domingo, 6 de septiembre de 2009

La Eva de Durero


El otro día, en el museo del Prado, mi amigo Jaime G-M nos llevó a conocer el taller de restauración. Allí estaba una señora muy amable trabajando delante de la Eva de Durero. Una parte importante del cuadro había quedado depurada y limpia, dejando asomar el color y el trazo antiguos. Y allí estábamos nosotros pasmados ante la resurrección de la carne de Eva, pintada hace quinientos años. A su lado esperaba otro cuadro por restaurar, el de su compañero hecho un Adán.
Durante media hora, mientras escuchaba las explicaciones de la experta, aquella pintura se nos habia vuelto misteriosamente cercana. A unos centímetros teníamos un Durero auténtico, como siempre lo habríamos podido contemplar en el Prado, pero sin el marco, sin la sala, sin gente alrededor que pasease con gesto reverente. En cambio, todo ahora parecía más vivo y real: la piel rosada, el oro del cabello de Eva, brillaban de una forma espléndida en medio de sillas, mesas y conversaciones cotidianas.
Es extraña la barrera que nos imponen los museos. En la época de Durero nadie pintaba para que se exhibiesen sus obras en esos lugares sacrosantos que consagró el primer siglo laico de la historia, el XIX, al mismo tiempo que los zoológicos y las exposiciones universales. Hoy en día ingresas en recintos y galerías con la conciencia saludable de que vas a ver cosas hermosísimas, y ciertamente es así, pero nunca la Eva de Durero me emocionó tanto como la vi el jueves pasado, al desnudo de verdad.
Los museos son sin duda una solución inevitable y necesaria. Pero la belleza más perfecta aparece siempre de forma imprevista, casi distraída.

2 comentarios:

  1. Al margen de disfrutar con la emocionante experiencia relatada, me interesó mucho la frase: "el primer siglo laico de la historia, el XIX".
    Saludos.

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  2. Sí, es verdad que es el primer siglo laico y que en consecuencia se empiezan a buscar nuevos lugares sagrados, esta vez a mayor gloria del hombre: los museos, los zoológicos, los monumentos a la memoria de un héroe, etc. Bueno, la modernidad tampoco puede vivir sin la idea de lo eterno, aunque ésta sea descafeínada.

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