viernes, 29 de octubre de 2010
Vargas Llosa, el liberal
miércoles, 27 de octubre de 2010
Happy World
Y salimos. Primero los mayores y luego los niños. Para nuestra sorpresa todo olía mejor, como una especie de almizcle y especias finas. Alguno quiso de pronto llevar la contraria y se tapó la nariz un par de minutos, pero luego no pudo más y tragó todo de golpe. Pasada una media hora vi al primer hombre abrazando a una mujer. Era tanta nuestra armonía que se desataron las lenguas y todos hablamos a la vez, con la misma voz y las mismas palabras. La gente se quería. Algunos se tiraban a la hierba del parque y se besaban, pero la mayoría preferíamos hacerlo en cualquier lado. Tanto nos queríamos que nos daba igual quien se echara en nuestros brazos. Cuando a alguien le entraba el miedo, íbamos al centro de salud y regresábamos con los remedios oportunos.
Por eso estamos aquí, ahora, todos de la mano, unidos en un mismo ideal, persiguiendo con palos y cuchillos a quien se opone a nuestra felicidad. No vaya a ser que algún intolerante haya salido con mascarilla.
martes, 26 de octubre de 2010
Inercia uruguaya
lunes, 18 de octubre de 2010
Extrañas coincidencias
-Dentro de unos días viene Enrique Anderson Imbert a Buenos Aires.
domingo, 17 de octubre de 2010
Diario de viaje de Bioy
miércoles, 13 de octubre de 2010
Caminatas por Buenos Aires

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Visita a una escuela de Letras, situada en el octavo piso de un venerable edificio de principios del siglo XX. Fue construido para acoger a la embajada austrohúngara, pero, tras la Gran Guerra, debió utilizarse para otros fines. Mientras subimos en el tranquilo ascensor de hierro forjado, contemplo, piso a piso, las ruinas en que se ha convertido la casa por dentro. Al llegar arriba, nos abren la puerta y nos encontramos con un local modesto pero pulcro, con puertas y pasillos que recuerdan un esplendor no tan lejano. Desde la terraza, sombreada por una torre belle époque, se divisa el Río de la Plata, magnífico, y los intermitentes rascacielos de Puerto Madero. Hablamos con los responsables de la iniciativa de la escuela de escritores, que tiene más de doscientos cincuenta alumnos. Los directores parecen gente seria y entusiasta. Por fortuna ella es economista y él ingeniero. Estas cosas es mejor no dejarlas a los de letras.
Al regresar por el ascensor, se me ocurre que quizá Buenos Aires sea, a una escala mayor, como lo que he visto en el edificio austrohúngaro : una decadencia interminable y, al mismo tiempo, una vitalidad sin límites.
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Me gusta husmear en las librerías de saldo, abiertas con su boca sucia a la vereda de la calle Corrientes. Algunas veces encuentras tesoros, aunque casi lo más sorprendente sean esos fondos inacabables de álbumes ilustrados de los años setenta del siglo pasado, del tipo Grandes batallas de la historia o Enciclopedia del fútbol argentino. Entro en una de mis librerías favoritas: muy cutre y mugrienta, con las paredes decoradas a spray con los nombres de escritores célebres. Algo así como el canon literario del dueño: Lorca, Shakespeare, Freud, Borges, ¡Marechal!, Catulo, Lacan, Cervantes... el Señor. Me quedo pensando un momento y, de pronto, caigo en que se refiere al Autor de la Biblia.
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Alguien me enseña una fotografía reciente del periódico La nación en la que sólo se muestran en primer plano las piernas de Angela Merkel junto a las de Cristina Fernández de Kirchner. "Las piernas no son muy lindas", me dice agudamente, " pero es como un símbolo de los dos países y sus presidentas. La Merkel tiene las plantas bien gordas y en el suelo, y la señora K. está con esos tacones altísimos, como en el aire y con equilibrio precario".
Creo, por cierto, que la foto demuestra unas dotes de observación muy femeninas; y el comentario, esto sí lo puedo decir con certeza, me lo ha hecho una mujer.
domingo, 10 de octubre de 2010
Adiós
Nunca me gustó demasiado la poesía de Enrique Molina. Lo intenté una y dos veces. A la tercera fue la vencida, por culpa de un manual de literatura hispanoamericana que estuve terminando antes de que él terminase conmigo.
Este poema de Molina lo escribió poco tiempo antes de morir y se titula "Adiós". Lo seleccionó Luis Alberto de Cuenca en sus Cien mejores poesías de la lengua castellana.
Un día más, sólo un minuto más, para estar vivo
y despedirme de cuanto amé.
Para decir adiós a las cosas que vi y toqué mientras moría.
desde el instante mismo en que nací.
Y vino el niño con el premio que ganó en el colegio por su sabiduría,
y el ala de la gaviota golpeando en el infinito con su vuelo,
vino la cabellera derramada y el rostro de la misteriosa
mujer que estuvo a mi lado, en el lecho sin que yo lo supiera,
y el río con su lenta corriente musculosa
a través de cada mueble, de cada objeto y de cada gesto
de quien me ve partir, ¡oh, Dios mío!
Un instante más aún en el suelo que pisé,
en el aire de mi respiración
sofocada por el amor, en los vestigios de la pasión
con cuanto -mosca o sol- me deslumbró en este extraño
planeta, donde perduré año tras año, presintiendo
este límite de espumas, este revuelto torbellino
de la despedida, yo, que tanto fui deslumbrado
por la centelleante atracción de la tierra,
por cuanto fue caricia o solamente un espejismo del mundo
en mi destino.
Así pues, despídome de los caballos, de la canoa,
los pájaros, el gato y sus costumbres. Déjame
una vez más mirar las flores y la lluvia. Es éste
el trágico momento en que uno descubre
el delirio misterioso de las cosas, sus raíces secretas,
el instante supremo de decir adiós
a cuanto se adoró en esta vida.
PD: Cuando descubrí este poema, me entusiasmó y se lo leí en voz alta a mi mujer mientras estábamos en el coche esperando a que los niños salieran del colegio. Era tan emocionante y estábamos los dos tan conmovidos que, cuando T. pegó un golpetazo en el cristal para que le abriéramos, nos dio un susto de muerte.
jueves, 7 de octubre de 2010
Se lo merece
miércoles, 6 de octubre de 2010
Micros desde Texas
-¡Ojalá nunca me hubieras dado aquel maldito beso. Ahora estaría tranquilamente con mis amigos, croando a la luz de la luna.
2) Su trabajo de espía le había deparado un sinfín de emociones y fatigas, y ahora, ya al final de su carrera, esperaba con dulce impaciencia la llegada de su jubilación. Su última misión, además, se encontraba a punto de concluir: esperar al contacto ("Jimmy"), pronunciar la palabra convenida y extender su mano para recibir el disquete. Sólo –le habían dicho– tendría que mantenerse especialmente frío y sereno, porque el contacto era un tipo meticuloso y desconfiado que haría fuego ante el menor imprevisto. Fue una lástima, pues, que su primer acceso de amnesia le sobreviniera al saludar a "Jimmy".
3) Cuando levantaron el cadáver, en la plaza, todos se quedaron sorprendidos: debía ser extranjero, porque había muerto con una sonrisa en la boca.
4) …pero el peculiar balido de la cuarta oveja le mantuvo en vilo toda la noche.
lunes, 4 de octubre de 2010
Ya no
Ya no será...
Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.
Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.
Esta versión es un desastre, porque, tratando de enmendar la plana a Idea Vilariño, domestica la fuerza de su poesía. Así se cargan la dureza original de esos versos desolados que prescinden de puntos y comas porque entorpecen lo único que se quiere expresar: la frustración del amor a través de un monólogo doloroso y delirante. Aquí va lo que de verdad escribió Idea Vilariño:
Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
porque me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.
sábado, 2 de octubre de 2010
Arte de escuchar
viernes, 1 de octubre de 2010
El asalto
No fue para tanto. Bogotá no me pareció más peligrosa que otras capitales americanas que he conocido. De hecho, en los cinco días que pasé allá, la única vez que me atacaron fue enfrente de la iglesia de San Agustín. El tipo que se acercó venía armado con una chaqueta gastada y una sonrisa de enfermo. Nos lo habíamos cruzado poco antes y nos saludó con obsequiosa amabilidad mientras aparentaba ir en dirección contraria . Luego, debió de volver sobre sus pasos y nos alcanzó. Nos preguntó de donde veníamos y mi colega dijo que de Argentina y yo, de España. "¡Qué bonita es Bogotá!, ¿verdad, amigos míos?", exclamó de pronto, y a partir de aquí nos largó su conferencia. La performance consistía en un discurso que incluía varios registros: el erudito informativo ("Amigo español, ¿sabía usted que aquí vivió el gran José Celestino Mutis?"), el biográfico ("soy un investigador de la vida de esta ciudad a la que amo desde siempre"), el patriótico ("nací en Cali, la tierra de la salsa"), el patético sentimental ("el pueblo colombiano es una víctima, yo mismo soy un desplazado de las Farc"), etc. Realmente era un charlatán genial. Intenté, con disimulo, darle al botón de la grabadora de mi móvil, pero no lo conseguí. Me quedé con las ganas, porque sacar el aparato del bolsillo, me daba un poco de corte. Entretanto, poco a poco, modulando la voz en timbres agudos y graves, entre pausas y gorgoritos, el sujeto siguió con su rollo hasta que se detuvo por fin y, alzando una mano al cielo, gritó:
Luego nos dejamos conducir por él hasta la iglesia, en donde pudimos comprobar que no tenía ni idea de arte. El hombre se debió dar cuenta de que nos empezábamos a aburrir como monas y salimos fuera de nuevo.
-Amigos míos, ¿creen ustedes que este encuentro ha sido casual? No, amigos, no, ha sido el mismo Jesucristo quien nos ha puesto en el camino.