Jueves, 7:30 de la tarde. Avenida de la playa de Samil, Vigo. Me dispongo a cruzar el paso de cebra con mis tres hijos pequeños. Cuando todavía no hemos llegado a la mitad -la avenida tiene tres carriles por cada sentido-, escucho una voz que grita desde abajo:
-¡El diente! ¡¡¡Se me ha caído el diente!!!
Es Tomás, siete años, al que se le han caído cuatro dientes de leche en las últimas dos semanas. Le va a quedar menos dentadura que al Risitas de la tele.
Enseguida actúo con serenidad, como corresponde en estos casos: suelto dos palabrotas y agarro al niño con firmeza:
-¡Vamos!
Mientras seguimos avanzando, un hermano va consolando a la víctima destrozada por el dolor:
-No te preocupes, Tomás, le dejaremos una nota al ratoncito Pérez.
Al fin alcanzamos la otra orilla y, como el niño sigue llorando la pérdida del diente y su recompensa monetaria, vuelvo atrás, hasta el lugar del suceso. Mientras estoy rastreando por el suelo y mirando por el rabillo del ojo para que no me atropellen, empiezo a acordarme de algún santo especializado en este tipo de pérdidas, San Antonio, Santa Cunegunda o quién sea.Unas chicas me miran preocupadas:
-¿Le pasa a usted algo? ¿Que se le ha perdido?
En cuanto les explico lo que pasa, allá que van esas buenas mujeres, muertas de risa, a hacer su obra de misericordia del día, a consolar al afligido que está desesperado allí lejos, en el otro lado de la acera.
Por fin, veo un cuadrado, pequeño y de color blanco, con un orificio en el centro. Allí está. No tengo tiempo de dar gracias al cielo por el milagro. Lo muestro triunfante a mi público que me aplaude con agradecimiento. A toda prisa, pero siempre mirando a los dos lados, salgo de la avenida con el diente rescatado como si hubiese salvado a alguien de morir ahogado en el mar.
Pero justo en el instante que voy a darle el diente al chaval, me fijo mejor y veo que es una piedra.
-Espera, mejor me lo guardo no lo vayas a perder.
A Tomás le parece muy bien y yo me quedo más tranquilo, pensando que los santos del cielo (o del suelo) me han dado el cambiazo. Me he dado con un canto en lugar de un diente.
-¡El diente! ¡¡¡Se me ha caído el diente!!!
Es Tomás, siete años, al que se le han caído cuatro dientes de leche en las últimas dos semanas. Le va a quedar menos dentadura que al Risitas de la tele.
Enseguida actúo con serenidad, como corresponde en estos casos: suelto dos palabrotas y agarro al niño con firmeza:
-¡Vamos!
Mientras seguimos avanzando, un hermano va consolando a la víctima destrozada por el dolor:
-No te preocupes, Tomás, le dejaremos una nota al ratoncito Pérez.
Al fin alcanzamos la otra orilla y, como el niño sigue llorando la pérdida del diente y su recompensa monetaria, vuelvo atrás, hasta el lugar del suceso. Mientras estoy rastreando por el suelo y mirando por el rabillo del ojo para que no me atropellen, empiezo a acordarme de algún santo especializado en este tipo de pérdidas, San Antonio, Santa Cunegunda o quién sea.Unas chicas me miran preocupadas:
-¿Le pasa a usted algo? ¿Que se le ha perdido?
En cuanto les explico lo que pasa, allá que van esas buenas mujeres, muertas de risa, a hacer su obra de misericordia del día, a consolar al afligido que está desesperado allí lejos, en el otro lado de la acera.
Por fin, veo un cuadrado, pequeño y de color blanco, con un orificio en el centro. Allí está. No tengo tiempo de dar gracias al cielo por el milagro. Lo muestro triunfante a mi público que me aplaude con agradecimiento. A toda prisa, pero siempre mirando a los dos lados, salgo de la avenida con el diente rescatado como si hubiese salvado a alguien de morir ahogado en el mar.
Pero justo en el instante que voy a darle el diente al chaval, me fijo mejor y veo que es una piedra.
-Espera, mejor me lo guardo no lo vayas a perder.
A Tomás le parece muy bien y yo me quedo más tranquilo, pensando que los santos del cielo (o del suelo) me han dado el cambiazo. Me he dado con un canto en lugar de un diente.
Como uno de los grandes misterios de esta vida son los padres (sí, sí, los hijos mucho más), haz el favor de guardar esta historia y que la lea cuando tenga unos 15 o 20 años más. Le vendrá bien.
ResponderEliminarCuando le toque cruzar un paso de cebra con sus hijos, por ejemplo...
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