El pasado lunes Marina y yo cumplimos la mayoría de edad a la vez: hace dieciocho años que nos casamos. Para celebrarlo nos fuimos a Oporto un par de días con el permiso de nuestros mayores, es decir, de los niños. Oporto tiene la belleza que le presta su misma decadencia, pero quédense tranquilos porque no voy a hacer una innumerable enumeración de encantos turísticos. Sólo me voy a referir a uno de esos lugares-a-los-que-se-debe-ir: la librería Lello e irmâos "la librería más bonita del mundo", según Enrique Vila-Matas. En efecto, al entrar uno se encuentra entre maderas nobles, vidrieras elegantes y adornos modernistas. La recargada escalera que da acceso al segundo piso es un prodigio de imaginación y aprovechamiento del espacio. Un carrito lleno de libros asoma de lejos y se desliza por unos rieles a lo largo del pasillo. Y allí mismo, al fondo, un busto de Eça de Queirós preside discretamente nuestro paseo por los libros.
Hasta aquí todo muy bien, pero mi espíritu crítico siempre me impide, quizá, gozar de las cosas sin pensar algo más en ellas. Y es que la famosa librería tiene, al menos para mí dos defectos: el primero, el más obvio, reside en que no tiene tantas existencias y su surtido parece hecho para agradar al turista o sencillamente para llenar estanterías. Demasiada cáscara para poca fruta. De hecho, no hice ningún descubrimiento en letra impresa (salvo un librito, Cómo torear aos espanhois, que me hizo reír un rato, aunque no fuese ninguna maravilla). Las librerías, para el lector, son como las iglesias para el creyente: no sólo interesan por su envoltorio artístico, sino para leer o para rezar.
El segundo inconveniente no se puede achacar a la librería, sino más bien a nosotros mismos. Se trata de nuestras expectativas antes de entrar. Ya sabíamos de antemano que nos encontraríamos en un espacio "bonito" porque nos lo habían dicho Vila Matas, la oficina de turismo, la guía impresa a todo color y una página de internet. Walter Benjamin observaba que la fotografía, el arte de reproducir imágenes, había matado el aura de la obra de arte. Desde la modernidad ya no tenemos una visión "única" de los lugares hermosos. Estamos prevenidos a favor de ellos, sabemos que nos vamos a emocionar antes de verlos. Pero la Belleza, así con mayúsculas, debiera tener algo de sorpresa, incluso de magia inconsciente. Borges daba gracias a la divinidad por la existencia de "la rosa, que prodiga color y no lo ve". En mi caso, me ha impresionado más entrar en otras librerías, también muy hermosas, pero en las que yo no estaba preparado para encontrármelas tan arregladitas. Fue en aquel entonces un golpe de Belleza imprevista.
De todas formas, si alguien viaja a Oporto, que no me haga demasiado caso y vaya a la dichosa librería. Vale la pena.
Hasta aquí todo muy bien, pero mi espíritu crítico siempre me impide, quizá, gozar de las cosas sin pensar algo más en ellas. Y es que la famosa librería tiene, al menos para mí dos defectos: el primero, el más obvio, reside en que no tiene tantas existencias y su surtido parece hecho para agradar al turista o sencillamente para llenar estanterías. Demasiada cáscara para poca fruta. De hecho, no hice ningún descubrimiento en letra impresa (salvo un librito, Cómo torear aos espanhois, que me hizo reír un rato, aunque no fuese ninguna maravilla). Las librerías, para el lector, son como las iglesias para el creyente: no sólo interesan por su envoltorio artístico, sino para leer o para rezar.
El segundo inconveniente no se puede achacar a la librería, sino más bien a nosotros mismos. Se trata de nuestras expectativas antes de entrar. Ya sabíamos de antemano que nos encontraríamos en un espacio "bonito" porque nos lo habían dicho Vila Matas, la oficina de turismo, la guía impresa a todo color y una página de internet. Walter Benjamin observaba que la fotografía, el arte de reproducir imágenes, había matado el aura de la obra de arte. Desde la modernidad ya no tenemos una visión "única" de los lugares hermosos. Estamos prevenidos a favor de ellos, sabemos que nos vamos a emocionar antes de verlos. Pero la Belleza, así con mayúsculas, debiera tener algo de sorpresa, incluso de magia inconsciente. Borges daba gracias a la divinidad por la existencia de "la rosa, que prodiga color y no lo ve". En mi caso, me ha impresionado más entrar en otras librerías, también muy hermosas, pero en las que yo no estaba preparado para encontrármelas tan arregladitas. Fue en aquel entonces un golpe de Belleza imprevista.
De todas formas, si alguien viaja a Oporto, que no me haga demasiado caso y vaya a la dichosa librería. Vale la pena.
É verdade, a livraria Lello & Irmão é um caso raro de beleza e bom gosto. A cidade d´O PORTO dos escritores como Eça, Camilo, Agustina, Ruben A. (são tantos, tantos) tem ali um lugar de culto e magia. Os livros isso merecem.
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