miércoles, 27 de octubre de 2010

Happy World

Al principio teníamos un poco de angustia. Todo ese aire nuevo circulando por las nubes y los aviones echando el gas por encima de los edificios. Las informaciones eran confusas. Seguro que están echando heroína diluida, decía el abuelo. Pero el abuelo no se entera: la droga no tiene ese color tan raro. Además, en el telediario vimos a nuestro presidente advirtiendo de que sólo se trataba de una medida sanitaria. Para conseguir una mejor salud social era necesario que viéramos las cosas responsablemente. Que actuásemos con serenidad. Que saliéramos a la calle sin miedo.
Y salimos. Primero los mayores y luego los niños. Para nuestra sorpresa todo olía mejor, como una especie de almizcle y especias finas. Alguno quiso de pronto llevar la contraria y se tapó la nariz un par de minutos, pero luego no pudo más y tragó todo de golpe. Pasada una media hora vi al primer hombre abrazando a una mujer. Era tanta nuestra armonía que se desataron las lenguas y todos hablamos a la vez, con la misma voz y las mismas palabras. La gente se quería. Algunos se tiraban a la hierba del parque y se besaban, pero la mayoría preferíamos hacerlo en cualquier lado. Tanto nos queríamos que nos daba igual quien se echara en nuestros brazos. Cuando a alguien le entraba el miedo, íbamos al centro de salud y regresábamos con los remedios oportunos.
Por eso estamos aquí, ahora, todos de la mano, unidos en un mismo ideal, persiguiendo con palos y cuchillos a quien se opone a nuestra felicidad. No vaya a ser que algún intolerante haya salido con mascarilla.

4 comentarios:

  1. Por desgracia, como la vida misma, en algunos sitios. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Javier, sinceramente: no he entendido ni una palabra.
    Un abrazo,

    ResponderEliminar
  3. Yo tampoco, Víctor... bueno, igual un poco sí. Digamos que mi intención era hacer hablar a la masa aborregada de hoy en día, y que cada uno saque las conclusiones concretas que quiera o que le apetezca.

    ResponderEliminar