Las gafas están hechas para perderlas. Día tras día ellas imponen su frontera de cristal entre nosotros, los miopes, y las cosas. A cambio de esta pequeña molestia, nos permiten llevar una existencia más tranquila, dibujándonos el mundo con líneas más claras. Pero de vez en cuando conviene perderlas para que la vida sea menos aburrida y evidente. Uno de mis hijos, que ha heredado despiste y miopía de su padre, acostumbra a dejarlas entre su ropa, debajo del radiador o encima del retrete. Su vida cotidiana está llena de sobresaltos y encuentros felices. Perder las gafas, siempre que sea por un rato, es una pequeña tragedia que da color a la rutina gris de los días. Esto lo saben bien algunos poetas, esa gente que presume de ver mejor que nadie el fondo de las cosas. "Luz, más luz", pedía Goethe antes de morir. En una situación parecida, Fernando Pessoa, no menos clarividente que el alemán, preguntaba con modestia portuguesa dónde estaban sus gafas.
Olá, grato pela evocação do genial Fernando Pessoa.
ResponderEliminar« Pessoa suspirou.António Mora tirou os óculos de cima da mesa de cabeceira e pô-los na cara de Pessoa. Pessoa arregalou os olhos e as suas mãos pararam sobre o lençol. Eram exactamente vinte horas e trinta.»
in TAMBÉM EU ESQUECI A MOIRTE, - OS ÚLTIMOS TRÊS DIAS DE FERNANDO PESSOA, António Tabucci. Quetzal Editores, Lisboa 1995.
Um abraço, boas leituras e escapadas pelo comum Portugal.
No sabía lo de Pessoa. Más que con modestia, seguro que lo dijo con angustia portuguesa.
ResponderEliminarUn saludo.
En esos momentos debió de ser una mezcla de angustia involuntaria y modestia adquirida... angustia modesta, vamos a decir. Saludos, José Miguel.
ResponderEliminarTambién siento una gran admiración por Tabuccchi. Curiosamente uno de sus mejores libros, Réquiem, está escrito en portugués.
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