viernes, 17 de julio de 2009

Diente al canto

Jueves, 7:30 de la tarde. Avenida de la playa de Samil, Vigo. Me dispongo a cruzar el paso de cebra con mis tres hijos pequeños. Cuando todavía no hemos llegado a la mitad -la avenida tiene tres carriles por cada sentido-, escucho una voz que grita desde abajo:
-¡El diente! ¡¡¡Se me ha caído el diente!!!
Es Tomás, siete años, al que se le han caído cuatro dientes de leche en las últimas dos semanas. Le va a quedar menos dentadura que al Risitas de la tele.
Enseguida actúo con serenidad, como corresponde en estos casos: suelto dos palabrotas y agarro al niño con firmeza:
-¡Vamos!
Mientras seguimos avanzando, un hermano va consolando a la víctima destrozada por el dolor:
-No te preocupes, Tomás, le dejaremos una nota al ratoncito Pérez.
Al fin alcanzamos la otra orilla y, como el niño sigue llorando la pérdida del diente y su recompensa monetaria, vuelvo atrás, hasta el lugar del suceso. Mientras estoy rastreando por el suelo y mirando por el rabillo del ojo para que no me atropellen, empiezo a acordarme de algún santo especializado en este tipo de pérdidas, San Antonio, Santa Cunegunda o quién sea.Unas chicas me miran preocupadas:
-¿Le pasa a usted algo? ¿Que se le ha perdido?
En cuanto les explico lo que pasa, allá que van esas buenas mujeres, muertas de risa, a hacer su obra de misericordia del día, a consolar al afligido que está desesperado allí lejos, en el otro lado de la acera.
Por fin, veo un cuadrado, pequeño y de color blanco, con un orificio en el centro. Allí está. No tengo tiempo de dar gracias al cielo por el milagro. Lo muestro triunfante a mi público que me aplaude con agradecimiento. A toda prisa, pero siempre mirando a los dos lados, salgo de la avenida con el diente rescatado como si hubiese salvado a alguien de morir ahogado en el mar.
Pero justo en el instante que voy a darle el diente al chaval, me fijo mejor y veo que es una piedra.
-Espera, mejor me lo guardo no lo vayas a perder.
A Tomás le parece muy bien y yo me quedo más tranquilo, pensando que los santos del cielo (o del suelo) me han dado el cambiazo. Me he dado con un canto en lugar de un diente.

2 comentarios:

  1. Como uno de los grandes misterios de esta vida son los padres (sí, sí, los hijos mucho más), haz el favor de guardar esta historia y que la lea cuando tenga unos 15 o 20 años más. Le vendrá bien.

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  2. Cuando le toque cruzar un paso de cebra con sus hijos, por ejemplo...

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