jueves, 21 de noviembre de 2013

Plaza de los héroes

Hay dos maneras de viajar a una ciudad desconocida: o te dejas sorprender o te informas antes. Las dos tienen argumentos a favor y un amigo, buen historiador por más señas, se quedó en el bando de los que no querían saber nada antes de ir a Budapest. Creo que se equivocaba. La historia de Hungría es tan desconocida para nosotros como fascinante y, si no sabes algo de ella, no sólo los letreros, escritos en rarísimo húngaro, sino las imágenes, se vuelven indescifrables.
La plaza de los héroes, por ejemplo. El final de la bella avenida Andrassy no sería poco más que uno de esos espacios monumentales a la parisina que tanto gustaba a la gente hace cien años. Monumentales y nacionalistas, por cierto. En Pamplona tenemos el paseo de Sarasate, ni más ni menos (sobre todo, menos).
Pero se puede entender mejor ese espacio si sabemos algo de lo que nos quiere decir. Es lo que sucede con alguna de las estatuas y sus magníficos bajorrelieves.



Aquí arriba, Colomán, el bibliófilo. Era un rey medieval, culto y tolerante: prohibió las cazas de brujas. Por eso se le ve con un gesto de clemencia hacia la mujer de la esquina. Lo representan idealizado, porque en realidad era feo y deforme. Esto lo hace más simpático todavía.
El siguiente es Bela IV:




Le tocó la terrible invasión de los mongoles que mataron a más de la mitad de la población del país. Y, si no se hubiera muerto de una enfermedad misteriosa su líder, esta gente no hubiera parado de asesinar europeos hasta llegar a Cádiz. Por eso al pobre rey se le ve inclinado, como el árbol, sobre los cadáveres y los buitres.
Ahora viene Jan Hunyadi, que le dio muchas palizas a los turcos. El movimiento del bajorrelieve es espectacular:



Y, por último, Matías Corvino, el rey sabio, constructor y renacentista:




Después de él regresaron los turcos y lo aniquilaron todo por más de ciento cincuenta años.

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