Ayer estaba terminando en la playa una novela cuando voy y descubro que el señor de enfrente tiene la misma que yo.
-Pero si tú no lees best-sellers, Papá, apunta, combativo, uno de mis hijos mayores.
Es verdad, no suelo hacerlo. Pero esta vez me convenció Javier Cercas Rueda y pasé a leer Aurora boreal, de la sueca Asa Larsson. "Un novelón", prometía su reseña. Bueno, pues a ver si es verdad, pensé entonces.
Hoy se ha puesto de moda llamar novela negra a la novela policíaca de toda la vida, lo cual es un poco inexacto, porque lo de la negritud en novela debiera guardarse para las historias de gangsters de Hammett, Chandler, Mac Donald y demás escritores norteamericanos. Ahora que aparecen tantos escritores escandinavos se me ocurre que se podría hablar de novela blanca para todos ellos. Está el blanco de la nieve y de la aurora boreal, por ejemplo. Pero también el blanco de la muerte, la palidez del moribundo y la mortaja.
De entrada nos encontramos con todos los ingredientes convencionales de la novela policíaca actual: un crimen espantoso en la primera página, un golpe de efecto a la mitad y una traca final con mucha sangre por el suelo. Las protagonistas son dos mujeres detectives, lo que hoy en día tampoco es demasiado nuevo, y el sustento ideológico de la novela es el laicismo radical. Todo esto no debiera llamarnos demasiado la atención. Sin embargo, creo que los puntos fuertes de la novela están en otro lado: la escritura sobria y, al mismo tiempo, la gran pasión con que están contados los avatares del personaje principal, Rebeca Martinsson. No es frecuente, me parece, encontrar una novela de género escrita "con las tripas". Y éste es el caso.
La acción transcurre en el norte de Suecia. Un carismático pastor protestante ha sido asesinado en su iglesia de una forma horrible. La investigación va, poco a poco, desvelando la suciedad que hay detrás de esa secta floreciente que está más implicada de lo que parece en el crimen. El blanco de la nieve se funde con la impresión de sepulcros blanqueados de toda esa gentuza. Rebeca Martinsson, antigua seguidora que ha rehecho su vida en Estocolmo, vuelve a su localidad natal para aclarar el caso y, en realidad, para hacer un ajuste de cuentas con su pasado que poco tiene de paraíso perdido.
La pintura del cristianismo protestante es terrible. Como católico, uno echa en falta que los personajes hablen tanto de Dios y luego se "olviden" de Jesucristo, por no hablar de la Virgen María. Parece poco humana esa religión, poco encarnada. Y, sobre todo, que nadie hable (y mira que hablan de la Biblia, tanto los creyentes como los ateos) de que Dios es amor. Esa palabra suena poco, o nada, en los discursos de los pastores. No sé si el retrato que hace Asa Larsson es fiel o se ve movido por esa pasión de la que he hablado antes. Pero, si es mínimamente fiel, el amor falta allí, en las blancas tierras del norte.
-Pero si tú no lees best-sellers, Papá, apunta, combativo, uno de mis hijos mayores.
Es verdad, no suelo hacerlo. Pero esta vez me convenció Javier Cercas Rueda y pasé a leer Aurora boreal, de la sueca Asa Larsson. "Un novelón", prometía su reseña. Bueno, pues a ver si es verdad, pensé entonces.
Hoy se ha puesto de moda llamar novela negra a la novela policíaca de toda la vida, lo cual es un poco inexacto, porque lo de la negritud en novela debiera guardarse para las historias de gangsters de Hammett, Chandler, Mac Donald y demás escritores norteamericanos. Ahora que aparecen tantos escritores escandinavos se me ocurre que se podría hablar de novela blanca para todos ellos. Está el blanco de la nieve y de la aurora boreal, por ejemplo. Pero también el blanco de la muerte, la palidez del moribundo y la mortaja.
De entrada nos encontramos con todos los ingredientes convencionales de la novela policíaca actual: un crimen espantoso en la primera página, un golpe de efecto a la mitad y una traca final con mucha sangre por el suelo. Las protagonistas son dos mujeres detectives, lo que hoy en día tampoco es demasiado nuevo, y el sustento ideológico de la novela es el laicismo radical. Todo esto no debiera llamarnos demasiado la atención. Sin embargo, creo que los puntos fuertes de la novela están en otro lado: la escritura sobria y, al mismo tiempo, la gran pasión con que están contados los avatares del personaje principal, Rebeca Martinsson. No es frecuente, me parece, encontrar una novela de género escrita "con las tripas". Y éste es el caso.
La acción transcurre en el norte de Suecia. Un carismático pastor protestante ha sido asesinado en su iglesia de una forma horrible. La investigación va, poco a poco, desvelando la suciedad que hay detrás de esa secta floreciente que está más implicada de lo que parece en el crimen. El blanco de la nieve se funde con la impresión de sepulcros blanqueados de toda esa gentuza. Rebeca Martinsson, antigua seguidora que ha rehecho su vida en Estocolmo, vuelve a su localidad natal para aclarar el caso y, en realidad, para hacer un ajuste de cuentas con su pasado que poco tiene de paraíso perdido.
La pintura del cristianismo protestante es terrible. Como católico, uno echa en falta que los personajes hablen tanto de Dios y luego se "olviden" de Jesucristo, por no hablar de la Virgen María. Parece poco humana esa religión, poco encarnada. Y, sobre todo, que nadie hable (y mira que hablan de la Biblia, tanto los creyentes como los ateos) de que Dios es amor. Esa palabra suena poco, o nada, en los discursos de los pastores. No sé si el retrato que hace Asa Larsson es fiel o se ve movido por esa pasión de la que he hablado antes. Pero, si es mínimamente fiel, el amor falta allí, en las blancas tierras del norte.
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