres y más de las mujeres, escribió esta novela, acaso su mejor obra, y se limitó a contar una historia de seres humanos corrientes, sin las pasiones sobrehumanas propias del folletín o del amor en tiempos coléricos, pero iluminada por la escritura elegante, el sentido común y la magia de un final que, como dice Enrique Vila-Matas, es uno de los mejores de la historia de la literatura.
(publicado en
Nuestro tiempo, n º 661, marzo-abril 2010, pág. 9)


viernes, 5 de marzo de 2010

Descenso y ascenso de la muerte

Parece que el número de accidentes de tráfico ha disminuido hasta equipararse al de suicidios. Como soy naturalmente mal pensado, me temí al principio que lo que había sucedido es que, al descenso de muertes en carretera le había correspondido en el tiempo un crecimiento en el número de suicidios. Pero no. No ha habido tal subida, que ya se han encargado los sociólogos de contárnoslo.
Contrariamente a lo que dicen muchos amigos míos que se quejan de falta de libertad, a mí no me parece mal que España deje de oler a tabaco por todos los rincones y que no lo tengas tan fácil para darte un castañazo con el coche. Los gobiernos socialistas son maestros en el arte de prohibir lo que les parece mal y la historia les reconocerá ese mérito en el futuro.
Es una pena que su sensibilidad para la vida humana no se extienda a otras cuestiones como, por ejemplo, la del aborto o, ya que estamos hablando de muertes, la del suicidio. Todos nos congratulamos de que haya menos accidentes mortales en la carretera, pero ningún medio (creo) se ha sorprendido del alto número de suicidios, por mucho que no haya aumentado. A veces un silencio sobre un problema es más elocuente que muchas palabras. ¿Por qué no pensar en el suicidio no sólo como una decisión fatal que atañe a un individuo, sino también como una desgracia social? Nadie se suicida con alegría. Una sociedad con un alto número de suicidios es una sociedad infeliz que va muriendo lentamente.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Filosofía del jardín

Cuidando de un jardín puedes aprender tanta filosofía como leyendo un tratado de metafísica, venía a decir Ernst Jünger, aunque no recuerdo las palabras exactas. Yo, de momento sólo aprendo cochinadas. Supe en su día que puedes matar caracoles metiendo vasitos de cerveza entre las plantas. Ahora descubro que el mejor abono es el humus de gusano, que consiste en aplicar cagaditas de lombrices a la base del matorral. Hay gente tan entusiasta de la técnica que incluso prepara en su casa unos contenedores con desechos de comida y lombrices. Pasado el tiempo vuelcan el contenido en sus plantitas. Mi amor por la filosofía no da para tanto.
Claro está que nuestros cuarenta y ocho metros cuadrados de naturaleza proporcionan algunas satisfacciones. Por la mañana, después del afeitado y la ducha, vestirme, ir por el pan, exprimir zumos, poner los cereales, despertar niños, azuzar niños, hacer las camas, desayunar y lavarme los dientes, abro la ventana del dormitorio y, mientras M. hace las mismas operaciones que yo (menos una: afeitarse; y más otra: preparar bocadillos) compruebo si la enredadera del jardín ha crecido por la noche. Son uno o dos minutos. Pronto llegará la primavera. Los evónimos están a punto de despertar y me pregunto si este año tiro por fin las fresas a la basura y planto peonías. Igual, después de todo, Jünger tenía razón.

martes, 2 de marzo de 2010

Dos historias chilenas

Tengo una querencia singular por Chile, que fue el destino de nuestro viaje de novios allá por el año 91. Por educación o por genes me desagradan las efusiones, pero tengo que reconocer que aquel país está demasiado asociado a mi paisaje sentimental como para no volver a ir sin la compañía de mi mujer. En fin, de esa época me gustaría contar dos pequeñas anécdotas que son el anverso y el reverso de la misma moneda.
Vaya por delante la primera de ellas. Recorrimos el país durante mes y medio. Disfrutaba yo entonces de una beca investigadora del sonriente ministro Solana. Fuimos hacia el sur en un tren al que, no sé si irónicamente, llamaban el "Japonés". Debíamos de llevar un par de horas, cuando entró el primer y único pasajero en nuestro compartimento. Era un hombrecito morocho, más bien esmirriado, la cara cetrina y una chaqueta gris pasada de moda. Resultó dicharachero pero no había alegría en su mirada. Cuando supo que éramos españoles, decidió contarnos su vida de aventuras por el mundo. Vagamente recuerdo andanzas de grumete en un barco por el cabo de Hornos y algunos silencios a mis preguntas sobre tal o cual país. Al fin, después de hora y media de conversación inacabable, dijo que se bajaría en la siguiente estación. Se levantó y, en un gesto medio confidencial como si no nos viera mi mujer, me dio su tarjeta. Luego, con una mueca que intentaba ser una sonrisa, se abrió la chaqueta para mostrar una enorme pistola:
-Si tienen algún problema, no tienen más que llamarme al número de teléfono.
Tiempo después, un amigo chileno me dijo que aquel sujeto debía de ser de la DINA (la policía secreta de Pinochet). No sé, vaya usted a saber.
La otra historia transcurre también por aquel tiempo. Era yo más joven y tenía más aguante para los viajes transatlánticos. Entonces no me hacía el dormido para no hablar con el vecino. En un viaje de regreso de América a Europa me tocó a mi lado un individuo algo mayor que yo -con la edad que tengo ahora, supongo-, y enseguida trabamos conversación. A diferencia del tipejo del tren, éste poseía grandes manos y hombros robustos. Pronto me enteré para que le servían unas y otros: iba a trabajar de cargador de mercancías en el puerto de Barcelona. Carlos, que así se llamaba, era un pequeño propietario en la región del Maule. Regentaba una chacra donde trabajaban varios peones a su servicio. No le iba mal, pero, como tenía mujer y cinco hijos (me enseñó la fotografía) desde hacía varios años iba a trabajar cuatro meses en los muelles de España y Portugal. Así aprovechaba los inviernos australes, cuando el campo está de reposo. Con lo que ganaba podía pagarle la carrera de derecho en Santiago a su hija mayor y ahorrar para el resto del año. Era un hombre franco, sencillo, y no tuvo problemas en decirme que tenía una opinión regular de los españoles: "Ustedes, yo pensaba que eran muy religiosos, pero lo único que he visto allí es mucha droga y corrupción." Muchas veces, a lo largo de los años, he pensado en ese hombre que dejé camino de Barcelona.
Con la perspectiva del tiempo, veo estas dos historias como la cara y la cruz de Chile, que es, como todos los pueblos del mundo, un conglomerado de bajeza y dignidad. Los medios de comunicación, que adoran con nuestra complicidad los aspectos negativos de las cosas, informan de saqueos en los que se entreveran la necesidad y la codicia. Es la realidad destapada de un país que hace una semana podía envanecerse de tener un nivel de seguridad y una economía envidiada por sus vecinos. Así maltratan también las desgracias: los individuos quedan con la vergüenza moral al aire, igual que las viviendas destruidas por el terremoto, igual que la estúpida pistola que me enseñó aquel tipo en el tren para impresionarme. Pero, en los grandes ocasiones, hay muchas historias donde se muestra la nobleza del ser humano. Han ocurrido allí y están ocurriendo. Y por eso ahora me pregunto qué habrá sido del amigo Carlos, que vivía con su familia en la región de Maule y cruzaba el mundo para mantenerla.