miércoles, 13 de octubre de 2010

Caminatas por Buenos Aires


De nuevo en Buenos Aires, voy anotando impresiones de viaje. Me gusta andar solo y confundirme con la gente. Como dice Bioy Casares en un diario de viaje a Brasil, probablemente juego a los riesgos de la aventura y de la soledad, sin correr riesgo.

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Visita a una escuela de Letras, situada en el octavo piso de un venerable edificio de principios del siglo XX. Fue construido para acoger a la embajada austrohúngara, pero, tras la Gran Guerra, debió utilizarse para otros fines. Mientras subimos en el tranquilo ascensor de hierro forjado, contemplo, piso a piso, las ruinas en que se ha convertido la casa por dentro. Al llegar arriba, nos abren la puerta y nos encontramos con un local modesto pero pulcro, con puertas y pasillos que recuerdan un esplendor no tan lejano. Desde la terraza, sombreada por una torre belle époque, se divisa el Río de la Plata, magnífico, y los intermitentes rascacielos de Puerto Madero. Hablamos con los responsables de la iniciativa de la escuela de escritores, que tiene más de doscientos cincuenta alumnos. Los directores parecen gente seria y entusiasta. Por fortuna ella es economista y él ingeniero. Estas cosas es mejor no dejarlas a los de letras.
Al regresar por el ascensor, se me ocurre que quizá Buenos Aires sea, a una escala mayor, como lo que he visto en el edificio austrohúngaro : una decadencia interminable y, al mismo tiempo, una vitalidad sin límites.

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Me gusta husmear en las librerías de saldo, abiertas con su boca sucia a la vereda de la calle Corrientes. Algunas veces encuentras tesoros, aunque casi lo más sorprendente sean esos fondos inacabables de álbumes ilustrados de los años setenta del siglo pasado, del tipo Grandes batallas de la historia o Enciclopedia del fútbol argentino. Entro en una de mis librerías favoritas: muy cutre y mugrienta, con las paredes decoradas a spray con los nombres de escritores célebres. Algo así como el canon literario del dueño: Lorca, Shakespeare, Freud, Borges, ¡Marechal!, Catulo, Lacan, Cervantes... el Señor. Me quedo pensando un momento y, de pronto, caigo en que se refiere al Autor de la Biblia.

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Alguien me enseña una fotografía reciente del periódico La nación en la que sólo se muestran en primer plano las piernas de Angela Merkel junto a las de Cristina Fernández de Kirchner. "Las piernas no son muy lindas", me dice agudamente, " pero es como un símbolo de los dos países y sus presidentas. La Merkel tiene las plantas bien gordas y en el suelo, y la señora K. está con esos tacones altísimos, como en el aire y con equilibrio precario".
Creo, por cierto, que la foto demuestra unas dotes de observación muy femeninas; y el comentario, esto sí lo puedo decir con certeza, me lo ha hecho una mujer.



3 comentarios:

  1. No sabía que te gustaba husmear esas librerías, es un gusto en que coincidimos. En otra oportunidad con un poco más de tiempo...

    Muy bueno eso de "abiertas con su boca sucia a la vereda de la calle Corrientes".

    Y muy bueno de lo de las piernas. No es que admire especialmente a Merkel o Alemania, pero ya sabés que mi opinión de nuestra presidente...

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  2. Parece que hay quienes vieron otros aspectos (no sé qué vieron, la verdad). Lo que no entiendo es si es en serio o en chiste (por la foto).

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  3. Querido Javier:

    ¡Feliz viaje!

    La comparación de las piernas y de los políticos me parece exacta: si te fijas, también Zapatero y Obama tienen unas patitas flacas, como le pasa a la señora K.

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