martes, 11 de diciembre de 2012

¿Se va a acabar la cultura? Tres apostillas a Vargas Llosa



Hace ocho años Mario Vargas Llosa pronunciaba en Pamplona la conferencia inaugural de las universidades navarras de verano. Quienes disfrutamos en aquel entonces de su elocuencia, recibimos de paso una defensa brillante del fenómeno recién descubierto de la globalización. El futuro premio Nobel afirmaba con entusiasmo su confianza en Internet, cuya fuerza imparable mejoraría sin duda a la nueva sociedad del conocimiento del siglo XXI.
Los desenfrenados avances de las nuevas tecnologías agitan nuestros modos de analizar la realidad. En La civilización del espectáculo Vargas Llosa le mete cuatro tiros a sus argumentos de ayer por la tarde y arroja al mercado su ensayo más sombrío. No la falta algo de razón: hoy muchos proclaman el fin de la cultura tal y como la hemos concebido hasta ahora. El mundo se ha vuelto muy frívolo hoy en día, denuncia el Nobel. De todas formas, aun reconociendo mi simpatía por su tesis, la lectura de su libro me ha hecho pensar un poco más, y me quedo, al menos, con tres “peros” al último ensayo de Vargas Llosa.


1) El autor es un hijo de la Ilustración y, desde su punto de vista, tiene toda la razón al alarmarse: los modos con que la modernidad entronizó la cultura dan muestras palpables de agotamiento. Pero quizás sus lamentos ante esa agonía se olviden de que, como toda maravillosa construcción humana, esa cultura de la que habla Vargas Llosa no ha existido siempre así. Más aún: la noción de cultura que se derrumba ante el dolor y la estupefacción de tantos (entre los que me incluyo), es un invento con fecha de inicio y previsible caducidad. La creación de los museos, los conciertos de música clásica o la institucionalización de la literatura son inventos del siglo XIX. Pero la cultura en sí no es un concepto cultural, no tiene una fecha de caducidad. A pesar de Internet, la gente seguirá amando, odiando, soñando, jugando, riéndose, cansándose, teniendo hijos, admirando a sus amigos, triunfando o fracasando en el trabajo y, sobre todo, muriendo y preguntándose por su propia muerte y la de sus seres queridos. Cuando todas estas cosas sucedan, el individuo se seguirá inventando a sí mismo y la cultura vivirá bajo otras formas y ropajes.


2) “Sólo el necio/ confunde / valor y precio”, escribía Antonio Machado. Pero Vargas Llosa se equivoca al creer que la pseudocultura aplasta todo lo que lleva su paso gracias al valor que le otorgan los mercados. No: los productos culturales (o pseudoculturales) no se mueven exclusivamente por motivos económicos. En realidad, es el gratis total que atraviesa la Red lo que permite la masiva difusión de una ganga a disposición del planeta. Ese es otro de los peligros que teme la cultura letrada en la que todos nos hemos criado y que asusta con razón a los creadores insertados en un sistema (editoriales, empresas musicales y artísticas) que surgió y se consolidó hace dos siglos.

3) Una última objeción: Vargas Llosa cae en el juego de quienes denuncia. La alta cultura se acaba, porque - sostiene- va perdiendo adeptos en la pelea por el consumo del ocio frente a la competencia de las redes sociales, la música banal, el cine de Bollywood o el incesante vagabundeo por los vídeos de la Red. No le falta razón en que esta batalla está perdida, pero es que siempre se ha perdido. Durante siglos la cultura fue patromonio de unas élites que no se inquietaron demasiado por difundirla entre las masas. Ni siquiera sus creadores eran vistos como seres excepcionales capaces de dar con las claves para entender el mundo en el que vivían. Bach era un sirviente del príncipe de turno, Rafael adulaba a sus mecenas, Shakespeare llevaba una vida oscura en Londres entre granujas y otros actores de mal vivir. Nunca Santo Tomás de Aquino creyó que su metafísica fuera a transformar socialmente el mundo en que vivía, ni Descartes aspiró a cargos políticos gracias al prestigio de sus escritos. En el fondo, Vargas Llosa se lamenta de que a los intelectuales no se les haga el mismo caso que cuando era joven. Es que entonces todavía se creía en el mito moderno de la cultura. Qué le vamos a hacer... Esa consideración excelsa del hombre de letras, el intelectual comprometido política y socialmente con la realidad de su tiempo, eso sí que es una fabricación que no tiene más de ciento cincuenta años. 

9 comentarios:

  1. Quizá no comprendo bien lo que aquí se propone. Ya que el titular del blog no parece tener objeción al "gratis total", ¿tiene alguna idea acerca de cuál habrá de ser, en el futuro que imagina, el modo en que los creadores de cultura se ganen la vida? Habla, por ejemplo, de Bach, quien aparte de su condición de sirviente era kapellmeister, y recibía un salario en esa condición. No veo en qué podrían emplearse con puesto remunerado los escritores, por ejemplo. ¿Panfletarios al servicio de quien mejor les pague -si es que tienen esa suerte? ¿O simplemente la creación artística habrá de convertirse en un mero hobby, dejando de ser algo que en ninguna circunstancia sirva para ganarse la vida? En fin, que no lo veo.

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    1. Perdona, gatoflauta, mi tardanza en colgar tu comentario y en responder... No sé qué pasaba con mi servidor en estos días. En cuanto a lo que dices, no tengo ni idea de cómo se ganarán la vida los creadores. Ya me gustaría saberlo cuanto antes para anticiparme a los tiempos.
      Loq ue yo intentaba decir era que el intelectual o el artista, antes de la modernidad, no se creía revestido de una misión redentora o crítica del mundo, sino que se insertaba perfectamente en un tejido social o económico que no pretendía transformar necesariamente. Eso es lo que cambia, en buena medida, con la modernidad del que Vargas Llosa es buen exponente.

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  2. Me alegra leer estos "peros". Estoy más que de acuerdo con los tres que engloban los demás. Aunque terminé el libro tan elogiado por la "crítica"
    -¡cómo no!- no pude aguantar el tono pesimista y nostálgico.

    Por cierto, lo de poner la presentación de Wikipedia a las 17.00 ¿es para poner difícil la asistencia o responde a otros motivos?

    Un saludo,
    Raquel
    Un saludo

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    1. Abundo en mis disculpas al comentario anterior, Raquel. Enc uanto al libro, me parece que su mérito principal está en hacer pensar a la gente, dada la notoriedad del autor. Pero no, no comparto el tono pesimista, por muy razonable que sea.
      Lo de Wikipedia a las cinco en punto de la tarde fue una fatalidad del destino.

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  3. Apunto el libro de Vargas Llosa para mi lista de pendientes de 2013. A pesar del pesimismo, siempre es interesante analizar argumentos sobre un tema que, sin duda, es interesante. Desgraciadamente aqui da igual a que hora pongas la presentacion: los de este lado no llegamos. Habra que traerte a presentarlo por aqui.
    ps: perdon por las no-tildes, no encuentro los acentos en este ordenador. Un abrazo

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  4. No sabes cómo me gustaría presentarlo allende los mares, AnaCó.

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  5. Qué bueno que escribiste sobre este asunto. Estuve leyendo fragmentos del libro, reproducciones por todos los suplementos culturales de la región, escuché muchos comentarios, y di el otro día con una entrevista a VL sobre lo mismo. Es cierto que el tono es apocalíptico, que mira de una manera muy negativa los avances tecnológicos y esto me rechina. Pero algo interesante se deduce de sus comentarios, y también del lugar de la alta cultura, hacia dónde va la literatura, las implicancias de la abolición de los derechos de autor, lo opinable de la información. En cuanto al desconocimiento de lo que él llama "alta cultura", en algunos países es el pan de cada día, hasta en alumnos de la carrera de filología, sin exagerar.
    Mas allá de todo esto, y como diría un amigo en común, el problema de VLL es su modo de hablar sin dudar ni un ápice de lo que está diciendo, sin aventurar un "aventuro". Este tipo de discurso sentencioso es, justamente, del tipo que no llega más que a los que aun creen a rajatabla en la influencia indiscutible de los intelectuales, o cualquier otra categoría de "cuando era joven".

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  6. Sí, Mae, esa falta de dudas le ayuda a ser un gran polemista, lo que no está tan mal, pero casa poco con un intelectual que se dice liberal y escéptico. Pero, bueno, es lo que dices: un intelectual de los que creen en la influencia poco menos que sagrada de los intelectuales. Un moderno en medio de la posmodernidad.

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  7. Sí, Mae, esa falta de dudas le ayuda a ser un gran polemista, lo que no está tan mal, pero casa poco con un intelectual que se dice liberal y escéptico. Pero, bueno, es lo que dices: un intelectual de los que creen en la influencia poco menos que sagrada de los intelectuales. Un moderno en medio de la posmodernidad.

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