viernes, 1 de octubre de 2010

El asalto

-Ten mucho cuidado, papá, me dijo uno de mis hijos pequeños antes de salir.
No fue para tanto. Bogotá no me pareció más peligrosa que otras capitales americanas que he conocido. De hecho, en los cinco días que pasé allá, la única vez que me atacaron fue enfrente de la iglesia de San Agustín. El tipo que se acercó venía armado con una chaqueta gastada y una sonrisa de enfermo. Nos lo habíamos cruzado poco antes y nos saludó con obsequiosa amabilidad mientras aparentaba ir en dirección contraria . Luego, debió de volver sobre sus pasos y nos alcanzó. Nos preguntó de donde veníamos y mi colega dijo que de Argentina y yo, de España. "¡Qué bonita es Bogotá!, ¿verdad, amigos míos?", exclamó de pronto, y a partir de aquí nos largó su conferencia. La performance consistía en un discurso que incluía varios registros: el erudito informativo ("Amigo español, ¿sabía usted que aquí vivió el gran José Celestino Mutis?"), el biográfico ("soy un investigador de la vida de esta ciudad a la que amo desde siempre"), el patriótico ("nací en Cali, la tierra de la salsa"), el patético sentimental ("el pueblo colombiano es una víctima, yo mismo soy un desplazado de las Farc"), etc. Realmente era un charlatán genial. Intenté, con disimulo, darle al botón de la grabadora de mi móvil, pero no lo conseguí. Me quedé con las ganas, porque sacar el aparato del bolsillo, me daba un poco de corte. Entretanto, poco a poco, modulando la voz en timbres agudos y graves, entre pausas y gorgoritos, el sujeto siguió con su rollo hasta que se detuvo por fin y, alzando una mano al cielo, gritó:
-¡¡¡¡¡¡Viva Colombiaaaaa!!!!!!
Luego nos dejamos conducir por él hasta la iglesia, en donde pudimos comprobar que no tenía ni idea de arte. El hombre se debió dar cuenta de que nos empezábamos a aburrir como monas y salimos fuera de nuevo.
-Amigos míos, ¿creen ustedes que este encuentro ha sido casual? No, amigos, no, ha sido el mismo Jesucristo quien nos ha puesto en el camino.
Él sonreía y hablaba sin parar, pero el efecto sorpresa se había pasado. Por fin, no sé cómo, consiguió llegar al punto que más le interesaba. ¿No tendríamos mil pesitos para tomar el bus? Al ver que mi colega extraía más billetes de la cartera, sugirió un aumento de tarifa: si llegábamos a seis mil, podría comer ese día. Pobre de él, con lo enfermo que se encontraba...
Todavía nos dio algún consejo acerca de qué museos e iglesias nos convenía ver y por qué calles no debíamos transitar. Al terminar, nos despedimos tan amigos y nosotros seguimos paseando por el barrio bogotano de la Candelaria, al que no le falta nada para sentirse en el Siglo de Oro, ni siquiera su Lázaro de Tormes.

5 comentarios:

  1. El mejor turismo es ese. Pienso que de poco vale conocer esas ciudades si uno no tiene alguna experiencia así. Lo otro es sólo información acumulada.

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  2. Amigo colombiano!! Muy buena descripción de la anécdota de la que fui testigo. Ahora la valoro más :)
    mae

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  3. Eso me recuerda cuando fui a Méjico, en el aeropuerto uno que llevaba un chaleco amarillo (como si fuera empleado del aeropuerto) me cogió la maleta para llevarla a facturar y tuve que ir corriendo detrás de él, además de que llevaba una señora mayor conmigo y ella también tuvo que ponerse a correr para que yo no perdiera de vista la maleta.
    El muy capullo quería ayudarme y casi le da un infarto a mi tía. Luego me pidió que le pagará no´sé cuanto y yo no tenía dinero en billetes para darle. Las monedas no le servían.

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  4. Me alegro de que le dieseis algo, fuese verdad o no lo de su necesidad. La experiencia que él os proporcionó lo valía. Estoy de acuerdo en que la única manera de conocer una ciudad y a sus gentes es pateársela y, como en este caso, dejar que te "ataquen".

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