miércoles, 26 de octubre de 2011

Un doctorado honoris causa por Durero

Mañana, en mi universidad, entregan el doctorado honoris causa a Antonio López.
No soy quien para opinar sobre él, sólo un espectador de la pintura. Como todo el mundo, he visto algunas obras suyas, admirables. En realidad, no tengo nada interesante que decir, pero sí fui testigo de una pequeña anécdota suya (que él me perdone, pues no nos conocemos), en donde salgo de extra. Hace cuatro o cinco años, por alguna razón olvidada, estaba yo en Madrid y aproveché para meterme en una exposición sobre Durero en el Prado. Cuando terminé el recorrido, me dí la vuelta para encontrarme con algún grabado que me había impresionado en especial. De pronto, me topé con López, que andaba, junto a dos amigos, viendo el comienzo de la exposición. "Esta es la mía", pensé, "ahora voy a tener visita guiada gratis". Haciéndome el distraído, me acerqué hacia ellos, que se habían parado delante del cuadro de Adán. Puse la oreja al nivel de máxima audición, y esperé a conocer lo que el gran pintor tenía que decir sobre esa pintura magnífica. Al comienzo no distinguí nada, porque hablaba en voz baja. Pero luego empecé a interpretar unos sonidos confusos, algo así entre "uf, uf, uf" y "mmmmm", acompañados de suspiros de admiración. Vaya, pensé, a ver qué dice del siguiente. Sin mayores comentarios, pasamos al grabado de "El caballero, la muerte y el diablo". Continuaron los bufidos y murmullos, encadenados ahora con esta exclamación en voz baja:
-¡Es un titán! ¡Es un titán!
Así fuimos de uno en otro cuadro: siguieron las exclamaciones y los silencios. A la altura del grabado de San Jerónimo, ese en el que parece que se puede escuchar el rasguear de la pluma en la mano del santo, Antonio López se quedó señalándolo y dijo a sus acompañantes:
-Hay que saber lo que cuesta hacer esas líneas paralelas así, una detrás de otra. ¡Es un titán!


Por fin los dejé estar y me fui. Estas pocas palabras robé de unos minutos ajenos, y espero no haber sido demasiado indiscreto, ni entonces ni ahora. Alguno pensará, con razón, que me lo tenía bien merecido por cotilla. Sin embargo, tengo que decir que a mí me quedó la sensación de haber aprendido muchísimo. En cada gesto de la cara, en cada "hum" admirativo, había toda una lección de pintor a pintor. Y había amor por cada trazo, por cada línea, que entraba en la retina. Alguna vez me he preguntado si explicar un cuadro no requiere las mismas armas que hablar sobre una novela. Desde un punto de vista técnico, no lo tengo claro, pero, después de esta lección involuntaria que me dio Antonio López, he entendido que siempre es necesaria la pasión.  

3 comentarios:

  1. Qué suerte, tu encuentro. Yo en El Prado sólo me he encontrado a Marichalar...

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Ja, ja. Pues un amigo mío se encontró a Marichalar en el Prado y fue muy curioso lo que pasó. Pero no es este el lugar.

    ResponderEliminar