lunes, 10 de enero de 2011

Poesía y desperdicio

Leo este poema del último libro del argentino Pablo Anadón, Estudios de la luz:

El ruido de los frenos en la noche,
Los gritos de los hombres, el crujido
De vidrios que se rompen, algún coche
Que toca la bocina, y el sonido
De las botas que corren en la escarcha;
La máquina que zumba y que rechina,
La voz que dice: "¡Vamos!", una marcha
Y el camión ya se pierde por la esquina.
Es la hora en que pasan por aquí
A buscar la basura. Son las dos,
Y ahora hay silencio, y luna, y soledad.
Yo pienso en otra calle en la ciudad
Donde aún no han llegado. Pienso en vos
Y en la casa, en la nuestra, en que viví.

Cuando leí el comienzo por primera vez, creí estar delante de una batalla o de un tiroteo -no sé si les habrá pasado lo mismo-, hasta que el verso 10 me lo aclaró todo: es un escenario mucho más rutinario, pero bien inquietante tal y como está expresado. Y es curioso que hace poco me haya encontrado con un poema de otro autor sobre el mismo asunto, en este caso apenas una pincelada. Dos personas distintas me dijeron que les había gustado mucho. Me refiero a "Anocheciendo" de Enrique García-Máiquez (de su último libro, Con el tiempo):

Sobre esta hora
solía yo salir
con mis amigos,
me acuerdo mientras salgo
a tirar la basura.

Una vez, hace muchos años, le escuché a Rafael Alberti decir que se podía hacer poesía de cualquier cosa: hasta de la basura te podía salir un magnífico poema. A veces este tipo de afirmaciones parece que justifican un lenguaje basto, sin gracia y, lo que es peor, banal. Pero eso depende de la calidad de la mirada de cada uno. Y estos dos poemas de Anadón y Enrique, tan diferentes en composición, le sacan brillo a una experiencia vulgarísima, en la que la basura (escuchar el camión en la noche o el acto de tirarla uno mismo) se convierte en una metáfora del tiempo vivido: todas las cosas acaban deshaciéndose y muestran su carácter perecedero. Esto es algo que tiene mucho que ver con el comienzo de la poesía, porque es una una especie de revelación que sale de la vida cotidiana, una interrupción de la rutina que nos abre a una dimensión diferente de todo, una epifanía. Da lo mismo que se hable de rosas o de basura: lo importante está en otro lado.

P.D. De momento, no sé de ningún poema que hable de los cubos de reciclable, pero al tiempo...

4 comentarios:

  1. En plan popular del Norte:

    Me levanto de mañana, serrana,
    y le digo al saramero, salero:
    La campanilla no toques
    que mi amor está durmiendo.

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  2. Qué buena la aclaración sobre eso de "hacer poesía de cualquier cosa".
    Y muy buenos los poemas, por cierto. En el primero yo también empecé imaginando una situación tensa, pensé en un choque.

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  3. Rafael Morales

    CÁNTICO DOLOROSO AL CUBO DE LA BASURA

    Tu curva humilde, forma silenciosa,
    le pone un triste anillo a la basura.
    En ti se hizo redonda la ternura,
    se hizo redonda, suave y olorosa.

    Cada cosa que encierras, cada cosa
    tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
    Aquí de una naranja se aventura
    la herida piel que en el olvido posa.

    Aquí de una manzana verde y fría
    un resto llora zumo delicado
    entre un polvo que nubla su agonía.

    Oh, viejo cubo sucio y resignado,
    desde tu corazón la pena envía
    el llanto de lo humilde y olvidado.

    (Canción sobre el asfalto, 1954)

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  4. Muy bonitos los dos, Javier. Y también muy bonito el soneto aportado por Rafael Acosta. Hace tiempo escribí una serie de microtextos -no poesía- sobre sucesos cotidianos actuales. Me parecía un tema interesante, pero al final los perdí. Estarán en alguna libreta olvidada. Tu post me ha recordado uno (el mejor), pero no consigo acordarme de cómo era exactamente. Narraba los breves segundos en los que en un accidente de tráfico, dentro de un coche que se precipitaba al vacío desde un viaducto, el conductor -un padre- se volvía hacia el asiento de atrás un momento para dedicar a su hijo -un bebé en la sillita de seguridad, que por supuesto no era consciente de la situación- tan solo una sonrisa y un beso.
    ¡Tengo que buscar esa maldita libreta!
    Un abrazo,

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