El otro día fui a ver a María Rosa Lojo, importante escritora argentina y buena amiga, que andaba de paso por Galicia. Habíamos quedado en el campus de la universidad de Vigo, cerca de mi casa de veraneo. En teoría a unos quince minutos de coche. Tardé cincuenta, porque en Galicia todos los caminos conducen a todos los lugares, por decirlo borgianamente. Después de un paseo por carreteras y corredoiras en medio del monte, y de cuatro indicaciones equivocadas, llegué a la cafetería de la universidad, donde me estaba esperando María Rosa. Pasamos un rato agradable con otros tertulianos que se nos unieron: el escritor gallego XavierAlcalá y dos chicas muy espabiladas, Natalia y Penélope, que luego resultaron ser agentes literarios.
A mediodía me llevé a María Rosa a comer pulpo a un lugar al pie de la ría. Nos dimos un atracón, pero no doy más pistas porque corro el riesgo de que demasiada gente se entere y luego el sitio se estropea. Y para bajar la comida nos fuimos a pasear a Pontevedra, la bella escondida de Galicia, donde hablamos de lo divino y de lo humano.
María Rosa es una de las mejores escritoras argentinas del momento (o "la mejor escritora argentina de la historia del mundo", que decía Xavier Alcalá). Ha escrito ensayo, novela, cuento y poesía, todo en un estilo elegante y de forma inteligente. Uno tiene debilidad, sobre todo, por sus Historias ocultas de la Recoleta y por su excelente novela Finisterre. Y me gustaría mucho que llegase a publicarse en España su hermoso libro de memorias familiares, Árbol de historias, todavía inédito en su propio país.
Otro día hablaré más de la obra de María Rosa, pero hoy quería acabar con un comentario suyo, acaso muy común, pero que me hizo pensar. "En cierta etapa de la vida ya vas calculando cuánto tiempo tienes para hacer cada proyecto y vas desechando o eligiendo en función de eso". A mí, de un tiempo a esta parte, me pasa igual. Y pienso: así que esto es la madurez... Algunos alumnos míos del taller de poesía de la universidad parecían sentir una especial atracción por el tema de la muerte y de la aniquilación de todo en sus composiciones. A mí, me pasaba igual, creo, a su edad. Para mí entonces, como para ellos, el tempus fugit sólo era un tema literario.
A mediodía me llevé a María Rosa a comer pulpo a un lugar al pie de la ría. Nos dimos un atracón, pero no doy más pistas porque corro el riesgo de que demasiada gente se entere y luego el sitio se estropea. Y para bajar la comida nos fuimos a pasear a Pontevedra, la bella escondida de Galicia, donde hablamos de lo divino y de lo humano.
María Rosa es una de las mejores escritoras argentinas del momento (o "la mejor escritora argentina de la historia del mundo", que decía Xavier Alcalá). Ha escrito ensayo, novela, cuento y poesía, todo en un estilo elegante y de forma inteligente. Uno tiene debilidad, sobre todo, por sus Historias ocultas de la Recoleta y por su excelente novela Finisterre. Y me gustaría mucho que llegase a publicarse en España su hermoso libro de memorias familiares, Árbol de historias, todavía inédito en su propio país.
Otro día hablaré más de la obra de María Rosa, pero hoy quería acabar con un comentario suyo, acaso muy común, pero que me hizo pensar. "En cierta etapa de la vida ya vas calculando cuánto tiempo tienes para hacer cada proyecto y vas desechando o eligiendo en función de eso". A mí, de un tiempo a esta parte, me pasa igual. Y pienso: así que esto es la madurez... Algunos alumnos míos del taller de poesía de la universidad parecían sentir una especial atracción por el tema de la muerte y de la aniquilación de todo en sus composiciones. A mí, me pasaba igual, creo, a su edad. Para mí entonces, como para ellos, el tempus fugit sólo era un tema literario.
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